HOMILÍA EN LA CLAUSURA DEL II AÑO MARIANO DE NTRA. SRA. DE LA ESPERANZA, PATRONA DE ONDA
Onda, Iglesia parroquial de La Asunción de Nuestra Señora, 19 de diciembre de 2021
IV Domingo de Adviento
(Is 5,1-1a; Sal 79;Hb 10,5-10; Lc 1,39-45)
Muy amados todos en el Señor Jesús!
1. El IV Domingo del Adviento del pasado año abríamos el II Año Mariano dedicado a Nuestra Señora de la Esperanza”, Patrona de esta querida Villa de Onda. También en el IV Domingo de Adviento, el Señor nos convoca para su clausura, que con tanto mimo estaba preparando nuestro querido Mn. Domingo, a quien hace una semana el Señor llamó repentinamente a su presencia.
Os saludo de corazón a cuantos habéis secundado la llamada de la Madre para la acción de gracias en esta Solemne Eucaristía. Saludo de corazón a los Sres. Párrocos de la Virgen del Carmen y de Artesa. Saludo con afecto a los representantes de Cofradías y Asociaciones de la Villa. Saludo también con respeto a la Ilma. Sra. Alcaldesa y Miembros de la Corporación Municipal de Onda así como al Consejo Rector de Caja Rural de Onda. Sed bienvenidos todos cuantos habéis venido hasta esta iglesia de Asunción, para la clausura de Año Mariano y cuantos nos seguís desde vuestras casas a través de los Medios de Comunicación.
A lo largo de este año Mariano habéis mostrado vuestro gran amor y vuestro cariño filial hacia la Madre y Patrona de Onda, la Virgen de la Esperanza. Al contemplar a la Virgen de la Esperanza en medio de vosotros la habéis rezado y suplicado, la habéis honrado y la habéis cantado “bendita entre todas la mujeres” por ser la Madre del Hijo de Dios, nuestra única esperanza.
Llamados a la acción de gracias por los dones recibidos
2. Esta mañana, de manos de María nuestra mirada se dirige a Dios para darle gracias. Con María le cantamos: ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador. … porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí’ (Lc 1, 46-47, 49). Sin El, sin su permanente presencia amorosa nada hubiera sido posible. Al Dios, Uno y Trino, fuente y origen de todo bien, alabamos y damos gracias. Él nos ha concedido la gracia de vivir y celebrar este Año mariano; gracias damos a Dios y a la Virgen de la Esperanza, medidora de toda gracia, por todas las obras grandes que, a través de María, Dios ha hecho en todos vosotros. Quizá no lo percibáis, pero este Año dejará sus frutos sin duda alguna: frutos de mayor devoción mariana, frutos de conversión a Dios, a su Hijo y al Evangelio, frutos de fortalecimiento de vuestra fe y vida cristiana, y frutos de renovación de vuestras parroquias, familias, comunidades, asociaciones y grupos.
Mirar al futuro enraizados en Cristo, nuestra esperanza.
3. El Año mariano concluye. Pero ¿cómo continuar lo vivido en este Año para afrontar el futuro con confianza y esperanza? Como María sólo lo podemos hacer desde Dios con una fe viva, con una esperanza firme y con una caridad ardiente. Dios se ha hecho Emmanuel, Dios-con-nosotros. Creemos que el Señor Jesús ha resucitado, y que está por la fuerza de su Espíritu siempre en medio de vosotros, que Él guía nuestros pasos por el camino de la paz, que Él conduce a los creyentes y a su Iglesia, a vuestras familias y vuestras comunidades parroquiales para sean vivas y evangelizadoras.
Este día contemplamos una vez más a María, Virgen y Madre de la Esperanza. Sí; María es en verdad, la Madre de la Esperanza porque es la Madre de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, la virgen Madre del Emmanuel, del Dios con nosotros. Jesús, el hijo de María, es el fundamento de nuestra esperanza. O como nos dice San Pablo Cristo Jesús es nuestra esperanza (1 Tim 1,1). Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Hb 13,8), el Pastor supremo (1 P 5,4), que guía a su Iglesia a la plenitud de la verdad y de la vida, hasta el día de su venida gloriosa en la cual se cumplirán todas las promesas y serán colmadas las esperanzas de la humanidad.
Sí, hermanos: Cristo Jesús es el Salvador, que con su encarnación en el seno virginal de María, con su vida, muerte y resurrección ya ha traído la plenitud de la vida en Dios a los hombres y nos emplaza a nuestra fidelidad ‘hasta que El vuelva’. El es nuestra esperanza: una esperanza gozosa y segura, porque arraiga en el amor incondicional de Dios, porque huye de los optimismos frívolos, porque lleva al compromiso y tiende hacia la plenitud del final de los tiempos, el momento definitivo de Dios. El mensaje central de nuestra fe es que Dios ama a nuestro mundo con un amor eterno y fiel. La mayor prueba de este amor es su Hijo entregado por amor hasta la muerte. Y Jesús, con su muerte y resurrección, ha iniciado el mundo nuevo, la vida nueva del hombre en Dios. En él Dios ha realizado su promesa y las esperanzas humanas, de una manera sorprendente, frecuentemente inesperada y escandalosa.
Siguiendo el ejemplo de María
4. ¿Cómo hacerlo? Siguiendo el ejemplo de María. En el Evangelio hemos revivido la Visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel. Maria, llevando ya a Jesús en su seno, se apresuró a visitar a su pariente Isabel.
Cuatro palabras sintetizan la actitud y el comportamiento de María: escuchar, creer, acoger y llevar. La Virgen María escucha a Dios y su Palabra; María cree en Dios y se fía de Él; María acoge a Dios y a su Hijo; y María se pone en camino y lleva a su Hijo a su prima Isabel. Estas actitudes y estos comportamientos de la Virgen nos indican el camino a todos nosotros: el camino que el Señor nos pide seguir en nuestra vocación de bautizados y el camino que hoy pide también a nuestras parroquias y a nuestra Iglesia diocesana.
María escucha a Dios. El gesto de María de ir a visitar a su pariente Isabel nace de una palabra del ángel Gabriel: “También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez” (Lc 1,36). María sabe escuchar a Dios. Escucha con atención la Palabra de Dios, que le habla por medio del ángel. María acoge la Palabra de Dios, está abierta a la novedad de Dios, a la sorpresa de Dios en su vida. Pero María escucha también a Dios en los hechos, es decir lee los acontecimientos de su vida a la luz de la Palabra de Dios. Su pariente Isabel, que es ya anciana, espera un hijo. María lo sabe comprender a la luz de la palabra del Ángel: “porque no hay nada imposible para Dios” (Lc. 1,37).
Esto también vale en nuestra vida: escuchar a Dios que nos habla en su Palabra, Jesucristo, y también escuchar la realidad cotidiana; hemos de prestar atención a las personas y a los hechos, porque el Señor está en la puerta de nuestra vida y llama de muchos modos, pone señales en nuestro camino; de nosotros depende verlos y leerlos desde Dios como María.
María cree a Dios. “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). Grande fue la fe de la Virgen que creyó el mensaje del ángel Gabriel. María, porque es humilde, está abierta al designio de Dios en vida: escucha a Dios, pregunta y disipa sus dudas, y, finalmente, con un acto de plena libertad se fía de Dios. Ella cree que será la Madre del Salvador sin perder su virginidad; ella, la mujer humilde que se sabe deudora de Dios en todo su ser, cree que será verdadera Madre de Dios; cree que el fruto de su seno es realmente el Hijo del Altísimo. María se adhiere desde el primer instante con toda su persona al plan de Dios sobre ella, que trastorna el orden natural de las cosas: una virgen madre, y una criatura madre del Creador y Redentor. María persevera en la fe: creyó cuando el ángel le habló, y sigue creyendo aún cuando el ángel la deja sola, y se ve rodeada de las humildes circunstancias de una mujer cualquiera que está para ser madre.
Además María avanzó en la peregrinación de la fe. Ni el designio de Dios sobre ella, ni la divinidad de su Hijo le fueron totalmente manifiestos; ella tuvo que fiarse de la Palabra de Dios. Ella vive apoyándose en la Palabra de Dios. El designio de Dios se le oculta a veces bajo un velo oscuro y desconcertante: la extrema pobreza en que nace Jesús, la necesidad de huir al destierro para salvarlo de Herodes, las fatigas para proporcionarle lo necesario, su sufrimiento al pie de la Cruz. María, aunque no entendía muchas cosas, no dudó que aquel niño débil e indefenso, era el Hijo de Dios. Creyó y se fió siempre, aun cuando no entendía el misterio.
María acoge a Dios en su seno, en su corazón. María contestó al ángel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38). Como ninguna otra persona humana vivió la alegría y la libertad de su donación a Dios para realizar con Él lo que va más allá de toda expectativa y de todo sueño humano, para abrir con su gracia el espacio interior de la nueva y eterna alianza, alianza de vida, de amor y de paz.
El cristiano discípulo necesita acoger a Dios porque sabe que para Dios no hay nada imposible. Desde entonces, en cada una de las circunstancias de su vida, sobre todo en las más difíciles, con María deberíamos creer que “para Dios no hay nada imposible”, para responder también con ella: «He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Maria lleva a Dios, es misionera. La visitación fue la primera acción misionera de María que nos narran los Evangelios. María “se puso en camino y fue aprisa a la montaña” (cf. Lc 1,39). A pesar de las dificultades, parte “aprisa a la montaña”. Va para ayudar a Isabel; sale de su casa, de sí misma, por amor, y lleva cuanto tiene de más precioso: Jesús; lleva a su Hijo.
A veces, nosotros salimos de nosotros mismos “aprisa” hacia los otros para llevarles nuestra ayuda, nuestra comprensión, nuestra caridad; para también llevar nosotros como María, lo que tenemos de más precioso y que hemos recibido, Jesús y su Evangelio, con la palabra y sobre todo con el testimonio concreto de nuestro actuar.
Exhortación y oración final
5. María, mujer de la escucha, abre nuestros oídos; haz que sepamos escuchar la Palabra de tu Hijo Jesús entre las mil palabras de este mundo; haz que sepamos escuchar la realidad en la que vivimos, cada persona que encontramos, especialmente aquella que es pobre, necesitada, o está en dificultad.
María, mujer creyente y discípula, ilumina nuestra mente y nuestro corazón, para que sepamos obedecer a la Palabra de tu Hijo Jesús, sin titubeos; dónanos el coraje de creer y seguir a tu Hijo, de no dejarnos arrastrar para que otros orienten nuestra vida.
María, mujer misionera, haz que nuestras manos y nuestros pies se muevan “sin demora” hacia los otros, para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús, para llevar, como tú, en el mundo la luz del Evangelio. Amén
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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