Intenciones de oración de la CEE y del Papa en julio
Con el inicio del mes de julio se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Papa dirige su intención por los ancianos: “Recemos por los ancianos que representan las raíces y la memoria de un pueblo, para que su experiencia y sabiduría ayude a los más jóvenes a mirar hacia el futuro con esperanza y responsabilidad”.
En el Congreso Internacional “La Riqueza de los Años”, celebrado en enero de 2020, Francisco decía lo siguiente:
La “riqueza de los años” es la riqueza de las personas, de cada persona que tiene a sus espaldas muchos años de vida, experiencia e historia. Es el tesoro precioso que toma forma en el camino de la vida de cada hombre y mujer, sin importar sus orígenes, procedencia, condiciones económicas o sociales. Porque la vida es un regalo, y cuando es larga es un privilegio, para uno mismo y para los demás. Siempre, siempre es así.
Cuando pensamos en los ancianos y hablamos de ellos, sobre todo en la dimensión pastoral, debemos aprender a cambiar un poco los tiempos de los verbos. No sólo hay un pasado, como si para los ancianos sólo hubiera una vida detrás de ellos y un archivo enmohecido. No. El Señor puede y quiere escribir con ellos también nuevas páginas, páginas de santidad, de servicio, de oración… Hoy quisiera deciros que los ancianos son también el presente y el mañana de la Iglesia. Sí, ¡son también el futuro de una Iglesia que, junto con los jóvenes, profetiza y sueña! Por eso es tan importante que los ancianos y los jóvenes hablen entre ellos, es muy importante.
La profecía de los ancianos se cumple cuando la luz del Evangelio entra plenamente en sus vidas; cuando, como Simeón y Ana, toman a Jesús en sus brazos y anuncian la revolución de la ternura, la Buena Nueva de Aquel que vino al mundo para traer la luz del Padre.
La vejez no es una enfermedad, es un privilegio. La soledad puede ser una enfermedad, pero con caridad, cercanía y consuelo espiritual podemos curarla. […] Dios tiene un pueblo numeroso de abuelos en todo el mundo. Hoy en día, en las sociedades secularizadas de muchos países, las generaciones actuales de padres no tienen, en su mayoría, la formación cristiana y la fe viva que los abuelos pueden transmitir a sus nietos. Son el eslabón indispensable para educar a los niños y a los jóvenes en la fe. Debemos acostumbrarnos a incluirlos en nuestros horizontes pastorales y a considerarlos, de forma no episódica, como uno de los componentes vitales de nuestras comunidades. No sólo son personas a las que estamos llamados a ayudar y proteger para custodiar sus vidas, sino que pueden ser actores de una pastoral evangelizadora, testigos privilegiados del amor fiel de Dios.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por todos los que sufren, especialmente por los olvidados y descartados de nuestra sociedad, para que encuentren el consuelo de Dios y una manos tendida para ayudarles”.
En su carta del 10 de febrero del 2017, nuestro Obispo, D. Casimiro, nos exhortaba a fijarnos en la parábola del buen samaritano y a seguir el ejemplo de Jesús, para que podamos atender a los que sufren, a los olvidados y descartados, y a los enfermos:
«La parábola del buen samaritano es un referente permanente y siempre actual para toda la obra de la Iglesia y, de forma especial, para su servicio en el campo de la salud, de la enfermedad y del sufrimiento. En esta parábola, Jesús con sus gestos y palabras manifiesta el amor profundo, compasivo y misericordioso de Dios por cada ser humano, en especial por los enfermos y los que sufren. Al final de la parábola, Jesús concluye con un mandato apremiante: “Anda, y haz tú lo mismo”. Se trata de un mandato incisivo: Jesús nos indica cuáles deben ser también hoy la actitud y el comportamiento de todos sus discípulos con los que necesitan de sus cuidados. El samaritano, comentan muchos Santos Padres de la Iglesia, es el mismo Jesús. Mirando cómo actuaba Cristo podemos comprender el amor infinito de Dios, sentirnos parte de este amor y enviados a ser samaritanos y manifestarlo con nuestra atención y nuestra cercanía a todas las personas que necesitan ayuda porque están heridas en el cuerpo y en el espíritu».
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