Homilía en la Misa-Funeral por el Papa emérito Benedicto XVI
S.I. Concatedral de Santa María de Castellón, 7 de enero de 2023
(Sab 4,7-15; Salmo 22; Rom 14, 7-9.10c-12; Jn 21, 15-19)
Hermanas y hermanos, amados todos en el Señor.
Oración esperanzada y agradecida
1. En los últimos días hemos acompañado con nuestra oración al Papa emérito Benedicto XVI en la última etapa de su vida terrenal y en su muerte. El jueves pasado pudimos unirnos -unos física y la mayoría espiritualmente- a la Misa exequial en plaza de San Pedro en el Vaticano para orar por él. Han sido días de especial intensidad humana y espiritual. Esta mañana, celebramos y ofrecemos el santo Sacrificio de la Misa por su eterno descanso. Nuestro corazón está dolorido y triste por su muerte, pero también lleno de gozosa esperanza y de profunda gratitud.
Cada vez que el Señor nos reúne en torno a la mesa de su altar actualizamos su Pascua, su muerte y resurrección, fuente de vida eterna para “todo aquel que cree y vive en Él” (cf. Jn 11,26). La celebración de la Pascua del Señor hoy se hace más intensa al hacerlo en la pascua personal del papa emérito. Benedicto XVI ha pasado por el umbral de la muerte a la vida sin fin, ha llegado a la Casa del Padre para el encuentro definitivo con Cristo Resucitado. Así lo esperamos y se lo pedimos fervientemente al Señor para quien le ha servido como su Vicario en la tierra, como Siervo bueno y fiel, y como buen Pastor de su Iglesia con una entrega y un amor admirables.
Sí, hermanos: esta es nuestra firme esperanza, porque el Papa emérito ha sabido vivir con Cristo, muriendo poco a poco con Él, gastando y desgastando su vida para mejor servir a Cristo, a su Iglesia y a la humanidad. A lo largo de sus días, sobre todo desde su elección como Sucesor de Pedro y desde su renuncia al ministerio petrino, hasta el último momento de vida, no vivió para sí mismo, sino que vivió siempre para el Señor. Vivió para el Señor y ha muerto para Él. En la vida y en la muerte ha sido del Señor (cf. Rom 14 7-9). Ha entregado toda su vida al Señor Jesús, muerto y resucitado, al anuncio del Evangelio y al servicio de la humanidad con una fidelidad, coherencia y valentía inquebrantables. A pesar de todas las penalidades e incomprensiones, su vida como sacerdote y teólogo, como obispo y sumo Pontífice ha sido una muestra conmovedora de una fe viva y vivida y de un Sí personal de amor a Jesucristo vivo y en Él a todo ser humano; un Sí afirmado y renovado día a día desde lo más hondo de su ser en la oración, y en la celebración y adoración de la Eucaristía. Sus últimas palabras fueron “Señor, te quiero”. Las mismas palabras de Pedro a Jesús al confiarle el pastoreo de su rebaño. Este amor a Cristo resucitado, vivido con gran intensidad interior y confesado con un valor excepcional ha sido la fuente y el centro de su ministerio y de su vida hasta el final: ¡Un amor humano y sobrenatural a la vez! ¡Un amor cercano y cálido a todos, sin excepción! Con las palabras del libro de la Sabiduría nos atrevemos a decir: “Agradó a Dios, y Dios lo amó” (Sab 4, 9).
Como san Pablo dice de si mismo, así también nosotros podemos afirmar del Papa emérito Benedicto que ha sido un hombre de Dios, un corredor de fondo al servicio de Cristo y de su Iglesia, “un cooperador de la Verdad” y un “humilde trabajador en la Viña del Señor”. Benedicto ha combatido el buen combate, ha concluido su carrera, ha conservado la fe y nos ha confirmado en la fe; por ello confiamos que el Señor, juez justo y misericordioso, le otorgue la corona merecida: el abrazo definitivo y eterno de Cristo resucitado para participar de su gloria para siempre (cf. 2 Tim 4, 7-8).
Acción de gracias a Dios
2. A nuestra súplica, llena de esperanza, por el Papa emérito, unimos nuestra más sincera acción de gracias a Dios, fuente y origen de todo bien. Damos gracias a Dios por el regalo extraordinario de Benedicto XVI para la Iglesia y para la humanidad. Damos gracias por todos los dones que hemos recibido de Dios a través de este gran Papa, servidor bueno y fiel de Jesucristo, de la Iglesia y del mundo entero, como sacerdote y teólogo, como obispo y como Papa. Muchas cosas podríamos decir. Me centro en alguna.
Dios nos ha concedido la gracia de un Papa sencillo y humilde, cercano, bueno y sabio, que durante ocho años pastoreó con entrega y sabiduría a la Iglesia Universal. El supo clarificar la identidad y la misión de la Iglesia en tiempos de confusión, buscando siempre la verdad. Y lo hizo hecho con entereza y fortaleza, sin temor a críticas e incomprensiones. El sabía bien que la misión de la Iglesia, su credibilidad y su eficacia salvadora radican en su fidelidad total a Jesucristo y a su Evangelio: desde el amor, sí; pero, también desde la verdad.
Benedicto XVI ha sido un hombre de Dios para llevarnos a Dios en el encuentro personal, transformador y salvador con Cristo. En su primera encíclica, siguiendo las palabras del apóstol san Juan, nos recordó que Dios es Amor, que se ha encarnado en Jesús de Nazaret para hacernos partícipes del amor y la vida divina. Este es el corazón de la fe cristiana y la opción fundamental de todo cristiano: creer en la primacía de Dios y en el amor de Dios por cada una de sus creaturas. Él nos ha dejado escrito: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, [Jesucristo resucitado] que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). Como ‘cooperador de la verdad, este es el mensaje de Benedicto a todos cristiano: no sigas una teoría sobre la verdad o sobre la ética, sino sigue al Señor que es “el camino, la verdad y la vida”.
Como hombre de Dios supo hablar sobre Dios,, sobre Jesucristo y sobre el ser humano, la historia y el mundo con profundidad, claridad y sencillez: a alumnos e intelectuales, a niños, jóvenes y mayores, a seminaristas, sacerdotes y consagrados, a políticos y personas de la cultura en diálogo con las corrientes del pensamiento mundo actual. Él tuvo la maestría de hablar de cuestiones complicadas con palabras comprensibles para todos, también incluso para los más sencillos: lo hizo como un gran buen pastor y un gran catequista. Como un hombre de su tiempo, ha ido al encuentro con las personas, las culturas y las instituciones sociales y políticas, las confesiones y religiones. No ha rehuido los problemas más vivos del momento para ofrecer siempre la verdad Dios, de Jesús y el Evangelio de Jesús y de la Vida nueva en el Espíritu Santo.
El Papa emérito ha sido un verdadero maestro y doctor en la fe con sus escritos, nos ha dejado un rico y extenso magisterio. Él nos ha recordado que la Iglesia está llamada a ser santa, limpia de toda suciedad, para poder ser presencia nítida de Cristo resucitado para todos los hombres y para poder ser fermento de vida y de unidad, de perdón y de paz, de justicia y de caridad entre los hombres y los pueblos; una Iglesia que está llamada a vivir desde Jesucristo, su Palabra y la liturgia, la oración y la adoración, en la unidad de la verdad de fe y de vida con un mismo pensar y sentir.
Con la mirada puesta en Cristo, en quien se revela plenamente el misterio de todo hombre, Benedicto XVI ha sido un defensor incansable de la verdad frente al relativismo y de la dignidad de todo ser humano frente a todo tipo de ideologías. Su fe en el valor siempre actual del Evangelio de Jesús y su amor apasionado por todo lo humano le ha llevado a proclamar sin cesar los derechos inalienables de toda persona, el respeto a la vida humana en cualquier circunstancia de su existencia, las exigencias de la justicia, la primacía del bien común, de la verdad y de la paz, basada en la reconciliación y el perdón.
3. Exhortación final
Damos gracias a Dios por este gran Papa, que nos ha confirmado en la fe con su palabra, su ministerio y su testimonio hasta el final de sus días en este mundo. En su testamento espiritual nos pide permanecer firmes en la fe cristiana, también en la dificultad. Este es su último legado. Él nos ha alertado a los cristianos ante el cansancio de la fe cristiana o la apostasía silenciosa de la fe en occidente, con estas palabras: “No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra”. Permanezcamos firmes en la fe. Vivamos con alegría nuestra condición de cristianos. Ayudemos a otros bautizados a recuperar el gozo de serlo. Invitemos a los no bautizados a dejarse encontrar personalmente por Cristo.
Nuestra acción de gracias y las plegarias de toda nuestra Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón se unen a las de la Iglesia Universal para que la esperanza de la Gloria se haga realidad para nuestro querido Papa emérito. ¡Qué el Señor Resucitado, acoja a su siervo fiel y solícito por toda la eternidad en la asamblea de los Ángeles y de los Santos! Así se lo confiamos a María, Madre del Señor y Madre nuestra, que le ha guiado cada día y le guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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