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¿Por qué confesarse?

24 de febrero de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

La Cuaresma es un tiempo propicio para confesarse y reconciliarse con Dios y, en El, con los hermanos. Como en el caso del hijo pródigo, Dios mismo sale a nuestro encuentro y nos ofrece la gracia del perdón amoroso mediante la Iglesia en el Sacramento de la Penitencia. Quien conoce la profundidad del amor de Cristo y de la misericordia del Padre, siente la insuficiencia de todas sus respuestas, el dolor por la propia infidelidad y la urgencia de conformarse cada vez más con la caridad de Cristo. Hemos de caminar con la mirada vuelta al Señor, hasta llegar “al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4,13).

Los bautizados somos peregrinos. En nuestro caminar nos cansamos y distraemos; incluso, nos vemos tentados a abandonar la senda, y, a veces, la abandonamos. No siempre nos mantenemos fieles a la nueva vida que se nos donó en el bautismo. Si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañaríamos (cf. 1 Jn 1,8). Ya el mismo Jesús enseñó a sus discípulos a pedir perdón cada día por sus pecados. Somos infieles al amor de Dios, rompemos la amistad con Él, cuando transgredimos los mandamientos, fruto del amor de Dios, que no desea que el hombre se pierda por caminos que enajenan su propia humanidad y lo alejan de Él: “Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 3,23-24).

Como hijos pródigos nos vemos en la necesidad de repetir con frecuencia: “Padre, he pecado contra el cielo y contra Ti. No soy ya digno de llamarme hijo tuyo” (Lc 15,21). Para que no nos sintamos abandonados a nuestra impotencia y no perdamos la esperanza, Cristo ha querido que su Iglesia sea sacramento de reconciliación. Solos nunca podremos liberarnos de nuestras debilidades y pecados. Sólo Dios tiene el poder de perdonar de verdad los pecados. Y el perdón renovador de Dios nos llega por Cristo y por la Iglesia. “El Hijo del hombre tiene poder para perdonar los pecados” (Mc 2, 7). Sólo el Señor puede confiar a otros el poder de perdonar los pecados en su nombre con el poder recibido de Dios.

En el sacramento de la Penitencia experimentamos de un modo pleno y eficaz la misericordia divina. Confesando contritos, personal e íntegramente, los pecados, por la absolución del ministro de la Iglesia -del Obispo o de los presbíteros- recibimos el abrazo de reconciliación de la Iglesia y, con él, el del mismo Cristo.

Hay quien dice que él se confiesa con Dios. Sin embargo, Dios mismo, al enviar a su Hijo en nuestra carne, nos muestra que quiere encontrarse con nosotros mediante el contacto directo, que pasa por los signos y los lenguajes de nuestra condición humana. Como Él salió de sí mismo por nuestro amor y vino a ‘tocarnos’ con su carne, así estamos llamados a salir de nosotros mismos, por su amor, y a acudir con humildad y fe a quien nos puede dar el perdón en su nombre; es decir, a quien el Señor ha elegido y enviado como ministro del perdón.

La confesión es por tanto el encuentro con el perdón divino, que nos ofrece Jesús y se nos transmite por el ministerio de la Iglesia. Acerquémonos a la confesión y vivámosla con fe: nos cambiará la vida y dará paz a nuestro corazón.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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El ejercicio cuaresmal

17 de febrero de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

La crisis del hombre moderno es, en gran parte, crisis de búsqueda de sentido y de felicidad. El hombre actual no está acertando en su manera de entender y de buscar la felicidad, al hacerlo de espaldas a Dios. La cuaresma nos pide la conversión a Dios, a Jesucristo y a su Evangelio como paso necesario para un modo nuevo de ser y de vivir, que sea verdaderamente humano y gratificante.

Dios es misericordia y amor infinito. En su Hijo Jesucristo se hace cercanía y reconciliación. En la persona de Cristo, Dios sale a la búsqueda del hombre, y no deja de llamarnos e invitarnos. Tan sólo tenemos que responder a sus invitaciones. Los medios que nos preparan para el encuentro con Dios son los descritos por Jesús en el evangelio: la oración, el ayuno y la limosna. Ese triple ejercicio nos ayudará a que el paso de Dios por nuestras vidas no sea en vano. Es verdad que la oración, el ayuno y la limosna son acciones por todos nosotros conocidas y con frecuencia practicadas. Pero ¿las hacemos y las hacemos bien?, ¿las hacemos simplemente porque están mandadas?, ¿sabemos ir más allá del puro formalismo?

La oración es hablar con Dios, dejándose interpelar primero por Él. Dios nos precede siempre. La oración es una práctica vital para nuestra vida espiritual. No en vano se la ha definido como la respiración del alma. Si falta la respiración, la muerte está asegurada. Sería bueno, para ser constantes en ella, proponernos para esta cuaresma momentos precisos de oración, a poder ser al comienzo de cada jornada, antes de cualquier otra acción. Tonificados, iluminados por la oración, nuestro trabajo será distinto y se tornará auténtico apostolado.

Junto a la oración, el Señor nos propone el ayuno. El ayuno es autocontrol, negación de sí mismo, ascesis, búsqueda de un equilibrio en nuestra escala de valores, renuncia a cosas superfluas, incluso a lo necesario, sobre todo si su fruto redunda en ayuda a los más necesitados. En un mundo enloquecido por el consumismo, que potencia el endurecimiento del corazón ante tanta pobreza y sufrimiento, necesitamos ayunar. Y hemos de hacerlo no porque nos guste el ayuno o para ganar méritos delante de Dios, sino para ayudar a los necesitados. El ayuno de los ricos debe convertirse en alimento de los pobres. Ayunar no sólo de alimentos materiales, sino también de todo aquello que engorda nuestro orgullo y bloquea la confianza, que potencia los vicios, las pasiones, las ataduras de las cosas, el egocentrismo. Hemos de ayunar, en definitiva, de todo aquello que mata nuestro amor a Dios y a los hermanos.

Junto a la oración y al ayuno, el Señor nos propone el ejercicio de la limosna. La obra clásica cuaresmal de la limosna, es ante todo caridad, comprensión, amabilidad, perdón, aunque también limosna a los más necesitados de cerca o de lejos. Hemos de saber compartir nuestro dinero. Pero no sólo eso. También nuestras cosas, nuestro tiempo, nuestras capacidades y cualidades, nuestra persona entera. Necesitamos aligerar nuestras mochilas para recorrer con presteza el itinerario cuaresmal. Así llegaremos llenos de alegría a la meta de la Pascua.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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La cuaresma, tiempo de gracia y de salvación

10 de febrero de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Con el antiguo rito de la imposición de la ceniza el pasado miércoles iniciábamos el tiempo de la Cuaresma. Es éste un tiempo de gracia y de salvación. “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la Salvación” (2 Cor 6,2). El tiempo cuaresmal es como una peregrinación que nos prepara a la celebración gozosa de la Pascua de Señor; por ello, es también como un camino hacia la cumbre santa de nuestra propia resurrección. La Palabra de Dios nos invita a ponernos en camino hacia la Pascua con una vida renovada, convertida y reconciliada. Este tiempo santo nos ofrece a todos los bautizados la oportunidad de renovar nuestro espíritu de fe, de avivar nuestro amor a Dios y a los hermanos, y de fortalecer nuestra coherencia de vida con el Evangelio.

El Profeta Joel nos dice: “Convertíos a mí de todo corazón” (2, 12). Convertirse es volver la mirada y el corazón a Dios con ánimo firme y sincero. Para convertirnos debemos escuchar la voz de Dios (Sal 94, 8). Él quiere ser nuestro guía hacia la tierra prometida. Él, que nos ha pensado desde siempre, nos indica el camino para alcanzar nuestro verdadero ser, nuestra plenitud y salvación. Con amor nos sugiere como a sus hijos y amigos lo que hemos de hacer y evitar. Él nos quiere llevar a la comunión de vida consigo. Quien escucha su voz entrará en la tierra prometida, en el gozo del Paraíso.

Dios no deja de hablarnos. En lo más íntimo de cada persona, en nuestra conciencia, resuena su voz. Cuando Dios nos habla al corazón, hemos de escuchar su palabra, acogerla y adherirnos plenamente a ella, obedecerla, adaptarnos a todo lo que nos dice, dejarnos guiar por Él como llevados de la mano. Nos podemos fiar de Dios al igual que un niño se abandona en los brazos de su madre y se deja llevar por ella. El cristiano es una persona guiada por el Espíritu Santo.

Por la dureza de nuestro corazón puede que opongamos resistencia a Dios, que nos cerremos a Él y a su voz. Con frecuencia nuestro corazón está contaminado por muchos ruidos ensordecedores: son las inclinaciones desordenadas que conducen al pecado, la mentalidad de un mundo que se opone al proyecto de Dios o la tentación del Maligno que pretende apartarnos de Dios. Es fácil también confundir las propias opiniones, los propios deseos con la voz de Dios en nosotros; es fácil caer en la arbitrariedad y en la subjetividad, apartándose de la verdad de la Palabra de Dios que nos llega a través de la Iglesia.

En este tiempo de Cuaresma debemos crear silencio en nuestro interior, acallar todo en nosotros para descubrir la voz de Dios, que es sutil, sabia y amorosa. Hay que afinar la sensibilidad sobrenatural para ser capaces de captar las sugerencias de la voz de Dios. Es necesario dejarse evangelizar en el trato frecuente con la Palabra de Dios -leyendo, meditando, viviendo el Evangelio-, de tal manera que adquiramos cada vez más una mentalidad evangélica. Aprenderemos a reconocer la voz de Dios dentro de nosotros en la medida que aprendamos a conocerla de los labios de Jesús, Palabra de Dios hecha hombre.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Maternidad saludable

3 de febrero de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Trabajar por una maternidad saludable es el objetivo de Manos Unidas para la Campaña de este año en la segunda semana de este mes de Febrero y, sobre todo, en el Día de Manos Unidas y de la Colecta en todas las iglesias y templos de la Diócesis, el domingo, día 10. Manos Unidas quiere así apoyar el quinto de los objetivos fijados por la ONU para el tercer Milenio con el fin de reducir la tasa de mortalidad materna.

La maternidad saludable no se puede reducir a la llamada ‘salud reproductiva’ de la mujer, que enmascara el control de la natalidad mediante medios contrarios a la moral, como son la infertilidad provocada, la anticoncepción o el mismo aborto. Tampoco se limita a la salud física, pues la salud afecta a la persona en su integridad, es decir en sus dimensiones física, psíquica, social, moral y espiritual. Se trata, más bien, de ayudar a las mujeres en su derecho a vivir la maternidad como una experiencia elegida consciente y responsablemente y como una experiencia gozosa, compartida y segura para su vida y la de sus hijos. Para ello se deben abordar las causas de las maternidades truncadas y trabajar por una maternidad, que afirme la dignidad fundamental de la mujer y de la madre, reconozca el derecho a la protección de su salud y promueva las condiciones básicas para vivir como mujer y madre.

Por ello las mujeres embarazadas deben ver respetado su derecho a dar a luz, y poder hacerlo además en condiciones seguras y limpias, de modo que el hijo viva, crezca, se desarrolle y goce de buena salud. Además se debe trabajar, no sólo en el Tercer Mundo sino también entre nosotros, por una maternidad consciente, moral y responsablemente elegida, aceptada y vivida. Una maternidad saludable se promueve empleando medios que permitan a la madre ser madre, es decir ser fuente de vida, fecundidad, donación y gratuidad, y que no dañen su salud psíquica, física y espiritual. Esto es incompatible con la aplicación de medios para evitar la fecundidad o eliminar la vida humana en el vientre materno. El aborto, además de un drama familiar y social, es siempre un drama personal con efectos negativos, físicos y psíquicos, para la salud de la mujer. La vida ha de ser siempre salvaguardada; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables (GS 51), por más que sean legales y socialmente aceptados. El primer derecho humano fundamental es el derecho a la vida.

También los padres son responsables de la salud de la madre. Debemos ayudar y educar a vivir la maternidad no como una carga inevitable de la mujer, sino como una gozosa experiencia de comunión de los padres. El ámbito humano adecuado para una maternidad saludable es la familia fundada en el verdadero matrimonio, la unión de un hombre y una mujer.

La mejora de la salud materna se puede lograr, nos dice Manos Unidas. Acojamos, su llamada a un compromiso efectivo por la maternidad saludable. Es necesaria una conversión, un cambio radical de actitud, de mentalidad y de actuación ante la maternidad y la vida humana. Seamos generosos en la Colecta de Manos Unidas.  Muchas gracias de antemano por vuestra generosidad.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Testigos de Dios y de su Palabra

27 de enero de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Las Candelas, el día 2 de Febrero, es una Fiesta muy querida para los cristianos. Con cirios encendidos, símbolo de la fe, de la luz y de la nueva Vida que hemos recibido en el Bautismo, iremos gozosos, en la procesión antes de la Misa, al encuentro del Señor, la Luz de los pueblos, que es presentado y consagrado a Dios en el Templo de manos de María.

Recordando la ofrenda y la consagración de Jesús al Padre celebramos este día la Jornada de la vida consagrada. También toda nuestra Iglesia de Segorbe-Castellón está llamada a recordar con gratitud en este Fiesta a todas las personas consagradas; es decir, a monjes y monjas de vida contemplativa, a religiosos y religiosas de vida activa y a todas aquellas otras personas consagradas que viven en el mundo: todos ellos se han consagrado y se han entregado a Dios tras las huellas de Cristo obediente, pobre y casto, para bien de la Iglesia y de todos los hombres. Configurados así con Cristo son testigos de la primacía de Dios y de su Reino,  porque llevan ‘el Evangelio en su corazón’.

Demos gracias al Señor por este gran don suyo a nuestra Iglesia. Pidámosle por los consagrados para que sean fieles a su llamada y a su consagración con generosidad y fidelidad crecientes y así nos remitan constantemente a Cristo, la Palabra de Dios. Rogemos también a Dios que siga suscitando entre nosotros vocaciones a la vida consagrada. Ellos son necesarios para la vida y la misión de nuestra Diócesis y de nuestras comunidades; son una riqueza que no siempre valoramos como es debido. En la intimidad del monasterio de clausura o al lado de los pobres y marginados, de los ancianos o de los jóvenes, en la pastoral de las ciudades o del mundo rural, Dios los llama a vivir fieles a su amor y a su Palabra para bien de la Iglesia y de la sociedad. No importa tanto lo que hacen, cuanto lo que son: consagrados a Dios para ser testigos vivos suyos, de su amor y de su Palabra entre nosotros. Hoy necesitamos más que nunca estos testigos.

A los consagrados les caracteriza su sed de Dios y la acogida dócil de su Palabra, como María. Su mayor anhelo es vivir y testimoniar que es necesario escuchar y amar a Dios en Cristo con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, antes que a cualquier otra persona o cosa. Estos testigos de la primacía de Dios y de su Palabra son de suma importancia en un tiempo, en que Dios es el gran ausente en la vida de muchas personas. Los consagrados, -también de forma visible, porque de lo contrario el signo pierde su virtualidad-, han de manifestar siempre su pertenencia a Cristo, el tesoro escondido por el que lo han dejado todo.

Ante el hedonismo reinante dan testimonio valiente de castidad, expresión de un corazón que conoce la belleza del amor de Dios. Ante la insaciable sed de dinero, su vida pobre y austera nos recuerda que Dios es la riqueza verdadera. Ante el individualismo imperante, su vida en comunidad fraterna es un necesario testimonio de fraternidad y de comunión. Y ante la idolatría de la libertad, su obediencia nos muestra que la verdadera libertad se encuentra en la confianza en Dios y en su voluntad. Viven en su tiempo, pero su corazón se proyecta más allá del tiempo; son así testigos de que nuestro verdadero destino es Dios mismo.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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«No ceséis de orar»

20 de enero de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Nos encontramos en plena celebración del Octavario de oración por la unidad de los cristianos; un octavario que, desde comienzos del siglo XX, tiene lugar cada año entre el 18 y el 25 de enero y que este año cumple cien años.

El pasaje bíblico elegido para la celebración de este año está tomado de la primera carta a los Tesalonicenses. Las palabras “no ceséis de orar” (1 Ts 5, 17) destacan el papel esen­cial de la oración en la vida de la comunidad de los creyentes y también para la recuperación de la unidad de los cristianos. La oración nos ayuda a los cristianos a profundizar en nuestra relación con Cristo y con los otros. Con éste y otros ‘imperativos’, Pablo anima a la comunidad cristiana a vivir de la unidad que Dios nos da en Cristo, a ser en la práctica lo que está en el principio: el único cuerpo de Cristo, visiblemente unido en este lugar y en el mundo entero.

La vida en una comunidad cristiana, la vida de la Iglesia entera, sólo es posible a través de una vida de oración. A través del Bautismo, los cristianos nos comprometemos a seguir a Cristo y a cumplir su voluntad. La voluntad de Jesús para sus discípulos la expresa él mismo en su oración al Padre por la unidad de todos los que le siguen, para que el mundo crea que Él es el enviado de Dios.

Nuestra oración asociada a la oración de Jesús por la uni­dad es especial­mente intensa durante la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Pero nuestra oración no debe limitarse a estos días. Somos conscientes de que la unidad no es el mero fruto de nuestros esfuerzos. La unidad es obra del Espíritu Santo. Como seres huma­nos no podemos hacerla o realizarla. No podemos sino recibirla como un don del Espíritu cuando nosotros mismos estamos dispuestos a acogerla. Nuestra oración sincera por la unidad nos ofrece la posibilidad de ir a Aquel que es la fuente de todo bien.

La eficacia de la oración sincera y humilde por la unidad se comprobará en primer lugar en nosotros mismos. Irá modelando nuestro espíritu y nuestro corazón, nos conducirá a la purifica­ción de la memoria, nos animará a hacer frente a los graves acontecimien­tos del pasado que dieron lugar a interpretaciones divergentes de naturaleza y origen. Podemos superar estas dificultades que nos han mantenido en la división si nos abrimos al don de Dios.

Si los creyentes queremos de verdad seguir los pasos de Jesús, debemos rogar y traba­jar por la unidad de los cristianos. La oración por la unidad de los cristianos nos llevará a pedir lo que Dios quiere para su Iglesia. La unidad es un don y una llamada hecha a la Iglesia. Hemos de orar a Dios por ella con confianza y perseverancia, y hemos trabajar por ella con corazón sincero y paciente, sabiendo que es el Espíritu Santo el que dirige nuestros pasos por el camino de la unidad. Tenemos necesidad de una conversión permanente del corazón, como fieles y como Iglesias y comunidades eclesiales.

Oremos para que Dios nos conceda la gracia de ser conscientemente instrumentos de la obra de la reconciliación de Dios. Busquemos con todas nuestras fuerzas la unidad y la paz que Dios quiere para los cristianos.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Nuestra Iglesia ante la emigración

13 de enero de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

El domingo, 20 de enero, celebramos la “Jornada mundial del emigrante y del refugiado”, una Jornada que nos ha de sensibilizar ante el fenómeno de la emigración, de gran envergadura ya en España y en nuestra tierra. Es, en verdad, un signo de los tiempos. Afecta a millones de personas en toda España y a bastantes miles entre nosotros.

Como creyentes y como Iglesia no podemos quedar indiferentes ante los emigrantes. Cierto que desde las Cáritas –diocesana, interparroquiales y parroquiales-, desde algunas parroquias y otras instituciones eclesiales se atiende a sus necesidades más elementales. Pero esto es insuficiente. Como Iglesia diocesana, todos –cristianos, comunidades parroquiales y grupos eclesiales- hemos de tomar mayor conciencia del fenómeno y significado de la emigración, de sus causas y problemas tanto desde el punto de vista humano y social, como cristiano y pastoral. Nos urge plantearnos nuestra actitud y nuestro compromiso con las personas de los emigrantes y de sus familias, para dar la respuesta debida.

La inmigración es un fenómeno humano, que afecta ante todo a personas con la misma dignidad que los nativos. Con frecuencia existen prejuicios, falsas apreciaciones y generalizaciones que hemos de superar. Los inmigrantes no son sólo “mano de obra” coyuntural y necesaria en determinados sectores; tampoco son rivales en puestos de trabajo ni más delincuentes que otros. Son personas humanas, con la misma dignidad, los mismos derechos fundamentales y las mismas obligaciones que los nativos; y se  merecen el mismo respeto, la misma estima y el mismo trato. Hay que evitar todo comportamiento racista, xenófobo, discriminatorio o de infravaloración.

Pero además es necesario crear y fomentar actitudes y comportamientos positivos desde principios elementales del derecho, de la justicia y de la solidaridad.

Como cristianos recordamos las palabras de Jesús: “fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25,35); en ellas. Jesús se identifica con la persona del emigrante y nos manda acogerlo y amarlo, como Él nos ha amado y como si de Él mismo se tratara. Con estas premisas aprenderemos a respetarlos, a conocerlos y valorarlos, a acogerlos fraternalmente y a ayudarles en sus necesidades, a facilitarles la integración armónica en nuestra sociedad y en nuestra Iglesia, y a dar gracias a Dios y a ellos por la riqueza laboral, económica, cultural y eclesial, que suponen, para nuestra sociedad y nuestra Iglesia.

En breve crearé un servicio diocesano de migraciones que nos ayude a todos ante este complejo problema. No podemos limitarnos a una atención asistencial.  Hemos de ir dando los pasos para la acogida y plena integración de los inmigrantes católicos en las parroquias. Con los cristianos no católicos es necesario intensificar el diálogo ecuménico. Con los creyentes de otras religiones habrá de fomentarse el diálogo interreligioso. Con todos, creyentes o no creyentes, el diálogo intercultural y social. Confío en vuestro sentido cristiano y en capacidad de acogida de nuestro pueblo, que nunca ha sido excluyente.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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La familia y la paz

6 de enero de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

La paz es uno de los mayores anhelos de la humanidad. Los cristianos sabemos que la paz es un don de Dios, que se nos ofrece en Cristo Jesús, el Mesías, ‘el príncipe de la paz’. La paz es fruto de la reconciliación y comunión con Dios, que genera reconciliación y comunión, solidaridad y colaboración entre los hombres, los pueblos y las naciones. Por ello hemos comenzado el año orando por la paz, el día primer día del año, Jornada Mundial por la Paz.

Don de Dios, la paz es, a la vez, tarea de todos. En el mensaje para esta Jornada el Papa, Benedicto XVI, trata este año del papel básico e insustituible de la familia natural en la construcción de la paz. La familia natural, basada en la unión estable entre un hombre y una mujer, es una comunión de vida y de amor. “La primera forma de comunión entre las personas es la que el amor suscita entre un hombre y una mujer decididos a unirse establemente para construir juntos una nueva familia”, afirma el Santo Padre.

Cuando la vida familiar es ‘sana’, cuando es verdadero ámbito de comunión y de amor, en ella se viven y experimentan algunos elementos esenciales de la paz, como son la justicia y el amor entre esposos y hermanos, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los miembros más débiles, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo. “Por eso, la familia es la primera e insustituible educadora de la paz”. Nada más contrario al ser de la familia e intolerable que la violencia doméstica.

Al ofrecer estas experiencias determinantes de la paz, la familia, la primera célula vital de la sociedad, ayuda desde su misma raíz a la construcción de una sociedad pacificada y pacificadora.  La sociedad y el estado no pueden prescindir de este servicio básico de la familia en la construcción de la paz, sino que deben proteger la familia natural y promover los derechos que le son propios; negarlos o restringirlos es una amenaza para los fundamentos mismos de la paz.

Por ello, afirma el Santo Padre, que “todo lo que contribuye a debilitar la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente dificulta su disponibilidad para la acogida responsable de una nueva vida, lo que se opone a su derecho de ser la primera responsable de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para el camino de la paz. La familia tiene necesidad de una casa, del trabajo y del debido reconocimiento de la actividad doméstica de los padres; de escuela para los hijos, de asistencia sanitaria básica para todos. Cuando la sociedad y la política no se esfuerzan en ayudar a la familia en estos campos, se privan de un recurso esencial para el servicio de la paz”.

Por su parte, los medios de comunicación social “tienen una responsabilidad especial en la promoción del respeto por la familia, en ilustrar sus esperanzas y derechos, en resaltar su belleza”.

Como católicos hemos de hacer nuestras estas palabras del Papa en la propia familia y en nuestro compromiso social.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Entrevistamos a Noelia Nicolau, Presidenta de la Hospitalidad Diocesana de Lourdes en los preparativos de la peregrinación de este año
Toda la información de la Iglesia de Segorbe-Castellón en la semana del cónclave y de la elección de León XIV como Papa
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12 May 2024

#JornadaMundialdelasComunicacionesSociales

📄✍️ Hoy se celebra la 58º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. «#InteligenciaArtificial y sabiduría del corazón: para una comunicación plenamente humana» es el tema que propone @Pontifex_es 💻❤️

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12 May 2024

#CartaDelObispo #MayoMesDeMaria

💐🙏 El Obispo nos exhorta, en su carta semanal, a contemplar a la Virgen e imitarla en su fe, esperanza y caridad, porque ella dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús; y nos ofrece y nos lleva a Cristo ✝️

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1 día atrás

Diócesis de Segorbe-Castellón
#apesocas50años #pastoraldelsordo #DiócesisSegorbeCastellón ⛪🦻El pasado sábado, la Asociación de Personas Sordas de Castellón celebró su 50 aniversario con una Eucaristía en lengua de signos, presidida por D. Raúl López, responsable de la Pastoral del Sordo de la Diócesis.👉 La Pastoral trabaja también en un grupo de catequesis para niños sordos. Más info: pastoraldelsordo@obsegorbecastellon.o ... Ver másVer menos

La comunidad sorda de Castellón celebra con una Misa el 50 aniversario de APESOCAS - Obispado Segorbe-Castellón

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Con motivo del 50 aniversario de la Asociación de Personas Sordas de Castellón (APESOCAS), el pasado sábado se celebró una Eucaristía en su sede de la calle
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