Homilía con motivo de la visita de la Virgen Peregrina a Moncofa
Moncofa, Ermita de Santa María Magdalena, 9 de julio de 2022
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(Ap 21, 1-5a; Rom 12, 9-13; Jn 19, 25-27)
Amados todos en el Señor.
Queridos D. Jesús Vilar, Párroco de Moncofa, Sr. Vicerrector de la Basílica de Ntra. Sra. de los Desamparados, hermanos sacerdotes concelebrantes y diácono asistente. Saludo con afecto al Consejo parroquial de pastoral y a la Comisión organizadora de la visita de la Peregrina. Saludo con respeto a Sr. Alcalde de Moncofa y a los miembros de la Corporación municipal, al Sr. Capitán de la Guardia Civil, a la Reina de las fiestas y sus damas de honor. Saludo con agradecimiento al Presidente de la Archicofradía y de la Hermandad de seguidores, a la Sra. Camarera y a los portadores de la Virgen.
1. La parroquia y el pueblo de Moncofa, y todos los devotos de la Virgen María estamos muy alegres, porque ha venido a visitarnos la ‘Peregrina’, la Mare de Déu dels Desamparats. Esta tarde estamos convocados por su Hijo, el Señor resucitado, para honrar, contemplar y rezar una vez más a su Madre y Madre nuestra. Al Señor Jesús queremos darle gracias porque nos ha dado a su Madre como nuestra Madre. Sintamos su presencia en nuestra vida para que nunca nos sintamos desamparados en nuestros desvalimientos y dificultades.
Vuestra presencia es testimonio de vuestra devoción a la Mare de Déu dels Desamparats. Las palabras del Evangelio, “y desde aquella hora el discípulo la recibió como algo propio”, tiene un significado muy hondo para todos nosotros. En Juan estamos representados todos los discípulos de Jesús; y como él la recibimos como algo propio. María es nuestra Madre y forma parte de nuestra vida. La Mare de Déu es y la sentimos como Madre nuestra: es la madre que nunca nos abandona. ¿No es éste el significado profundo de nuestra alegría y de la manifestación de devoción y cariño a la Virgen Peregrina en estos días? Nuestra presencia aquí, no es algo postizo: es expresión sentida de nuestro amor a la Madre. La hemos recibido en vuestra vida con todas las consecuencias. Juan “la recibió como algo propio”, es decir, como su propia madre. No se trata sólo de acogerla por unos días. Los discípulos de Jesús recibimos un verdadero tesoro, justamente para que no sintamos nunca desamparados, y, sobre todo, para que vivamos como auténticos discípulos de Cristo. Porque la Virgen María es la Madre de Dios: ella nos da a Dios y quiere llevarnos a su Hijo, el Hijo de Dios, para que creamos en Él, le sigamos y seamos sus testigos allá donde nos encontremos.
¡Qué bendición tan grande tiene vuestra parroquia y vuestro pueblo de Moncofa al ser visitados de esta manera tan singular por la Virgen Santísima! Vuestra acogida es signo de vuestro amor de hijos a la Madre. Lo muestra vuestra numerosa participación en esta celebración; lo expresan vuestros cantos y piropos a la Mare, y lo muestra la ofrenda de flores de ayer tarde; lo expresa la procesión por las calles del pueblo entre lágrimas y aplausos. Moncofa, ¡qué grande eres y que auténtica te manifiestas cuando abres tu corazón a la Virgen!
2. Y, si recibimos así a María, podríamos preguntarnos, ¿qué nos trae la Virgen con su visita para cada uno de nosotros? La Palabra de Dios que hemos proclamado nos señala algunas especialmente importantes. Es bueno recordarlas.
En primer lugar de la Mare de Déu podemos decir: “Ésta es la morada de Dios con los hombres”. Así lo hemos escuchado en la primera lectura, tomada del libro del Apocalipsis. Sí, hermanos: la Virgen María fue la primera morada del Dios en este mundo: en ella el mismo Dios se hizo Hombre entre nosotros. Desde los primeros siglos a la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, está unida una veneración particular a su Madre: ella tuvo la dicha de concebir en su seno virginal al Hijo de Dios, compartiendo con ella incluso el latido de su corazón.
¡Qué maravilla si somos capaces de unir nuestro corazón al latido del corazón de María! En su latido de corazón de Madre sentiremos la presencia y cercanía de Dios; en su latido acogeremos el amor de Dios hacia nosotros y le responderemos con el nuestro, como María; en este latido viviremos el amor fraterno con todos con cuantos nos encontremos en nuestro camino; y este amor fraterno será donación de si, entrega desinteresada, misericordia, perdón, renuncia, ayuda al hermano; buscaremos siempre el bien que elimina hambres, injusticias, discriminaciones, que va siempre orientado hacia la verdad y el bien del otro. ¡Qué belleza adquiere la vida humana, cuando nuestro corazón late con la fuerza que el corazón de nuestra Madre pone en nuestras vidas!
En un segundo lugar la Mare de Déu nos enseña a vivir siempre animados por la caridad a Dios y al prójimo: por una caridad franca y verdadera, sin fingimiento ni farsas, siendo capaces de aborrecer lo malo y de apegarnos a lo bueno (Rom 12, 9), para vivir siempre con esperanza y en la alegría de saberse amados por Dios. Esta es la caridad que impulsó a María a aceptar ser Madre de Dios y Madre nuestra. Este es el amor que la llevó a olvidarse de sí misma para ponerse en manos de Dios, para acoger y cuidar la vida, para pasar los primeros meses de su embarazo al servicio de su prima Isabel, para unirse al ofrecimiento de la vida a su Hijo en la Cruz por la salvación de todos los hombres.
¡Qué hondura tiene la vida de nuestra Madre! El Espíritu Santo que hizo presente al Hijo de Dios en la carne de María, ensanchó su corazón hasta la dimensión del corazón de Dios y la impulsó por la senda de la caridad. El mismo Espíritu Santo que la cubrió con su sombra, hizo que se pusiera al servicio de su prima Isabel, de los sirvientes en las bodas de Caná, de los discípulos del Señor, de todos nosotros. El Espíritu Santo la impulsa a salir a la misión para ir al encuentro del prójimo necesitado, quien le da la fuerza para afrontar las dificultades y los peligros para su vida. Todo gesto de amor genuino de María, contiene en sí un destello del misterio infinito del amor de Dios: la mirada de atención al hermano, estar cerca de él, compartir su necesidad, curar sus heridas, responsabilizarse de su futuro, todo, hasta los más mínimos detalles, está animado por el Espíritu de Cristo.
Ojalá que también nosotros sepamos como María tener esa mirada misericordiosa para saber ver y atender las necesidades de nuestros hermanos. Hay muchas personas que sufren en su cuerpo y en su espíritu; los enfermos, las personas que sufren soledad, los matrimonios y las familias rotas y sus hijos, o los mayores aparcados en residencias. Muchos otros sufren el paro, la precariedad económica o la angustia por no llegar a fin de mes. También hay injusticias, guerras, violencia y amenazas, la esclavitud del alcohol y las drogas.
Ante este panorama no podemos cerrar los ojos. Tampoco podemos quedarnos con los brazos cruzados. Hoy la Virgen nos anima a todos a tener su misma mirada. Por eso hoy, me atrevo a deciros: No tengáis miedo, no os dejéis llevar por el desanimo, no perdáis nunca la esperanza. Salid a las periferias, sed testigos del amor de Dios y dadlo a conocer a todos. Como María, los cristianos sabemos muy bien, que sin Dios y su amor no somos nada. Sin Dios, el hombre pierde el norte en su vida y en la historia. Sin Dios desaparece la frescura y la felicidad de nuestra tierra. Si el hombre abdica de Dios abdica también de su dignidad, porque el hombre sólo es digno de Dios. La mayor violencia contra el hombre y su dignidad, su mayor tragedia, es la supresión de Dios del horizonte de su vida. Pertenecemos a Dios puesto que Él nos ha creado y nos llama a la Vida, y vida en plenitud: en Él está nuestro origen y en Él esta nuestro fin. Las cosas mueren; sólo Dios permanece para siempre.
En todos los momentos de nuestra vida, incluso en los momentos difíciles y preocupantes, podemos contar con el consuelo y la protección de la Mare de Déu. Tengamos la certeza de que la Virgen nos acompaña siempre. Sabemos bien que ella nos mira y nos acoge con verdadero amor de Madre; cada uno de nosotros, nuestras familias y nuestro pueblo estamos en su corazón; ella cuida de nuestras personas y de nuestras vidas; ella camina con nosotros en nuestras alegrías y esperanzas, en nuestros sufrimientos y dificultades.
Que María nos obtenga el don de saber creer y amar como Ella supo creer y amar. A María, a la Mare de Déu dels Desamparats, le pedimos que nos de un corazón como el suyo. Con María tenemos que decir que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es la persona humana, su vida, su naturaleza, su dignidad, su libertad y su conciencia ante las ideologías del pensamiento único. No hay verdadero desarrollo y progreso sin este respeto a la persona que pasa por garantizar que pueda vivir según la dignidad que Dios le ha dado, desde su concepción hasta su muerte natural. María nos enseña que solamente Dios es el garante de la dignidad del ser humano, creado a su imagen; sólo Dios fundamenta su dignidad y alimenta su anhelo de ser más.
Que la Mare de Déu dels Desamparats, nos guíe y proteja en todos los momentos y situaciones de la vida. A Ntra. Señora la Virgen de los Desamparados encomendamos especialmente a nuestros niños y jóvenes, a nuestros matrimonios y familias, a nuestros mayores y enfermos, a todos los que sufren y todo el pueblo de Moncofa. Amén.
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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