Orientaciones de los obispos de la Provincia Eclesiástica Valentina sobre la vida y el ministerio de los presbíteros. A los 50 años del Concilio Vaticano II
Presentación
Estas palabras en forma de Orientaciones van dirigidas fundamentalmente a los sacerdotes de las diócesis de la Provincia Eclesiástica Valentina y son fruto de una reflexión iniciada por los obispos de la misma sobre la vida y el ministerio sacerdotal. Hemos comprobado que una reflexión, con similares características, se da habitualmente en el interior de los equipos de sacerdotes en los arciprestazgos. Es normal esa necesidad de pensar sobre el ser y el quehacer en todos aquellos que nos dedicamos al servicio del Pueblo de Dios. Va nuestra vida en ello.
En nuestro caso es una preocupación constante; es también una obligación del ministerio episcopal todo aquello que afecta a sus más directos colaboradores en las tareas pastorales. Dadas las condiciones ambientales, culturales y sociales en las que está situada nuestra acción pastoral y, por tanto, las comunidades cristianas, es obligada la atención por parte de los obispos para que ningún sacerdote se sienta solo en la tarea que se le ha encomendado. Es propio del obispo prestar a los sacerdotes una solicitud de padre y pastor que busca apoyar la dedicación ministerial así como instar de todos los cristianos el cariño constante, el acompañamiento fraterno y la colaboración leal con sus pastores para realizar la misión que nos entregó nuestro Señor Jesucristo.
Recogiendo el sentir del Decreto conciliar Presbyterorum Ordinis y las indicaciones de la Exhortación Apostólica postsinodal del san Juan Pablo II Pastores Gregis, el Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, Apostolorum Successores, nos recuerda a los obispos: “Como Jesús manifestó su amor a los Apóstoles, así también el Obispo, padre de la familia presbiteral, por medio del cual el Señor Jesucristo, Supremo Pontífice, está presente entre los creyentes, sabe que es su deber dirigir su amor y su atención particular hacia los sacerdotes y los candidatos al sagrado ministerio” (núm. 75).
Los frutos de esta reflexión se amplían enormemente por las aportaciones de muchos colaboradores. A todos agradecemos su interés y su trabajo, sobre todo al conjunto de los arciprestes que, con sus intervenciones, han enriquecido el texto aportando las preocupaciones de sus hermanos sacerdotes. Hacemos mención especialmente del prof. Payá Andrés quien nos dedicó una excelente ponencia sobre el tema.
Confiamos que esta modesta publicación sea cordialmente acogida y estudiada en las reuniones de los equipos de sacerdotes de nuestras diócesis.
Lo ponemos todo bajo la atenta mirada de la Virgen María, madre de los sacerdotes.
Marzo de 2015
+Antonio, Cardenal Arzobispo de Valencia
+Jesús, Obispo de Orihuela-Alicante
+Javier, Obispo de Mallorca
+Casimiro, Obispo de Segorbe-Castellón
+Vicente, Obispo de Ibiza
+Salvador, Obispo de Menorca
- Palabras de consuelo y cercanía
1.1. Motivación. Dando razones de la iniciativa
Cuando los obispos reflexionamos, individual o colectivamente, sobre el ministerio que el Señor nos ha confiado, recurrimos con presteza y constancia a la Palabra de Dios, a los textos del mismo Magisterio de la Iglesia y a los escritos de muchos teólogos y formadores. Previamente confiamos en la gracia de Dios que fortalece nuestra vida para prestar un digno servicio a la comunidad y llevamos a la oración nuestras iniciativas, proyectos y dificultades. Todo el Pueblo de Dios es objeto de nuestra caridad pastoral y a todos nos dirigimos para enseñar, santificar y orientar. En este caso nuestras palabras van orientadas a los sacerdotes de las diócesis de nuestra Provincia Eclesiástica Valentina. Deseamos ser buenos acompañantes en el camino de su vida y de su ministerio.
Los presbíteros son los principales e insustituibles colaboradores del orden episcopal, asociados a su solicitud y responsabilidad (AS 75) y a ellos dirige siempre el obispo una especial atención para ayudarles a cultivar el sentido de la diócesis fomentando, al mismo tiempo, el sentido universal de la Iglesia. El obispo, como padre de la familia presbiteral, imita y reproduce el amor manifestado por Jesús a los Apóstoles y cumple e invita a cumplir los mandatos “id y haced discípulos…”(Mt 28,19) y “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,17). Es, en definitiva, la preocupación por la comunidad que se funda en la Palabra, la oración y los sacramentos y la atención del anuncio del mensaje a quienes no lo han oído.
Además de los documentos que conforman la naturaleza del ministerio, los obispos dedicamos bastante tiempo a repasar y meditar el Directorio para el ministerio pastoral de los obispos (Apostolorum Successores) que nos sirve de guía para nuestra actuación. Los párrafos 75 al 91 del citado directorio están centrados en los presbíteros y en el Seminario. Es necesario que nos esforcemos en poner en la práctica diaria lo que la Iglesia nos encarga y el Señor, con perfecta benevolencia, nos manifiesta. Por ello nos sentimos impelidos a comunicar estas consideraciones que son fruto de nuestras preocupaciones y diálogos compartidos en los distintos encuentros que celebramos para tomar el pulso a las comunidades diocesanas.
1.2. Hechos recientes que ayudan en esta reflexión
Todos recordamos la convocatoria del Año Sacerdotal para la Iglesia universal que el papa Benedicto XVI dispuso que comenzara en la solemnidad del Sagrado Corazón del año 2009 para concluir en la misma celebración del año siguiente. Todavía resuena en nuestros oídos la carta del Santo Padre dirigida a los sacerdotes del mundo entero con motivo de dicho año en el que se cumplía el 150 aniversario de la muerte de san Juan María Vianney. Nos vendría bien a todos tener en cuenta las orientaciones del Papa que, en pocas páginas, nos sitúa ante nuestra vida ministerial poniendo como modelo al santo Cura de Ars.
Con motivo de la proclamación de Doctor de la Iglesia a san Juan de Ávila, Patrono del clero español, en el año 2012, hubo en nuestros presbiterios un renovado impacto de su doctrina y una mayor admiración hacia su persona. El acercamiento que muchos sacerdotes tuvieron hacia los escritos del Maestro Ávila les sirvió con seguridad para un nuevo encuentro con el amor de Dios en sus vidas y como una constante búsqueda de un auténtico y mejor servicio a la comunidad.
Estos dos acontecimientos estuvieron marcados por una múltiple organización de actividades (retiros y ejercicios, conferencias y peregrinaciones, celebraciones y encuentros sacerdotales) para el clero que han permitido poner en primer plano la preocupación y la dicha del ministerio en los momentos actuales.
Podemos también recordar las numerosas cartas y homilías que los Papas de los últimos cincuenta años han dirigido a los sacerdotes. Han sido un acicate y un consuelo su lectura y la aplicación que cada uno ha realizado en su propia vida. En un nivel más concreto cada obispo de nuestra Provincia ha publicado escritos con este motivo y ha querido mostrar su interés y su cariño por todos y cada uno de sus sacerdotes. Somos conscientes de nuestras limitaciones y aceptamos no haber sabido llegar a los rincones más profundos del corazón de cada uno.
Constantemente se promueve en cada diócesis iniciativas que ayudan a descubrir la fraternidad sacerdotal y a fortalecer la vida espiritual de todo el presbiterio. El obispo debe ser el primer animador de todas estas actividades, algunas son fijas y permanentes y otras poseen un matiz de novedad que conviene aprovechar.
En ese afán de buscar nuevos caminos se organizó por primera vez un encuentro de arciprestes con los obispos y sus Consejos Episcopales de todas las diócesis que conforman la Provincia Eclesiástica Valentina. Tuvo lugar en el Seminario de Valencia en enero del año 2013 con la reflexión central de la vida y el ministerio de los presbíteros. Constatamos una vez más la reiteración de los aspectos del sacerdocio que de forma recurrente son objeto de diálogo y de preocupación en los equipos arciprestales.
El encuentro contó con una ponencia del Ilmo. D. Miguel Payá Andrés, canónigo de la Catedral de Valencia y profesor de la Facultad san Vicente Ferrer. El título fue: “Identidad y misión de los presbíteros en el decreto Presbyterorum Ordinis del Concilio Vaticano II”. Al final de la misma hizo una propuesta para el diálogo que se desarrolló en el interior de los grupos con arciprestes de distintas diócesis. Se formaron seis grupos con una primera parte de intercambio de opiniones en su interior y una segunda parte con la exposición resumida de los comentarios a la totalidad de los reunidos. Todos ellos dejaron por escrito el contenido de sus aportaciones.
El cuestionario para el diálogo contenía tres apartados: espiritualidad, colegialidad y pastor cercano. Respondía al contenido de la ponencia y se invitaba a todos los arciprestes a valorar, desde su experiencia personal y el encargo pastoral actual, su propia identidad y misión en el mundo contemporáneo.
Los obispos recogimos las aportaciones y las estudiamos detenidamente en algunas de las reuniones periódicas y queremos empezar manifestando en estas páginas nuestro agradecimiento a tantos sacerdotes por su ejemplar dedicación al único rebaño del Buen Pastor y, en concreto, al grupo de participantes en este encuentro por la serenidad y lucidez de sus respuestas en esta época de profundos cambios económicos y sociales que afectan de modo singular al ejercicio del ministerio. Además de agradecer, los obispos deseamos impulsar con esta reflexión una profunda conversión pastoral que genere una identificación más plena con Jesucristo y un servicio más auténtico a su Iglesia. Es ésta una exhortación a la confianza mutua, a la cercanía de sentimientos, a la renovación de la entrega pastoral, a intensificar la comunión y a fortalecer el espíritu misionero. Todo ello es fruto de la exigencia compartida de colaboración y ayuda.
Nuestras aportaciones actuales tienen su origen en la preocupación episcopal por los colaboradores más directos, en el diálogo sincero y personal con muchos sacerdotes, en la escucha de los planteamientos de equipos sacerdotales y, por último, en las mismas respuestas de los arciprestes en la mencionada reunión. Pretendemos profundizar el contenido, sistematizar las inquietudes y elevar las motivaciones buscando un horizonte de mejora en el actual ejercicio ministerial y aproximar nuestra reflexión a las orientaciones fundamentales de la Sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia para seguir en el camino de la santidad a la que todos hemos sido llamados. Es tan fuerte la vinculación establecida entre el obispo y los sacerdotes, como padre y hermanos, que manifiestan con absoluta normalidad que se quieren, se escuchan, se acogen, se corrigen y se confortan aplicando la colaboración en todos los proyectos pastorales. Estas actitudes que las hemos revestido de reciprocidad son el resultado de la exigencia que la Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis recomienda para los propios obispos a quienes insiste al final del mencionado párrafo en procurar hacia sus presbíteros “todo lo posible por su bienestar humano, espiritual, ministerial y económico” (núm. 47).
Dicha vinculación queda descrita de modo admirable en el mismo número 47 de la citada Exhortación: “En efecto, entre el Obispo y los presbíteros hay una Communio Sacramentalis en virtud del sacerdocio ministerial o jerárquico, que es participación en el único sacerdocio de Cristo y, por tanto, aunque en grado diferente, en virtud del único ministerio eclesial ordenado y de la única misión apostólica” (Cfr. LG 28; CD 28; PO 7).
En este contexto confiamos que nuestras palabras sean acogidas con interés y como una muestra de ayuda para todos como nos lo exige el ministerio episcopal.
- Miramos nuestro entorno con realismo. Constataciones
En las intervenciones de los arciprestes hay como dos grandes ámbitos de reflexión: por una parte, la descripción de la propia realidad ministerial y las alegrías y dificultades que entraña su ejercicio y, por otra parte, la concreción de los deseos y aspiraciones que todo presbítero intenta aplicar a su vida. En ambos casos se entremezcla el mundo de las relaciones con los fieles a quienes sirven, con los otros sacerdotes hermanos a quienes acompañan y de quienes se sienten acompañados y con los obispos a quienes constantemente piden gestos de paternidad ofreciendo ellos mismos signos de filiación.
En el análisis realizado sobre las respuestas de los arciprestes se observan apreciables muestras de conocer los últimos documentos pontificios, desde el Concilio Vaticano II hasta el momento presente, que hacen referencia al ministerio sacerdotal. Nos satisface y nos anima a pedir no sólo profundización en su lectura y estudio sino también que sirva como instrumento de reflexión personal y arciprestal que lleven a la oración en los retiros mensuales, en las plegarias comunitarias o en los ejercicios espirituales de cada año. En fechas posteriores al encuentro mencionado ha visto la luz una nueva edición del Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros de la Congregación del Clero (febrero de 2013) que reproduce básicamente la primera edición (1994) ampliando algunos aspectos prácticos y modificando determinadas expresiones de lenguaje que hace más actual su contenido. Estamos convencidos de que los sacerdotes han dispuesto de tiempo para su conocimiento y habrá producido mucho fruto en las reuniones arciprestales. Como no podía ser de otra manera, aconsejamos con insistencia su lectura puesto que resume con mucha claridad y precisión los aspectos permanentes de la vida presbiteral y logra con acierto situarlos en los parámetros psicosociales que conforman este tiempo para conocer sus dificultades y para aprovechar con alegría cristiana sus peculiaridades. Habla de la identidad del presbítero desarrollando las distintas dimensiones que configuran su esencia; dedica otro capítulo a la espiritualidad sacerdotal dentro del contexto histórico actual desgranando las líneas maestras de nuestra unión con Cristo en la oración, en los sacramentos, en la aceptación de los consejos evangélicos; termina con un tercer capítulo centrado en la formación permanente del clero desmenuzando los principios, la organización y medios, los responsables de llevarla a cabo y la necesidad de adaptación a la edad y a las situaciones especiales.
Además de hacer memoria de los principios conocidos por todos, importa ahora enumerar las aportaciones más representativas de los arciprestes ya que nos permiten situar nuestra reflexión en un territorio concreto como es el de nuestra Provincia Eclesiástica.
Acerca de la descripción de la realidad ministerial comprobamos el realismo de las respuestas cuando apuntan las siguientes características:
- a) Son habituales las reuniones arciprestales. Suelen ser mensuales.
- b) No todos los sacerdotes acuden a las reuniones. Se percibe además falta de comunicación en el interior de los equipos sacerdotales.
- c) Los temas pastorales agotan el tiempo del diálogo en el arciprestazgo. Faltan momentos para abordar asuntos personales y cuidar la oración.
- d) Es positiva la oferta diocesana dirigida a las diversas dimensiones de los sacerdotes (espiritualidad, pastoral, atención humana…).
- e) El equipo arciprestal es el auténtico cauce para la práctica de la fraternidad. Acercamiento sincero a los hermanos con dificultades momentáneas. También son modelos de fraternidad para los fieles.
- f) La clave del ser y actuar radica en la toma de conciencia de la centralidad en la persona de Jesucristo.
- g) Valoración positiva de la cercanía del obispo para conocer y acompañar las distintas sensibilidades de los equipos arciprestales. Es muy importante la participación del arcipreste en la orientación y gobierno de la diócesis.
- h) Excesiva variedad y número de tareas pastorales que llevan a la escisión interior o al desánimo. Dedicación pastoral abundante y falta de reflexión y oración.
- i) Elevada preocupación por los aspectos materiales y humanos del sacerdote. Por el contrario carencia de ardor misionero que siempre solicita la Iglesia.
- j) Se ha de profundizar constantemente en la espiritualidad sacerdotal desarrollando todas las dimensiones de la misma.
- k) Valorar con más intensidad nuestra participación personal en los sacramentos además de la invitación a los fieles.
- l) Se necesita que cada sacerdote muestre en su vida diaria la belleza del ministerio. Acentuar en nuestros comportamientos la alegría y desechar la tristeza, el desánimo o la resignación.
- m) Llamada a la responsabilidad en la promoción y acompañamiento de las vocaciones al ministerio y a la vida consagrada.
- Miramos el futuro con esperanza. Deseos
Acerca de los deseos y aspiraciones de los sacerdotes reconocemos un profundo y sincero interés por mejorar el ritmo vital de su ministerio. En un plano coincidente con el análisis anterior percibimos una notable estima y gratitud por haber sido llamados y enviados por el Señor a servir a su pueblo con abnegación, radicalidad y alegría. En general son conscientes de su propio camino de perfección que busca la identificación con Cristo, el fortalecimiento de las virtudes para ser auténticos pastores y la práctica de la fraternidad con quienes comparten las mismas tareas pastorales. Cuando señalan que la vida litúrgica, la oración personal, la escucha de la Palabra y la participación constante y sincera de los sacramentos no puede ir desconectada de su dedicación a los hermanos, sobre todo a los más pobres y necesitados, están en el buen camino de la coherencia ministerial. Hemos comprobado también el esfuerzo que gran cantidad de presbíteros realiza en favor de la coordinación arciprestal y diocesana y ello nos anima a fomentar todos aquellos medios de la pastoral ordinaria que ayudan a presentar el rostro transparente de Cristo y de su Iglesia; por supuesto a eliminar todos aquellos obstáculos que dificultan o paralizan el encuentro con el Señor y sus hermanos. Entre esos obstáculos se hallan las informaciones sobre abusos cometidos por algunos clérigos que han causado profundo escándalo en nuestro pueblo y que, como pecado y como delito, rompen dramáticamente la confianza y la cercanía de Dios y de los demás. Se nos exige a los obispos una constante vigilancia, un estricto cumplimiento de las normas emanadas para estos casos y una colaboración constante de todo el presbiterio para evitar oscuridades en la vida personal y ministerial. Para ello el Señor nos impone fortalecer y equilibrar nuestra personalidad con la oración, los sacramentos y el ejercicio auténtico y transparente del ministerio.
Necesitamos también los obispos proveer a nuestros presbiterios de sacerdotes que ejerzan la dirección espiritual; es una demanda que vemos reflejada en gran cantidad de respuestas y que indiscutiblemente repercutirá en una profunda revisión de la vida presbiteral. No podemos olvidar el interés por la religiosidad popular como plataforma adecuada para mostrar de nuevo a muchos que se han alejado o se han cansado del Evangelio. En esa misma línea de actuación es conveniente situar a sacerdotes preparados para atender todas las parcelas de la pastoral (cultura, familia, mundo del trabajo, la cultura…) que en la actualidad presentan grandes inconvenientes para aceptar a Cristo y ser permeables a las enseñanzas de la Iglesia. Una llamada igualmente importante al espíritu misionero no sólo al interior de nuestra sociedad sino también a los pueblos lejanos que, ya en tiempos anteriores, recibieron con alegría el impulso y la dedicación de nuestros sacerdotes.
Observamos que presbíteros y obispos tienen grandes coincidencias en las constataciones y en los deseos. Eso nos permite una mayor comprensión de la realidad actual y una aproximación mas certera a los objetivos que deseamos conseguir.
- Miramos a los demás compañeros con confianza. Relaciones cordiales
En este capítulo, una breve consideración a la preocupación de nuestros sacerdotes por las relaciones a distintos niveles, con el obispo, con sus compañeros y con los fieles. Observamos que es fundamental para el presbítero cuidar las relaciones con los demás puesto que su vida y su ministerio, unidos desde la respuesta a la llamada de Dios, caminan de forma inseparable utilizando permanentemente la palabra y las convicciones para transmitir a la mente y al corazón del otro la persona, el mensaje y la obra de Jesucristo. Necesita la claridad en la exposición de las enseñanzas pero también la confianza, el respeto y la lealtad en sus manifestaciones. Como san Pablo necesita ganarse para Cristo a todos los que le escuchen o acudan a él utilizando palabras de consuelo, de ánimo y de permanente colaboración en todos los órdenes de su actividad pastoral.
Nos parece sumamente acertado y de gran valor la importancia que los presbíteros conceden al mundo de las relaciones humanas. En estos momentos de profusión de nuevas tecnologías de la comunicación todavía señalan como un aspecto fundamental en sus vidas la relación personal con los compañeros sacerdotes; les preocupa la soledad, el aislamiento o la huida y muestran gran empeño en la cercanía, el encuentro y el solaz compartido. Nos alegra comprobar la necesidad de la oración y de la amistad con Jesucristo que sustenta toda relación humana aplicando grandes dosis de ayuda a los demás y sintiendo paz interior cuando los otros se preocupan de sus necesidades. Es un gran camino abierto a la fraternidad del día a día.
Agradecemos los obispos los intentos de muchos presbíteros por mantener y recobrar, cuando se haya perdido, la confianza en las decisiones tomadas. Partir de la paternidad episcopal y el cariño y la amistad, que todos pretendemos siempre, constituye un buen principio para considerar la naturaleza y el quehacer ministerial. Seguramente tenemos que explicar mejor nuestras iniciativas y decisiones para evitar desconfianzas y enfrentamientos innecesarios y para promover participación en la construcción de comunidades vivas, acogedoras y misioneras. Hemos de conseguir una buena armonía entre la atención personal al sacerdote y el cuidado de la comunidad. Ninguna de las dos partes puede ser olvidada en un correcto ejercicio de gobierno.
Compartimos con todos los sacerdotes el interés por mostrar con los fieles unas actitudes parecidas a las de Jesucristo en su trato con quienes se acercaban a Él. La comprensión de las situaciones vividas, la ternura en su manifestación externa, la acogida de los alejados, el amor, el perdón y la misericordia son los valores del Reino que cada uno de nosotros ha de esforzarse en desarrollar, no como una teoría aprendida en los libros y en la experiencia pasada sino en contacto con la persona del Señor que nos muestra en la práctica diaria la atracción libre y consciente a su mensaje.
- Recordando aspectos esenciales de la vida sacerdotal
Además de los ámbitos expresados anteriormente para tratar de entender y acoger el resultado de las aportaciones de los arciprestes durante aquella enriquecedora sesión de trabajo junto con nuestros Consejos episcopales, los obispos no queremos reducir nuestra intervención a una mera descripción del análisis y los deseos de los participantes. Deseamos contribuir con palabras de aliento a forjar un estilo de vida sacerdotal acorde con los sentimientos de Jesucristo, fomentando el crecimiento personal de todos, desarrollando la tarea pastoral de forma comunitaria y favoreciendo la cercanía y la disponibilidad con todos los fieles.
En ese sentido aprovechamos el iter de la ponencia pronunciada para insistir en los aspectos esenciales de nuestra vida ministerial.
El primer aspecto, el de la espiritualidad del presbítero, es esencial para entender la vida y la misión de la persona que acepta el desafío de la llamada de Dios y pone su existencia en manos del Espíritu Santo que guía sus pasos para la plena identificación con Cristo y el total servicio a los hermanos. Queremos esforzarnos en conseguir que todos los sacerdotes encuentren la espiritualidad específica a su estado en el interior de la comunidad; que utilicen todos los medios a su alcance para fortalecer su misión pastoral como son el estudio de la Palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia, la oración personal y comunitaria, la frecuencia de los sacramentos y el estímulo de la vida de la comunidad a la que sirven. Pedimos a Dios que todo lo que ellos han aprendido lo sepan transmitir, tras una vivencia auténtica, a todos sus colaboradores.
El segundo aspecto, el de la colegialidad, supone un excelente ejercicio del compartir con todos la responsabilidad de los asuntos comunitarios y de la reflexión conjunta para crecer en el seguimiento de Jesucristo.
El tercer aspecto, la cercanía del pastor, es un desarrollo constante de las virtudes humanas propias de quien está puesto al frente de la comunidad para señalar el camino, está en medio de la comunidad para compartir logros y deficiencias y se sitúa al final para animar y recoger a los cansados y agobiados por el peso de la tarea.
Nos referimos brevemente a estos tres aspectos:
5.1. Espiritualidad
Incluso reconociendo nuestras limitaciones, obispos y presbíteros podemos y debemos caminar hacia la perfección: “Sed perfectos, como también vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).
Unos y otros, y todos unidos, estamos especialmente obligados a adquirir la perfección ya que, consagrados nuevamente a Dios en la recepción del Orden, estamos llamados a ser instrumentos vivos del Sacerdote eterno.
Aunque Dios puede realizar la obra de salvación también mediante ministros indignos, ordinariamente prefiere manifestar sus maravillas a través de aquellos que, por razón de su íntima unión con Cristo y la santidad de vida, puedan decir como el apóstol: “Vivo, pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).
El Concilio Vaticano II, en el Decreto Presbyterorum Ordinis, nos exhorta vivamente a esforzarnos en aumentar constantemente aquella santidad, que nos haga instrumentos cada vez más aptos al servicio de todo el Pueblo de Dios (n.12). Y, con insistencia, nos recuerda que nuestras acciones sacerdotales son fuente de santidad: “Como ministros que son de la palabra de Dios, diariamente leen y oyen esa misma palabra de Dios que deben enseñar a los otros; y si, al mismo tiempo, se esfuerzan por recibirla en sí mismos, se harán cada día discípulos más perfectos del Señor, según las palabras del apóstol san Pablo a Timoteo: ‘Medita estas cosas, ocúpate en ellas, a fin de que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Atiende a ti y a la enseñanza; pues, haciéndolo así, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeron’ (1Tim 4, 15-16)” (n.13).
Así pues, obispos y presbíteros, reconocemos:
- a) La necesidad de ser fieles a nuestra oración diaria, personal y comunitaria. En nuestros encuentros hemos de transmitirnos nuestras experiencias personales. No somos ni debemos aparentar ser los teóricos de la espiritualidad. La oración sosegada debe presidir nuestros encuentros.
- b) La exigencia de familiarizarnos con la Palabra de Dios acogiéndola interiormente. La oración personal y silenciosa debe ser esencial en nuestra vida sacerdotal. La “Lectio divina”, que debe ser fomentada entre nosotros, nos acompañará en el camino que hemos de recorrer para alcanzar la santidad. Nunca debe ser la oración la hija pobre de nuestros encuentros.
- c) La administración de los sacramentos llena de sentido nuestra vida al servicio de la comunidad y de cada persona en el real encuentro que se establece con el Señor. Pero constantemente suplicamos que el sacerdote sea consciente de que es el primer recipiendario de la gracia de Dios que invade nuestra vida por medio de los sacramentos. No basta con aconsejar y animar a los demás, hace falta nuestra provechosa, auténtica y personal participación. La Eucaristía diaria y la Confesión habitual nos alimentan y fortalecen para nuestra configuración con Cristo y para una dedicación más plena a nuestros hermanos.
- d) La obligación libremente aceptada de vivir cada año los ejercicios espirituales. Nuestra actividad pastoral ha de ser fruto de una espiritualidad cuidada con esmero y central en nuestra organización diaria.
- e) La urgencia de no caer en nuestro ministerio en un activismo ausente de la presencia de Dios. La acción pastoral debe ser oración real. No convirtamos nunca nuestro ministerio en una profesión. El ministerio sacerdotal es una vocación. Es una llamada de Dios que, escuchada, se convierte en un compromiso libremente asumido por todos y cada uno de nosotros.
Los obispos reconocemos nuestra responsabilidad en ser, ante vosotros, testimonios vivos de espiritualidad y celo sacerdotal.
El corazón del hombre no está hecho para ir vagando de un sitio a otro. Israel no hubiera resistido cuarenta años en el desierto sin reconducir constantemente su vida ante la presencia de Dios. El corazón del hombre soporta el desierto si tiene una meta. Quienes hemos recibido la ordenación episcopal y presbiteral debemos ser conscientes recitando el salmo 16: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. Yo digo al Señor: ‘Tú eres mi Dios’. No hay bien para mí fuera de ti”.
La oración de Moisés acompañó a los israelitas en el desierto. La oración acompañó a Jesús durante las tentaciones que vivió y padeció. La oración nos acompaña durante el éxodo que vivimos para bien servir a Dios y a todos los hombres y mujeres.
Solamente podemos ser pastores del Pueblo de Dios si somos fieles a nuestra oración diaria. La vida de Cristo fue una vida de oración constante. Rezaba durante el alba (Mc 1,35), al atardecer (Mt 14,23-25), rezaba cuando la noche se hacía presente (Lc 6,12). Rezó durante su pasión (Jn 12, 27-28), celebrado su última cena (Jn 17, 1-26), en el huerto de los olivos (Lc 22,44), en la cruz (Lc 23, 34), expirando (Lc 23,46).
Con nuestra oración, tanto en el silencio individual como en el rezo de la Liturgia de las Horas, “Christus orat in nobis”. Sin ser conscientes que nuestra oración es oración de toda la Iglesia, no comprenderemos la gravedad de nuestra obligación.
5.2. Colegialidad
El Concilio Vaticano II nos dice a obispos y sacerdotes: “La fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia. Así, pues, la caridad pastoral pide que, para no correr en vano, trabajen siempre los presbíteros en vínculos de comunión con los obispos y con los otros hermanos en el sacerdocio. Obrando de esta manera, los presbíteros hallarán la unidad de su propia vida en la unidad misma de la misión de la Iglesia, y así se unirán con su Señor, y, por Él, con el Padre, en el Espíritu Santo, para que puedan llenarse de consolación y sobreabundar de gozo” (P.O. n. 14).
La unidad entre obispos y presbíteros no sólo es fundamental para que nuestro ministerio sea creíble, sino que también es fundamental para lograr nuestra paz interior. El Concilio nos invita evaluar muy sinceramente nuestra capacidad de vivir unidos en nuestras actividades pastorales: diocesanas, arciprestales, parroquiales.
Dios nos llama a vivir en coherencia personal. Debemos ser lo que aparentamos y a la inversa. “Pedro replicó: `Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti’. Jesús le contestó: ‘¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: No cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces” (Jn 13, 37-38).
Dios nos llama a la unidad presbiteral: “Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir” (1Cor 1,10).
Dios nos llama a la unidad teologal: “… hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud” (Ef 4, 13).
Oyendo el deseo de muchos de vosotros, también vuestros obispos deseamos:
- a) Vivir todos unidos. Que los fieles nos vean juntos compartiendo labores pastorales y el tiempo de ocio.
- b) Reconocer la importancia del arciprestazgo. Que se reconozca la función práctica del arcipreste (es evidente la teórica) a fin de evitar discusiones innecesarias por defecto o exceso en su tarea hacia el equipo.
- c) Fortalecer nuestra fraternidad. Que el cauce y la práctica de la fraternidad sea la lógica de la vida presbiteral. Debemos incidir en la convivencia entre los sacerdotes del arciprestazgo: encuentros informales, mostrar interés por las cuestiones humanas de nuestros compañeros; potenciar el clima de familia en la que se incluye a los padres, hermanos; planificar juntos los descansos, viajes o vacaciones. Que vivamos el arciprestazgo como escuela, fraternidad y taller. Como centro donde se cultiva la formación y la amistad pastoral (ayudas, sustituciones…).
- d) Apoyar y participar en todas aquellas actividades que fomenten la formación permanente del clero. Aceptamos que la práctica ministerial permite profundizar en aquellos aspectos que nos ayudan a crecer como personas y como servidores de la comunidad pero conviene mostrar interés por las iniciativas de formación que anualmente presenta la diócesis (teológicas, espirituales, culturales y pastorales) o que pueden aparecer por el impulso de otros sacerdotes.
- e) Insistir en la formación comunitaria de los seminaristas. Se debe potenciar en el Seminario la formación en el trabajo en común, tal vez en la línea de los equipos de pastoral. Cabría aquí agradecer la atención prestada por muchos sacerdotes a sus seminaristas y también recordar e insistir en la promoción y acompañamiento de los interesados en recorrer el camino vocacional. No es ésta una responsabilidad exclusiva de los formadores de los seminarios, nos corresponde a todos. Somos conscientes de las dificultades actuales con la consiguiente disminución de vocaciones; por ello debemos redoblar nuestro esfuerzo para presentar de forma explícita la grandeza y la belleza del sacerdocio. Nuestra adecuada y coherente forma de vivir producirá una atracción en los adolescentes y jóvenes que buscan ofrecerse en servicio a la comunidad.
- f) Atender a todos. Actuar de una manera especial a favor de los desmotivados, de los mayores y enfermos, acoger con buena disposición a los que se incorporan. Y esto es una tarea de todos.
- g) Ser incansables en nuestro ministerio. Las discusiones o posturas encontradas en el seno de los equipos sacerdotales no han de ser motivo de paralizar o dejar de realizar la actividad pastoral.
- h) Centrarnos en Jesucristo. La clave de nuestro ser y actuar radica en tomar conciencia de la centralidad de Jesucristo en nuestra vida sacerdotal.
- i) Acogernos mutuamente. Valoremos positivamente la atención creciente hacia los sacerdotes por parte de los obispos, y hacia los obispos por parte de los sacerdotes. Reforcemos las delegaciones del clero.
- j) Recuperar la oferta de presentar sacerdotes de referencia, especialmente para los más jóvenes, para el acompañamiento y dirección espiritual, para la confesión y para la consulta pastoral.
Tengamos presente la palabra del papa Francisco cuando, consciente de la realidad que se vive a veces entre los presbíteros, nos dice en su Carta Apostólica Evangelii Gaudium:
- Necesitamos crear lugares donde regenerar la propia fe, compartir nuestras preguntas, discernir con criterios evangélicos la propia existencia y experiencia
(n. 77).
- Lamentamos comprobar cómo incluso entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones… ¿Quiénes serán evangelizados con estos comportamientos? (n. 100).
- No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno (n. 101).
5.3. Cercanía del Pastor
Los Padres conciliares del Vaticano II dieron inicio a la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, con estas palabras: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón… La Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (n.1).
Y, en el Decreto “Sobre el Ministerio y Vida de los Presbíteros”, los Padres conciliares dejaron escrito: “Los presbíteros del Nuevo Testamento, por su vocación y ordenación, son en realidad segregados, en cierto modo, en el seno del Pueblo de Dios; pero no para estar separados ni del pueblo mismo ni de hombre alguno, sino para consagrarse totalmente a la obra para que el Señor los llama. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena, ni podrían tampoco servir a los hombres si permanecieran ajenos a la vida y condiciones de los mismos” (n.3). “El deber de Pastor no se limita” (n.6).
Son dignas de consideración para todos nosotros, obispos y sacerdotes, las palabras de san Policarpo, Obispo de Esmirna, (s. II): “Los presbíteros deben ser compasivos, dados a la misericordia a favor de todos, corrigiendo a los errados, visitando todos los enfermos, sin descuidar la viuda, el huérfano o el pobre; deben ser solícitos en hacer el bien ante Dios y los hombres, absteniéndose de toda clase de ira, acepción de personas, juicio injusto, libres de avaricia, no dados fácilmente a las acusaciones contra alguien, no demasiado severos en el juicio, conscientes que todos somos deudores del pecado”.
Obispos y presbíteros somos pastores del Pueblo de Dios. Participando de la misma inquietud conciliar y de la constante tradición de la Iglesia, reconocemos:
- a) Nuestro deber en atender personalmente a los fieles. Existe hoy carencia del pastor en la atención personal a los fieles. Sin menoscabar otras iniciativas pastorales para el grupo o la comunidad, sería conveniente una planificación y una dedicación a personas concretas, colaboradores cercanos o solicitantes puntuales de servicios o consultas. Un lugar fundamental es el confesionario. Debemos encontrar tiempo para estar a la espera y propiciar el encuentro personal y para el regalo del perdón. Hay que recuperar la dirección espiritual, las conversaciones, las consultas,… debilitadas por las múltiples tareas a las que obliga la parroquia. Para conseguirlo, necesitamos coordinar funciones y delegar responsabilidades.
- b) La conciencia de la importancia que existe hoy en la cercanía afectiva del pastor a favor de todos. No son pocas las personas que esperan mucho de nuestras palabras, de nuestros alientos y de nuestras respuestas a los problemas y dificultades que encuentran en sus vidas. La actividad pastoral hacia lo general no debe desbordar ni agotar nuestra presencia como pastores.
- c) La necesidad de no caer en el pesimismo por la pérdida de fieles o por su progresivo envejecimiento. Tampoco debemos perder el ánimo dedicando, como pastores, todo nuestro potencial humano al servicio de los que llegan de nuevo o permanecen.
- d) La atención que merece todo el Pueblo de Dios, cercanos y alejados, con amabilidad y corrección. Nuestra actitud ha de ser de disponibilidad y serenidad. Desechemos el peligro del aislamiento en el despacho olvidando las necesidades de la feligresía y evitemos el nerviosismo por la aparente o real carga de trabajo. Debemos afrontar sin miedo el encuentro con los más alejados, sector actualmente mayoritario, y reto para la evangelización. Valentía, entusiasmo y humildad en el trato.
- e) El calor de la cercanía vivida al lado de un sacerdote, ilusionado y alegre en su ministerio, que sabe acoger y acompañar la respuesta a la llamada del Señor.
- f) El servicio que debemos vivir, Obispos y Vicarios, en el fortalecimiento de la autoestima del sacerdote. Nuestra cercanía y disponibilidad ha de ser total. A la intemperie social en la que están situados muchos sacerdotes no puede añadirse nuestro olvido o indiferencia.
- g) La incesante búsqueda de fraternidad que incansablemente debemos llevar a término entre nosotros.
A modo de conclusión
A nuestra confianza por la responsabilidad asumida en la vida y en el ministerio de todos los presbíteros se une nuestro agradecimiento por su constante búsqueda de la santidad y por el interés mostrado en todos ellos en dar buenos pastos al rebaño de Jesucristo. Esperamos que estas reflexiones de vuestros obispos que han recogido orientaciones de los teólogos y aportaciones de muchos compañeros, que como arciprestes, prestan el servicio de unidad en el interior de los equipos sacerdotales, sirvan para edificar nuestras comunidades diocesanas, para hacer visible la coordinación de nuestra Provincia y para ayudar a vivir con más coherencia nuestro ministerio.
Todo lo ponemos en manos de la Virgen María, madre de los sacerdotes, para que su cariño y acompañamiento nos sostengan y nos identifiquen más con su Hijo, el Buen y Único Pastor.
Valencia, 7 de marzo de 2015