Homilía Misa de Medianoche
S.I. Catedral de Segorbe – 24 de Diciembre de 2020
(Is 9,1-3.5-6. Sal 95; Tit 2,11-14; Lc 2,1-14)
Hermanas y hermanos, muy amados todos en el Señor.
Un saludo muy cordial al Cabildo Catedral, a los sacerdotes concelebrantes y a los seminaristas que nos asisten. Os saludo a cuantos desde vuestras casas os habéis unido a nuestra celebración a través del canal de YuouTube de la Diócesis, en especial a los enfermos y mayores. Y ¡cómo no! a cuantos habéis venido a la Catedral a esta Misa del Gallo anticipada, y de modo especial a nuestros niños.
1. En esta Misa de Medianoche resuena una vez el anuncio del ángel a los pastores, como acabamos de proclamar en el Evangelio:“Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,11).Esta es, hermanas y hermanos, la Noticia antigua y siempre nueva que celebramos en la Navidad. Siempre hay Navidad. Desde que este Niño-Dios nació en Belén, siempre tenemos motivo para celebrar su nacimiento. En medio de la noche obscura y fría, cuando el pueblo caminaba en tinieblas y habitaba en tierra y en sombras de muerte (cf. Is 9, 1), nació el Salvador, el Mesías, el Señor. También hoy, en estos tiempos de pandemia, con tanta obscuridad y muerte en nuestra tierra, con tanto dolor, tristeza y angustia, nace el Señor. Por eso es motivo para la esperanza escuchar esa buena Noticia del nacimiento del Hijo de Dios, del Emmanuel, del Dios-con-nosotros-: Dios se ha hecho uno de nosotros, ha asumido nuestra naturaleza para hacernos partícipes de la vida misma de Dios.
El nacimiento del Niño-Dios es motivo de alegria porque en Él, todos somos amados personalmente y nunca abandonados por Dios. Nada ni nadie podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nos dirá san Pablo (cf. Rom 8,39). Y esto da paz, da tranquilidad, da esperanza. También hoy en tiempos de pandemia, con tanta obscuridad en nuestras vidas, donde a veces parece que hubiéramos perdido la brújula en nuestra existencia, cuanod tanto cuesta abrir los corazones a Dios y cuando ante tanta muerte aún hay quien desea generar más muerte, también hoy nace Dios. Y Él nos trae luz y vida. Y todo ello es expresión del amor de Dios.
2. Tres palabras, queridos hermanos y hermanas, que resuenan de modo especial en esta noche en la Palabra de Dios que acabamos de proclamar, y que tienen una actualidad enorme: Luz, Vida y Amor.
En la obscuridad de la noche brilló una luz grande (cf. Is 9,1; Lc 2,9). En la obscuridad de la noche fría, los pastores, la gente sencilla, percibió la luz y escuchó el anuncio del ángel. “La gloria de Dios los envolvió de claridad” (Lc 2, 9). Dios es la Luz. Y viene a iluminar la existencia de toda la humanidad, nuestra propia existencia, para que nos dejemos llenar de la gloria de Dios, del resplandor de Dios. Nace frágil, humilde y débil, para que no tengamos miedo de acoger a Dios en nuestra vida y su luz en nuestro caminar. No estamos solos. Desde entonces el Hijo de Dios ilumina nuestro camino. En la obscuridad de la pandemia, en las dificultades económicas, en el paro, en la enfermedad e incluso en la muerte, Dios está con nosotros. Porque no vino y marchó, sino que se quedo entre nosotros y con nosotros. Con Él podemos siempre contar, para que nos dejemos iluminar por la Luz que viene en ese Niño, que nace en Belén; para que no nos dejemos llevar por la obscuridad de la desesperanza, de la tristeza, que nos lleva a la congoja y al egoísmo. ¡Cuántas personas se sentirán solas esta noche! Porque los hijos no pueden venir, porque viven solas, porque están en cárcel, porque yacen en los hospitales o en su casas, porque están en la UCI, o porque se sienten abandonados. Él nos dice a todos: no os estáis solos. El es la Luz, que ilumina esta noche santa.
Es la Luz porque es la Vida. Es la Vida misma de Dios la que nos llega a través de ese Niño. La filosofa judía Hanna Arendt al contemplar el nacimiento de Jesús, el misterio de la Navidad, afirmó: el nacimiento de Jesús nos muestra que nacemos para vivir. Por eso San Irineo puede decir que Dios es la gloria del hombre y, a la vez, que la gloria de Dios es que el hombre viva. Sí, somos creados por amor para la vida, y vida en plenitud. Somos finitos y mortales, y tendremos que atravesar el umbral de la muerte; pero sabemos que el Dios que nos creado, nos espera tras ese umbral porque es un Dios de vivos y no de muertos. Por eso es necesario abrir nuestro corazón a la vida de Dios. Para ello hay que ser sencillos y humildes como aquellos pastores, que no contaban nada en aquella sociedad. Los prepotentes, los soberbios, aquellos que se sienten llenos de sí mismos, no dejan un resquicio para que Dios entre en su vida, para abrirse a la luz, a la vida y al amor de Dios. A veces se nos quiere reducir a materia inerte: de ahí que haya tanta desesperación, y aumenten los suicidios. ¡Cuando no hay sentido trascendente en la vida, cuando pensamos que somos pura materia y que todo termina en la obscuridad de la muerte…!. Pero no. La gloria de Dios es el hombre. La gloria del hombre es Dios mismo. Y Dios quiere que el hombre viva, participando de su misma vida.
Y así entramos en la tercera palabra: Amor. Dios es Amor cf. 1 Jn 4,8). Y nos ha creado por amor, para la vida y vida en plenitud, para participar de su vida gloriosa en eternidad de eternidades. No somos materia inerte. Somos polvo y volveremos al polvo, sí; pero ahí no se termina todo. Cristo Jesús, aquel Niño que es envuelto en pañales y así se nos preanuncia de algún modo su mortaja, morirá y resucitará para darnos la vida misma de Dios, para que resucitemos en cuerpo y alma como Él. Esto nos da esperanza, la esperanza que no defrauda. Esperamos la vida eterna que nos alienta para luchar por la vida y el bien en esta tierra.
Los cristianos sabemos que toda la creación y la persona humana en especial son hechura de Dios. Este es el fundamento de su dignidad; toda persona es digna de ser acogida, protegida, cuidada y acompañada siempre y de modo especial en la muerte. Porque es una creatura de Dios. Y solo a Dios le debe la vida, y solo Dios es el Señor de la vida. Debemos abrirnos al amor de Dios, dejarnos amar por Dios. Es lo más grande que nos puede ocurrir. Porque es un amor personal y eterno, un amor que se dona y entrega, un amor siempre fiel. Por eso san Pablo nos decía que hemos de liberarnos de todo aquello que nos impide las buenas obras (cf. Tit 2,14). Dios nos ha hechos libres, sí. Pero, en primer lugar, nos quiere liberar de todo aquello que nos impide hacer el bien. No es una libertad de decidir y de elegir, sin saber qué. El nos salva y libera de verdad de todo aquello que nos atenaza para vivir de verdad un amor entregado, como nos muestra el Señor que se entrega hasta el final para darnos el amor de Dios. Para que nos llenemos de su amor y así seamos así testigos del amor de Dios para cuantos nos rodean: en este momento de pandemia, con los que sufren, con los que han perdido el sentido de su vida, con los que están desesperanzados, con los que pasan hambre, con los que están hospitalizados, con las personas que viven solas, con tantas y tantas penurias.
Quien se deja llenar del amor de Dios en este Niño-Dios, lo da a los demás: a los niños, al esposo o a la esposa, en la familia, en la sociedad. Solo así construiremos desde Dios una sociedad verdaderamente humana, fraterna, solidaria.
3. Hermanas y hermanos en el Señor: Que no ocurra hoy como aquella noche en Belén, que no había sitio para ellos en la posada. Que hagamos sitio para este Niño-Dios en nuestro corazón. Que nuestro corazón se conviertan en posada, y, si queréis en, pesebre, para que el Niño-Dios nazca en lo más profundo de nosotros y nos dejemos trasformar por Él, por su Luz, por su Vida y por su Amor. Esto será motivo de alegría para todos nosotros, como lo fue aquella noche para los pastores. Así nos acercaremos al final de la Misa -este año de forma distinta-, a adorar al Niño y a contemplar el misterio de la Navidad. Dejémonos tocar por la cercanía de ese Dios, que nace frágil y humilde para que no tengamos miedo de acogerle a Él en nuestra vida. Así esta Navidad, aunque distinta por tantas cosas, será una verdadera Navidad.
Feliz y santa Navidad para todos.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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