Queridos diocesanos:
En la Fiesta del Bautismo de Jesús, el 12 de enero, con que concluye el tiempo de la Navidad, recordamos el bautismo de Jesús a orillas del río Jordán de manos de Juan Bautista. Jesús recibe de Juan el bautismo de penitencia, de petición de perdón, y transforma este gesto en una solemne manifestación de su divinidad. “Apenas se bautizó Jesús,… vino una voz del cielo, que decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto” (Mt 13, 17). Son las palabras de Dios-Padre que muestra a Jesús como su Hijo unigénito, el amado y predilecto. Jesús es el Cordero que toma sobre sí el pecado del mundo; ahora comienza públicamente su misión salvadora, que concluirá con su muerte y resurrección. Jesús es el enviado por Dios para traernos su perdón, su luz, su vida y la libertad. Este hombre, aparentemente igual a todos los demás, es Dios mismo, que viene para liberar del pecado y dar el poder de convertirse “en hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios” (Jn 1, 12-13). En el Jordán se abre una nueva era para toda la humanidad.
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