Fiesta del Bautismo del Señor. Apertura del Año Vocacional de la Consolación
Capilla del Colegio de la Consolación en Castellón – 11 de enero de 2013
(Is 42,1-4. 6-7; Sal 28; Hech 10,34-38; Mt 3,13-17)
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¡Hermanas y hermanos, todos en el Señor Jesús!
- En la víspera de la Fiesta del Bautismo de Jesús, el Señor nos convoca para esta Eucaristía en el inicio del año vocacional de vuestra Congregación de Hermanas de la Consolación. Esta tarde y este año nos une a todos un mismo deseo: agradecer a Dios nuestra propia vocación y ofrecer a otros la posibilidad de vivir el regalo de seguir a Jesús con nuestra vida, en nuestro trabajo, junto a nuestras familias y comunidades.
La Fiesta del Bautismo de Jesús nos conduce al núcleo, al meollo, de este año vocacional: centra nuestra mirada en Jesús, que es quien llama, y nos recuerda nuestro propio bautismo, que es una la llamada permanente al seguimiento del Señor. Porque, para un bautizado la vocación no es un mero proceso de comunicación en el que llegamos a descubrir con profundidad nuestra riqueza interior y la de las personas que nos rodean, un proceso que nos interpela constantemente y nos lanza al servicio de los demás. La vocación, antes todo, es un don gratuito de Dios: esa es la riqueza interior que todo bautizado lleva dentro de sí, llamada a ser descubierta, acogida y vivida en fidelidad.
Bautismo de Jesús: manifestación de su divinidad
- Con la Fiesta del Bautismo de Jesús concluye el tiempo de Navidad. Este día nos brinda la oportunidad de revivir el bautismo de Jesús. Recordemos: A orillas del Jordán, Juan Bautista administra un bautismo de penitencia, exhortando a la conversión de los pecados. Ante el Precursor llega también Jesús, el cual, con su presencia, transforma ese gesto de penitencia en una solemne manifestación de su divinidad. “Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto” (Mt 3, 16-17). Son las palabras de Dios-Padre que nos manifiestan a Jesús como su Hijo unigénito, su Hijo amado y predilecto.
Esta ‘manifestación’ del Señor sigue a la manifestación de Jesús a los pastores en la humildad del pesebre en Navidad, y a la manifestación a los Magos de Oriente en Epifanía con los Magos, que en el Niño adoran al Rey anunciado por las Escrituras. En la Navidad hemos contemplado con admiración y alegría la aparición de la ‘gracia salvadora de Dios a todos los hombres’ (Tt 2, 11); una gracia, manifestada en la pobreza y humildad del Niño-Dios, nacido de María virgen por obra del Espíritu Santo. En el tiempo navideño hemos ido descubriendo las primeras manifestaciones de Cristo, ‘luz verdadera que ilumina a todo hombre’ (Jn 1, 9): luz, que brilló primero para los pastores y después para los Magos, primicia de todos los pueblos llamados a la fe, que, siguiendo la luz de la estrella, y llegaron a Belén para adorar al Niño recién nacido (cf. Mt 2, 2).
Hoy, en el Jordán se realiza cuanto se ha dicho del Niño-Dios, adorado por los pastores y los Magos. Dios-Padre presenta a Jesús, al inicio de su vida pública como su Hijo unigénito, como el Cordero que toma sobre sí el pecado del mundo. En el Bautismo de Jesús, el Padre manifiesta a los hombres que Jesús es su Hijo y revela su misión de consagrado de Dios y Mesías. Jesús comienza públicamente su misión salvadora; Él es el enviado por Dios para ser portador de justicia, de luz, de libertad y de consuelo. “Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hech 10, 38) Su misión se caracterizará por el estilo del siervo humilde y manso, dispuesto a entregarse totalmente; él hará de su vida un acto de entrega y de servicio a todos, como nos ha dicho Isaías (Is 42, 1-4. 6-7).
En el Jordán se abre así una nueva era para toda la humanidad. Este hombre, que aparentemente no es diferente de todos los demás, es Dios mismo, que viene a nosotros para liberarnos del pecado y para dar el poder de “convertirse en hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios” (Jn 1, 12-13).
El bautismo cristiano: don destinado al crecimiento
- El Bautismo de Jesús nos remite así a nuestro propio bautismo. En la fuente bautismal, al renacer por el agua y por el Espíritu Santo, la gracia de Cristo transforma nuestra existencia: la libera del pecado y de la muerte, y pasa de ser mortal a ser inmortal. Por el bautismo hemos sido injertados en la vida misma de Dios, hemos quedado convertidos en sus hijos adoptivos en su unigénito “Hijo predilecto”. ¡Cómo no dar gracias a Dios, que nos ha convertido en hijos suyos en Cristo! Esta es nuestra primordial vocación, base de toda otra vocación específica: un don y una tarea que nos acompaña de por vida hasta lograr la estatura de Cristo.
Porque, no olvidemos que el don de la nueva vida bautismal pide la acogida y colaboración humana; la primera cooperación de la criatura es la fe, con la que, atraída interiormente por Dios, se abandona libremente en sus manos. Todo bautizado, también los bautizados en la infancia en la fe de la Iglesia, profesada por sus padres, al llegar al despertar religioso y al uso de la razón, debe recorrer, personal y libremente, un camino espiritual que, con la gracia de Dios, le lleve a vivir y desarrollar el don recibido en el bautismo. Pero ¿podrán abrirse los niños y los adolescentes a la fe y al don recibido si los adultos, especialmente los padres y educadores cristianos, los pastores y los consagrados no les ayudamos a ello? Nuestros niños y adolescentes necesitan que sus padres y educadores, que toda la comunidad cristiana les ayudemos a conocer el rostro de Dios, que es amor misericordioso y compasivo, y a encontrarse personalmente con Jesús para entablar una verdadera amistad con él. A los padres y educadores les corresponde introducirles en este conocimiento y amistad a través de palabra y sobre todo del testimonio de vida cristiana en el día a día, en su forma de vida, en su trabajo y en sus relaciones con ellos y con los demás; unas relaciones que se han de caracterizar por la acogida, la fraternidad, el amor y el perdón. Grande es la responsabilidad de la cooperación de padres y educadores en el crecimiento espiritual de niños y adolescentes y en la trasmisión de la fe, para que se desarrolle en ellos la imagen misma de Jesús, Hombre perfecto!.
Padres y educadores nunca deben sentirse solos en esta misión. Toda la Iglesia está comprometida a asistirles en ella para fortalecer la propia fe y la propia vida cristiana o consagrada, alimentándola con la oración y los sacramentos. Pero los padres y educadores cristianos no podrán ayudar a sus hijos y educandos en el crecimiento de la fe y de la vida cristiana, si ellos no lo viven en el día a día.
Bautismo como llamada a la escucha y al seguimiento
- “Éste es mi Hijo amado; escuchadle” (Mc 9, 7). Este anuncio y esta invitación resuenan hoy particularmente para todos los bautizados. Al participar en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo por el bautismo, estamos enriquecidos con el don de la fe e incorporados a la Iglesia, el pueblo de la nueva y definitiva alianza. El Padre nos ha hecho en Cristo hijos adoptivos suyos y nos ha revelado un singular proyecto de vida: escuchar como discípulos a su Hijo para ser realmente sus hijos.
La riqueza de la nueva vida bautismal es tan grande que pide de todo bautizado una única tarea; es la que el apóstol Pablo no se cansa de indicar a los primeros cristianos con las palabras: “Caminad según el Espíritu” (Ga 5, 16), es decir, vivid y obrad constantemente en el amor a Dios haciendo el bien a todos como Jesús.
Es la llamada al seguimiento de Jesús según la vocación y el carisma, que cada uno haya recibido, para ser testigos valientes del Evangelio. Esto es posible gracias a un empeño constante, para que se desarrolle el germen de la vida nueva y llegue a su plena madurez. El camino es: dejarse encontrar por Jesús, amarle, invocarlo sin cesar e imitarlo con constante adhesión a su llamada. Hemos recibido la llama de la fe: que ha de estar continuamente alimentada, para que cada uno, conociendo y amando a Jesús, obre siempre según la sabiduría evangélica. De este modo, llegaremos a ser verdaderos discípulos del Señor y apóstoles alegres de su Evangelio. Viviendo con fidelidad y alegría en la vocación y el carisma concreto tras las huellas de Jesús, otros se sentirán atraídos a hacer lo propio.
El bautismo cristiano hace a todos los creyentes, cada uno según su vocación específica, corresponsables de la gran misión de la Iglesia. Cada uno en su propio campo, con su identidad propia, en comunión con los demás y con la Iglesia, debe sentirse solidario con el único Redentor del género humano. Cada uno debe sentirse llamado a caminar de modo coherente con el bautismo que recibimos un día, conforme a la nueva dignidad de hijos de Dios, siendo durante toda la vida cristianos auténticos y testigos valientes del Evangelio.
- Que María, Nuestra Señora de la Consolación, nos ayude a fijar nuestra morada en Dios para agradecerle la vocación de él recibida, para acogerla y vivirla con fidelidad. Que como ella con nuestra palabra y con nuestro testimonio de vida ayudemos a otros a caminar tras las huellas de su Hijo. Y que Dios os conceda a la Congregación de Hermanas de la Consolación el don de nuevas vocaciones. Amén.
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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