Los mártires diocesanos son luz y guía en nuestro caminar en este Año Jubilar
Ayer tarde se celebró la Vigilia de Oración en la Concatedral de Santa María
La Delegación Episcopal para las Causas de los Santos organizó ayer tarde, la segunda Vigilia de Oración por los mártires diocesanos en el contexto de celebración del 775º Aniversario de la creación de la Sede Episcopal en Segorbe. En esta ocasión el escenario de la celebración fue la Concatedral de Santa María, en Castellón.
Los fieles se sumaron a este segundo encuentro que puso en valor el testimonio de algunas de las más de 200 personas que integran la causa de la Diócesis de Segorbe-Castellón.
Ante el Santísimo Sacramento expuesto en el Altar, se siguió el testimonio de nuestros mártires a través de una proyección que facilitó la meditación y la reflexión sobre aquellos que nos precedieron como Pueblo de Dios de la Diócesis de Segorbe-Castellón.
«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»
La lectura del Evangelio de San Lucas (21, 9-19) y el de San Mateo (10, 28-33) sirvieron de hilo conductor para poner de relieve el amor y el perdón, en una vigilia que sirvió a los presentes para profundizar en la necesidad de perseverar en la fe con la mira puesta en la de aquellos que nos precedieron en tiempos pasados.
Algunos de los testimonios que se pudieron conocer durante la Vigilia:
SdD Miguel Serra Sucarrats, Obispo de Segorbe (1936)
Siendo Obispo de Canarias el Papa Pío XI lo nombró Obispo de Segorbe. Su amigo, el Cardenal de Tarragona, preocupado por lo que le pudiese ocurrir le aconsejó que retrasase su entrada en Segorbe, pues, según le dijo “pueden pasar cosas importantes”. Ante las palabras del Cardenal, D. Miguel, llevado por su celo de Buen Pastor, respondió: “Su Santidad el Papa me ha encomendado el cuidado pastoral de la Iglesia de Segorbe. Si como usted dice, pueden pasar cosas importantes en España, razón de más para que no retrase mi presencia en la Iglesia cuyo pastoreo Cristo me ha confiado”.
El 28 de junio de 1936 tomó posesión de la Diócesis, pero lo hizo de forma privada y sin solemnidad, puesto que las autoridades le pusieron muchos impedimentos. Pese a que le ofrecieron vivir en un lugar más seguro que el Palacio de Segorbe, pero él siempre respondía que debía permanecer en su sede. Un grupo de Guardias Civiles que se habían pasado de bando, le ofrecieron ir con ellos para salvar su vida, pero él les dijo: “No quiero dejar solos a mis sacerdotes y fieles, en unos momentos de persecución y de cruz”.
El 22 de julio de 1936, 23 días después de su llegada a Segorbe, fue expulsado violentamente del Palacio Episcopal y tuvo que refugiarse en la primera planta de la casa de los hermanos Morro, canónigos de la Catedral de Segorbe. La vida del Prelado en esta casa acusó la misma serenidad que siempre había mostrado, sin quejarse de la condición a que se veía reducido y haciendo la vida normal que las circunstancias le permitían. El 27 de julio, a las 6 de la mañana hora en que solía celebrar la Eucaristía, el Sr. Obispo fue detenido junto con su hermano Carlos y trasladados a pie entre fusiles y escopetas, hasta la cárcel donde quedaron presos conservando, tanto D. Miguel como D. Carlos, las ropas talares.
Cuenta un testigo que los últimos días en la cárcel fueron horribles: “Después de cada sesión de interrogatorio, salía el Sr. Obispo derramando sangre por las piernas y su cuerpo estaba lleno de hematomas. Tanto el Sr. Obispo como el Sr. Vicario General salían extenuados de aquella habitación”.
Así, tan solo 43 días después de su llegada a Segorbe y 58 días desde su salida del Puerto de La Luz de Canarias, la noche del 8 al 9 de agosto, y según declaraciones del carcelero fueron sacados de la cárcel camino del supremo testimonio, debido a que temían que se les muriera en la cárcel a consecuencia de las torturas. Fue conducido al término municipal de La Vall d’Uixó donde fue fusilado junto a su hermano Carlos, también sacerdote, el Vicario General D. Marcelino Blasco, el Hermano Carmelita Vicente Sauch Brusca y los Hermanos Franciscanos Domingo Ferrando Savall y José María Balaguer Juan.
D. Miguel Serra, previamente perdonó a sus verdugos en el momento de su muerte y les bendijo. Algunos de los participantes en el traslado y muerte del Obispo de Segorbe, declararon en sus respectivos juicios sumarísimos que recordaban que antes de morir dijo: “Que Dios os perdone como yo os perdono” “Os perdonamos a todos Viva Cristo Rey.”
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