Homilía en la Vigilia Pascual
Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 16 de abril de 2022
(Gn 1,1-2,2;Gn 22,1-18; Ex14,15-15,1ª; Is 55,1-11; Rom 6,3-11; Lc 24,1-12)
1. ¡Cristo ha resucitado, Aleluya! “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado” (Lc 24,1-12). Este es el anuncio de aquellos dos hombres con vestidos refulgentes a las mujeres que habían acudido al sepulcro con aromas y lo encuentran vacío. No está aquí, en el sepulcro, no porque lo hayan robado o traslado de lugar. No está aquí, porque ha resucitado.
Esta es la gran Noticia cada año en esta Noche santa de Pascua: Jesús ha resucitado. Es la Pascua del Señor. Jesús ha pasado a través de la muerte a la Vida gloriosa. Cristo ha pasado a una nueva y definitiva existencia. El Señor vive glorioso para siempre junto a Dios. Y esta es la gran Noticia en esta Noche santa también a nosotros: No busquéis entre los muertos al que vive. Cristo ha resucitado. El Señor resucitado vive y está entre nosotros; nos llama a dejarnos encontrar por Él, a dejarnos llenar de la Vida nueva, para seguirle para llegar hasta la Vida plena y feliz junto a Dios.
Esta es la razón de esta Vigilia Pascual, la madre de todas las vigilias, la fiesta cristiana por excelencia. ¡Aleluya, hermanos! Alegrémonos por la presencia del Señor Resucitado en medio de nosotros. Nunca nos cansaremos de celebrar la Pascua; nunca alabaremos suficientemente a Dios por su nueva y definitiva Alianza en Cristo Jesús, su Hijo: en medio de la oscuridad de la noche, Cristo Jesús ha sido liberado de la muerte y llenado del Espíritu de Dios, el Espíritu de la Vida.
2. “Demos gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 117). Las lecturas de la Palabra de Dios de esta Noche santa lo han traído una vez más a nuestra memoria y a nuestro corazón. Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, no es un Dios de la obscuridad y de la muerte, sino un Dios de Luz, de Amor y de Vida.
En la primera creación del mundo, el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas primordiales y las llenó de su vida. Dios creó todas las cosas y eran buenas, y, finalmente creó al hombre a ‘su imagen’; hombre y mujer los creó, por puro amor y para la vida sin fin. ¡Y vio Dios que todo era muy bueno! Ahora, en la nueva creación, el mismo Espíritu ha actuado poderosamente en el sepulcro de Jesús y lo ha llenado de Vida nueva; es el primogénito de la nueva creación. Dios es amor. Incluso cuando el primer hombre en uso de su libertad rechaza la vida de Dios, Dios en su infinita misericordia no lo abandona. En la culpa humana, Dios muestra su infinita misericordia y promete al Salvador. Para rescatarnos del pecado de Adán nos dio al Salvador, quien muriendo nos libera del pecado y de la muerte, y resucitando nos devuelve a la Vida de Dios. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!
En esta Noche Santa se cumplen las Escrituras, que hemos proclamado recorriendo las etapas de toda la Historia de la Salvación. En esta Noche Santa todo vuelve a empezar desde el “principio”; todo recupera su auténtico significado en el plan amoroso de Dios de Dios; es la nueva creación. El hombre, creado a su imagen y semejanza, en comunión con Dios y con sus semejantes, está llamado a esa comunión en Cristo. Es como un nuevo comienzo de la historia y del cosmos, porque “Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto” (1 Co 15,20). Él, “el último Adán”, se ha convertido en “un espíritu que da vida” (1 Co 15,45). Donde abundó el pecado, ahora sobreabunda la Gracia.
En esta Noche Santa nace el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, con el cual Dios ha sellado una alianza eterna con la sangre del su Hijo encarnado, crucificado y resucitado. Toda la tierra exulta y glorifica al Señor. Ante los ojos de una humanidad alejada de Dios brilla la luz de Cristo Resucitado. El pecado ha sido perdonado y la muerte ha sido vencida. Por la Resurrección de Jesucristo, todo está revestido de una vida nueva. En Cristo la humanidad es rescatada por Dios, recobra la esperanza y queda restaurado el sentido de la creación. Este es el día de la revelación de nuestro Dios. Es el día de la manifestación de los hijos de Dios.
3. Por ello, en la Pascua no sólo cantamos la resurrección del Señor; su resurrección nos concierne a cada uno de nosotros, los bautizados. Nos lo ha recordado San Pablo: “Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con El en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rom 6, 3-4). La Pascua de Cristo es por ello también nuestra propia Pascua, la pascua de todo bautizado.
¿Qué mejor ocasión que la Vigilia pascual para incorporar al misterio pascual de Cristo y para hacer memoria de nuestra incorporación a él por el Bautismo? Esta noche tenemos la dicha de celebrar el bautismo de esta niña –Caterina-, de recordar nuestro propio bautismo y de renovar con corazón agradecido nuestras promesas bautismales.
La mejor explicación que se puede dar de todo Bautismo y del Bautismo que esta niña va a recibir, son las palabras de San Pablo. El nos enseña que ser bautizados significa ser incorporados a la Pascua del Señor, pasar con Cristo de la muerte del pecado a la Vida de Dios y en Dios. Como esta niña en esta noche Santa, como nosotros un día, por el Bautismo renacemos a la nueva vida de Dios e incorporados a su familia: lavados de todo vínculo de pecado, signo y causa de muerte y de alejamiento de Dios, Dios Padre nos acoge amorosamente y para siempre como a sus hijos amados en el Hijo y nos inserta en la nueva Vida resucitada de Jesús. Como nosotros un día, así también, vuestra hija, queridos padres, – Laura y Samuel- quedará esta noche vitalmente y para siempre unida al Padre Dios en su Hijo Jesús por el don del Espíritu Santo en el seno de la familia de Dios. A partir de hoy y para siempre será hija amada de Dios en su Hijo, Jesucristo, y, a la vez, hermana de cuantos formamos la familia de los hijos Dios, es decir, la Iglesia.
Como al resto de los bautizados, la familia de la Iglesia de Dios, en que hoy queda insertada, no la abandonará nunca ni en la vida ni en la muerte, porque esta familia es la familia de Dios, que lleva en sí la promesa de eternidad. Esta familia no la abandonará incluso en los días de sufrimiento, en las noches oscuras de su vida. Esta familia le brindará siempre consuelo, fortaleza, aliento, luz, esperanza y alegría; le dará palabras de vida eterna, esas palabras de esperanza que iluminan y responden a los grandes desafíos de la vida e indican el camino exacto a seguir hasta la casa del Padre.
Esta Vida nueva y eterna, que hoy recibe vuestra hija y que hemos recibido todos los bautizados, es un don que ha de ser acogido, vivido y testimoniado personalmente. Los padres y padrinos, haciendo las promesas bautismales diréis, en su nombre, un triple compromiso: diréis ‘no’ a Satanás, el padre y príncipe del pecado, a sus obras y a sus seducciones al mal, para vivir en la libertad de los hijos de Dios. Y en la profesión de fe, diréis un ‘sí’ a la amistad con Cristo Jesús, muerto y resucitado, que se articula en tres adhesiones: un ‘sí’ al Dios vivo, es decir a Dios creador, que sostiene todo y da sentido al universo y a nuestra vida; un ‘sí’ a Cristo, el Hijo de Dios que nos da la vida y nos muestra el camino de la vida; y un ‘sí’ a la comunión de la Iglesia, en la que Cristo es el Dios vivo, que entra en nuestro tiempo y en nuestra vida.
¡Que la alegría y el amor por vuestra hija, que mostráis hoy al presentarla para que reciba el don del bautismo, permanezcan en vosotros a lo largo de vuestros días! ¡Enseñadle y ayudadle con vuestra palabra y, sobre todo, con vuestro testimonio de vida a vivir y proclamar la nueva vida que hoy recibe! ¡Enseñadle y ayudadle a encontrarse personalmente con Jesús para conocerle, amarle y vivir tras sus huellas! ¡Enseñadle y ayudadle a vivir en la comunión de la familia de Dios, como hija de la Iglesia, a la que hoy queda incorporada, para que participe de su vida y de su misión! ¡Enseñadle a vivir la alegría del Evangelio que brota de la experiencia que Dios la ama personalmente! ¡Apoyadle para que comparta con otros la alegría del Evangelio!
4. Lo dicho vale también para nosotros, los ya bautizados, al recordar hoy el don de nuestro propio bautismo en la renovación de las promesas bautismales. Es una gracia de Dios y una nueva oportunidad para dejar que se reavive en nosotros la nueva vida del nuestro bautismo y la alegría de nuestro encuentro con Cristo resucitado. San Pablo nos exhorta a que “andemos en una vida nueva”. Si hemos muerto con Cristo, ya no podemos pecar más. ¡Vivamos con la ayuda de la gracia la nueva vida de hijos de Dios en el seguimiento del Hijo por la fuerza del Espíritu Santo en el seno de la Iglesia, que está presente, vive y se realiza en esta Iglesia Diocesana de Segorbe-Castellón! Para este fin, Dios mismo nos concederá gracias abundantes en el Año Jubilar diocesano recién comenzado.
Un significado especial tiene esta celebración para vosotros, queridos hermanos y hermanas, de la 3ª comunidad neocatecumenal de Santo Tomás de Villanueva de Castellón de Plana y de la 4ª de la comunidad de la Merced de Burriana. Hoy concluís el Camino Neocatumenal, Yos habéis preparado de modo especial para renovar las promesas bautismales solemnemente en esta S.I. Catedral-Basílica, ante mí, sucesor de los Apóstoles. Vuestras túnicas blancas de lino son signo de vuestra nueva vida bautismal que os acompañarán también en el tránsito hacia la casa del Padre. En vuestros escrutinios habéis visto de dónde procedías cada uno: en algunos casos seguro que de un mundo de destrucción y de miseria, por vivir alejados del amor de Dios por el pecado; pero también habéis experimentado el amor de Dios en Cristo, su misericordia infinita que os ha re-creado haciendo de vuestra propia historia una historia de salvación. ¡Acoged en todo momento la gracia de Dios y la ayuda de los hermanos para que estas vestiduras se mantengan siempre limpias hasta el encuentro definitivo en el Padre!
Renovados así en el amor de Jesucristo podréis y podremos todo seguir nuestro camino en el mundo bajo la mirada del Padre y con la fuerza del Espíritu.
5. Que María, testigo gozosa del acontecimiento de la Resurrección, nos ayude a caminar “en una vida nueva” y vivir como hombres nuevos, que “viven para Dios, en Jesucristo” (Rm 6, 4.11). Que María nos enseñe a salir al encuentro del Hijo Resucitado, fuente de alegría. Fortalecidos así en la fe y vida cristianas estaremos prontos para dar razón de nuestra esperanza y para llevar a nuestros hermanos el mensaje de la resurrección. “¡El no está aquí. Ha resucitado. Aleluya!” Amén.
+ Casimiro Lopez Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón