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Encuentro de Apostolado Seglar

4 de mayo de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Hace unos días me dirigía a todo el Pueblo de Dios en nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón para invitaros al Encuentro diocesano de Apostolado Seglar. Lo celebraremos, D. m., el día 10 de mayo, en el Seminario Mater Dei de Castellón. El día elegido no puede ser más significativo: la Víspera de Pentecostés. Al recordar la venida del Espíritu sobre la Iglesia naciente y la salida en misión de los primeros evangelizadores en Pentecostés, celebramos también con toda la Iglesia en España la Jornada del Apostolado Seglar y de la Acción Católica.

El Encuentro está pensado para todos: sacerdotes, religiosos y seglares; y, de modo especial, para los grupos y movimientos, para los movimientos clásicos –y no sólo para los así llamados movimientos apostólicos como la Acción Católica-, y para los nuevos movimientos de nuestra Iglesia diocesana. Al mismo están invitados también todos los seglares implicados más estrechamente en la vida y misión nuestra Iglesia.

Ya desde mi llegada a vosotros como Obispo, Padre y Pastor, percibí la necesidad de trabajar por la comunión de todos los movimientos y grupos en la única comunión y misión de nuestra Iglesia diocesana. He afirmado más de una vez que todo grupo y movimiento debidamente reconocido por la Iglesia tiene su legítimo lugar y papel en la vida y misión de nuestra Iglesia diocesana; pero ello siempre en la unidad de la fe, de la celebración y de la comunión con el Obispo diocesano y al servicio de la única misión de nuestra Iglesia. Todos ellos son complementarios: ninguno puede arrogarse ser la Iglesia ni creer que lleva a cabo la vida y misión de la Iglesia en su totalidad.

No cabe duda que la fuente de la comunión es Dios, Uno y Trino, en Cristo. Todos y cada uno hemos de estar personalmente unidos a Cristo Jesús bajo la acción del Espíritu para que se cree unión entre nosotros. Ahora bien: para que se construya, a la vez, una real comunión entre nosotros, y entre los grupos y movimientos necesitamos conocernos, valorarnos y acogernos de corazón. Existen con frecuencia prejuicios, fruto muchas veces de un conocimiento y de una valoración insuficientes, que dificultan la comunión y, en consecuencia, la misión.

Por todo ello queremos que este encuentro sea un día de convivencia para todos los movimientos y realidades eclesiales presentes en nuestra Diócesis: todos sois dones del Espíritu Santo que hemos de conocer, valorar y agradecer para vivir la unidad desde la legítima pluralidad. En esta Jornada oraremos juntos, compartiremos las experiencias y los valores de los movimientos y asociaciones, daremos gracias a Dios por la riqueza que significa para nuestra Diócesis la existencia de tantos movimientos de seglares, conoceremos el carisma de los otros para acogerlos como un don para bien de toda la Iglesia diocesana. En definitiva, queremos celebrar juntos la Vigilia de Pentecostés escuchando la voz del Espíritu y compartiendo en la unidad los diversos dones que Él nos reparte.

El gran signo hoy hemos de dar a nuestro mundo es vivir fraternalmente en la unidad de la comunión y misión eclesial. Las divisiones y exclusiones laceran profundamente la Iglesia e impiden a mucha gente abrazar la fe. Vivamos en la unidad que nace del Espíritu Santo.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Año Mariano del Lledó

27 de abril de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

El próximo día uno de mayo comenzamos el Año Mariano de Lledó con la Misa Estacional en la Basílica y el traslado de la Virgen a la Con-catedral de Santa María. La gran diversidad de actos religiosos y culturales programados para estos días no puede llevarnos a olvidar el objetivo fundamental de este Año Mariano. Esto se puede aplicar a nuestra devoción mariana en general. Los actos culturales no pueden encubrir o empañar, y menos aún, llevarnos a olvidar lo fundamental; éstos actos están bien, pero como complemento o derivación de la devoción mariana, y nunca como supletorios de una auténtica devoción a la Virgen, en este caso a la Mare de Déu del Lledó.

El Año Mariano nos debe ayudar a despertar o profundizar la devoción a la Virgen, la Mare de Déu del Lledó. Y nuestro amor a la Virgen ha de llevarnos al encuentro con su Hijo, Jesucristo, el Hijo de Dios, a quienes hemos de acoger, conocer, amar y seguir para así seguir anunciando su Evangelio en nuestros días. Por ello es necesario preparar bien la celebración del Año Mariano y la participación en los actos religiosos mediante catequesis en las parroquias sobre la Santísima Virgen y sobre la auténtica devoción del Lledó así como mediante la celebración del Sacramento de la Penitencia.

La Virgen siempre quiere dirigir nuestra mirada y nuestros pasos hacia su Hijo, el Hijo de Dios, el Salvador, la Buena Noticia de Dios para toda la humanidad. Celebramos a María, porque ella es la Madre del Dios, que nos da a su Hijo, fuera del cual no existe Salvación. Ahí está la razón de esta fiesta; este es el verdadero motivo de nuestra alegría, de nuestra devoción y de nuestro amor a la Virgen. En este Año hemos de dejarnos llevar por la Virgen al encuentro con su Hijo, Jesucristo, para convertirnos a Él, para avivar nuestra fe y vida cristianas, y para renovar nuestro compromiso en la transmisión de la fe y la transformación de la sociedad según el plan de Dios.

Esto debe ser lo que nos mueva en este Año Mariano y siempre que celebremos a la Virgen. A ella hemos de acudir en todos los momentos de nuestra vida, y, en especial, en los momentos de debilidad o de dificultad, de dolor o de aflicción, pero también en los momentos de alegría o de alivio. Como una buena madre, María nos llevará a su Hijo. Estamos en el ‘destierro de la vida’, estamos peregrinando hacia la plenitud. María nos acompaña siempre. Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacía la casa del Padre, del cual se descubre cada día su amor incondicionado por toda criatura humana.

La Virgen nos susurra las palabras de su Hijo Jesucristo para que seamos fieles en su seguimiento y en la misión de anunciar el Evangelio, sobre todo en estos momentos difíciles para perseverar como cristianos. Ella nos pide que vivamos unidos en la comunión con Dios y con la Iglesia. María es la primera cristiana, que nos enseña a vivir fieles a nuestra fe en el seno de la Iglesia. Ella es modelo para todos los fieles, y lo es porque nos mueve a imitarla en las actitudes fundamentales de la vida cristiana: en la fe, en la esperanza, en la caridad y en la obediencia a Dios. ¡Que María nos enseñe a vivir como verdaderos discípulos de su Hijo en el seno de la comunión de la Iglesia al servicio de la misión para que Cristo, su Hijo, llegue a todos!

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Un nuevo catecismo para la Iniciación cristiana

20 de abril de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Hace unos días era presentando el nuevo catecismo para la iniciación cristiana de la Conferencia Episcopal Española. En nuestra Diócesis ya lo conocieron los sacerdotes en las Jornadas de formación permanente y los catequistas en el Día del catequista, tan hermoso y gratificante de hace dos semanas.

El nuevo catecismo lleva por título ‘Jesús es el Señor’. Estas palabras son una confesión explícita de la fe la Iglesia, que nos recuerdan la confesión pascual de los Apóstoles al encontrarse con Jesús Resucitado. Esta es también su finalidad: ayudar a los niños a descubrir a Jesús, a encontrarse personalmente con Él, a confesarle como el Señor para conocerle, amarle y seguirle. Este encuentro y esta confesión personal es el núcleo necesario de toda catequesis; pero teniendo ambos que ser personales no son subjetivos; para crecer y mantenerse en la comunión de fe católica, se ha creer con la fe de la Iglesia, tal como nos llega en la Tradición viva de la Iglesia, cuyos garantes auténticos somos los Obispos unidos al Romano Pontífice. Es lo que ahora entregamos los Obispos, como Pastores del Pueblo de Dios, en este catecismo para los niños y niñas de seis a diez años.

Ellos son los primeros y más directos destinatarios, pero no son los únicos. También son sus destinatarios las familias, para el acompañamiento en la educación de los hijos; los sacerdotes, como responsables y animadores de la catequesis parroquial; los consagrados e instituciones católicas, para su misión en el ámbito educativo; y los catequistas que lo han de utilizar como documento de la fe en la catequesis.

Este nuevo Catecismo se ha elaborado a partir del Catecismo de la Iglesia Católica y otros documentos posteriores, y teniendo en cuenta las nuevas situaciones y retos en la transmisión de la fe. Los Obispos españoles queremos ejercer así nuestra responsabilidad de ordenar la catequesis para que sea activa, eficaz y capaz de educar en una fe robusta a las generaciones cristianas de los tiempos nuevos. Nos hemos esforzado en exponer íntegramente, para los niños en esas edades, el mensaje cristiano en un lenguaje significativo para ellos. Se tiene muy en cuenta que en estos años tiene lugar la primera participación en la Penitencia y en la Eucaristía, verdadero encuentro sacramental con el Señor.

‘Jesús es el Señor’ es sencillo, concreto, íntegro, ordenado y exacto; es así el instrumento adecuado para la educación en la fe y para que los destinatarios acojan esta fe en su corazón, en su memoria, y la expresen en un mismo lenguaje. Este catecismo encauza las tareas de la catequesis, pues en su contenido recoge la fe que la Iglesia misma profesa (Símbolo), celebra (Sacramentos), vive (moral cristiana) y ora (la oración del cristiano).

En nuestra Diócesis será a partir del próximo curso el catecismo que deberá usarse en las catequesis para niños entre seis y diez años, según vaya indicando la Delegación Diocesana de Catequesis. Todos hemos de esforzarnos para que sea utilizado en la catequesis como libro de la fe, al servicio de un contenido y un lenguaje común. Los materiales, aun siendo necesarios, nunca lo pueden sustituir. Nuestra cordial recepción será un estupendo servicio a la comunión y a la misión de nuestra Iglesia  diocesana.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Educar juntos

13 de abril de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

El Encuentro familiar diocesano de este fin de semana nos invita a caminar juntos, bien cogidos de la mano, las familias católicas, la escuela y las parroquias, en la educación de nuestros niños, adolescentes y jóvenes cristianos.

El objetivo de la educación de los hijos no es simplemente enseñarles cosas útiles, destrezas o habilidades, ni meramente transmitirles una serie de conocimientos para ser más competitivos o alcanzar un título que garantice un puesto de trabajo lucrativo. Educar es ayudar al educando al pleno desarrollo de su propia personalidad. Se trata de ayudarle a crecer en libertad y responsabilidad, a aprender a vivir en la verdad y en el bien, con amor, esperanza y perseverancia. Por eso, la educación ayuda al educando a conocerse, a poseerse, a hacerse cargo de lo que es la propia vida en el mundo para ser capaz de desarrollarla lo mejor posible, hacia adentro y hacia fuera, en la sinceridad de la propia conciencia y en el complejo entramado de relaciones interpersonales en que vivimos. Para un cristiano, todo ello ha de hacerse desde la dimensión trascendente de la persona, desde su apertura a Dios, nuestro Padre y Creador, y desde Jesucristo y el Evangelio.

Por ello, si toda buena educación sólo termina cuando el educando consigue tener ante sí un ideal y un referente concreto de vida, para los cristianos este referente imprescindible es Jesucristo. El es nuestro ideal absoluto, hombre perfecto y Dios verdadero para nosotros, en quien nos descubrimos en nuestro origen, en nuestra vocación y en nuestro destino. Pensando y hablando en cristiano, no hay verdadera educación si los padres católicos, con la ayuda de la escuela, de la parroquia y otros educadores, no son capaces de llevar a sus hijos al descubrimiento, la elección y la estima de Jesucristo como modelo y norma viviente de su pensamiento, de sus deseos y de sus acciones. Jesucristo es la columna vertebral de la educación de todo cristiano.

Todo lo que favorezca el crecimiento en la fe y la vida cristiana de niños y adolescentes, será beneficioso para su educación integral. En la educación, padres, escuela y parroquia no pueden ir por separado y menos aún ser contrapuestos, sino que han de caminar bien conjuntados y de la mano. La catequesis parroquial ha de tener su continuidad y apoyo en casa. Si los padres no viven ante sus hijos como cristianos practicantes y consecuentes, no podrán ayudarles a adquirir una educación completa y con firmes fundamentos. Las deficiencias de los padres en la práctica sacramental, en la vida moral y en todo lo que es un clima cristiano dentro de casa, provocarán debilidades y vacíos que nadie podrá llenar y crearán contradicciones difíciles de superar. Tampoco beneficia sino que perjudica la educación integral cristiana la falta de interés de los padres por la catequesis parroquial de sus hijos o para que reciban clase de religión y moral católica en la escuela pública o privada.

La responsabilidad primaria que tienen los padres en la educación de sus hijos pide su implicación en la catequesis parroquial. Como padres cristianos han de velar para que la educación que reciben sus hijos en la escuela sea conforme a su convicción religiosa. El acierto en la educación es un asunto de primera importancia para el bien de los hijos, de la Iglesia y de la sociedad en general.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Catequista: discípulo y testigo

6 de abril de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

El Encuentro diocesano de catequistas es un día para compartir la alegría de la misión, reforzar la comunión en la misión y retomar fuerzas en la tarea. No me son ajenas las dificultades especiales que encuentran los catequistas en su acción catequética, provenientes de los catequizandos, de la insuficiente implicación de los padres o del contexto de indiferencia religiosa, de increencia o de hostilidad hacia Cristo y su Iglesia. Pero no nos podemos quedar en el lamento permanente, que lleva siempre a la desilusión y a la desafección hacia la propia tarea.

Aunque distintas, no fueron menores las dificultades que tuvieron los primeros testigos de Cristo Resucitado. ¿De dónde sacaban ellos la fuerza? El libro de los Hechos nos muestra que la primitiva comunidad eclesial se consolida y crece siendo los discípulos fieles al Señor Jesús, constantes en la enseñanza de los Apóstoles, en la oración y en la Eucaristía, viviendo unidos y preocupados los unos de los otros. Son conscientes de que no están solos y que su quehacer no es lo más importante. Ellos saben bien que el Espíritu del Señor Resucitado actúa y les acompaña, alienta y fortalece.

Si de todo bautizado el Señor espera que sea creyente, discípulo y testigo, cuanto más de un catequista que ha recibido de Dios la llamada a transmitir la fe y de la Iglesia, a través del Obispo o del párroco, la misión de hacerlo en nombre de la Iglesia de un modo sistemático y orgánico.

El catequista está llamado ‘a ser discípulo de verdad’, como Pablo (Hech 9, 26-31). Es la condición básica para ser catequista y vale para todo catequista. El catequista ha de ser, ante todo, un creyente en Cristo, un discípulo suyo, comprometido personalmente en un exigente camino espiritual, que se funda en el encuentro personal con el Señor Resucitado, en la escucha atenta y constante de su palabra de salvación, en la oración y en la celebración participada de la Eucaristía. Si el catequista permanece unido al Señor, como el sarmiento a la vid, dejando correr en sí mismo la savia de la gracia, del amor de Dios, dará los buenos frutos de un estilo de vida evangélico y testimoniará así con su vida a Aquel que proclama de palabra. Entroncado en Cristo, dejándose alentar por la presencia del Espíritu y en la comunión de la Iglesia, el catequista encontrará la fortaleza para proclamar con convicción y valentía al Señor Resucitado y la Buena Noticia del Evangelio en toda situación.

La misión primordial del catequista es invitar a los caquetizandos a que fijen su mirada en Jesús y a que le sigan. El catequista es voz que remite al Señor, amigo que guía hacia Jesús, a su presencia, a su misterio y al encuentro con El. También él es, en cierto sentido, indispensable, porque la experiencia de fe necesita siempre un mediador, que sea al mismo tiempo testigo.

La labor del catequista exige fidelidad constante a Cristo y a la Iglesia, pues actúa en su nombre. Su enseñanza no pueden ser respuestas subjetivas, sino que ha de ser siempre conforme al Magisterio constante de la Iglesia y a la fe enseñada desde siempre autorizadamente por cuantos han sido constituidos maestros y ha sido vivida de modo ejemplar por los santos. De ahí también la necesidad de usar los catecismos debidamente aprobados.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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La misericordia divina

30 de marzo de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Juan Pablo II llamó al segundo Domingo de Pascua ‘Domingo de la Misericordia divina’. La misericordia es un segundo nombre del amor divino; es el amor más grande, el amor en su aspecto más profundo, el amor en su actitud de compasión ante cualquier necesidad y el gesto de aliviarla, y el amor en su inmensa capacidad de perdón.

Al contrario de lo que pudiera parecer, la misericordia no es expresión de un espíritu débil y apocado, sino que la manifestación del amor que todo lo puede. Sólo el que es poderoso puede permitirse ser misericordioso. La misericordia es verdadera cuando engendra ternura, bondad, perdón y ayuda.

Jesucristo, su persona, sus palabras y obras son la manifestación de la misericordia de Dios: la Encarnación del Verbo no es sólo obra de la caridad de Dios, sino también revelación suma de la misericordia divina. Jesucristo es y muestra el rostro misericordioso del Padre, rico en misericordia. Desde su nacimiento a la resurrección, Jesús es ­la narración más completa de la misericordia de Dios Trinidad, de Dios amor, Jesús ve, habla, actúa y cura, movido por la piedad y la miseri­cordia hacia los necesitados, desheredados y enfermos de todo tipo. Sus palabras más vivas son las parábolas de la misericordia.

El misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesús es el vértice de la revelación de la misericordia divina: la ofrenda del Hijo al Padre misericordioso en el abrazo de caridad del Espíritu  Santo. Por amor el Padre envía al Hijo al mundo; por amor, Cristo se ofrece al Padre para la redención de la humanidad pecadora; y, por amor, Cristo resucitado dona a su Iglesia el Espíritu Santo. El último gesto de Cristo resucitado fue la entrega a los discípulos del poder divino de perdonar los pecados. Creer en Dios es creer en la misericordia y el Cristo pas­cual es la encarnación definitiva de la misma, su signo viviente.

La existencia entera de Jesús estuvo tan empapada de bon­dad y misericordia que san Juan define a Dios con una sola pala­bra: Dios es amor. Así se lleva a cumplimiento la revela­ción del nombre de Dios: El que es (Ex 3 14), el piadoso y misericordioso (Ex 34,6), es amor (1 Jn 4,16).

Si el amor es la naturaleza de Dios, también la criatura, ima­gen semejante a Dios, está llamada a ser misericordia (Lc 6,36). Se trata de adquirir la perfección de la caridad del Padre. Él nos conforta en nuestras tribulaciones para que podamos nosotros consolar a los atribulados. Así lo ha hecho Jesús. Por eso la misericordia es la bienaventuranza del discípulo de Cristo (Mt 5,7).

Hay un progreso, una cadena de vida que va del Padre a la humani­dad: por amor el Padre entrega a su Hijo y éste, en la cruz, también por amor, entrega su espíritu. En Jesucristo el amor se ha hecho torrente que va de Dios al hombre capaz de inundar los corazones de la humanidad. Dios es amor y llama al hombre, creado a su imagen, a ser en este mundo manifestación de ese amor. El amor constituye la esencia última de todo y, fuera del amor, nada tiene existencia permanente. Nunca nos cansaremos de meditar y pedir el don de amar como Dios ama. En ello está el secreto de la vida y la feli­cidad más completa.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Cristo vive, ha resucitado

23 de marzo de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Pascua es “la fiesta de las fiestas” de los cristianos, porque es el día de la resurrección del Señor. ¡Cristo ha resucitado! Este es el hecho central y la verdad fundamental de la fe y de la esperanza cristianas. Como dice San Pablo: si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe. Por ello proclamamos en el Credo, el símbolo y resumen de nuestra fe: Cristo, después de su crucifixión, muerte y sepultura, ‘resucitó al tercer día’. De nada hubieran servido la pasión y la muerte de Jesús, si no hubiera resucitado. Las mujeres y los mismos Apóstoles, desconcertados en un primer momento ante la tumba vacía, aceptan el hecho real de la resurrección; no se lo inventan, dejándose llevar por su imaginación o por no se sabe qué deseos de de poder; se encuentran con el Resucitado y comprenden el sentido de salvación de la resurrección a la luz de las Escrituras.

En la mañana de Pascua, cuando fueron a embalsamarlo, el cuerpo de Jesús, muerto y sepultado, ya no estaba en la tumba; no porque hubiera sido robado, sino porque había resucitado. Aquel Jesús, a quien habían seguido, vive. En El ha triunfado la Vida de Dios sobre el pecado y la muerte. El Señor resucitado une de nuevo la tierra al cielo y restablece la comunión del hombre con Dios y la comunión entre los hombres, siendo así principio de la fraternidad universal. Jesús, entregándose en obediencia al Padre por amor a los hombres, destruyó el pecado de Adán y la muerte, el alejamiento de Dios, que es Vida y Amor. La resurrección es el signo de su victoria, es el día de nuestra redención.

Cristo ha muerto y resucitado, y lo ha hecho por todos nosotros, por todos los hombres. El es la primicia y la plenitud de una humanidad reconciliada y renovada. En El todo adquiere un sentido nuevo. Cristo ha entrado en la historia humana cambiando su curso. La historia personal, de la humanidad y del mundo no están abocadas a un final fatal, a la nada o al caos. La vida gloriosa del Señor resucitado es un inagotable tesoro, destinado a todos, y que todos estamos invitados a acoger con fe para compartir y proclamar desde ahora. La alegría pascual será verdadera si nos encontramos en verdad con el Resucitado, si nos dejamos llenar de la Vida y la Paz, que vienen de Dios y generan vida y paz entre los hombres. El encuentro personal con el Resucitado teñirá toda nuestra vida, nuestra relación con los demás y con toda la creación.

Pascua descubre que la existencia humana ha sido esencialmente transfigurada. Cristo ha vencido el poder del maligno y del mal, presente en la historia humana y en nuestro mundo: como son la marginación de Dios y de su ley, de la verdad, el bien y la belleza de nuestra existencia, las agresividades, los odios, las violencias, las guerras, el individualismo egoísta, la búsqueda de lo inmediato, del poder y de la opresión de los demás. Cuando se descubre y acoge en la fe el significado de la Resurrección, se canta, se celebra, se vive y se testimonia. Pascua se convierte así en llamada a acoger, respetar y defender la creación y la vida, especialmente la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, nos llama a respetar y acoger a toda persona también en sus diferencias. Pascua nos llama a la reconciliación, al perdón y al amor. Pascua nos llama a ser promotores de la vida y constructores de la justicia, de la libertad y de la paz. ¡Feliz Pascua a todos!

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López

Obispo de Segorbe-Castellón

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En camino hacia la Pascua

16 de marzo de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

De nuevo celebramos la Semana Santa. No hace falta decir que estos días tienen un significado muy especial para nuestros pueblos y ciudades, y de modo singular para los cristianos. Pero para vivirla debidamente hemos de superar las tibiezas y las inercias, que debilitan su verdadero sentido y dificultan celebrarlas con verdadera fe y con participación activa y fructífera.

El Domingo de Ramos nos introduce en esta venerable semana: es el pórtico de esta semana, la semana grande de la fe cristiana y de la liturgia de la Iglesia. Es un día de gloria por la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y un día, a la vez, en que la liturgia nos anuncia ya su pasión.

Los días venideros nos irán llevando como de la mano hasta el Triduo Pascual: el Jueves Santo, cuyo centro es el amor de Cristo, que se hace Eucaristía, y nos envía a vivir el amor fraterno, el mandamiento nuevo de Jesús para sus discípulos; el Viernes Santo se centra en la pasión y muerte de Jesús en la Cruz, la expresión suprema del amor entregado hasta el final, y el Sábado-Domingo de la resurrección. El Triduo Pascual es el verdadero núcleo de la Semana Santa que culmina en la Vigilia Pascual, la cima a la que todo conduce, la celebración litúrgica más importante de todo el año; deberíamos esforzarnos por participar en la Vigilia Pascual.

Semana Santa es semana de pasión, de muerte y de resurrección del Señor. La pasión y la muerte del Nazareno quedarían inconclusas sin el “Aleluya” de la resurrección. Porque “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 17). El misterio pascual, en su integridad, abarca la pasión y la muerte de Jesús, de un lado, y su resurrección, por el otro; son las dos caras inseparables del misterio pascual de Cristo, los momentos culminantes de su misión salvadora y redentora.

Si solamente tuviéramos el signo de la muerte, el amor se revelaría como don, pero no como vida eterna; la muerte de Cristo seria un testimonio de la “justicia”, pero no una victoria sobre la muerte. En cambio, si Cristo hubiera manifestado sólo su poder mesiánico, el amor de Dios no se habría manifestado en nuestra condición humana. La muerte y la resurrección son la epifanía del misterio de Dios en la condición humana.

La resurrección del Señor es la respuesta amorosa de Dios-Padre a la muerte de su Hijo-Hombre: una respuesta de triunfo sobre el pecado y la muerte, una respuesta de gloria, de alegría, de vida y de esperanza. Jesús vence el tedio, el dolor y la angustia del pecado y de la muerte. Su triunfo es nuestro triunfo. Cristo padece y muere para liberarnos del pecado y de la muerte. Cristo resucita para devolvernos la Vida de los hijos de Dios.

Pero ¿lo creemos, lo acogemos y vivimos de verdad? Hace falta dejar que se avive nuestra fe y pasar de la contemplación pasiva a la participación activa. No nos quedemos en el Viernes Santo o en la contemplación de las procesiones o de la pasión. Es necesario acoger personalmente el perdón de Dios y celebrar la nueva Vida del Resucitado. Cristo sigue padeciendo y muriendo por cada uno de nosotros, por nuestros pecados; Cristo resucita para que cada uno de nosotros tengamos Vida, y la tengamos en abundancia. Reconozcamos y acojamos a Cristo resucitado, cuyo final no fue la Cruz, sino la Luz, fuente de vida y de esperanza para todos.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López

Obispo de Segorbe-Castellón

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Mirada al interior

9 de marzo de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Con frecuencia nos quejamos de la dificultad para vivir la fe cristiana y para transmitirla a las nuevas generaciones, originada por el ambiente social y cultural adverso al cristianismo, así como por los ataques constantes a la fe cristiana y a la Iglesia católica por parte del laicismo excluyente de moda. Y no nos falta razón. Se pueden recordar a modo de ejemplo las trabas a la enseñanza de la religión y moral católica en la escuela, la ‘Educación para la Ciudadanía’ con una comprensión del hombre y de la sociedad, que prescinde de Dios, las reacciones ante intervenciones episcopales, los intentos de recluir la religión a la esfera de la conciencia, o las mofas de la religión católica y de quien se declara católico.

Ante ello, los católicos hemos de defender con fortaleza cristiana nuestros legítimos derechos por todos los medios democráticos. No somos ciudadanos de segunda clase; no podemos ni debemos ocultar nuestra condición en el trabajo o en la vida cultural y social. La separación entre la fe y la vida, en todas sus facetas y dimensiones, no es compatible con el ser cristiano.

Sin embargo, el decaimiento de la fe cristiana, su escasa presencia social y pública, la debilidad de nuestra Iglesia no son consecuencia sólo de determinadas políticas o de corrientes sociales o culturales. Es cierto que hay causas ambientales que lo favorecen, al igual que favorecen la incredulidad, el abandono de la fe y de la práctica cristiana, y el alejamiento de la Iglesia. Es más; existen grupos que hacen proselitismo para apostatar de la fe católica.

Pero en el aumento del alejamiento de la fe cristiana, de la indiferencia religiosa y de la increencia hay también razones internas, que tienen que ver con los mismos católicos. Entre sus causas más profundas está la falta de una fe viva y operativa en Cristo Jesús y el Evangelio, que, con excesiva frecuencia, han dejado de ser de verdad el centro de la vida de los cristianos. Los cristianos tenemos que pensar cómo estamos viviendo nuestra fe, cómo estamos iniciando y educando en la fe y vida cristiana a nuestros niños y adolescentes, cómo estamos presentando a los jóvenes y a la sociedad de hoy la persona de Jesús, su Evangelio, el rostro de Dios nuestro Padre, el esplendor y la alegría de la humanidad rescatada.

La Cuaresma es tiempo de conversión y de renovación. Es tiempo para recuperar personalmente a Jesucristo y su Evangelio en nuestra existencia, tiempo para convertirnos a Dios de nuestros pecados, para dejarnos reconciliar con El, y en El, con los hermanos. Y es también tiempo propicio para preguntarnos sobre nuestra fidelidad a Cristo y a su Evangelio en la tradición viva de la Iglesia en nuestra vida personal, familiar, laboral y social; es tiempo de preguntarnos por nuestro trabajo pastoral, por la fidelidad a la misión que el Señor nos ha encomendado.

Las palabras de Jesús: “Convertíos y creed en el Evangelio” resuenan con fuerza en nuestra peregrinación hacia la Pascua. Y esta llamada del Señor abarca todas las dimensiones de nuestra vida y misión, personal y comunitaria. Dios mismo nos ofrece su gracia. La conversión exige una transformación de la mente y del corazón, un cambio radical en el modo de pensar, de sentir y de actuar. Necesitamos unos ojos nuevos para ver con los ojos de Cristo, una mente nueva para pensar como El y un corazón nuevo para sentir y amar como El.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Ante el Día del Seminario

2 de marzo de 2008/0 Comentarios/en Cartas 2008/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Por San José celebramos cada año el Día del Seminario. Este año, al caer la Solemnidad de San Losé dentro de la Semana Santa, lo celebraremos el domingo, 9 de marzo. Varios son los objetivos que presiden la campaña del Día del Seminario. Este año quisiera centrarme en dos muy concretos, que encajan muy bien en nuestro itinerario cuaresmal: la oración y la limosna.

La vocación sacerdotal nace del encuentro con Dios de un chico o joven; un encuentro en que el chico o joven descubren una llamada personal, única e irrepetible, a la que responden con entrega y generosidad. Así nos lo recuerda el lema de este año: “Si escuchas la voz de Dios”. Para ello es imprescindible hacer de las comunidades cristianas comunidades de oración, donde la presencia de Dios sea más viva y real, más cercana y más concreta, donde su voz pueda ser escuchada y acogida. Necesitamos orar con insistencia a Dios para pedirle el don de nuevas vocaciones al sacerdocio ordenado. La oración nos ayuda, a la vez, a tomar conciencia de la necesidad urgente que tiene nuestra Diócesis de nuevas vocaciones.

Desde la Delegación Diocesana de Pastoral Vocacional deseamos generar entre nosotros un amplio movimiento de oración por la vocaciones: para que el Señor abra los oídos del corazón de niños, adolescentes y jóvenes y escuchen su voz; y también para orar con ellos y para que, escuchando la voz de Dios, y sepan decir como el joven Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3,10). Además de otros momentos de oración personal y comunitaria, el jueves, con tanta resonancia eucarística y sacerdotal, puede ser el día de la semana en que todas las parroquias, comunidades y grupos oren por las vocaciones sacerdotales. Ello aumentará nuestra sensibilidad por las vocaciones y nos acercaremos al corazón de Dios para obtener lo que le pedimos.

Junto a la oración no podemos olvidar que los medios humanos y materiales son necesarios para la formación de nuestros seminaristas. Como en otros tiempos, también hoy el Seminario reclama nuestro apoyo económico. Cuando mis predecesores pidieron en tiempos pasados el apoyo de los diocesanos, siempre encontraron la generosa respuesta de unos cristianos comprometidos con su Seminario.

La oración por las vocaciones y su promoción, de un lado, y el sostenimiento económico del Seminario, por otro, siempre han ido unidos y han sido mimados por nuestros antepasados. Ahora nos toca a nosotros seguir esta tarea. Todos estamos llamados a implicarnos en la promoción de las vocaciones al sacerdocio que palie la escasez vocacional que sufrimos. Nuestros seminaristas son nuestros futuros sacerdotes, los pastores del nuestras comunidades. El Seminario sigue viviendo y necesita del apoyo afectivo y efectivo de toda la Diócesis. En el pasado, nuestros antepasados respondieron siempre con su implicación personal y con generosidad. Ahora nos toca a nosotros hacer lo propio. No olvidemos que nuestro Seminario es el corazón de nuestra Diócesis. Nuestro compromiso efectivo con la promoción de las vocaciones y la formación de los seminaristas será la muestra de nuestro grado de amor hacia Seminario. Hoy os pido a todos vuestra colaboración.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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💐🙏 El Obispo nos exhorta, en su carta semanal, a contemplar a la Virgen e imitarla en su fe, esperanza y caridad, porque ella dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús; y nos ofrece y nos lleva a Cristo ✝️

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#apesocas50años #pastoraldelsordo #DiócesisSegorbeCastellón ⛪🦻El pasado sábado, la Asociación de Personas Sordas de Castellón celebró su 50 aniversario con una Eucaristía en lengua de signos, presidida por D. Raúl López, responsable de la Pastoral del Sordo de la Diócesis.👉 La Pastoral trabaja también en un grupo de catequesis para niños sordos. Más info: pastoraldelsordo@obsegorbecastellon.o ... Ver másVer menos

La comunidad sorda de Castellón celebra con una Misa el 50 aniversario de APESOCAS - Obispado Segorbe-Castellón

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