40º Aniversario de la Asociación ‘Salus Infirmorum’
11 DE FEBRERO DE 2003
En la mañana de este sábado, día dedicado a María, Salud de los Enfermos, el Señor nos convoca en torno a la Mesa de su Palabra y de la Eucaristía para la acción de gracias y para la oración.
Con alegría celebramos hoy el 40º Aniversario de la presencia de vuestra Asociación ‘Salus Infirmorum” en nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón. Nuestra Iglesia diocesana se une a vosotras en este día tan significativo para vuestra Asociación: con vosotras alabamos y damos gracias a Dios, fuente y origen de todo bien, por todos los dones recibidos en estos cuarenta años por vuestra Asociación y, a través de vosotras, por nuestra Iglesia, y, de modo especial, por los enfermos, los ancianos, los niños y sus familias. La historia reciente y el presente de nuestra Iglesia son impensables sin vuestra Asociación y sin vuestra dedicación permanente a la pastoral de la salud, a la formación integral de las enfermeras y cuerpo sanitario en cursos a auxiliares de clínica, primero, y en la escuela de auxiliares de enfermería, después. No podemos tampoco olvidar la encomiable tarea del departamento de servicios para el cuidado de enfermos, ancianos y niños, de los cuidadores de jardines de infancia y de los técnicos de laboratorio.
Siguiendo la estela y el carisma de vuestra hermana mayor y fundadora, María de Madariaga, y siempre en estrecha comunión con nuestra Iglesia y sus pastores habéis sido y sois testigos vivos del amor de Dios y de su cercanía a los enfermos. Con vuestro servicio atento y lleno de afecto a los enfermos y a sus familias, en vosotras toman cuerpo las palabras del Señor: “Estuve enfermo y me visitasteis”. Estas palabras de Jesús son expresión del carisma, recibido y vivido por vuestra Fundadora; estas palabras de Jesús condensan su herencia espiritual para vuestra Asociación, que habéis hecho lema y vida a lo largo de estos años, viendo y amando en la persona del enfermo al mismo Cristo. Sí; los enfermos están ahí para colmarlos del amor de Cristo, manifestación del amor de Dios. A través de vuestra Asociación y de las colaboradoras, nuestra Iglesia diocesana sale al encuentro de Cristo, le encuentra y ama en los hombres y mujeres sufrientes. Con vuestra asistencia personal a cada enfermo en sus domicilios, en clínicas y en hospitales, sin distinción de raza, condición, enfermedad o religión ‘se ha probado en vosotras el testimonio de Cristo’. Gracias porque habéis sabido mostrar a este mundo que sufre, que el único importante en esta vida es Él, y que por Él y por amor a Él hay que tener, como el Buen Samaritano del Evangelio, entrañas de misericordia para con el que sufre y para con el enfermo, que hay que padecer con el enfermo –que esto es lo que significa compasión. Vuestra atención y servicio a los enfermos se basa en el amor –amor recibido y amor compartido-, siguiendo las huellas de María, que acogió con amor el amor gratuito de Dios, le correspondió con fe y lo compartió con el necesitado.
Gracias damos a Dios y gracias os damos a vosotras, a vuestra Asociación ‘Salus infirmorum’, a socios, voluntarias y trabajadoras. Con vuestra vida, entregada al servicio del enfermo habéis sido testigos vivos de Jesucristo y de su Buena Nueva, eficazmente presente en su Iglesia. Habéis contribuido así a manifestar y realizar entre nosotros el misterio y la misión de la Iglesia; es decir, que nuestra Iglesia es y sea sacramento del amor de Dios a los hombres en el amor de los cristianos hacia sus hermanos, especialmente hacia los más pobres y necesitados. La nueva Evangelización a que nos llama la Iglesia necesita antes de nada testigos vivos del Evangelio, de la Buena Nueva del Amor de Dios a los hombres. Vosotras nos habéis mostrado que el Evangelio vivido por amor es el mejor camino para llevar a Cristo a los hombres, para que los hombres se abran al amor de Dios manifestado en Cristo y para que los hombres dejen que Jesús penetre profundamente en su corazón, transforme su existencia y les salve.
A nuestra acción de gracias, deseo unir nuestra oración por vosotras, por vuestra Asociación. Pido al Señor que os mantenga fieles a vuestro carisma fundacional; a saber: “llevar a Cristo a los enfermos y a los sanos, a vuestro trabajo, entorno y ambiente… en una palabra evangelizar”. Es esta una inspiración del Espíritu Santo, un don a la Iglesia, a través de vuestra hermana fundadora. A esta raíz habréis de recurrir constantemente para reconocer el don de Dios y recibir el agua viva para vuestra misión. Cristo sigue manifestándose también hoy en muchos rostros que nos hablan de indigencia, de soledad y de dolor. Es necesario, pues, mantener un gran espíritu de escucha de la Palabra ‘que es siempre viva y eficaz’, para manteneros firmes en la fe en el Señor y alegres en vuestra misión, para descubrir a Cristo que vive y sufre en los pobres. Pues como nos dice la carta a los Hebreos “no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, ya que ha sido probado en todo como nosotros, menos en el pecado” (4,5)
Recordando vuestro origen y vuestro pasado, es bueno que contempléis el presente y toméis el pulso a la vida y misión de vuestra Asociación. Nuestra Iglesia os necesita, porque los enfermos os necesitan, porque el Señor cuenta con vosotras. Mirad el futuro con esperanza y preguntaros cómo llevar a cabo la tarea en esta hora de nuestra Iglesia y de nuestra sociedad, permaneciendo fieles a Cristo y a su Evangelio. El Señor se dirige hoy a cada una de vosotras y os dice, como a Leví en el Evangelio de hoy: “Sígueme” (Mc 2, 13-17, 14). Sígueme –os dice- en la tarea de anunciar la Buena Noticia del Evangelio a los enfermos, a los que sufren, en los domicilios y en los hospitales. Y la Buena Noticia no es otra sino Cristo, el Salvador de la humanidad, el Dios con nosotros, que vive y sufre con el enfermo y en el enfermo.
“No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mc 2, 17). Así lo hemos escuchado en el Evangelio. Jesús es el Salvador, que ha venido para sanar y curar, para perdonar y salvar. El es el médico que se acerca al enfermo, el sumo sacerdote misericordioso que se compadece y libera al pecador. La salvación de Dios es una salvación integral: abarca al hombre entero, en cuerpo, alma y espíritu; y no sólo mientras peregrina aquí en la tierra, sino también cuando se convierte en ciudadano del cielo. En este mundo, el hombre no puede alcanzar la salvación total y perfecta; su vida está sujeta al dolor, a la enfermedad, a la muerte. La salvación de Dios es Jesucristo en persona, a quien el Padre envió al mundo como Salvador del hombre y médico de los cuerpos y de las almas. Durante los días de su vida terrena, movido por su misericordia, curó a muchos enfermos, librándolos también con frecuencia de las heridas del pecado (cf. Mt 9, 2-8; Jn 5, 1-14).
Vuestra asociación esta llamada a ser presencia de la Salvación de Dios en Cristo en el mundo de la enfermedad. Dios, amor misericordioso, el amor más grande, sale en Cristo al encuentro de los hombres, sanos y enfermos, justos y pecadores. Vosotras habéis de ser, en cualquier momento y situación, signo de la presencia viva y amorosa de Dios en Cristo, mediadoras de su Evangelio y de su obra redentora por la fuerza del Espíritu. Cristo Jesús es el centro, la base y la meta de la vida y la misión de vuestra asociación. La piedra angular de ‘Salus infirmorum’, como la de toda la Iglesia, es Cristo Jesús: es su rostro el que habéis de mostrar, su Evangelio el que habéis de anunciar, y la nueva Vida, que nos viene por Él, la que habéis de anunciar y trasmitir a los demás.
Miremos a María: ella nos protege y guía; ella es la Madre solícita que socorre con amor a sus hijos cuando se hallan en dificultad. María es ‘salud de los enfermos’, que dirige nuestra mirada hacia su Hijo, y como a los novios, nos dice: “Haced lo que os diga”.
Este Aniversario nos invita de nuevo a dirigir nuestra mirada hacia María. Encomendándonos a ella y siguiendo su estela y su indicación ponemos nuestros ojos en Cristo, escuchamos su palabra y nos sentimos impulsados hacia un renovado testimonio de caridad, para hacernos iconos vivientes de Cristo, Buen Samaritano, en tantas situaciones de sufrimiento físico y moral del mundo de hoy.
El servicio a los enfermos y a los que sufren ha sido siempre una parte integrante de la misión de la Iglesia; ha de ocupar, por tanto, un lugar prioritario en la vida y misión de nuestra Iglesia diocesana. Como Iglesia del Señor estamos llamados a encarnar el modelo de salud ofrecido por Cristo a los hombres y mujeres de su tiempo. Esto pide de nosotros sentirnos salvados y sanados en nuestro interior, experimentar el gozo de la salvación y comprobar que la fe, la esperanza y el amor son saludables; y, finalmente, pide de nosotros acoger y no excluir al enfermo y ser creativos en su servicio
El dolor y la enfermedad forman parte del misterio del hombre en la tierra. Es justo luchar contra la enfermedad, porque la salud es un don de Dios. Pero es importante también saber leer el designio de Dios cuando el sufrimiento llama a nuestra puerta. La clave de dicha lectura es la cruz del Señor. El Verbo encarnado acogió nuestra debilidad, asumiéndola sobre sí en el misterio de la cruz. Desde entonces, el sufrimiento tiene una posibilidad de sentido, que lo hace singularmente valioso. Desde hace dos mil años, desde el día de la pasión, la cruz brilla como suprema manifestación del amor que Dios siente por nosotros. Quien sabe acogerla en su vida, experimenta cómo el dolor, iluminado por la fe, se transforma en fuente de esperanza y salvación.
Cuantos trabajáis como cristianos en el mundo de la salud y de la enfermedad estáis llamados a ser testigos de esperanza, sobre todo allí donde la debilidad y la fragilidad humanas contrarían el deseo de vivir. Hay una esperanza que no defrauda: Cristo; hay una salud y una salvación que sólo Dios puede dar. Y vosotros sois testigos y agentes de ellas.
A María, Salud de los enfermos, encomendamos hoy a vuestra Asociación y a todos los que sufren la falta de salud; Bajo su protección maternal ponemos a todos cuantos trabajan en el mundo de la salud. Bajo su manto protector ponemos también el servicio desinteresado de tantas personas -sacerdotes, religiosos y laicos- comprometidos en el campo de la salud, que atienden generosamente a los enfermos, a los que sufren y a los moribundos.
¡Acerquémonos, hermanos, con corazón bien dispuesto a la mesa de la Eucaristía! ¡Acojamos a Cristo, alimento de vida cristiana, fuente de vida y salvación integral, de comunión con Dios y con los hermanos! Él nos fortalece y nos envía a ser testigos de su amor y de la esperanza que no defrauda. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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