«Sé de quién me he fiado»
Queridos diocesanos:
Nos disponemos a celebrar el Día del Seminario, el día 19, Festividad de San José. Durante estos días, las vocaciones al sacerdocio estarán de un modo más intenso en el centro de nuestra reflexión, oración y acción pastoral. Toda nuestra Iglesia diocesana, -sacerdotes, religiosos y seglares, familias y comunidades cristianas- hemos de implicarnos en el cuidado y la promoción de las vocaciones sacerdotales. Nuestros seminaristas serán los pastores de nuestras comunidades. Contando siempre con la presencia permanente del Señor Resucitado y con la fuerza vivificadora de su Espíritu en nuestra Iglesia, del número y de la calidad de nuestros futuros sacerdotes dependen en gran medida el vigor y la vialidad de nuestras comunidades. Por ello hemos de cuidar con mucho esmero los seminarios y las vocaciones al sacerdocio ordenado. Nuestra Iglesia y nuestro mundo necesitan sacerdotes que sean todo de Dios para los hombres.
El lema para el Día del Seminario de este año gira en torno a las palabras de San Pablo a Timoteo: “Sé de quién me he fiado” (2 Tim 1, 12). Como en Pablo en el camino de Damasco, la vocación sacerdotal nace de la fe; es decir, de la experiencia del encuentro personal con Cristo, del diálogo sincero y confiado con él, para amarle y dejarse amar por Él, para entrar en su voluntad hasta poner totalmente la confianza en Él, fiarse a pié juntillas de Él, dejarse modelar por Él, entregarle la propia persona y ponerse al servicio de Cristo y del anuncio del Evangelio. Para descubrir y acoger la vocación sacerdotal es necesario, pues, creer, abrir y entregar el corazón a Cristo, crecer en la experiencia de fe, entendida como encuentro personal y relación profunda con Jesús, como escucha interior de su voz, que resuena dentro de cada uno de nosotros.
Este itinerario, que ayuda a escuchar y acoger la llamada de Cristo, tiene lugar dentro de las familias y comunidades cristianas que viven un intenso clima de fe, un generoso testimonio de adhesión al Evangelio y una pasión misionera, alimentados por la escucha de la Palabra, por la participación en los sacramentos, en particular la Eucaristía, y por una fervorosa vida de oración. La oración constante y profunda hace crecer la fe de la comunidad cristiana, en la certeza de que Dios nunca abandona a su pueblo y lo sostiene suscitando vocaciones al sacerdocio, para que sean hombres de Dios, servidores de Cristo y de su Iglesia, y signos de esperanza para el mundo. Las vocaciones sacerdotales son uno de los frutos más maduros de la comunidad cristiana y un termómetro de la vitalidad de su fe, que mira con esperanza al futuro de la Iglesia y de la evangelización.
Los sacerdotes, por su parte, están llamados a darse de modo incondicional al Pueblo de Dios, en un servicio de amor al Evangelio y a la Iglesia; con su testimonio de su fe, con su fervor apostólico y con su alegría cristiana, pueden transmitir a niños y jóvenes el vivo deseo de responder generosamente y sin demora a Cristo que les llama a seguirlo más de cerca.
Jesús sigue llamando a muchachos y a jóvenes al sacerdocio ordenado. Quien experimenta el amor de Cristo en la llamada al sacerdocio ordenado, la acoge con gratitud, se fía de él y entrega su propia vida por amor al servicio del Evangelio y de los hombres.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón