Fiesta de San Pascual Baylón
Iglesia Basílica de San Pascual, Villarreal – 17.05.2009
(Hech 10,25-26.34-35.44-48; Sal 97; 1 Jn 4,7-10; Jn 15,9-17)
Queridos hermanos y hermanas en el Señor
Hoy es un día grande en Villarreal, en toda nuestra Diócesis y en tantos otros lugares donde se rinde culto a San Pascual Hoy le honramos y damos gracias a Dios una vez más por ser nuestro Santo Patrono, que desde su sencillez, desde su humildad y desde su amor, ha difundido por el mundo entero la devoción al Santísimo Sacramento del Altar.
En todo el orbe católico es conocido este santo humilde y sencillo por su amor a Cristo en la Eucaristía. Y al conocer a San Pascual es conocida la ciudad de Villarreal. San Pascual os ha hecho universales. A poco que lea uno de su biografía, siempre aparece Villarreal como lugar donde vivió y murió San Pascual Bailón, y como el lugar donde reposan sus restos. Sentíos por tanto orgullos, habitantes de Villarreal, de tener este patrono tan ilustre, que lleva vuestro nombre por todo el mundo. Y lo lleva con el banderín del amor a Jesucristo, del amor a Jesucristo en la Eucaristía.
San Pascual Bailón no es un elemento puramente cultural o folklórico de nuestra historia. Es una persona que vivió en el siglo XVI, que nació en Torrehermosa y trabajo como pastor en aquellos campos y valles de Aragón. Después buscando una vida de mayor consagración a Dios, se hizo franciscano de la reforma alcantarina, y vivió al final de su vida en Villarreal. Su vida estuvo llena de amor a Dios y de servicio a los hombres, especialmente a los pobres y a los sencillos. Hombres como estos llenan la cultura de un pueblo y de una región. Son los mejores hijos de la Iglesia que tiene muchos a lo largo de su historia.
San Pascual se nos presenta como el hombre sencillo y humilde, que amó a Jesucristo, que amó a la Santísima Virgen con todo su corazón, y que, consagrado a Dios, amó a los pobres de una manera ejemplar hasta el final de su vida. Detengámonos en estas tres virtudes de San Pascual.
En primer lugar, San Pascual es un hombre humilde y sencillo. El mundo valora los títulos, los honores, las carreras, el dinero, el prestigio. San Pascual nos muestra que puede llegar a ser grande –y más grande no puede ser una persona que cuando llega a santo, a la perfección del amor- siendo humilde, naciendo de una familia humilde y en un pueblo sencillo, dedicándose a la tarea humilde de pastor de unos rebaños y después, como hermano lego, a las tareas humildes de la casa. Es la humildad la que brilla en su vida: todo un ejemplo y un mensaje para nosotros.
La humildad no es apocamiento, no es encogimiento, no es acobardamiento. La humildad es vivir en la verdad de uno mismo, que sólo se descubre en Dios. Dirá Santa Teresa: “La humildad es vivir en la verdad; y la verdad es que no somos nada”. Al hombre le cuesta aceptar esta verdad; que es criatura de Dios, que cuanto es y tiene a Dios se lo debe, que sin Dios nada puede. Se endiosa y quiere ser como dios al margen de Dios. Y ahí comienza su drama: comienza a vivir en la mentira, en la apariencia, en competitividad con los demás a ver quien es más o quien aparenta más.
Los santos, como Pascual, sin embargo, nos sitúan en la verdad. En la verdad de nuestra vida, de nuestro origen y de nuestro destino. Sin Dios no somos nada. Lo grande de nuestra vida es que Dios nos ama, que Dios nos ha creado por amor y para el amor, que Dios nos perdona continuamente, que nos ofrece su amistad. El hombre se hace precisamente grande al abrir su corazón de par en par al amor de Dios en su vida. Dios, que es amor como nos ha dicho San Juan (1 Jn 4,6), nos ama y nos llama participar de su amor: éste es el sentido de nuestra existencia. Dios no es un competidor de nuestra libertad, ni de nuestra felicidad. Dios nos ama. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 8).
San Pascual quiso parecerse a Jesucristo que, siendo Dios, se hizo humilde y pobre. Quien se acerca a Jesucristo, una de las virtudes que aprende es la humildad, la sencillez, como lo hizo San Pascual. “Yo te alabo Padre, dice Cristo en el Evangelio, porque has escondido los misterios de Dios a la gente que sabe mucho, que tiene muchos proyectos en su cabeza. Y, sin embargo, has revelado esos misterios a la gente sencilla”. Y uno de ellos es San Pascual a quien hoy celebramos con gozo precisamente por su humildad y su sencillez. Una vida humilde y sencilla es camino para el cielo, es camino hacia la santidad, es camino hacia la felicidad y es camino que agrada a Dios y que aprovecha mucho a los hombres.
Pascual es un santo que se caracteriza por su gran amor a Jesucristo en la Eucaristía. Ya desde niño amaba la Eucaristía porque lo aprendió su casa. Si queridos padres y hermanos todos. La fe se transmite ante todo en la familia, el amor a la Eucaristía se aprende en casa, como san Pascual lo aprendió de sus padres. Ya desde niño se sintió asombrado de este maravilloso sacramento del altar.
¿Qué es lo que celebramos en el Sacramento de la Eucaristía? Celebramos la presencia de Cristo. El Hijo eterno de Dios, enviado por el Padre para que vivamos por medio de Él, en la última cena tomó el pan, lo dio a los apóstoles y les dijo: “Tomad y comed esto es mi cuerpo”; y lo mismo hizo con la copa: “Este es el cáliz de mi sangre para el perdón de los pecados”. Y después les dijo: “Haced esto en memoria mía”. En la Eucaristía, Jesucristo se queda con nosotros, está entre nosotros, como amigo y como alimento, como presencia de Dios que llena toda nuestra vida, como fuente inagotable del amor.
San Pascual se sintió asombrado, lleno de estupor ante este gran misterio de la Eucaristía. A El, que vivió este misterio con tanta hondura y tanta profundidad, le pedimos que nos conceda ese mismo amor a Cristo presente en el altar bajo las especies del pan y del vino, a Cristo adorado en el sagrario o en la exposición del Santísimo Sacramento. En este sacramento, las especies del pan y del vino nos cubren o nos encubren su presencia; pero la fe penetra y descubre: Dios está aquí. Hemos de contemplarlo y adorarlo para dejarnos empapar de su amor.
Así lo vivió San Pascual. Ante la eucaristía se sentía profundamente conmovido. Su corazón se le llenaba de alegría de saber que estaba con Jesucristo, de saber que Jesucristo le amaba, de saber que Jesucristo en este sacramento se hace compañero, se hace caminante con nosotros, se hace alimento de vida eterna, se hace presencia de amigo que nos acompaña en el camino de la vida. A él le pedimos que no nos apartemos de este Sacramento. Jesucristo se ha quedado en la Eucaristía para que le comamos, para unirse con nosotros, para darnos su amor, el amor mismo de Dios.
Si uno es devoto de verdad de San Pascual Bailón, tiene que serlo de la Eucaristía. Porque los santos se nos proponen como ejemplo y modelo, para que nosotros caminemos por donde han caminado ellos. El pueblo de Villarreal es un pueblo eucarístico, un pueblo que sabe que el mejor tesoro que guarda el Cuerpo del Señor en la Eucaristía. Hemos de crecer más y más, queridos hermanos, en la devoción al sacramento de la Eucaristía. ¡Que no sea cosa de un día, que sea de todo el año! ¡Y que acudamos con frecuencia el domingo a la Misa! Y después en la tarde, en la mañana, cada día pasemos por la iglesia a visitar al principal habitante de nuestro pueblo, que es Jesucristo vivo en el Sagrario, en el sacramento del altar.
San Pascual Bailón, precisamente porque es humilde, se deja amar por Jesucristo en la Eucaristía y le ama con toda su alma, se entrega en el servicio a los pobres. Cuando un corazón es humilde se hace generoso; cuando un corazón esta cerca de Jesucristo, que ha amado hasta entregar su vida en la Cruz, se hace generoso y solidario con los demás. No sólo San Pascual; todos los santos son generosos y solidarios al entregarse y al darse. Porque, sabiéndose amados en desmesura por Dios en Cristo, acogen y viven el mandamiento nuevo de Jesús: “Que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 9).
San Pascual, en los oficios humildes que tuvo que realizar, vivía alegre y contento. Su alegría era Jesucristo, que le amaba. Y esa alegría y ese amor se desbordaba en el amor y en el servicio a los pobres y necesitados de entonces. El nos enseña a nosotros a ser generosos y caritativos con los pobres y necesitados de hoy. “Los pobres los tenéis entre vosotros” nos dice Jesús: pobres de pan, pobres de cultura, pobres de Dios. Pero se necesitan corazones generosos como el de San Pascual, como el de un buen cristiano para salir al paso de esas múltiples necesidades.
La fuente más importante de amor, de solidaridad y de generosidad en la humanidad ha sido y es el sacramento de la Eucaristía. Así es históricamente y así tiene que ser en nuestras propias vidas. Comemos a Jesucristo en la Eucaristía para ser amados, para amar y servir a los demás, para estar atentos a los demás, para compartir, para ser caritativos y solidarios. Cuando nos alejamos de Dios o de Jesucristo, nuestro corazón se hace egoísta, todo se nos hace poco. Y si se habla de solidaridad, eso vale para los demás: para que compartan con nosotros y no al revés. Por el contrario, cuando nos acercamos a Jesucristo, él nos enseña a vivir en la verdad, a despojarnos de todo, a ser serviciales, solidarios, fraternos, capaces de atender las necesidades de los hermanos. Un pueblo eucarístico, como Villarreal, es un pueblo fraterno, solidario, caritativo y servicial con los pobres y con los necesitados. Os agradezco y os felicito por la iniciativa de hacer colecta de ayer en la ofrenda de flores a San Pascual, para que, a tarvés de Cáritas, llegue a las víctimas de la profunda crisis económica que padecemos.
Y este es el mensaje que San Pascual nos tramite en el día de su fiesta, especialmente en estos momentos de fuerte crisis económica y social. Pero contemplando las virtudes de San Pascual hemos de afrontar también sus causas, que están en la quiebra de valores morales y espirituales de nuestra sociedad.
Hemos de redoblar nuestra generosidad para paliar la pobreza y el sufrimiento de tantas personas y familias, victimas de la crisis económica. Pero también hemos de recuperar la dignidad de la persona humana, de toda persona humana desde su concepción hasta su muerte natural, y la norma y los valores morales en nuestras relaciones personales y sociales. El respeto, la defensa y la promoción de las personas y de su dignidad inviolable es y debería ser el pilar fundamental para la estructuración y progreso de la sociedad. La dignidad personal constituye el fundamento de la igualdad, de participación y de solidaridad de los hombres entre sí y el apoyo más firme para un desarrollo económico y social auténticamente humano.
A lo largo de la historia de la humanidad de nuestra cultura cristiana las fiestas de los santos, las fiestas de Jesucristo y las fiestas de la Virgen han llenado de alegría el corazón de los habitantes de nuestros pueblos. Y han llenado también de esperanza el corazón de muchas personas, que gracias a esta esperanza han trabajado en la construcción de un mundo mejor, más justo, más fraterno y más humano.
Los cristianos tenemos mucho que ofrecer a nuestro mundo y a nuestra sociedad en estos momentos de crisis. Jesucristo es el único que puede salvarnos de nuestros pecados que nos esclavizan. Es Jesucristo el que puede darnos el gozo que le dio a San Pascual Bailón, precisamente a través del sacramento de la Eucaristía. Es Jesucristo el que nos hace parecidos a él serviciales y caritativos con nuestros hermanos.
Celebremos esta fiesta cristiana con un profundo sentido religioso. Las fiestas no son sólo un acontecimiento social; son un acontecimiento religioso del pueblo creyente, del pueblo que alimenta su fe al mirar a los santos, al celebrar la Eucaristía y ahí a ser solidarios con los hermanos y con las necesidades de los demás. No reduzcamos las fiestas a un puro acontecimiento externo. Entremos dentro del meollo de lo que una fiesta religiosa lleva consigo. Y una fiesta, en definitiva, nos acerca a Jesucristo, nos acerca a Dios. Y por eso no acerca a nuestros hermanos los hombres. Gocemos hermanos porque hombres como San Pascual nos estimulan en el camino de la vida; gocemos como, porque también como él, hoy tenemos en medio de nosotros el Santísimo Sacramento del altar. Cristo presente en la Eucaristía como alimento de vida eterna, como compañero de nuestro camino, como salvación para todos los hombres. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!