La misericordia de Dios: don pascual
Queridos diocesanos
El segundo Domingo de Pascua es el Domingo de la Misericordia divina. Así lo llamó el beato Juan Pablo II. Durante la octava de Pascua hemos cantado: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 118, 1). La misericordia es un ‘segundo nombre’ del amor divino; es el amor divino en su aspecto más profundo, en su actitud de aliviar cualquier necesidad y en su infinita capacidad de perdonar. El Papa Francisco nos ha dicho que «el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia. ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros? Ésa es su misericordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a Él con el corazón contrito».
Al contrario de lo que pudiera parecer, la misericordia no es expresión de un espíritu débil y apocado, sino que la manifestación del amor que todo lo puede. Sólo el que es poderoso puede permitirse ser misericordioso. La misericordia es verdadera cuando engendra ternura, bondad, perdón y ayuda.
La misericordia divina nos llega a los hombres a través de Cristo crucificado y resucitado, que nos muestra el rosto de Dios. La misericordia es el don pascual por excelencia. Cristo crucificado y resucitado mismo es el Amor y la Misericordia en persona. Cristo derrama esta misericordia sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu Santo.
La muerte y la resurrección de Cristo es un prodigio de la misericordia de Dios que cambia radicalmente el destino de la humanidad. Es un prodigio en el que se manifiesta plenamente el amor del Padre, que no se arredra ni siquiera ante el sacrificio de su Hijo unigénito. La Pascua no cesa de decir que Dios-Padre es absolutamente fiel a su eterno amor por el hombre. Creer en ese amor significa creer en la misericordia.
El amor de Dios es más fuerte que el egoísmo humano, que el pecado y que la muerte. Ese amor se revela en nuestra existencia diaria, y nos impulsa acoger la misericordia y el persona de Dios y, en Él, saber perdonar al prójimo. Amar a Dios y amar al próximo es el programa de vida de todo bautizado y de la Iglesia entera. Amor a Dios y amor a los hermanos son inseparables. No es fácil amar con un amor verdadero, constituido por la entrega auténtica de sí mismo. Este amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fijando nuestra mirada en Dios, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de generosidad y perdón: en una palabra, con ojos de misericordia.
Si aprendemos el secreto de esta mirada misericordiosa, será posible establecer un estilo nuevo de relaciones entre las personas y entre los pueblos. Desde este amor podremos afrontar la crisis de sentido, los desafíos más diversos y, sobre todo, la exigencia de salvaguardar la dignidad de toda persona humana. La misericordia divina es el don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y ofrece a la humanidad.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón