Homilía en la XXI Jornada Diocesana del Apostolado de la Oración
Iglesia de San Jaime de Vila-real, 20 de noviembre de 2021
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(Os11,1b.3-4.8c-9; Salmo: Is 12, 2-3; Ef 3,8-12.14-19; Jn 19, 31-37)
Hermanas y hermanos, amados todos en el Señor.
1. Os saludo fraternalmente en el Señor a todos cuantos participáis en esta XXI Jornada diocesana del Apostolado de la Oración, bajo el lema: “Danos un corazón semejante al tuyo”.
El Evangelio, que hemos proclamado (Jn 19, 31-37), nos lleva al centro de nuestro encuentro. “Al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua” vv. 33-34). El corazón traspasado de Jesús nos muestra el amor infinito de Dios por la humanidad; un amor, que culmina en el don de su Hijo Unigénito hasta el extremo; un corazón traspasado destinado a ser fuente del amor infinito de Dios.
El corazón traspasado de Jesús nos llama a abrirnos al misterio de Dios y de su amor, dejándonos transformar por él. El costado traspasado del Redentor es la fuente a la que debemos recurrir para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo, para experimentar más a fondo su amor, para dejarnos transformar por él y tener un corazón semejante al suyo.
Como escribió san Juan Pablo II y recordaba Benedicto XVI, «junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así -y esta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la civilización del Corazón de Cristo» (Carta de Juan Pablo II al prepósito general de la Compañía de Jesús, 5 de octubre de 1986).
Estas palabras muestran la grandeza de vuestro carisma, de vuestra devoción y de vuestra misión, queridas hijas-cofrades del Sagrado Corazón de Jesús y del Apostolado de la oración. Vuestra devoción viva al Sagrado Corazón de Jesús es una llamada permanente a abrirnos al misterio de Dios y de su amor, para dejarnos amar y transformar por él.
2. El Evangelio de hoy nos habla del Calvario y de la Cruz. Para preservar la pureza ritual en el día grande de la Pascua, los judíos pidieron a Pilatos que acabara con el escenario infame que protagonizaban unos ajusticiados colgados de sus cruces. Había que quebrarles las piernas para que la muerte fuera más rápida. Sin embargo, al llegar a Jesús, los soldados vieron que ya había muerto. La entrega de su vida por amor ya se había consumado. Todo estaba cumplido. Dios mismo se ha entregado en su Hijo Unigénito hasta el final para la salvación del género humano. Cargado con nuestros delitos, Él, que no conoció el pecado, se hizo pecado, y mediante el sacrificio de su vida borró la deuda que nos separaba de Dios y de su amor.
Dios es Amor y ama a sus creaturas. Dios nos ama siempre, no deja de amarnos, como nos recordaba el profeta Oseas, porque su amor es eterno. Es un amor fiel y lleno de ternura, “con lazos humanos lo atraje, con vínculos de amor” (Os 11,4). Dios nos cuida como un padre o una madre cuida de sus criaturas; con mimo y con paciencia nos atrae hacia sí, nos abraza para protegernos y llevarnos a la Vida. Sin embargo, la respuesta del hombre es la ingratitud, el alejamiento, el desprecio, la falta de correspondencia a su amor. Y Dios en vez de cansarse, de retirarnos el don de su gracia, se conmueve: “Mi corazón está perturbado, se conmueven mis entrañas” (Os 11,8). Mirar y contemplar la imagen del sagrado Corazón de Jesús con sus brazos abiertos, mostrándonos la hondura de su corazón, -expresión de la grandeza de su amor-, nos lleva hasta sus entrañas mismas. Todos estamos invitados a entrar en las entrañas del Corazón de Cristo, a meternos en su corazón, sede de su bondad, de su grandeza, de su belleza, de su compasión y de su misericordia. Entrar en el corazón de Cristo es entrar en el misterio mismo de Dios.
El misterio del amor de Dios al hombre se nos muestra en el comportamiento de Jesús “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Jesús tiene una compasión inmensa por todos los sufrimientos y miserias de la humanidad, y dice: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Lo que más oprime el corazón del hombre es el pecado. Para librarlo de este peso Jesús lo tomará sobre sí mismo, lo llevará a la cruz y lo destruirá con su muerte. Por eso no se cansa de ir en busca de pecadores que salvar, de hijos pródigos que devolver al amor del Padre y de mujeres extraviadas que poner de nuevo en el camino del bien. La única condición que Jesús pone para seguirle es creer en él: aceptar su Persona y su mensaje, acoger su obra redentora, fiarse de él y sustituir el peso oprimente del pecado por el liviano de su ley: “Cargad con mi yugo…, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11, 29-30). La ley de Cristo es “yugo”, porque exige disciplina de las pasiones y negación del egoísmo, pero es yugo “llevadero y ligero”, porque es ley de amor.
“El Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que ha brotado la salvación para la entera humanidad”, nos recordaba el Papa Francisco ya al comienzo de su pontificado. Por eso en el Corazón de Jesús, “resplandece el amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogido y comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la certeza de ser elegido y amado. Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor: el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo” (Homilía 03.06.2016).
La principal necesidad de toda persona está en encontrar un amor que dé un sentido pleno a su existencia: el ser humano está hecho para amar y para ser amado. En el Corazón de Jesús podemos experimentar el amor misericordioso de Dios: un amor que nunca falla, que sana y llena nuestra afectividad, que endereza nuestra voluntad y nos impulsa a amar a nuestro prójimo como Cristo nos ama.
3. Los soldados al ver que Jesús ya estaba muerto no le quebraron las piernas, pero uno con la lanza le traspasó el costado, “y al punto salió agua y sangre” (Jn 11,34). Es el fruto de la Pascua, de la entrega del Señor hasta el extremo. Del costado abierto de Jesús brota el don Espíritu Santo, de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. De ese Corazón hemos renacido nosotros, renacemos a la Vida de Dios por el agua y la sangre, por el Bautismo y la Eucaristía.
El costado traspasado del Redentor es la fuente permanente de la salvación. El papa Benedicto nos recuerda que hemos de recurrir siempre a esta fuente para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y para experimentar más a fondo su amor. Así podremos comprender mejor lo que significa conocer en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo teniendo puesta nuestra mirada en él, hasta vivir completamente de la experiencia de su amor, para poderlo testimoniar después a los demás (cf. Benedicto XVI, Carta sobre el culto al Corazón de Jesús al prepósito General de la Compañía de Jesús, de 15.05.2006).
Aquí se encuentran los rasgos de una verdadera devoción al Corazón de Jesús. Cuatro palabras la sintetizan: conocer, experimentar, vivir y testimoniar.
En primer lugar hemos de conocer el amor de Dios que se ha manifestado en Cristo. No hay verdadero conocimiento sin búsqueda y sin deseo. Hemos de buscar cada día a Dios, hemos de desear su amor. Y sólo buscamos conocer lo que de verdad nos interesa. Interesémonos por Cristo, busquémosle con toda nuestra vida, deseemos que su Reino habite en nosotros y en el mundo, y brotará entonces el conocimiento interior, “que trasciende todo conocimiento” (Ef 3,19), un conocimiento que se hace experiencia y vida en nosotros. Volvamos constantemente a la sagrada Escritura para conocer al Señor y experimentar su amor; vayamos a los sacramentos que son fuente de conocimiento y experiencia, pues en ellos se nos da la gracia. Contemplemos el Corazón de Cristo en la adoración de la Eucaristía.
Lo que otros nos dicen puede ser impactante, pero no es suficiente. Hemos de experimentar personalmente el amor de Dios en el Corazón de Jesús. Y para experimentarlo es fundamental mirar al Señor y dejarnos mirar por Él. Mirar al Señor nos cambia, la mirada de Cristo es transformadora. El Evangelio nos enseña que Jesús mira con amor, y su amor nos cura. Experimentar el amor y la misericordia de Dios es la condición de cualquier conversión y de toda sanación interior.
Y la experiencia del amor de Dios nos lleva a la vida. Vivir de esa experiencia del amor de Dios. El que experimenta el amor de Dios ya no puede, no sabe vivir sin ese amor. Toda su vida será el amor de Dios, y amar a Dios y al hermano con un corazón semejante al de Jesús: compasivo y misericordioso, tierno y entrañable, paciente, manso y humilde.
Y, por último, el testimonio. Lo que hemos visto y oído, lo que hemos experimentado y vivido, es para llevarlo y anunciarlo a los demás. De lo que está lleno el corazón habla la boca. No es este un tesoro para guardarlo, sino para anunciarlo, para que llegue a todos. El testimonio es condición de crecimiento y signo de fecundidad de la devoción cristiana. Sin anuncio, sin testimonio, la vida cristiana pierde su vigor y la devoción se hace vacía.
Desde estos rasgos que definen la devoción al Corazón de Jesús, podemos entender la consagración y la reparación, expresiones fundamentales en vuestra devoción y misión. La consagración es la entrega total a Jesucristo, la respuesta de amor a su amor primero: en ella entregamos toda nuestra persona, lo que somos, tenemos y hacemos para que su Reino viva en nosotros y en todos los hombres. Y la reparación es devolver al Señor amor por amor, reparando los olvidos, los desprecios y ultrajes propios y de muchos hermanos. Es reparar el pecado que ofende a Dios y ensucia su imagen en nosotros y en el mundo. Es unirnos a Cristo y a su sufrimiento por los pecados del mundo, en el ofrecimiento de nuestra vida que se une a su propia ofrenda.
4. El corazón de Cristo, su costado traspasado es sobre todo un sacramento de caridad que nos lleva a vivir nosotros esa misma caridad con los demás. “Su Corazón divino llama entonces a nuestro corazón; nos invita a salir de nosotros mismos y a abandonar nuestras seguridades humanas para fiarnos de él y, siguiendo su ejemplo, a hacer de nosotros mismos un don de amor sin reservas” (Benedicto XVI. Homilía, 19.06.2009).
Sus heridas nos han curado. Y nosotros estamos llamados a curar también tantas heridas que hay en el corazón del hombre y en las entrañas del mundo. El Corazón de Jesús nos llama a poner amor donde hay odio y división, a poner paz donde hay guerra e incomprensión, a poner justicia en las desigualdades y en la corrupción, a defender la verdad ante tanta mentira, s poner libertad en medio de tantas esclavitudes, a poner alegría donde el corazón se ha instalado en la tristeza por la falta de esperanza, a poner la gracia donde el pecado y la ausencia de Dios ha llevado a una cultura de la muerte.
5. Miremos al Corazón de Cristo: él es fuente inagotable de amor, de consuelo y de salvación. Renovemos nuestra consagración a su corazón; mantened viva vuestra devoción al Sagrado Corazón y vuestro compromiso con el Apostolado de la Oración para que el amor de Dios siga llegando a todos. Amén.
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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