Queridos diocesanos:
El mes de Junio está dedicado en nuestra Iglesia al Sagrado Corazón de Jesús. Para el papa Pío XII, esta devoción tan extendida entre nosotros es como la síntesis de la fe y de la vida cristiana.
En efecto, la palabra corazón en la sagrada Escritura -y también en nuestro lenguaje- designa no sólo el órgano fisiológico, sino principalmente el centro de la persona: el punto donde confluyen los pensamientos, los sentimientos, los afectos y las motivaciones más profundas de una persona. Y el corazón es símbolo del amor. Cuando hablamos del Corazón de Jesús nos referimos a lo más íntimo de su ser, a lo que le mueve en todo momento, a su amor. Eso incluye sus sentimientos, pero sobre todo su amor, que en Jesús es humano y divino al mismo tiempo.
A través del Corazón de Jesús se nos revela su intimidad más profunda, y ésta aparece como misericordia. Como acaba de decir el papa Francisco, el Corazón de Jesús, «no es sólo el corazón que tiene misericordia de nosotros, sino la misericordia misma. Ahí resplandece el amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogido y comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la certeza de ser elegido y amado. Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor: el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo» (Homilía 03.06.2016). El Corazón de Jesús nos muestra que su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido. En él vemos su continua entrega sin límite alguno; en él encontramos la fuente del amor dulce y fiel, que deja libre y nos hace libres; en él volvemos cada vez a descubrir que Jesús nos ama «hasta el extremo» (Jn 13,1), sin imponerse nunca; está inclinado hacia nosotros, especialmente hacía el que está lejano; es la ‘debilidad’ de un amor particular, porque desea llegar a todos y no perder a nadie.
Todo el ser de Jesús arde de amor hacia el ser humano. La humanidad de Jesucristo está impregnada de ese amor: Dios se ha hecho hombre por amor a todos los hombres, se ha abajado hasta nosotros para que podamos contemplar su rostro misericordioso y experimentar su amor. Toda la humanidad de Cristo, sus gestos, sus miradas, sus palabras y sus sentimientos muestran su misericordia. Como señaló san Juan Pablo II, Cristo «es la encarnación definitiva de la misericordia, su signo viviente».
Al Corazón traspasado de Jesús debemos recurrir para alcanzar el verdadero conocimiento de Dios y experimentar a fondo su amor y su misericordia. Ahí podemos comprender mejor lo que significa conocer en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo teniendo puesta nuestra mirada en él, hasta vivir completamente desde la experiencia de su amor, para dejarnos transformar por él y para poder llevarlo a los demás. Como escribió san Juan Pablo II, «junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así … sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la civilización del Corazón de Cristo» (Carta de Juan Pablo II de 5 de octubre de 1986).
La principal necesidad de todo hombre está en encontrar un amor que dé un sentido total a su existencia: está hecho para amar y para ser amado. El amor misericordioso de Dios nos enseña el valor de cada hombre, de todo hombre. El Corazón de Jesús se nos ofrece como fuente de la misericordia, donde podemos curar nuestra afectividad, enderezar nuestra voluntad y encontrar el estímulo para amar a nuestro prójimo.
El misterio del amor de Dios es el contenido del culto y de la devoción al Corazón de Jesús y el contenido de toda verdadera espiritualidad y devoción cristiana. Evangelizar el mundo es llegar y llevar al Corazón de Cristo, revelación y fuente del amor misericordioso del Padre.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón