Entrevista a la Hna. Montserrat Ripollés, 66 años en la Selva Amazónica peruana
“Comencé a sentir por dentro una necesidad muy fuerte de dar a conocer a otros todo lo que yo sabía de Jesús, era como una obligación”
La Hna. Montserrat, de la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús, ha dedicado su vida y su vocación a evangelizar al pueblo awajún, aborígenes que habitan parte de la Selva Amazónica peruana.
Esta congregación religiosa femenina es única y exclusivamente misionera, y se fundó en mayo de 1942. La consagración de las hermanas lo es al servicio total de Jesucristo, y se expresa viviendo en fraternidad evangélica los votos de castidad, pobreza y obediencia, y la entrega a la acción misionera de la Iglesia.
Además de la Hna. Montserrat, a esta Compañía pertenece también Mª Dolores Montoliu, de Nules, que lleva más de 50 años en Colombia; la castellonense Marta Iturralde, también en Perú y Colombia; Mª Concepción Nabás, de La Vall d´Uixó, fallecida recientemente; la castellonense Josefina Garcés, tía de Marta, destinada muchos años en Perú; y Carmen Fortea, destinada en el Congo. Las dos últimas viven ahora en la Casa de Madrid.
Montserrat Ripollés nace en Cambrils (Tarragona) hace 90 años, pero cuenta que a causa de la Guerra Civil Española tuvo que venir a Castellón cuando tenía 5 años, y “aquí es donde he crecido, donde me he formado, donde he estudiado y donde ha brotado mi vocación misionera”.
Sintió la llamada del Señor al servicio, y desde entonces ha entregado su vida a los demás. Explica que el origen de su vocación está en su familia, pues “desde pequeña me llevaban a la Iglesia, y me formé en la Acción Católica en Castellón”.
Cuenta que “aunque no tenía padre pude realizar mis estudios de Magisterio con el esfuerzo de mis hermanos”, y fue a los 18 años cuando “comencé a sentir por dentro una necesidad muy fuerte de dar a conocer a otros todo lo que yo sabía de Jesús, era como una obligación”. A partir de ahí “brotó en mí el deseo de ser religiosa en una congregación que fuese a la misión, para llegar a aquellas personas que aún no habían oído hablar de Jesús”.
Ingresó en la congregación en 1952, y en 1956 le destinaron a Perú, con 23 años y la carrera terminada, “cuando todavía no había realizado mi primera renovación de votos”. Llegó a la desembocadura del río Nieva en un hidroavión vestida con su hábito blanco, al encuentro de este pueblo de Dios, dedicándose a la educación de los niños y a las catequesis en la parroquia. También a “formar agentes de pastoral indígenas, aprendiendo de los otros su vida, para que yo partiera de su mundo cultural y poderles dar a conocer todo lo que yo sabía y conocía de Jesucristo, siendo al final estos agentes los que lleven el mensaje a sus comunidades”, explica la hermana.
Desde entonces ha estado allí, menos dos periodos de 6 años en los que se le requirió en Madrid, dedicando su vida a compartir la alegría del Evangelio de Jesús en esta región de la selva amazónica. “Lo que he aprendido durante todos estos años es que tenía que cambiar la idea que tenía de dar lo que tengo, por ponerme del lado de este pueblo y aprender de ellos, partiendo de su mundo para yo poder dar el mío, sin imponer”, a lo que le ayudó en gran medida “el cambio que el Concilio Vaticano II nos trajo, al insistir en la necesidad de inculturarse en el lugar de misión”.
La presencia de la Compañía entre el pueblo awajún, en un lugar muy aislado, ha dado sus frutos, pues “ahora hay comunidades cristianas, muchos animadores de comunidades, poco a poco se ha introducido la fe en pueblos que no habían oído hablar de Jesucristo”, concluye.