Fiesta de María, la Mare de Déu del Lledó
Basílica de Lledó, 5 de mayo de 2013
(Zc 9,9-19; Ap 21,1-5a; Lc 1 26-38)
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Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Saludo
- Como cada primer Domingo de Mayo, el Señor nos reúne en torno a la mesa de su Palabra y de su Eucaristía para honrar a Santa María, la Mare de Déu del Lledó, patrona de nuestra Ciudad de Castellón. Con las palabras de su prima Isabel la cantamos: “Bendita tú, entre las mujeres y el bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1,42). María, la Mare de Déu del Lledó, es “la morada de Dios entre los hombres” (Ap 21,3): ella nos ha dado y nos ofrece a Jesús, el Hijo de Dios. Hoy nos acogemos de nuevo a su especial protección de Madre: a ella le rezamos, a sus pies ponemos nuestras alegrías y nuestras penas, y en ella encontramos consuelo maternal. Bien sabemos que ella nos mira y nos acoge con verdadero amor de Madre; cada uno de nosotros, nuestras familias, la Ciudad entera, estamos en su corazón; ella cuida de nuestras personas y de nuestras vidas; ella camina con nosotros en nuestras alegrías y esperanzas, en nuestros sufrimientos y dificultades. Mirándola hoy podremos también hallar la fuerza necesaria para acoger a Dios en nuestras vidas y caminar firmes en la fe, alegres en la esperanza y fuertes en la caridad.
Os saludo de corazón a cuantos habéis secundado la llamada de la Madre: a los sacerdotes concelebrantes, en especial, al Sr. Prior de esta singular Basílica; al Ilmo. Sr. Prior de la Real Cofradía de la Mare de Dèu del Lledó, Al Ilmo. Vicario General y al Ilmo. Cabildo Concatedral; al Sr. Presidente, Directiva y Cofrades de la Real Cofradía así como a la Sra. Presidenta y Camareras de la Virgen. Saludo también con todo afecto a las autoridades ciciles, en especial, al Molt honorable President del Consell y miembros del Consell, al Ilmo. Sr. Alcalde y Miembros de la Corporación Municipal de Castellón en el día de su Patrona. Mi saludo cordial también a cuantos, recordando nuestra condición de peregrinos en la vida, habéis venido hasta Lidón para participar en esta solemne celebración eucarística, y a cuantos a través de la TV estáis unidos a nosotros para seguir esta celebración, en la que por la fuerza de su Espíritu Santo actualizamos el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor.
María es la Madre de Dios
- Vuestra presencia numerosa es un signo bien elocuente de la profunda devoción de la Ciudad de Castellón a la Mare de Déu, como lo han sido las celebraciones en estos días previos: especialmente el triduo en la Basílica, la celebración ayer en la Concatedral conmemorativa de su Coronación o lo hermosa serenata de ayer noche; una devoción ya secular y llena de amor a la Mare de Dèu del Lledó.
Sí: María es ante todo la Mare de Dèu. María nos da a Dios, ella dirige nuestra mirada hacia su Hijo, el Hijo de Dios. Su deseo más ferviente es que nuestra devoción hacia su persona sea el camino para nuestro encuentro personal con Cristo Jesús y con su Palabra para que se avive y fortalezca nuestra fe, para que se renueve nuestra vida cristiana. Nuestra veneración a la Mare de Dèu debe estar siempre orientada a Dios en su Hijo, Cristo Jesús. Porque el Señor Resucitado es el centro y fundamento de nuestra fe. El es el Salvador, el único Mediador entre Dios y los hombres: el Camino para ir a Dios y a los hermanos, la Verdad que nos muestra el misterio de Dios y el misterio del hombre, y la Vida en plenitud que Dios nos regala con su pasión, muerte y resurrección. María es siempre camino que conduce a Jesús, fruto bendito de su vientre. María, la Madre de Dios y Madre nuestra, no deja de decirnos: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).
Contemplar la fe de María
- En el presente Año de la Fe, contemplemos a María la fe de María. Ella es el principal ejemplo de fe. Su vida entera es un itinerario de fe. La Virgen escucha el saludo del Ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo»; en su turbación, María medita qué podría significar aquel saludo. La voz del ángel suena de nuevo para darle firmeza y sostenerla en la escucha, pero sus palabras son más desconcertantes aún: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande, se llamará Hijo el Altísimo». Ante estas palabras, la Virgen de Nazaret no duda, pero indaga: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». Al final y, sobre todo, la Virgen se fía de Dios: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (cf. Lc 1,26-38). Con este acto de fe, de confianza y de disponibilidad, María se convierte en ‘Madre del Señor’; así se consuma el mayor y más decisivo acto de fe en la historia del mundo. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «La Virgen María es la realización más perfecta de la fe» (n. 144).
¿Por qué? Porque la Virgen se sabe amada por Dios, porque está abierta siempre al designio de Dios, y porque pone completamente su confianza en Dios, se fía plenamente de Dios y de su palabra; ella cree que será la Madre del Salvador sin perder la virginidad; ella, la mujer humilde que se sabe deudora de Dios de todo su ser, cree que será verdadera Madre de Dios, que el fruto de su seno será realmente el Hijo del Altísimo. Desde el primer instante se adhiere con todo su corazón al plan de Dios sobre ella, un plan que trastoca el orden natural de las cosas: una virgen madre, una criatura madre del Creador. María cree cuando el ángel le habla, y sigue creyendo cuando el ángel la deja sola, y se ve rodeada de las humildes circunstancias de una mujer cualquiera que está para ser madre. La fe de María no fue fácil, pero supo confiar en Dios y confiarse siempre a Dios. La verdadera fe no es nunca un privilegio o un honor, sino que siempre significa salir de sí mismo para dejarse encontrar por Dios, para dejarse amar por Dios. Así fue la fe de María. «Dichosa tú porque has creido».
Toda la vida de María fue una peregrinación en la fe. Ni el designio de Dios ni la divinidad de su Hijo le fueron totalmente manifiestos; ella se fió de Dios y vivió apoyándose en la Palabra de Dios. El plan divino se le ocultó a veces bajo un velo oscuro y desconcertante: recordemos la extrema pobreza en que nace Jesús, la necesidad de huir al destierro para salvarle de Herodes, las fatigas para proporcionarle lo estrictamente necesario o su sufrimiento al pie de la Cruz. María, aunque no entendía muchas cosas, no dudó que aquel hijo débil e indefenso, era el Hijo de Dios. La Virgen creyó y se fió siempre, aun cuando no entendiera el misterio. La Virgen, como dijera Benedicto XVI vive toda su existencia en Dios, está como impregnada por la Palabra de Dios; todo su pensamiento, toda su voluntad y todas sus acciones están impregnados y formados por Dios y su Palabra. Al habitar ella misma en Dios, puede convertirse también en la ‘Morada’ de Dios entre los hombres. Sin María no hubo alumbramiento del Hijo de Dios en Belén ni nacerá hoy en el corazón de los hombres por la predicación del Evangelio. Caminemos pues tras las huellas de María.
La fe de María, modelo de fe para los cristianos
- Nuestra devoción a la Mare de Déu será auténtica, si realmente nos lleva al encuentro con Cristo, si en María descubrimos de verdad a la Madre de Dios, a la primera discípula, al modelo perfecto de imitación y de seguimiento de Jesús. Si honramos a María con amor sincero acogeremos de sus manos al Hijo de Dios para, como ella, encontrarnos con El, conocerle, amarle e imitarle, y así seguirle con una adhesión personal en estrecha unión con los Pastores. María nos anima y exhorta a creer y perseverar en la fe en su Hijo. A Cristo por María, debería ser el lema de nuestra devoción a la Mare de Déu del Lledó.
La fe no es el resultado de nuestros esfuerzos o razonamientos. La fe es un don gratuito de Dios. Dios busca y sale al encuentro de todo ser humano, porque nos ama y nos llama a participar de su amor en plenitud. Pero para que esta llamada de Dios se haga realidad es preciso que cada uno se deje, como María, amar por Dios, que abra su corazón a Dios, que se adhiera confiadamente y de todo corazón a Dios, que crea a Dios y en Dios. La fe no consiste sólo en creer algo, sino ante todo creer a Alguien. Para adherirnos a un credo, es preciso confiar radicalmente en Dios. Y porque confiamos en Él, acogemos, a la vez y en el mismo acto, lo que Él nos revela. Lo decisivo es siempre la adhesión confiada al Dios vivo en su Hijo, Jesucristo. Nos lo ha recordado Benedicto XVI: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1).
La fe cristiana, antes ser una explicación de Dios y del mundo, una moral o un fenómeno cultural, consiste en aceptar y vivir nuestra religación a Dios en Cristo. En su última esencia, creer es aceptar vivir desde Dios que nos da el ser por amor y nos llama a su amor en plenitud. La experiencia básica de María y la todo creyente es: yo no soy todo; no soy la medida de todas las cosas; no soy el dueño de mi ser ni su origen; yo no puedo alcanzar con mis propias fuerzas mi deseo innato de infinitud, de felicidad, de inmortalidad, de libertad y de vida; confío en Dios y acepto ser desde Dios que me hace ser; reconozco mi finitud y limitaciones; mi origen y mi destino están en ese Dios que me da el ser; Él es mi salvación y el fundamento sobre el que descansa todo.
La fe es siempre una experiencia personal. La fe tiene lugar en el seno de la comunidad de los creyentes, en el seno de la Iglesia y en comunión de fe con la fe de la Iglesia; pero la decisión personal no puede ser reemplazada por nada ni por nadie. La fe sucede en lo más íntimo de nuestra persona, en lo más íntimo de nuestro corazón, y compromete a la persona en su totalidad; es el acto personal más intenso. La fe proyecta todo el ser de la persona hacia Dios. No se cree sólo con el sentimiento, con la voluntad, con la razón o la intuición. La fe consiste en la entrega incondicional y confiada de toda la persona a Dios. Por eso, la Biblia dice que la fe tiene que ver con el “corazón”: “Buscarás al Señor, tu Dios, y lo encontrarás si lo buscas de todo corazón” (Dt 4,29).
¡Qué bien lo han experimentado nuestros antepasados en la fe generación tras generación desde aquel 1366, año de la feliz ‘troballa’ de la imagen de Ntra. Sra. la Mare de Dèu del Lledó”! Ellos han sabido contar con su presencia maternal en sus vidas. Ellos sabían bien que en María, como figura de la nueva Jerusalén, Dios hace nuevas todas las cosas porque en ella comienzan a existir los cielos nuevos y la nueva tierra de los que brota el Salvador. Al darnos a Cristo nos ha dado la luz para todas nuestras pruebas y la fuerza para creer y perseverar en la fe, aún cargando con la cruz, en la esperanza de la gloria. La Mare de Dèu del Lledó, nuestra Madre y Patrona, no deja de velar por nosotros y de acompañarnos con el consuelo del triunfo de Cristo.
Ante la crisis espiritual, avivar la fe y la esperanza
5. Esta mañana os invito a poner conmigo el presente y el futuro de nuestra Ciudad de Castellón en las manos de la Mare de Dèu del Lledó y en su amor de madre. Vivimos momentos de una profunda crisis en todos los sentidos, pero sobre todo una crisis humana y espiritual; es una crisis que afecta a las personas y a toda la sociedad, a los matrimonios, las familias y a las nuevas generaciones, sobre todo a los más jóvenes e indefensos. Se trata de una crisis del espíritu, que amenaza con dejar al hombre sin esperanza, porque se ha pretendido desalojar a Dios de las personas y la sociedad.
En estas circunstancias acudimos a María y le pedimos que nuestra Iglesia y los cristianos creamos de verdad como María: sólo así seremos testigos y artífices vivos y auténticos de “la morada de Dios con los hombres” (Ap 21,3). Esa morada será la Iglesia si, a ejemplo e imitación de María, se abre a la Palabra de Dios, acoge el evangelio del Amor y de la Esperanza, y da testimonio de que Dios-Amor vive en medio de su pueblo. Nuestra Ciudad de Castellón necesita creyentes auténticos y creíbles, en cuya vida resplandezca la belleza del Evangelio. Esta belleza se revela en el valor insustituible de la Ley de Dios, la Ley Nueva de la gracia, que, acogida con humilde docilidad, abre las puertas de las personas y de la sociedad a Cristo, la verdad y la vida, va edificando ya aquí los valores que tanto añoramos: la unidad y la paz, la justicia y la fraternidad. Una sociedad que da la espalda a Dios, a su amor y a su ley termina por deshumanizar al hombre; termina por volverse contra el mismo hombre, contra su inviolable dignidad y sus derechos más sagrados.
De manos de María, la Mare de Dèu del Lledó, los cristianos estamos llamados a ser creyentes auténticos de Dios y testigos del misterio: del misterio de Dios y del misterio del hombre. Nuestra Iglesia en Castellón, a imagen de María, necesita dejarse vivificar por el Señor resucitado y ser la “morada de Dios entre los hombres”. Contemplando a María, la Mare de Déu del Lledó, nuestras comunidades cristianas están llamadas a ser el lugar donde todos puedan encontrar y experimentar la cercanía de Jesucristo, la manifestación suprema de Dios-Amor; es la cercanía del Emmanuel, del Dios con nosotros, de Aquél que, como dice el libro del Apocalipsis, “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Sólo el Señor resucitado es capaz de vivificarnos plenamente y hacer de nosotros instrumentos de vida para el mundo y testigos de su amor mediante nuestro amor fraterno y comprometido ante la crisis económica, moral y social.
Como María debemos dejarnos amar y vivificar por Él y ponernos, como siervos humildes, a su servicio especialmente en los momentos difíciles junto a la cruz. Acudamos, pues, a la Mare de Déu del Lledó, para que abra nuestros corazones a Dios, a Cristo y al Evangelio. A Ella nos encomendamos y le rezamos: “Tu poder es la bondad. Tu poder es el servicio. Enséñanos a nosotros, grandes y pequeños, gobernantes y servidores, a vivir así nuestra responsabilidad. Ayúdanos a creer y perseverar en la fe, para vivir alegres en la esperanza y fuertes en el amor. Ayúdanos a ser pacientes y humildes. ¡Protégenos y protege nuestra Ciudad! ¡Muéstranos a Jesús, fruto bendito de su vientre! Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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