El don pascual de la Misericordia divina
Queridos diocesanos:
El segundo Domingo de Pascua se llama también “de la Misericordia divina’´ desde el año 2000. Así lo dispuso san Juan Pablo II en la canonización de Sor Faustina Kowalska, Apóstol de la divina Misericordia. Este domingo debía ser “una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros”. Sor Faustina había dejado escrito que “la humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a la misericordia divina” (Diario, 300). Vista desde la actual pandemia y del resto de los graves problemas que siguen afectando a la humanidad, el deseo del Papa se revela como realmente profético. La humanidad necesita abrir su corazón a la Misericordia de Dios especialmente en este tiempo de incertidumbre.
Misericordia significa el corazón (cordia, del latín cor, corazón) que se abaja ante cualquier miseria humana (miseri). Como dice el papa Francisco “el nombre de Dios es misericordia”. Es la palabra que mejor revela su ser más íntimo: Dios es amor y comunión de personas en el amor. La misericordia es el amor divino en su aspecto más profundo hacia la humanidad; manifiesta su disposición a aliviar cualquier necesidad humana y su infinita capacidad de perdonar.
Dios es amor y crea al ser humano por amor y para la vida plena en su amor. Es un amor fiel, que sigue amando a su criatura incluso cuando se aleja de Él, y que sale a su encuentro y la espera pacientemente. Es un amor compasivo, entrañable y tierno como el de una madre, que sufre y se compadece ante cualquier necesidad y sufrimiento humano; es un amor que está siempre dispuesto al perdón. Así lo revela Dios a lo largo de la Historia del Pueblo de Israel y lo hace de modo definitivo en su Hijo, Jesús.
Jesús es la Misericordia de Dios hecha carne: su persona, sus palabras, gestos y obras, todo en Él nos habla de la misericordia de Dios. Jesús habla con palabras de misericordia; mira con ojos misericordiosos; actúa y cura movido por la compasión y la misericordia hacia los necesitados, desheredados y enfermos en el alma y en el cuerpo. El misterio pascual, la muerte y resurrección de Jesús, es la manifestación suprema de la misericordia divina. Por su amor misericordioso, el Padre envía al Hijo al mundo; por amor a Dios y al ser humano, Cristo se ofrece en la Cruz al Padre para el perdón de los pecados; por amor, el Padre acoge y acepta el sacrificio de su Hijo y lo resucita; por amor, Cristo resucitado envía el Espíritu Santo.
En la tarde del primer día de la semana, Jesús Resucitado se presenta ante los Apóstoles y les dice: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. (…) Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20, 21-23). Antes de pronunciar estas palabras, Jesús les muestra sus manos y su costado, es decir, señala las heridas de la pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad.
La misericordia divina llega a la humanidad a través del corazón de Cristo crucificado mediante el envío del Espíritu para el perdón de los pecados. Este don pascual de la Misericordia divina continua en su Iglesia a través de los sucesores de los Apóstoles; una misericordia que reconstruye la relación de cada uno con Dios, de los hombres entre sí y con la creación entera; una misericordia que suscita entre los hombres nuevas relaciones de solidaridad fraterna.
Cristo nos enseñó que quien acoge y experimenta la misericordia de Dios está llamado a “usar misericordia” con los demás: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). La misericordia sale al encuentro de todas las necesidades de los hombres, como Jesús que se inclinó sobre todas las miserias humanas, tanto materiales como espirituales.
Sintonizando con el corazón de Cristo, crucificado y resucitado, llegaremos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos: con ternura entrañable, con compasión comprometida y con disposición al perdón: en una palabra, miraremos nuestro mundo con ojos de misericordia. Así será posible establecer un estilo nuevo de relaciones entre las personas y entre los pueblos. Desde este amor podremos afrontar la crisis de sentido y los desafíos más diversos, superar los odios y las guerras, perdonar de corazón, salvaguardar la dignidad de toda persona humana. Acojamos y vivamos el don pascual de la misericordia divina y ofrezcámosla a la humanidad.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!