Ayer domingo, tuvo lugar en el Monasterio del Sagrado Corazón de Jesús, de Alquerías del Niño Perdido, la celebración de las Bodas de Oro de vida consagrada de la Hna. Juana María de la Cruz, y de las Bodas de Plata de la Hna. Francisca del Sagrado Corazón, Carmelitas Descalzas, en una ceremonia presidida por el Obispo, D. Casimiro.
Con la asistencia de la comunidad de carmelitas del Desierto de las Palmas, en la emotiva Eucaristía de acción de gracias, las dos religiosas renovaron sus promesas a la vida consagrada en este domingo dedicado a la Misericordia Divina.
El Obispo comenzó la homilía con palabras de agradecimiento a Dios, “dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal. 117), una misericordia que se nos manifiesta en la encarnación de su Hijo Jesucristo. “A Él le damos gracias por el don Pascual”.
También “por vosotras dos”, les decía a las Hermanas, pues “habéis sido destinatarias preferidas de la misericordia de Dios, de su don, de la vida cristiana y de la vida consagrada, que habéis podido vivir en fidelidad gracias a su misericordia”.
D. Casimiro realizó especial hincapié en tres palabras: encuentro, comunidad y amor. El encuentro de los discípulos con el Señor resucitado es “un encuentro tan fuerte que cambia su corazón”, pasando del miedo a la alegría, por lo que pudieron salir “a proclamar que Cristo Jesús había resucitado”.
Como le pasó a Tomás, con su incredulidad, “cuando uno se aleja de la comunidad, su fe en el Señor resucitado decae”, advirtió. “Es fundamental creer que Jesús no solo ha muerto, sino que también ha resucitado, es el fundamento de nuestra fe”, una fe “que se mantiene viva en un encuentro constante con el Señor, personal y en comunidad”.
El Señor resucitado “debe estar siempre en el centro de la vida de todo cristiano, de toda familia cristiana, de toda comunidad cristiana y de nuestra Iglesia”, recalcó. En la comunidad cristiana experimentamos su misericordia, lo que nos ayuda a “ser misericordioso con los demás, sabiendo comprender, sabiendo perdonar, sobrellevándoos”. “¡Mirad cómo se aman!”, dijo citando a Tertuliano, es el “signo de una comunidad centrada en el Señor”, que es el mejor testimonio de la resurrección del Señor.
Quien ama a Dios ama al prójimo, continuó el Obispo, “con el corazón misericordioso de Dios, que es fiel, está siempre dispuesto al perdón, que se compadece de las miserias humanas”. “Dios es amor, y cada uno de nosotros somos fruto de su amor”, creados por amor y para el amor, “esa es la vocación originaria”, “amar como Cristo nos ha amado”.