Castellón, noviembre de 2006
Amar a nuestra Iglesia Diocesana
Queridos diocesanos:
El Día de la Iglesia diocesana, que este año celebramos el domingo 19 de noviembre, nos invita a los católicos a avivar nuestro amor a nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón. La Iglesia diocesana no es algo ajeno a nosotros, sino que es nuestra Iglesia, nuestra gran familia; de ella formamos parte todos los católicos que vivimos en el territorio diocesano. Nuestra Diócesis no es un territorio, una burocracia o un ente lejano; es la comunidad de los creyentes católicos, presididos por el Obispo, quien, como sucesor de los Apóstoles y en comunión con el Papa y el resto de los Obispos, hace las veces de Jesús, el Buen Pastor, Cabeza invisible de su Iglesia. En ella se hace presente y actúa la única Iglesia de Cristo.
Nuestra Iglesia diocesana es un don del amor de Dios. Fundada en Cristo y alentada por la fuerza del Espíritu Santo es el lugar de la presencia del Señor y de su obra salvadora entre nosotros. Nuestra Iglesia es don de Dios y, a la vez, tarea de cuantos la formamos. El mismo Señor nos ha encomendado la hermosa misión de anunciar el Evangelio, de celebrar los sacramentos, de vivir el amor para que su obra de Salvación llegue a todos. Hemos de saber acoger a nuestra Iglesia con la gratitud de quien se sabe agraciado por Dios; y hemos de aprender también a amarla de corazón como amamos a nuestra propia madre, a nuestra propia familia, pese a sus arrugas, fruto de nuestras deficiencias y pecados.
Con frecuencia los católicos acudimos a la Iglesia sólo cuando la necesitamos; cubierta la necesidad la olvidamos y vivimos al margen de ella, de su vida y de su misión y de sus necesidades de personas y de medios materiales para llevar a cabo su misión. No agradecemos -o no lo hacemos como se merece- tantos bienes como de ella hemos recibido. De nuestra Iglesia y a través de ella hemos recibido, entre otras muchas cosas, la fe en Jesucristo y su Palabra de Vida, la Eucaristía y los demás sacramentos, la educación en la fe y de la conciencia moral, los valores evangélicos para construir un mundo más humano, justo, fraterno y solidario, la capacidad de amar a los demás, el perdón de los pecados, la continua renovación de nuestras personas, la ayuda en la necesidad espiritual y material, el compromiso con nuestra tierra y la esperanza de la vida eterna. No podemos olvidar el patrimonio artístico y cultural, ni su aportación a nuestra historia e identidad con evidentes raíces cristianas.
A los católicos nos urge recuperar e intensificar el amor a nuestra Iglesia, valorando y agradeciendo los bienes recibidos de ella. Es preciso que tengamos claro que somos parte de ella y que la necesitamos para vivir nuestra condición de cristianos. Ante las dificultades ambientales y políticas del momento presente no podemos vivir avergonzados o acomplejados por ser católicos. Sabemos bien de quien nos hemos fiado: El Señor Jesús Resucitado.
Nuestro amor por nuestra Iglesia se ha de manifestar en nuestro compromiso permanente y generoso. Esto comienza por vivir cada vez con mayor fidelidad y autenticidad nuestra fe y vida cristianas, unidos a la Iglesia diocesana y a nuestra propia comunidad parroquial. Nuestro amor a la Iglesia diocesana quedará en meras palabras vacías si no participamos en su vida y en sus proyectos, si no hacemos propias sus preocupaciones y si no compartimos los bienes y los recursos.
Son muchas las actividades que nuestra Iglesia diocesana lleva a cabo para cumplir la misión que el Señor le ha encomendado. Ahí están las obras de caridad y de apostolado, las ayudas asistenciales a personas marginadas socialmente, la construcción de nuevos templos y de casas abadías y reparación de los deteriorados, la digna sustentación de los sacerdotes y la remuneración del personal seglar. Los medios económicos de que disponemos para cubrir estas necesidades son claramente insuficientes. Para su financiación, nuestra Iglesia diocesana necesita especialmente de la colaboración generosa de los católicos. Siempre ha sido así y ahora lo es en mayor grado al suprimirse el complemento estatal a la asignación tributaria y dada la precaria situación económica de nuestra Diócesis. Tomemos, pues, conciencia de nuestro deber de colaborar económicamente y con generosidad con nuestra Iglesia diocesana. Se puede hacer de diversos modos, como son, entre otros, la aportación en la colecta, las donaciones, las cuotas o la crucecita en la declaración de la renta.
Hoy os pido a todos una generosa aportación en la colecta de este día. Por favor, hagamos todos un pequeño esfuerzo. Es nuestra Iglesia, nuestra gran familia, y necesita de todos. Este año espero de vosotros una aportación mayor que en años anteriores. Amemos a nuestra Iglesia diocesana y comprometámonos con ella. Comencemos siendo generosos en la colecta de este día. Gracias por vuestra aportación en nombre de todos los que formamos la Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón