Entrevista a D. Vicente Jiménez Zamora, Arzobispo emérito de Zaragoza
Entrevistamos a Mons. Vicente Jiménez Zamora, Arzobispo emérito de Zaragoza, que dirigió los Ejercicios Espirituales de los sacerdotes de la Diócesis la semana pasada.
¿Quién es monseñor Jiménez Zamora?
Soy natural de Ágreda (Soria), en las faldas del Moncayo, un pueblo con raíces históricas y con un gran amor a la Virgen Santísima bajo la advocación de los Milagros. Nací de padres muy cristianos, Vicente y Silvina, que siempre nos inculcaron a los 6 hermanos una sana educación cristiana, el amor a la Iglesia, y los valores de la entrega, del servicio y de la responsabilidad.
El año que entré en el Seminario, nuestro pueblo pasaba a ser de la Diócesis de Osma-Soria, porque antes era de Tarazona, y fui el primer seminarista de Ágreda que fue a El Burgo de Osma. De allí es vuestro Obispo, D. Casimiro, y allí le conocí, buen amigo y buen compañero.
Me formé bien, con unos buenos superiores, buenos profesores y buenos directores espirituales, que nos inculcaron mucho la vida espiritual, de estudio, de compañerismo y de amor a la Iglesia. Hasta que llegó la ordenación sacerdotal con 24 años. Primero, los estudios fueron en El Burgo de Osma, pero luego el Obispo me envió a estudiar a la Universidad de Comillas (Cantabria) para estudiar Teología. Acabé los estudios en el Colegio Español de Roma.
Al volver a la Diócesis recibí el encargo de dar clases en el Seminario. Después el Obispo me envió a Soria para trabajar, sobre todo con la juventud, pero también impartiendo clases de Religión en institutos y en la Escuela de Enfermería.
En la Diócesis he ido realizando distintos ministerios: cura de pueblo, Delegado del Clero, Delegado de Enseñanza, Vicario de Pastoral y Vicario General. Al quedar la Diócesis vacante me nombraron Administrador Diocesano, hasta que el Santo Padre quiso que fuera Obispo de mi propia Diócesis de Osma-Soria. Junto con D. Casimiro trabajé mucho en la realización de un sínodo diocesano (1994-98) con el que hacer una Iglesia diocesana viva y evangelizadora. Desde entonces mi misión ha sido servir a nuestra Iglesia en las tareas que me han ido confiando los obispos.
¿Cómo fue el despertar de su vocación?
Fui a la catequesis desde niño, y también fui monaguillo. Viendo que otros chicos se iban a colegios de religiosos o al seminario, y lo contentos que volvían en las temporadas de vacaciones, tuve también una inclinación para ir al seminario. El sacerdote que estaba entonces en la parroquia me invitó a entrar en el seminario de la Diócesis, en El Burgo de Osma. Allí fui cultivando esa semilla vocacional, porque el Señor te va madurando y vas creciendo en el discernimiento vocacional.
¿Por qué «Amoris officium» (oficio de amor) como lema episcopal?
Cuando San Juan Pablo II me nombró Obispo de Osma-Soria, los obispos elegimos un tema. Yo hacía tiempo que iba trabajando el tema de la caridad pastoral, de los sacerdotes y del ministerio como servicio de amor. Y encontré una frase de San Agustín, cuando comenta el pasaje de San Juan 21, 15. El pasaje del primado, cuando Cristo resucitado se aparece a los apóstoles en el lago de Galilea y le pregunta a Simón Pedro por tres veces: «¿Simón, hijo de Juan, me amas más que estos?», y Pedro le responde: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero». Y la respuesta del Señor resucitado es «apacienta mis ovejas». Comentando este pasaje dice San Agustín: “Sit amoris Officium pascere dominicum gregem” (que sea Oficio de amor apacentar la grey del Señor). El Señor no nos pregunta por los títulos que tenemos, por las cualidades, por las capacidades…, nos pregunta si le amamos y si amamos a su Iglesia, a su rebaño. Por eso escogí estas dos palabras tan bonitas, porque ser Obispo es un “Amoris officium”, un oficio de amor.
Primero Osma-Soria, luego fue Santander, y finalmente Zaragoza, ¿con qué se queda de los tres destinos episcopales?
Las tres han sido mis esposas, que es la única esposa de Jesucristo. La primera, al ser la propia Diócesis fue un motivo de autoestima ver que del propio presbiterio el Señor llama a uno, a uno pequeño como yo para que sea el Pastor de su Iglesia. Allí yo ya conocía a todas las realidades y estuve contento, además fue bien recibido y acogido, fue un don y un regalo que el Señor me hizo, y allí pensaba que acabaría mis días.
Pero el Señor me dijo como Abraham, “sal de tu tierra y ve a otro lugar”, y me llevó a la Diócesis de Santander, que conocía un poco de los dos años de estudio en Comillas, pero no conocía la realidad. Organicé bien el Seminario y realicé una visita pastoral a las 500 parroquias, dispersas en los valles, en la costa, y allí también fui bien acogido, querido, y trabajé todo lo que pude. Estaba contento y el Señor me dijo “deja Santander, vas a ir a la Diócesis grande, mariana y apostólica de Zaragoza”.
Y fui, porque nada he pedido y nada he rechazado, he aceptado lo que la Iglesia siempre me ha pedido. Y fui a Zaragoza donde la Virgen del Pilar lo llena todo, es la Madre, es faro, es la fortaleza de nuestra fe, donde vino ella a consolar al apóstol Santiago, Patrón de España. Allí los obispos, los pastores y los fieles sentimos la protección maternal de la Virgen del Pilar. He estado 6 años, hasta que cumplí los 75 años y presenté la renuncia al Santo Padre, como pide la Iglesia y el Código de Derecho Canónico, y el Papa Francisco después de 2 años me la ha aceptado.
Ahora estoy dedicado a las tareas que la Iglesia me confía. Los obispos de la Conferencia Episcopal me han encargado que coordine el Sínodo en España, y realizo también tareas de dar ejercicios espirituales y retiros a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, conferencias, escribir artículos… Me estoy dedicando a un ocio laborioso y a una sosegada actividad, como decía San Bruno a sus monjes. No estoy ocioso, es una jubilación activa. Estoy viviendo en una residencia de la Diócesis de Zaragoza, administrada por los Hermanos de San Juan de Dios, y estoy contento. Esta es por tanto mi Diócesis, a la que amo y a la que quiero, y a la que puedo servir en aquello que me pidan.
Este año ha dirigido usted los Ejercicios Espirituales para los sacerdotes de nuestra Diócesis, ¿Cómo ha ido?, ¿Qué puntos clave les ha transmitido?
Conocía ya a los sacerdotes de esta Diócesis, porque también D. Casimiro, mi hermano, compañero y amigo, me invitó en el 2009. Y este año he venido también con mucho gusto. Ha habido un grupo muy bueno de sacerdotes, hemos tenido momentos de silencio, de oración profunda, de revisión de vida, y creo que hemos apuntalado los principios fundamentales de nuestra espiritualidad sacerdotal. Que somos pastores del Pueblo de Dios, y en el ejercicio del propio ministerio tenemos la fuente, la exigencia y la configuración de nuestra espiritualidad.
Han sido uno días para una oración más sosegada y sin prisas, sin agendas, para crecer espiritual y pastoralmente, también para profundizar en las raíces de nuestra identidad sacerdotal, y para salir con nuevas motivaciones, con nuevos empujes a la misión que la Iglesia nos confía, a este grupo de la Diócesis de Segorbe-Castellón para vivir con alegría y agradecimiento los 775 años de la creación de la sede en Segorbe, ahora Diócesis de Segorbe-Castellón, para vivir el momento presente con pasión evangelizadora, y para abrirnos a la misión a la que la Iglesia nos llama. He encontrado un clero bien dispuesto, trabajador, con inquietudes, y creo que han sido momentos de gracia, un kairós, un momento de bendición de Dios. Me voy contento, y creo que los sacerdotes también, van con nuevas ilusiones y con nuevas esperanzas a evangelizar y a celebrar este Año Jubilar de la Diócesis de Segorbe-Castellón, que coincide “por una Iglesia sinodal, comunión, participación y misión”.
La Iglesia está viviendo una crisis de vocaciones (al sacerdocio, a la vida consagrada…), ¿cómo podemos hacerle frente a este problema?
He sido durante 6 años Presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, ahora soy miembro de dicha Comisión, y en este tiempo he percibido esta sequía vocacional. Las comunidades religiosas se van haciendo mayores y no hay relevo vocacional, pero el Señor, en medio de esta prueba nos pide mayor fidelidad, no nos pide cosecha de triunfos ni de éxitos, pero si nos pide fidelidad. Esto es lo que tenemos que ser, que los que queden sean fieles al carisma recibido según los fundadores y sepan responder a lo que el Señor quiere de ellos aquí y ahora, así como a las necesidades de la Iglesia. La vida consagrada, aunque decrece en número, debe intensificar en calidad de seguimiento a nuestro Señor, y esa será su fuerza profética y el testimonio que debe dar ante el mundo.
Pero sí, tenemos que pedir mucho por las vocaciones a la vida sacerdotal y a la vida consagrada. La vida consagrada pertenece a la Iglesia, está en la Iglesia, ha nacido de la Iglesia y está al servicio de la Iglesia, y también las vocaciones sacerdotales, porque el seminario es el corazón de la Diócesis y los sacerdotes son los motores de las comunidades cristianas, representando a Cristo, cabeza, sacerdote y pastor.
¿Qué frutos cree usted que podemos esperar de la celebración del Sínodo de los Obispos?
Como responsable de un equipo sinodal en la Conferencia Episcopal, formada por dos obispos, dos sacerdotes, una religiosa y dos laicos, creo que en España se ha acogido bien este Sínodo convocado por el Papa Francisco, “por una Iglesia sinodal, comunión, participación y misión”, las 69 diócesis españolas y el Arzobispado Castrense han entrado en Sínodo, están funcionando con distintos ritmos, pero calificaría con dos palabras el momento actual de la Fase Diocesana del Sínodo en España: esperanza y alegría.
Tenemos también algunos retos, que son “¿cómo hacemos participar a los jóvenes?”, y ¿cómo hacemos participar y nos involucramos en los ausentes y lejanos?”, en los que por las razones que sean están ajenos a la Iglesia. Y es un Sínodo para todos, por lo que hay que convocarlos a todos, escucharlos a todos, y ver lo que el Espíritu nos pide en este momento, para una renovación auténtica de la Iglesia, porque esta es una tarea del Espíritu, no es una encuesta ni una sociología, no es un parlamento ni un debate, es ver y estar todos a la escucha del Espíritu para ver lo que nos pide a todos de renovación, para que seamos una Iglesia que anuncia con alegría el Evangelio, una Iglesia que celebra con gozo y fiesta su fe, y una Iglesia que sale a los caminos para anunciar el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, camino, verdad y vida. Creo que el Sínodo va a hacer un gran bien a la Iglesia, es ya una gracia, y por tanto tenemos que participar todos según la vocación que hemos recibido.
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