Homilía en la Fiesta de María, la Mare de Déu del Lledó
Basílica de la Mare de Déu de Lledó, 2 de mayo de 2021
Vº Domingo de Pascua (Is 7,10-14; 8,10; Salmo; Hech 1,6-14; Lc 1,39-56)
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Cada año el primer domingo de mayo, también en tiempo de pandemia, el Señor nos convoca a esta solemne Eucaristía para honrar y contemplar a nuestra Reina y Señora, la Mare de Déu del Lledó, la patrona de Castellón. Os saludo de corazón a todos los que habéis podido entrar en la Basílica con un aforo doblemente restriñido para mostrar nuestro amor de hijos a la Madre. Saludo fraternalmente a todos los sacerdotes concelebrantes: al Sr. Prior de esta Basílica y al Sr. Prior de la Real Cofradía de la Mare de Déu del Lledó y a Sr. Prior emérito; saludo al Presidente, Junta Directiva y Hermanos de la Cofradía, a la Sra. Presidenta y Camareras de la Virgen. Mi saludo también a la Sra. Regidora de Ermitas, al Clavario y al Perot de este año. Mi saludo respetuoso a la Ilma. Sra. Alcaldesa, a los Miembros de la Corporación Municipal de Castellón y al resto de autoridades, así como a las Reinas de las Fiestas.
Un saludo muy especial a cuantos desde vuestros hogares os habéis unido a esta celebración a través de la tv, especialmente a los ancianos, enfermos, impedidos y a todos los afectados por la pandemia. Precisamente en estos duros momentos por el Covid-19 y sus consecuencias económicas, laborales y sociales hemos de mirar con más fe y devoción, si cabe, a nuestra Madre y Señora. Nos duele que muchos no hayáis podido venir hoy a la Basílica; pero la TV os permite a todos los devotos uniros espiritualmente a esta Eucaristía. En esta Misa queremos rezar especialmente por los fallecidos a causa de del Covid-19 y por sus familiares, por los contagiados, los sanitarios, los capellanes y por cuantos los atienden con tanta entrega y calor. Y rezamos también por todos los afectados de un modo u otro por la pandemia.
A todos os deseo la Gracia y la Paz del Señor Resucitado, presente en medio de nosotros. Dios no nos abandona nunca. Nos ha entregado a su Hijo, el Hijo de Maria, que se ha ofrecido en la Cruz y ha resucitado para que en Él tengamos Vida en abundancia; para que en Él tengamos Luz ante tanta obscuridad e incertidumbre; para que en Él tengamos Esperanza en el dolor y la angustia, Jesús nos ha dado también a su Madre, como Madre nuestra, que, viva y gloriosa en cuerpo y alma, desde el cielo nos acompaña y protege en todo momento. Ella es la “morada de Dios para los hombres”.
2. Esta mañana me quiero detener en tres palabras, a la luz de la Palabra de Dios que hemos proclamado. Estas palabras son creer, orar y servir. Tres palabras que expresan lo que se nos pide de modo especial a los cristianos y devotos de la Virgen en el momento actual de crisis sanitaria, económica, laboral, social y política que padecemos.
Creer
En primer lugar, creer. Creer en Dios y a Dios, confiar siempre en Dios, que es compasivo y misericordioso, y nunca abandona nunca a su pueblo ni a la humanidad. Creer y confiar en Dios es lo que Isaías pide en la primera lectura de hoy al rey Acaz ante el peligro de la invasión de Jerusalén por el imperio asirio. Ante el asedio inminente el miedo había invadido el corazón del rey y del pueblo. Dios envía a Isaías para que diga a Acaz que conserve la calma, que no desfallezca su corazón y que crea en Dios. “Si no creéis en Dios, no subsistiréis”, le dice Isaías (7,9). Como prueba de su fe, el profeta le ofrece al rey que pida un signo a Dios. Acaz lo rechaza porque en su lugar prefiere poner su confianza sólo en la ayuda humana, en su alianza con Egipto. No obstante, Isaías le dice: “Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta, y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel” (Is 7,14). María es el signo que Dios nos ha dado para que no dejemos de creer y confiar en Dios, para que en todo momento sintamos su presencia en nuestra vida, en las alegrías y en las penas, en la enfermedad y en la salud. María es la Mare de Déu, la madre del Enmanuel, de Dios-con-nosotros. María nos da, nos ofrece y nos lleva a su hijo, Dios-con-nosotros, que sufre y camina con nosotros. El deseo más ferviente de la Virgen es que abramos nuestra mirada y nuestro corazón a Dios, en especial en estos momentos de pandemia.
La Virgen misma nos señala el camino. Este camino es la humildad, no la prepotencia. En el Magnificat, la Virgen proclama la grandeza del Señor y se alegra en Dios, su Salvador, “porque ha mirado la humildad de su esclava” (Lc 1,48). María es la mujer humilde, que vive en la verdad de su propio ser. Ella sabe que sin Dios nada es. Ella nos enseña a ser humildes, a vivir en la verdad de cada uno de nosotros y de nuestro mundo; y esto sólo se descubre en Dios. A los seres humanos nos cuesta aceptar esta verdad: que somos criaturas de Dios; que sin Dios nada podemos y al margen o en contra Dios todo lo perdemos, comenzando por nuestra dignidad. Nos acecha siempre la tentación de endiosarnos y de querer ser como dioses al margen de Dios. Y ahí comienza nuestro drama. Al no vivir en la verdad, nos creemos dueños y señores, y no administradores y cuidadores de la naturaleza creada, del universo, de la tierra o del ser humano. Nos creíamos –y muchos se siguen creyendo- los señores del mundo. Y, de repente, el coronavirus ha cuestionado todos nuestros proyectos, nuestro bienestar, la sanidad, la economía y el trabajo, y también nuestro futuro. Nos creíamos dioses. Y somos frágiles, vulnerables, limitados y mortales, aunque nos cuesta reconocerlo. ¡Que pronto lo olvidamos!
Miremos a la Mare de Déu. Su humildad nos ayudará vivir en la verdad. En la verdad de nuestras personas, de nuestro origen y de nuestro destino. Lo más grande de nuestra vida es que Dios nos ama, que Dios nos ha creado por amor y para la vida en el amor, en el presente y en la eternidad. El ser humano se hace precisamente grande al abrir su corazón de par en par al amor de Dios en su vida, como nos muestra María. Dios no es un competidor de nuestra libertad, de nuestra felicidad, del progreso verdaderamente humano para todos los pueblos.
Orar
La segunda palabra es orar. Después de la Ascensión del Señor, los apóstoles y el resto de los discípulos, regresaron a Jerusalén y “todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y sus hermanos” (Hech 1,14). Como entonces, también hoy María reza con nosotros en la angustia, el dolor y el sufrimiento. María intercede por nosotros ante Dios, que nos ama y nunca nos abandona.
Hoy nos acogemos de nuevo a su intercesión y protección: a sus pies podemos acallar nuestras penas, en su regazo encontramos consuelo maternal y, tras sus huellas, encontramos el aliento necesario para seguir creyendo y confiando en Dios, que es un Dios de vivos y no de muertos. Esta mañana a los pies de la Mare de Déu y por su intercesión pedimos a Dios por el fin de la pandemia. El papa Francisco nos invita a todos, a las familias, parroquias y santuarios a unirnos a su incitativa de rezar todos los días de este mes de Mayo el santo Rosario para pedir a Dios por intercesión de la Virgen el fin de la pandemia mundial.
María nos da y nos lleva a Dios, la Virgen nos enseña a orar. Ella es maestra de oración. Nos dice el evangelio que María “meditaba en su corazón” (cf. Lc 2,16) los acontecimientos de su vida para descubrir la voluntad de Dios. En esta situación de pandemia nos urge meditar qué nos quiere decir Dios con lo que está ocurriendo. Si lo hacemos con sinceridad y verdad descubriremos que hemos de repensar nuestros modelos vida, personales, familiares, económicos, sociales y políticos, tantas veces marcados por el egoísmo y el materialismo. Pidamos a la Virgen que nos enseñe a ser humildes y a reconocer nuestra finitud y fragilidad, nuestras limitaciones –también las de la ciencia y de la sociedad del bienestar-; y que Ella nos ayude a sentir nuestra necesidad de Dios y de abrir, como ella, nuestro corazón a Dios Creador y Salvador y a su amor universal; un Dios y un amor que son fuente de respeto de la dignidad de toda persona humana desde su concepción hasta su muerte natural, de la acogida del otro también del diferente, de fraternidad universal y de solidaridad entre las personas y los pueblos, de respeto y cuidado de la creación entera.
Servir
Y la tercera palabra es servir. María, nos dice el evangelio de hoy, “se puso en camino y fue aprisa a la montaña” a acompañar a Isabel, encinta de seis meses (cf. Lc 1,39). A pesar de las dificultades, María no se detuvo ante nada. Cuando tiene claro lo que Dios le pide y la necesidad de Isabel, no se demora, sino que sale “aprisa”. El actuar de María es fruto de su caridad a Dios que se hace servicio ante la necesidad de Isabel. Amar es servir. Ella sale de su casa, de sí misma, para ofrecer a Isabel su cercanía, su ayuda y la alegría por la presencia ya del Hijo de en su seno. María nos enseña a estar disponibles para servir y amar con obras de verdadera entrega y caridad a los demás. María nos pide hoy servir y ayudar a los que sufren los efectos de la pandemia.
Permaneciendo unidos a Jesús como el Sarmiento a la Vid encontraremos como María la fuerza para salir de nosotros mismos y de nuestras comodidades y para atender las necesidades de los demás con palabras y obras de verdadera entrega y caridad. Este coraje de salir de sí mismos y de adentrarse en las necesidades de los demás, nace de la fe en el Señor Resucitado y de la certeza de que su Espíritu acompaña nuestra historia. Uno de los frutos más maduros que brota de la comunión con Cristo es, de hecho, el compromiso de caridad hacia el prójimo, amando a los hermanos con abnegación de sí, hasta las últimas consecuencias, como Jesús nos amó. Él es para nosotros la vida de la que absorbemos la savia, es decir, la “vida” para llevar a la sociedad una forma diferente de vivir y de brindarse, lo que pone en el primer lugar a los últimos y a los más necesitados de pan, de cultura y de Dios.
Acudamos a la Mare de Déu del Lledó, para que abra nuestros corazones a Dios y a los hermanos. A Ella nos encomendamos y le rezamos: “Ayúdanos, Madre, a ser humildes y a mantenernos firmes en la fe, perseverantes y unánimes en la oración y fuertes en el amor a Dios y en el servicio a los hermanos”. Amén.
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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