Tres argumentos en torno a la reciente ley de eutanasia
Por D. Jaime Vilarroig Martín
Parece que la ley de eutanasia va adelante. No se trata de que muchos la pidan, pero es cierto que la opinión pública es favorable. Otra cuestión distinta es si la opinión pública sabe lo que dice cuando opina lo que opina.
Intentemos encuadrar el problema. ¿De qué se trata en el fondo? De si alguien tiene derecho a quitarse la vida en determinadas circunstancias. Algo parecido pasa con el problema del aborto: ¿de qué se trata en el fondo? De si alguien tiene derecho a quitar la vida a alguien en determinadas circunstancias. Así el problema de la eutanasia, y la ley que pretende ampararla, en el fondo es el problema del suicidio, y la ley que pretende ampararlo.
Para la Ley de eutanasia parece que es lícito quitarse la vida o pedir que te la quiten, en determinadas circunstancias. En primer lugar porque mi vida es mía y con ella hago lo que quiero, de ahí que en el texto del proyecto de ley se hable del “reconocimiento de la autonomía de las personas” o de la “absoluta libertad de las personas”. Véase un fundamento filosófico de todo esto en Thomas Szaz y su Libertad fatal. Para nuestra sociedad la libertad es algo absoluto.
En segundo lugar es lícito quitarse la vida porque el sufrimiento es incompatible con la dignidad de las personas. Por ello en el texto del proyecto de ley se dice que uno puede pedir la eutanasia cuando se encuentre en “condiciones que considere incompatibles con su dignidad personal” o en “una situación que a su juicio vulnera su dignidad”. Para nuestra sociedad el sufrimiento es algo perfectamente inútil.
En tercer lugar parece que es lícito quitarse la vida en determinadas circunstancias porque uno no puede cometer un crimen contra sí mismo, como observaba Aristóteles en la Ética a Nicómaco. Por ello dice el texto de la propuesta de ley que “no existe un deber constitucional de imponer o tutelar la vida a toda costa y en contra de la voluntad del titular del derecho a la vida”. Para nuestra sociedad con la eutanasia no se hace daño a nadie.
Pero frente a estos argumentos habituales se levanta una forma distinta de vivir la vida, que opina que ni la libertad es absoluta, ni el sufrimiento es absurdo, y por supuesto que mi muerte procurada puede hacer mucho daño.
Mi vida no es mía en el sentido en que mi teléfono o mi ropa son míos. Esto son cosas que yo poseo, pero mi vida no es una “cosa” que yo posea como poseo las demás; el titular de una posesión no se puede confundir con las cosas poseídas, como afirma S. Critchely en sus Apuntes sobre el suicidio. Además la libertad que no respeta unos límites se confunde demasiado pronto con el libertinaje.
El sufrimiento puede ser valioso (que no es lo mismo que bueno), como enseñó V. Frankl en El hombre en busca de sentido. Pero además de esto, dejar que alguien se mate porque juzga que su vida ya no es digna equivale a dejar que alguien se venda como esclavo porque opina que es indigno de vivir como libre. En una sociedad auténticamente democrática, decía Zambrano, debería estar prohibido venderse como esclavo: los demás se lo impedirían; en una sociedad auténticamente humana debería estar prohibido que nadie se mate porque cree que su vida ya no es digna: los demás deberían impedirlo.
¿Es cierto que no se hace daño a nadie con la eutanasia? La tradición filosófica juzga la inmoralidad del suicidio porque con él se hace uno daño a sí mismo, a los demás y a Dios. El daño que se hace uno a sí mismo es evidente, mientras no se caiga en la falacia de la falsa dicotomía entre eutanasia o sufrimientos horribles; esto no es así desde la existencia de cuidados paliativos. El daño que se hace a los demás es bastante evidente: no sólo porque a nadie le gusta oír que su padre, su abuelo o su hermano se quieren morir, sino porque abriendo esta posibilidad los ancianos se verán sutilmente presionados hacia este bárbaro desenlace; así que es una cuestión de justicia social. Se le hace daño a Dios, en fin, quien nos ha dado la vida como un regalo; a nadie le gusta ver cómo el receptor del regalo destroza el regalo que le acabas de dar.
Hasta aquí nada que ver con el cristianismo (ni siquiera el argumento de que la vida depende de Dios es un argumento propiamente cristiano porque se remonta a Sócrates en vísperas de su muerte). Pero al fin y al cabo las posiciones intelectuales que asumimos dependen de opciones últimas; y la fe en Cristo resucitado es una de ellas. P. L. Landsberg decía que la reflexión pagana sobre la muerte llegó a su culmen cuando el estoicismo encontró aceptable el suicidio: cuando no puedas más, quítate de en medio; pero este culmen se vio superado cuando todo un Dios vino a darnos ejemplo de cómo morir: cuando ya no puedas más, ofrece tu vida y entrégala al Señor.
Parece que la implantación de la eutanasia será inevitable, como ha sucedido con leyes análogas contrarias a la vida o la familia. ¿Qué podemos hacer? Hay algo que siempre está al alcance de cualquiera: dar testimonio de la verdad. Da la sensación que al igual que cada vez más las familias cristianas son las únicas que no abortan y acogen en su seno la vida humana, venga en las condiciones que venga, serán nuevamente cristianos asediados por sufrimientos horribles quienes dirán aquello de “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”; con la inmensa confianza de que la muerte no es final, y que la vida está para entregarla, no para suprimirla.
D. Jaime Vilarroig Martín
Doctor en filosofía, profesor de la universidad CEU Cardenal Herrera y del CSET Mater Dei, de Castellón. Esposo y padre de tres soles. Preocupado como si todo dependiera de mí; confiado porque en el fondo todo depende de Dios.
Gracias don Jaime por romper una lanza bien fundamentada contra la eutanasia. Un fuerte abrazo