La «Cruz de Dodekaorton», o del Monte Athos, de la Catedral de Segorbe
Oriente en occidente
Sin ningún tipo de datos sobre su procedencia ni razones de su ingreso, la catedral de Segorbe conserva una bellísima cruz de bendición ortodoxa (MCS.359), trabajada en madera y ensamblada a una desarrollada peana bulbosa, rematada en el extremo de los brazos por perinolas doradas. Típica de las tradicionales producciones bizantinizantes de los talleres del Monte Athos, presenta un centro con dieciséis relieves calados en el neto de la cruz con pequeñas escenas en miniatura talladas, minuciosamente, en dura madera de Boj, datable hacia 1740. Habiendo perdido su pedestal trabajado primitivo, La pieza original sería incorporada a un pedestal labrado en hueso y conchas marinas en la segunda mitad del siglo XIX, hacia 1865, para ser empleada como pequeña cruz de altar.
La obra, con una medida global de 130 x 70 mm, contiene los principales episodios de la vida de María y de Cristo, grandes fiestas de la Iglesia Ortodoxa. El conocido como «Dodekaorton», que da nombre apropiado e histórico a este tipo de cruces. En el anverso, de izquierda a derecha, «Presentación de María», «Anunciación», «Epifanía» y «Reyes Magos ante Herodes»; de arriba abajo, «Bautismo de Cristo», «Nacimiento de Jesús», «Resurrección de Lázaro» y «Entrada en Jerusalem». En el reverso, de izquierda a derecha: «Beso de Judas», «Flagelación», «Aparición del ángel a la Magdalena» y «Cristo resucitado ante dos apóstoles»; de arriba a abajo: «Ascensión», «Crucifixión», «Entierro de Cristo» y «Resurrección». La elección de escenas de cada cara resulta una bella trasposición simbólica entre la vida y la muerte, la entrada de Cristo al mundo y la preparación para la partida.
Hoy en día, la misma vida monástica y las antiguas tradiciones en práctica durante siglos siguen, de una manera u otra, vigentes en la antigua península griega. Pero, no obstante, el arte sacro allí generado por el mundo de la Iglesia Ortodoxa, con la llegada de obras a occidente, fertilizó el mundo de la cultura y de los arquetipos cristianos, fascinando desde tiempos medievales y modernos por su simpleza y sencillez, a través de la experiencia bizantina, expresión terrenal del reino de los cielos y donde se formuló la teología y la literatura mística que los hizo posible. Testimonios que portaron savia nueva y nuevas aguas para alabanza a Dios, haciéndonos retornar a la infancia de nuestra fe.
Por todos, o casi todos, es bien conocido el impacto del mundo de los iconos, imágenes en esencia, fundamentales en la espiritualidad oriental, como pinturas portátiles al temple sobre madera o tallas, que seguían antiguas tradiciones artesanales transmitidas durante generaciones. Eran presentados como imagen virtuosa de Dios en Jesucristo, además de la imagen de su santa Madre y todos los santos llamados a la vida divina, que murieron así mismos para que fuera Cristo quien viviera en ellos. Eran parte de la propia celebración, instrumento para el rezo e intrínsecamente inseparables de la propia liturgia, siendo empleados para anunciar el Evangelio y la buena noticia. Eran incensados por el sacerdote, que bendecía con ellos las propias ofrendas y al pueblo, protagonizaban procesiones y eran objeto de muy cercana veneración por los fieles.
Estas obras, fueron la respuesta de aquellos maestros al gran reto del arte cristiano, la representación de lo invisible, partiendo de la tradición grecorromana, que ensalzaba la gloria de lo carnal, para captar la presencia espiritual a través de un nuevo canon materialmente incorpóreo y expresividades renovadas por la obra de la redención y la virtud. Nacía así una nueva imagen basada en la esencia del alma, figurativa y simbólica. En esencia, una verdadera ventana abierta al misterio de la Encarnación.
Los obradores de los monasterios del Monte Athos fueron un destacado centro de producción de obras talladas de madera en miniatura entre los siglos XVI y XVIII. Esta talla de cruces y pectorales de madera, a veces montadas en estructuras de orfebrería de una calidad pareja, debe considerarse, pues, un arte decorativo propio practicado por los monjes athonitas para obtener recursos para sobrellevar su vida ascética de retiro del mundo.
Habiendo desparecido muchas de las realizadas, sobre todo en los primeros tiempos de presencia otomana, se ha indicado la influencia de la talla y los modelos iconográficos cretenses. También se ha destacado su relación con la realización de iconostasios en madera y su comercialización del oriente al occidente mediterráneo, sobre todo con los territorios de la península Itálica y desde Estambul a los diversos epicentros del imperio turco. La procedencia veneciana de estos trabajos ha sido descartada por la historiografía más reciente.
Un buen ejemplo son las interesantes realizaciones conservadas en la sacristía del Monasterio de Vatopedi, el segundo en jerarquía de los grandes recintos monásticos de Athos, fundado en el año 972 y lugar donde se conserva la valiosa reliquia del cinturón de la Virgen María. Allí se conserva una cruz grande de 1639, con ensamblaje en plata, perinolas y de gran calidad, “de la mano del papa Ezequiel”. Otra similar realizada, de 1669, con talla menos importante, pero de una calidad de montura de arabesco barroco imponente, realizada con el mecenazgo de Nikolai Bouhosi, alto cargo del estado moldavo, y de su esposa Anna, de origen griego. Una tercera, de 1674, sobre trono o base escalonada hexagonal. Otras dos cruces del monasterio, del abad Dyonisios Xeniotis (1660-1669 y 1678), aportan soluciones esmaltadas a las monturas de una gran riqueza, albergando tallas de grandísimo empeño, cercanas a la tradición denominada como «Constantinopolitanas», dignas de la alta joyería europea de la época. Obras similares, aunque de mayor autenticidad y entidad, se conservan en la Catedral de Sevilla (siglo XVI), o el Metropolitan Museum de Nueva York, Victoria and Albert Museum y el Museo del Patriarca de Valencia, éstas un poco más tardías y vinculadas a Giorgios Lascaris; conocidas como «cruces de laskaris», las cuales están están fabricadas con un pedestal más sobre elevado. Otras ejecuciones trascendentales, todavía faltas de estudio genérico, se custodian en otros centros monásticos y museos griegos, búlgaros, turcos o rumanos.
No obstante, la desconocida obra de la catedral de Segorbe, que ofrece más similitudes a la conservada en la Courtauld Gallery, British Museum o la del Walters Art Museum, más sencillas, todavía brinda muchas dudas. No obstante, presenta las características propias de otras reliquias y objetos de culto importadas o trasladadas desde el lejano oriente, desde aquellos lugares de culto, en el equipaje personal de alguno de los grandes personajes ligados a la jerarquía diocesana de los tiempos pretéritos, quizá de los tiempos de la ilustración, o de alguna de las órdenes religiosas activas por Tierra Santa, tal vez los franciscanos.
La «cruz de Dodekaorton» o del Monte Athos de Segorbe, es excepcional por su rareza y sencillez, perteneciente a un olvidado corpus de gran escasez en nuestras tierras. Las escenas citadas, repartidas en una cuidada cuadrícula de su cruz griega. Una iconografía y técnica propia de materiales como el hueso y el marfil que, muchas veces, ha dificultado su datación cronológica, al tratarse de una artesanía con procedimientos inalterables a lo largo de los años.
David Montolío Torán
José Cebrián Cebrián