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Homilía en la Fiesta de la Mare de Déu del Lledó y apertura del Año Jubilar de la Coronación

9 de mayo de 2023/3 Comentarios/en Noticias destacadas, Año Jubilar del Lledó, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

Basílica de Lledó, 7 de mayo de 2023

(Is 7, 10-14; 8, 10b; Magnificat;  Heb 10, 4-10; Lc 1 26-38)

Hermanas y hermanos todos en el Señor:

1. Saludo de corazón a los sacerdotes concelebrantes, en especial, al Prior de esta singular Basílica, al Prior de la Real Cofradía de la Mare de Déu del Lledó, y al Ilmo. Sr. Prior emérito de la Cofradía. Mi saludo cordial al Presidente, Directiva y Cofrades de la Real Cofradía así como a la Presidenta de la Junta  y Camareras de la Virgen. Mi saludo respetuoso y agradecido a las autoridades, en especial, a la Sra. Alcaldesa y Miembros de la Corporación Municipal de Castelló en el día de su Patrona. Un saludo especial a la Regidora de Ermitas y Procuradora Municipal de la Basílica, al Clavario y al Perot de este año, y a las Reinas Mayor e Infantil de las Fiestas. Os aludo a todos cuantos habéis venido hasta la Basílica para participar en esta solemne celebración eucarística, y a cuantos a través de la TV estáis unidos a nosotros, especialmente a los ancianos, enfermos e impedidos para salir de casa.

Cada primer domingo de Mayo, el Señor nos convoca para cantar y honrar a Santa María de Lledó en el día de su Fiesta Mayor. Ella es nuestra Madre, Reina y Señora, ella es la Patrona de Castelló. Al abrir hoy el Año Jubilar para prepararnos al Centenario de su Coronación pontificia nos acogemos a su especial protección de Madre: a ella le rezamos y a sus pies ponemos nuestras esperanzas en este tiempo de gracia. Maria nos mira y nos acoge con verdadero amor de Madre; cada uno de nosotros, nuestras familias, nuestras parroquias y la Ciudad entera estamos en su corazón. Que este Año Jubilar sea un tiempo en que se acreciente nuestro amor y devoción hacia la Virgen de Lidón, para que de sus manos se avive y se fortalezca la fe y vida cristiana en y entre nosotros, y para que nuestras parroquias se renueven en su acción pastoral y en su misión evangelizadora. Mirando a la Virgen hallaremos el camino y la fuerza para acoger a Dios en su Hijo en nuestras vidas y para perseverar firmes en la fe en tiempos de increencia y de indiferencia religiosa.

María es la Madre de Dios

2. Vuestra presencia es un signo elocuente de la devoción secular de la Ciudad  a la Mare de Déu del Lledó. Sí: María es ante todo la Madre del Hijo de Dios. “Concebirás en tu vientre  y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande, se llamará Hijo el Altísimo” (Lc 1,31-32), acabamos de escucharen el Evangelio. María nos da al Hijo de Dios y dirige nuestra mirada hacia Él. Su deseo más ferviente es que nuestra devoción hacia su persona sea el camino para nuestro encuentro personal con Cristo Jesús, que avive y fortalezca nuestra fe para que se renueve nuestra vida cristiana y comunitaria.

Nuestra devoción a María ha de estar siempre orientada a Dios en su Hijo, Cristo Jesús. Porque su Hijo, el Señor Resucitado, es el centro y fundamento de nuestra fe. El es el Salvador, el único Mediador entre Dios y los hombres: Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida: el Camino para ir a Dios y a los hermanos, la Verdad que nos muestra el rostro de Dios y quién es el hombre, y la Vida en plenitud que Dios nos regala con su muerte y resurrección. María es siempre camino que conduce a Jesús, fruto bendito de su vientre. María, la Madre de Dios y Madre nuestra, no deja de decirnos: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).

Contemplar la fe de María

3. Este Año Jubilar nos ofrece la oportunidad de contemplar la fe de María. Ella es el modelo de fe en Dios y a Dios. La Virgen, antes de nada, escucha con atención a Dios que le habla por medio del Ángel: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. En su turbación ante estas palabras, María medita qué podría significar aquel saludo. La voz del ángel suena de nuevo, pero sus palabras son más desconcertantes aún: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre  y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande, se llamará Hijo el Altísimo”. Ante estas palabras, la Virgen de Nazaret no duda, pero indaga: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. Al final,  la Virgen se fía de Dios y acoge su designio: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (cf. Lc 1, 26-38). Con este acto de fe libre, de confianza plena y de disponibilidad total, María  se convierte en la Madre del Hijo de Dios; así se consuma el mayor y más decisivo acto de fe en la historia del mundo. 

La Virgen, porque se sabe llena de gracia y amada por Dios, confía en Dios, se fía plenamente de Él y de su Palabra; ella cree que será la Madre del Salvador sin perder la virginidad. Ella es la mujer humilde. Y porque la humildad no es apocamiento, sino vivir en la verdad (Sta. Teresa de Jesús), María sabe que sin Dios nada es. Desde el primer instante se adhiere con todo su corazón al plan de Dios sobre ella, un plan que trastoca el orden natural de las cosas: una virgen madre, una criatura madre del Creador.

María cree cuando el ángel le habla. Y sigue creyendo cuando el ángel la deja sola y se ve rodeada de las humildes circunstancias de una mujer cualquiera que está encinta. María supo confiar siempre en Dios y confiarse siempre a Dios. La verdadera fe siempre significa salir de sí mismo para dejarse encontrar por Dios, para dejarse amar y sorprender por Dios y su novedad. “Dichosa tú porque has creído porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45).

La vida de María fue una peregrinación en la fe. Ni el designio de Dios ni la divinidad de su Hijo le fueron totalmente manifiestos; ella se fió de Dios y vivió apoyándose en la Palabra de Dios. El plan de Dios se le ocultó a veces bajo un velo oscuro y desconcertante: la extrema pobreza en que nace Jesús, la necesidad de huir al destierro para salvarle de Herodes, las fatigas para proporcionarle lo estrictamente necesario o su sufrimiento al pie de la Cruz. María “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc. 2, 19). Aunque no entendía muchas cosas, no dudó que aquel hijo débil e indefenso, era el Hijo de Dios. La Virgen creyó y se fio siempre, aun cuando no entendiera el misterio. La Virgen vive en Dios, está como impregnada por la Palabra de Dios; todo su pensamiento, toda su voluntad y todas sus acciones están impreg­nados y formados por Dios y su Palabra. Caminemos en este Año Jubilar tras las huellas de María.

La fe de María, modelo de fe para los cristianos

4. Nuestra devoción a la Mare de Déu será auténtica, si como ella acogemos a Dios en nuestra vida, si escuchamos a Dios y su Palabra, si acogemos con alegría su voluntad,  si nos lleva al encuentro con Cristo vivo, si en María descubrimos de verdad a la Madre de Dios, a la primera discípula, al modelo perfecto de seguimiento de Jesús. Si honramos a María con amor sincero acogeremos de sus manos al Hijo de Dios para, como ella, dejarnos encontrar por El, conocerle, amarle y seguirle con una adhesión personal en estrecha comunión con la Iglesia. María nos anima y exhorta a creer en Dios y a perseverar en la fe en su Hijo. 

La fe cristiana no es el resultado de nuestros esfuerzos o razonamientos. La fe es un don gratuito de Dios. Pero no es privilegio de unos pocos. Porque Dios busca y sale al encuentro de todo ser humano, porque nos ama y nos llama a participar de su amor en plenitud. Para que esta llamada de Dios se haga realidad es preciso que cada uno se deje, como María, amar por Dios y le abra su corazón, que se adhiera confiadamente y de todo corazón a Dios. La fe consiste antes de nada en creer a Dios. Y porque confiamos en Él, acogemos, a la vez y en el mismo acto, lo que Él nos revela y los caminos que nos ofrece para llegar a la Vida. Lo decisivo es la adhesión confiada al Dios vivo en su Hijo, Jesucristo.

La fe cristiana es antes de nada vivir desde Dios que nos crea a la vida por amor y nos llama a su amor y su vida en plenitud. Los seres humanos no somos el centro ni la medida de todas las cosas; no somos dueños de nuestras vidas. No podemos alcanzar con nuestras propias fuerzas nuestro deseo innato de infinitud, de felicidad, de inmortalidad, de libertad y de vida. Reconozcamos nuestra finitud y limitación. Nuestro origen y destino están en Dios. Él es el fundamento sobre el que descansa todo.

La fe es siempre una experiencia personal. La fe tiene lugar en el seno de la comunidad de los creyentes, en el seno de la Iglesia y en comunión de fe con la fe de la Iglesia; pero la decisión personal no puede ser reemplazada por nada ni por nadie. La fe sucede en lo más íntimo de nuestra persona, en lo más íntimo de nuestro corazón,  y compromete a la persona en su totalidad; es el acto personal más intenso. La fe proyecta todo el ser de la persona hacia Dios. No se cree sólo con el sentimiento, con la voluntad o con la razón. La fe consiste en la entrega incondicional y confiada de toda la persona a Dios. “Buscarás al Señor, tu Dios, y lo encontrarás si lo buscas de todo corazón” (Dt 4,29).

¡Así lo han experimentado nuestros antepasados en la fe generación tras generación desde aquel 1366, año de la feliz ‘troballa’ de la imagen de Nuestra Señora de Lledó! Ellos han experimentado su presencia maternal en sus vidas, la coronaron Reina del cielo. De sus manos, acogieron a su Hijo, el Rey mesiánico, y pervearon firmes en su fe.

Ante la crisis espiritual, avivar la fe en Dios

5. Miremos esta mañana una vez a la Mare de Déu del Lledó. Vivimos momentos de una profunda crisis en todos los ámbitos. Es sobre todo una crisis humana y espiritual;  una crisis que afecta a la sociedad, a las personas, a los matrimonios, las familias y a las nuevas generaciones, sobre todo a los más jóvenes. Se trata de una crisis del espíritu, que amenaza con dejar al hombre sin esperanza, porque se pretende desalojar a Dios de nuestras vidas.

Con frecuencia somos víctimas de un ambiente, en el que el hombre y la sociedad son entendidos y viven como si Dios no existiera; un ambiente que está marcando también la vida de nuestras familias, la educación de los hijos y las relaciones sociales, labores y políticas. Dejamos a Dios al margen de nuestros proyectos y de nuestras acciones cotidianas. Pero el silenciamiento de Dios abre el camino a una vida sin rumbo, y a proyectos que  acortan nuestro horizonte y se limitan a intereses inmediatos. El silenciamiento de Dios lleva al ocaso del hombre. Expoliado de su profundidad espiritual, eliminada su referencia a Dios, se inicia la muerte del ser humano, el ocaso de su dignidad. Una sociedad que da la espalda a Dios, a su amor, a su ley y sus caminos termina por deshumanizar al hombre; termina por volverse en contra el mismo hombre, contra su inviolable dignidad y sus derechos más sagrados.

En estas circunstancias acudimos a María y le pedimos que nos enseñe a ser creyentes auténticos de Dios y testigos de su amor. Nuestra Iglesia en Castellón, a imagen de María, está llamada a dejarse vivificar por el Señor resucitado. Contemplando a María nuestras comunidades cristianas están llamadas a ser el lugar donde todos puedan encontrar y experimentar la cercanía de Jesucristo y del amor de Dios. Sólo el Señor resucitado es capaz de vivificarnos plenamente y hacer de nosotros instrumentos de vida para el mundo y testigos de su amor en nuestro caridad fraterna y comprometida, en especial con los más necesitados y desfavorecidos.

Oración final

6. Mare de Déu del Lledó, madre del Hijo de Dios y madre nuestra. Hoy reconocemos agradecidos que la historia de Castelló ha sido un canto de amor hacia ti, que eres el honor de nuestro pueblo. Ante tu altar, Castelló ha begut sa glòria, proclamándote bienaventurada de generación en generación. Por eso te invocamos como nuestra alegría, esperanza y consuelo. En este Año Jubilar pedimos a Dios Padre por tu intercesión el perdón de nuestras faltas de fe, esperanza y caridad. Qué Dios nos conceda un amor sincero a nuestros hermanos, especialmente a los más pobres, a los que sufren y a los necesitados. Bendice copiosamente a nuestras familias y a nuestra Iglesia, que camina junto a ti con esperanza, para crecer en la comunión y ser enviados a la misión evangelizadora. ¡Oh Santa María del Lledó! Tú que eres de l’amor nostre, Senyora, escucha la oración de tus hijos que te aclaman como Madre, Reina y Patrona. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

10 de abril de 2023/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 9 de abril de 2023

(Hch 10,34a.37-43; Sal 117; Col 3,1-4; Jn 20,1-9)

Cristo ha resucitado

1. ¡Verdaderamente ha resucitado el Señor, Aleluya! Es la Pascua de resurrección: “el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Hoy el Señor resucitado nos invita a salir de nuestras dudas, a superar nuestros miedos y a confiar en Dios y creer de verdad que Jesús ha resucitado. Dejémonos encontrar por el Resucitado para que avive nuestra fe, esperanza y caridad, para que nuestra alegría pascual sea completa.

En el Credo confesamos que Jesús, después de su crucifixión, muerte y sepultura, “al tercer día resucitó de entre los muertos”. Pero¿lo creemos de verdad? Y ¿qué incidencia tiene en nuestra vida? El evangelio de hoy nos invita, en primer lugar, a dejarnos llevar por la luz de la fe ante el sepulcro vacío de Jesús. Este hecho desconcertó en un primer momento a María Magdalena y a los mismos Apóstoles, Pedro y Juan. María Magdalena quedó sorprendida al ver retirada la losa del sepulcro, y corrió enseguida a comunicar la noticia a Pedro y a Juan: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,1-2). Los dos van corriendo hacia el sepulcro y Pedro, entrando en la tumba, vio “las vendas en el suelo y el sudario…  en un sitio aparte”. Después entró Juan, y “vio y creyó” (Jn 20, 6-7). Sólo Juan, el discípulo a quien Jesús amaba, “vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos» (Jn 20,8-9). El cuerpo de Jesús ya no estaba en el sepulcro; no porque hubiera sido robado o puesto en otro lugar, sino porque había resucitado. Aquel Jesús a quien habían seguido, vive, porque ha resucitado; en Él ha triunfado la vida sobre la muerte, el bien sobre el mal, el amor de Dios sobre el odio del mundo.

Dios Padre ha librado de la muerte a su Hijo Jesús y lo ha glorificado, resucitándolo de entre los muertos a una vida gloriosa. Su resurrección no es una vuelta a esta vida mortal; su cuerpo pasa a la Vida inmortal y gloriosa de Dios. Su resurrección es el paso -la Pascua- a la Vida de Dios. Y no sólo para sí, sino para todos los que creen en Él. En Cristo resucitado se alumbra la Vida de Dios para toda la humanidad, para cada uno de nosotros. La resurrección de Cristo cambia la historia, es el centro mismo de la historia: en Cristo resucitado queda restaurada toda la creación, toda la humanidad y la misma historia. Cuantos la acogen con fe participan ya de su gloria.

La Resurrección de Cristo: hecho real, sucedido en la historia

2. ¡Cristo ha resucitado! Esta es la gran verdad de nuestra fe cristiana, es la Buena Noticia por antonomasia. Aquel, al “que mataron colgándolo de un madero” (Hech 10, 39) ha resucitado verdaderamente. Ante quienes niegan la resurrección de Cristo o la ponen en duda hay que afirmar sin titubeos que Jesús ha resucitado verdaderamente. Su resurrección es un acontecimiento que ha sucedido en nuestra historia, aunque supera las coordenadas del tiempo y espacio. El que murió bajo Poncio Pilatos, éste y no otro, es el Señor resucitado de entre los muertos: Jesús vive ya glorioso y para siempre.

La resurrección de Jesús no es fruto de una experiencia mística; no es una historia piadosa o la invención de unos discípulos fracasados. María Magdalena encuentra el sepulcro vacío y piensa que han trasladado a otro lugar el cuerpo inerte de Jesús. Los discípulos de Jesús, salvo el discípulo amado, tuvieron que encontrarse con el Resucitado, comer y beber con Él, para creer. Tomás tuvo que tocar las llagas de sus manos para creer. 

¡Cristo ha resucitado! Esta Buena noticia resuena hoy en medio de nosotros con nueva fuerza. Y nos invita a creer en Dios, que es Amor y Vida; nos invita a creer a Dios, a fiarnos de su Palabra, que nos llega en la cadena ininterrumpida de la tradición de los apóstoles y de los creyentes, en la tradición viva de la fe de la Iglesia; esta día nos exhorta a aceptar la Palabra de Dios y creer personalmente que Jesús de Nazaret, el hijo de Santa María Virgen, muerto y sepultado, ha resucitado de entre los muertos, por cada uno de nosotros. Dejémonos encontrar personalmente por el Resucitado, como los apóstoles. Él sale a nuestro encuentro hoy para que se avive en nosotros la alegria que de sabernos amados siempre por Dios en su Hijo resucitado y así se renueve nuestra esperanza.    

Los bautizados: partícipes ya de la resurrección por el Bautismo

3. Los bautizados participamos ya de la resurrección del Señor. “Habéis resucitado con Cristo” (Col 3, l), nos recuerda San Pablo en su carta a los fieles de Colosas. Por el bautismo renacimos un día a la nueva Vida de los Hijos de Dios: lavados de todo vínculo de pecado, Dios Padre nos acogió amorosamente como a su Hijo y nos hizo partícipes de la nueva Vida resucitada de Jesús. Así hemos quedado para siempre unidos a Dios, y, a la vez, unidos a la familia de Dios. Los bautizados hemos quedado unidos a Cristo, y, por ello, debemos vivir las realidades de arriba (Col 3, l), donde Cristo está sentado a la derecha del Padre.

Para el cristiano, la vida no puede ser un deambular por este mundo sin saber hacia dónde va. “Somos ciudadanos del cielo” (Ef 2, 6); caminemos hacia el cielo. Aspiraremos “a los bienes de arriba no a los de la tierra” (Col 3, 2).

Por todo ello: Es verdadero cristiano quien se deja encontrar por Cristo, se deja transformar por la Vida nueva del Resucitado y pasa a ser un hombre nuevo. Porque por el bautismo toda nuestra persona y nuestra existencia queda afectada y comprometida. Nuestro bautismo pide una respuesta total de nuestra persona, que implica fe y conversión, es decir, un cambio radical en la forma de pensar, de sentir y de actuar: nuestro bautismo implica seguir a Jesucristo, a su persona y sus caminos, y dejar los caminos de un mundo alejado de Dios.

Creer y celebrar que Cristo ha resucitado implica vivir como Jesús vivió, que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10,38); implica vivir como Jesús nos enseñó a vivir. “Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,12). De la fe en la resurrección del Señor surge un hombre nuevo, que no se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a su Señor y vive para él.

Testimoniar la Resurrección del Señor

4. El bautizado se convierte así en testigo de la resurrección. La fe en la resurrección ilumina y transforma su vida, como a los Doce y a Pablo. La fe en la resurrección le hace su testigo para proclamarla con audacia, firmeza y perseverancia. Al verdadero creyente, nada ni nadie le podrá impedir el anuncio de la resurrección de Cristo, Vida para el mundo, pues a todos está destinado. Nada ni nadie lo podrán impedir: ni las amenazas o castigos de las autoridades, ni la increencia o la indiferencia ambiental, ni el desdén de algunos ni la vergüenza de muchos de confesarse cristianos. Es preciso dar testimonio a todos de la fe que ha llegado a nosotros desde los Apóstoles.  No tengamos miedo, no nos avergoncemos de ser cristianos. Cristo ha resucitado y ha sido constituido Señor de la vida: todos estamos llamados a resucitar.

Pascua es el triunfo de la Vida sobre la muerte, del perdón y la reconciliación sobre el odio y la crispación, de la justicia de Dios sobre las injusticias humanas, de la paz sobre la violencia y la guerra. Cristo resucitado es la luz para el mundo y la humanidad  (cf. Jn 1,9; 3, 19). Cristo abre horizontes de esperanza y de eternidad al ser humano. Porque Cristo Jesús ha resucitado sabemos que nuestro destino no es la tumba: Si Cristo ha resucitado, todos nosotros resucitaremos, nos recuerda S. Pablo (1 Cor 6, 14; 2 Cor 4, 14; cf Rom 8,11) y ello fundamenta nuestra esperanza, de modo que podamos vivir con el gozo del Espíritu.

El cristiano orienta hacia Dios las realidades terrenas, con alegría y con esperanza. La caridad de Cristo nos apremia a los bautizados a dar testimonio del Resucitado, Vida para el mundo, ante un ambiente social y político cada vez más crispado y ante una cultura de la muerte que se extiende como una mancha de aceite en nuestra sociedad. Demos testimonio alegre y esperanzado de la dignidad sagrada de toda persona, desde su inicio hasta su muerte natural. Demos testimonio con una vida honesta y honrada. Los santos han fecundado continuamente la historia con la experiencia viva de la Pascua. Vivamos también hoy los cristianos con alegría y fidelidad el misterio pascual difundiendo su fuerza renovadora en todas partes.

Vivamos fielmente nuestra fe en la resurrección; caminemos por el mundo dando a los hombres ‘razón de nuestra fe y de nuestra esperanza’. Con nuestra actitud, con nuestras palabras y con nuestro obrar. Así podremos ser testigos de la resurrección de Jesucristo.

            ¡Feliz Pascua de Resurrección para todos!    

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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HOMILÍA EN LA VIGILIA PASCUAL

10 de abril de 2023/0 Comentarios/en Homilías, Homilías 2023, Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 8 de abril de 2023

1. “No temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado como había dicho” (Mt 28,5). Las mujeres habían acudido a ver el sepulcro al alborear el primer día de la semana. Habían vivido los acontecimientos trágicos de la pasión y crucifixión de Cristo en el Calvario; habían experimentado el dolor, la tristeza y el desaliento. Aquella mañana van al lugar donde Jesús había sido enterrado para abrazarlo por última vez. Las empuja el amor. Aquel mismo amor que las llevó a seguirlo por los caminos de Galilea y Judea hasta al Calvario. En un instante todo cambia. Jesús “no está aquí, ha resucitado como había dicho”. Este anuncio del ángel cambia su tristeza en alegría y corren a anunciarlo a los discípulos.

2. ¡Cristo vive! Aquel, a quien creían muerto, está vivo. La muerte ha dado paso a la vida; a una vida gloriosa para no morir más. La luz de Cristo irradia sobre la faz de la tierra y disipa las tinieblas de la noche, las tinieblas del pecado y de la muerte. Esta es “la noche clara como el día, la noche iluminada por el gozo de Dios”.

Sí, hermanos: Cristo ha resucitado y se ha convertido en Luz y Vida para todos. Él es nuestra esperanza, la esperanza de toda la humanidad. Porque en esta noche, la historia santa de Dios con la humanidad, su designio universal de vida y de salvación, iniciada en la creación y preparada en el Pueblo de Israel, llega a su término en Cristo. “Esta es la noche, en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”. La Pascua es una nueva y definitiva creación. En la resurrección de Cristo todo es redimido, todo es recreado, todo se recupera su bondad original, según el designio creador de Dios. Sobre todo el hombre, el hijo pródigo que ha malgastado el bien precioso de su libertad alejándose de Dios por el pecado, recupera su dignidad perdida: ser criatura amada de Dios, hecho a su imagen y semejanza.

¡Qué profundas suenan estas palabras en la noche de Pascua! Y que enorme actualidad tienen para el hombre de hoy; un hombre consciente de sus posibilidades de dominio, pero también un hombre cerrado a Dios y confuso sobre el sentido auténtico de su existencia, porque no sabe ya reconocer las huellas del Creador.

3. ¡Cristo ha resucitado, Aleluya! El dolor y la tristeza del Viernes santo, y el silencio del Sábado santo se convierten en canto de alegría en el Aleluya pascual: una alegría y un canto destinados a avivar nuestra fe en Cristo resucitado y nuestra condición de bautizados.

            Porque en Cristo, primogénito de entre los muertos, hemos resucitado en nuestro bautismo. La victoria de Jesucristo sobre la muerte y sobre el pecado es también nuestra victoria. “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya” (Rom 6, 3-4).

            Hermanos: la victoria de Cristo es nuestra victoria. En Cristo estamos todos. Él es nuestra Cabeza y nosotros somos su Cuerpo. Su sangre ha sido derramada por todos. Y la nueva vida, que surge en la resurrección de Cristo alcanza a todos los bautizados en el bautismo. En Cristo resucitado todos empezamos a participar ya de la vida eterna. Lo que ha sucedido en Cristo, sucederá también en todos que nos hemos incorporado a Cristo.

            Esta es la gran verdad que hoy celebramos: si nuestra vida está unida a la de Cristo, estamos pasando ya de la muerte a la vida, estamos entrando ya en una vida nueva que no conoce la muerte. Lo que sucedió ya, sacramentalmente, en el bautismo – nuestra incorporación a Cristo – tiene que irse realizando día a día, en la fe, en la esperanza y en el amor, iluminando y transfigurando, con la fuerza del Espíritu, nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones, en la vida diaria, aun en las cosas mas pequeñas.

4. Por ello la Iglesia nos invita esta noche a renovar las promesas bautismales. Renunciemos de corazón a Satanás y a todas sus obras y seducciones para seguir firmemente a Cristo y su camino de salvación. El amor de Dios nos despierta esta noche y nos recuerda el misterio de nuestra propia vida, que se ilumina con nuevo resplandor recordando nuestro bautismo.

Renunciemos, digamos “no” al demonio, a sus obras y a sus seducciones. Quitémonos las ‘viejas vestiduras’ con las que no se puede estar ante Dios. Esta ‘vestiduras viejas’ son, como nos recuerda Pablo en Carta a los Gálatas,las “obras de la carne”. Es decir: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo” (Ga 5,19ss.). Estas son las vestiduras que hemos de dejar: son vestiduras de pecado y de muerte, impropias de todo bautizado.

Revistámonos de la ‘vestiduras’ de Cristo. Confesemos nuestra fe y que esta dé nueva orientación a nuestra vida. Dejemos que Dios nos vista con el vestido de la vida. Pablo llama a estas nuevas “vestiduras” de Dios, “fruto del Espíritu”: Y son: “Amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí” (Ga 5, 22). 

5. Sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo, perseveremos en nuestra fidelidad a Cristo y proclamemos con valentía que Cristo ha resucitado. Esta noche santa nos invita a anunciar con palabras y con el testimonio de vida el latir del Resucitado. Eso cambió el paso de María Magdalena y la otra María, que corrieron a toda prisa a dar la noticia a los discípulos (cf. Mt 28,8). Vuelven a la ciudad a encontrarse con los otros discípulos.

Vayamos con ellas a anunciar la noticia de la resurrección del Señor. Vayamos a todos esos lugares donde parece que el sepulcro tiene la última palabra, y donde parece que la muerte es la única solución. Vayamos a anunciar, a compartir, a descubrir que es cierto: el Señor está Vivo. Vivo y queriendo resucitar en tantos corazones que han sepultado la esperanza, que han sepultado el sentido de la vida y que han sepultado la dignidad del ser humano.

            Que María, testigo gozoso de la Resurrección, nos ayude a todos a caminar “en una vida nueva” y que como María Magdalena y la otra Maria anunciemos con alegría que Cristo ha resucitado. Aleluya. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Misa Crismal

3 de abril de 2023/1 Comentario/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

Castellón, S. I. Concatedral, 3 de abril de 2023

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(Is 61,1-3ª.6ª.8b-9; Sal 88; Ap 1,5-8; Lc 4,16-21)

Hermanas y hermanos, muy amados todos en nuestros Señor Jesucristo!

1. Os saludo de corazón a todos -sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos y religiosas y fieles laicos-, que habéis venido de toda la Diócesis hasta esta Concatedral de Santa María para la Misa Crismal. Agradezco vuestra presencia y a todos os deseo la «gracia y la paz de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir (Apoc. 1,5, 8).

2. Recién comenzada la Semana Santa, en el marco de estos días santos, celebramos un año más la Misa Crismal; en ella el Pueblo de Dios, que peregrina en Segorbe-Castellón, se reúne en torno su obispo, padre y pastor, para la consagración del Santo Crisma y la bendición de los óleos de los catecúmenos y de los enfermos.

En esta celebración está representada toda nuestra Iglesia diocesana en sus distintas vocaciones, ministerios y carismas; todos formamos está porción del Pueblo de Dios, referidos los unos a los otros, con vocaciones, carismas y ministerios distintos pero complementarios: cada uno con su nombre, con su don y con sus talentos, a cada uno Dios le ha asignado una preciosa tarea y un hermoso destino. Esta Santa Misa nos permite experimentar con gozo nuestra pertenencia a esta Iglesia de Segorbe-Castellón. Nuestra Iglesia diocesana es un don de Dios, un pueblo de su propiedad, elegida para ser la morada y presencia de Dios en medio de nuestro pueblo y llamada a crecer en comunión con Dios y con los hombres para caminar juntos, sinodalmente, y salir a la misión de llevar a todos al encuentro salvador con Cristo. Somos hermanos porque, con el Padre común que nos ha regenerado el bautismo, con el Hermano mayor que nos ha redimido y con el Espíritu Santo que nos santifica, formamos esta familia de los hijos de Dios, puesta como levadura de Evangelio en la masa de la historia humana para que a todos llegue la Salvación.

En esta Misa, además de consagrar el Crisma y bendecir los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, cercano ya el Jueves Santo, los sacerdotes renovaremos las promesas sacerdotales recordando el día de nuestra ordenación y unción sacerdotal por el santo Crisma. Personalmente vivo con especial intensidad cada Misa Crismal. ¿Por qué? Porque es la Misa que el Obispo celebra con el Pueblo de Dios que le ha sido encomendado  y en la que se manifiesta públicamente la comunión existente entre el obispo y sus presbíteros en el único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo (PO 7). Hoy doy gracias a Dios una vez más por todos vosotros, queridos sacerdotes y por nuestro presbiterio. Doy gracias a Dios por vuestro trabajo diario, con reconocimientos, pero con tantas incomprensiones y dificultades. Estos días habéis venido a mi mente y a mi corazón con vuestro rostro concreto; ante el Señor he pensado en vuestros posibles estados de ánimo: en unos serán de alegría y de ardor misionero y en otros tal vez de dolor pastoral o de cansancio, de desaliento o quizá de desconcierto en la tarea.

3. En verdad: vivimos tiempos recios para nuestra misión pastoral. Nos toca ejercer el ministerio en un contexto de indiferencia religiosa y de alejamiento de muchos bautizados de la Iglesia, en medio de una ‘cultura’ caracterizada por el ‘silencio social sobre Dios’, por la pérdida de Dios en el horizonte de la vida de los hombres y por  una  secularización creciente. A medida que avanzan los años hacemos la experiencia de la propia debilidad, corremos el riesgo de sentirnos funcionarios de lo sagrado, sentimos  la atracción del poder y de la riqueza en una sociedad consumista, experimentamos la dificultad de vivir el celibato en un mundo pansexualizado o nos relajamos en la entrega total al propio ministerio. Pero estos y otros retos y dificultades en el ejercicio del ministerio pueden convertirse en condiciones para nuestra renovación, si los vivimos desde su fuente. Conviene que no olvidemos nunca nuestra historia personal. Es una historia de amor de predilección de Dios con cada uno de nosotros. 

De ella aprendemos que la gracia divina nunca se extingue y que el Espíritu Santo continúa obrando en nuestra realidad actual con generosidad. Fiémonos siempre de Él y de su presencia en nuestra vida. El papa Francisco nos dice que “para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque ‘él viene en ayuda de nuestra debilidad’ (Rom 8, 26)” (EG 280).

Fijemos, pues, esta mañana nuestros ojos, nuestra mirada, en Jesús como sus paisanos en la sinagoga de Nazaret aquel día: Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, el que es, el que era y el que ha de venir: el todopoderoso:Él está y camina con nosotros (cf. Ap 1, 5-6). ¡Abramos una vez más nuestro corazón a Cristo! ¡Dejémonos encontrar por Él y su palabra, por su amor de predilección! Él es la verdadera fuente de nuestra  alegría y de nuestra renovación. Hagamos memoria y descubramos la acción generosa del Espíritu Santo en el pasado y en el presente de nuestra Iglesia diocesana, de nuestras comunidades y de cada uno de nosotros. Con estas actitudes, detengámonos unos momentos en la Palabra que acabamos de proclamar.

4. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido” (Lc 4, 18). Estas palabras de Isaías, valen en primer lugar y ante todo para Jesús. El es el Mesías de Dios, el Cristo, el Ungido por el Espíritu Santo. Y desde Él y gracias a Él, estas palabras valen para todos nosotros, los bautizados y confirmados, y valen de un modo especial y por título particular para cada uno de nosotros, sacerdotes y obispo. El crisma, que vamos a consagrar, nos recuerda el misterio de la unción en nuestro bautismo y confirmación, así como en nuestra ordenación sacerdotal; una unción, que marca para siempre la persona y la vida de todo cristiano, una unción que marca para siempre especialmente nuestra persona y nuestra vida de presbíteros y de obispo. Cada uno de nosotros puede afirmar de sí mismo con toda verdad: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido”.

Queridos sacerdotes: estas palabras nos conciernen de modo directo y especial. Por una unción singular que afecta a todo nuestro ser, hemos quedado configurados con Cristo, Pastor y Cabeza de su Iglesia, el Siervo de Dios. El Espíritu del Señor está en nosotros y con nosotros: es nuestro carisma, el don del Espíritu a cada uno de nosotros: con su aliento y con su fuerza podemos y debemos contar siempre y en todo momento y, sobre todo, en nuestro cansancio, en nuestra debilidad y en nuestro desaliento. Gracias al don del Espíritu en nosotros somos pastores y maestros en nombre del Señor en su Iglesia, renovamos el sacrificio de la redención, preparamos para el banquete pascual, perdonamos los pecados, presidimos al pueblo santo en el amor, lo alimentamos con la Palabra y lo fortalecemos con los sacramentos (cf. Prefacio de la Misa Crismal); gracias al Espíritu en nosotros y tenemos la fuerza para salir por los nuevos caminos que nos pide nuestra misión. ¡Fiémonos de la acción silenciosa, pero real y eficaz del Espíritu Santo en nosotros y a través de nosotros!

Al recordar hoy nuestra ordenación presbiteral queremos renovar, con el frescor y la alegría del primer día, nuestras promesas sacerdotales. Hagamos memoria agradecida del don recibido de Cristo y de la presencia permanente del Espíritu Santo en nosotros. Renovemos nuestro compromiso de amor contraído con Jesucristo y con los hermanos. Reconozcamos la inigualable novedad del ministerio y misión a la que servimos. Somos los ministros de la gracia del Espíritu Santo que Cristo ha enviado al mundo para la sanación y la salvación de todos desde la Cruz. Esta es la fuente de la que surgirá una renovada alegría y un renovado impulso apostólico, el bálsamo que sanará nuestras heridas y la luz que nos guiará en la tarea pastoral. Dios es fiel a su palabra, a su don y a sus promesas. Su Espíritu es la fuerza que nos sustenta y alienta en nuestras luchas y dificultades, ante la tentación de la tibieza, de la mediocridad y del desaliento.

5. La unción y la presencia del Espíritu están íntimamente unidas a nuestra misión. Hemos sido ungidos para ser enviados; en el servicio fiel y entregado a nuestro ministerio encontraremos el camino de la alegría y de nuestro ardor, y también de nuestra santificación.

La misión que Jesús nos ha confiado, queridos sacerdotes, es la de anunciar el Evangelio a los pobres. “El Espíritu del Señor me ha enviado a evangelizar a los pobres” (Lc 4, 18). La misión de Cristo es evangelizar a los pobres; si nuestra misión es la suya, también nosotros estamos llamados a evangelizar a los pobres. Son muchos los rostros de la pobreza, y no sólo la pobreza material, sino también tantas pobrezas espirituales, como la ausencia de Dios. Este contexto de ausencia, relativización, deformación u olvido del Dios vivo y personal de la tradición cristiana pide de todo presbítero que sea – como exhorta Pablo a Timoteo – ante todo “un hombre de Dios” (1 Tim 6,11), no un “profesional de lo sagrado”. Estamos llamados a ser “signo” de Dios en este mundo secularizado, a ser mistagogos que inician a otros en la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, a ser teólogos para que la experiencia del encuentro no caiga en la subjetividad y el sentimiento, a ser ministros de una santa inquietud, a suscitar preguntas, a despertar grandes deseos ante un hombre contemporáneo que los recortado y empequeñecido. 

Nuestro ministerio, queridos sacerdotes, es un ministerio de amor, de servicio y de entrega a todos, en especial a los más pobres: a los desheredados, a los afligidos y a los abatidos. Hemos de ejercitar nuestro ministerio desde el servicio y desde el amor oblativo que libera y levanta, que sana y da consuelo, que aporta motivos para vivir y para esperar, que reconforta y alegra el espíritu. Seremos guías auténticos de la comunidad cristiana si servimos con generosidad a todos los miembros del Pueblo de Dios, ayudándolos a crecer, saliendo a buscar las ovejas perdidas y desorientadas, y llevando a todos a Jesucristo: a los presentes, a los alejados y a los que nunca oyeron hablar del Dios de Jesucristo.

Ese es el sentido de las promesas que hoy vamos a renovar. Es necesario recordar y testimoniar de modo creíble que sólo Dios en Cristo es la verdadera riqueza que llena de alegría nuestro corazón y de sentido nuestra existencia. En Él está la alegría profunda que este mundo no nos puede dar. El amor entregado a Cristo y la caridad pastoral apasionada  a quienes nos han sido confiados es nuestra respuesta agradecida al don permanente de Dios en nosotros. No nos dejemos llevar por el desaliento. Dejémonos encontrar y renovar por la gracia misericordiosa de Dios y por el Espíritu que habita en nosotros. Hoy queremos recordar y testimoniar ante el Pueblo de Dios que sólo Dios y el ministerio recibido, son la verdadera riqueza que llena de sentido nuestra existencia. 

No quiero terminar sin tener un recuerdo en nuestra oración y afecto a nuestros  sacerdotes ancianos y enfermos, y a los que por el motivo que fuere hoy no están entre nosotros. Al mismo tiempo encomendamos a la misericordia de Dios a los hermanos sacerdotes fallecidos desde la pasada Misa Crismal: Rafael Torres Carot, Manuel Pérez Pérez,  Joan Llidó Herrero, Marcelino Cervera Herrero, Daniel Gil Lindo y José Pascual Font Manzano. Que el Señor les conceda su Paz y su Gloria para siempre.

Y que María, Madre de la Iglesia y de los sacerdotes, nos aliente a todos para ejercer con alegría y fidelidad el ministerio que su Hijo, nos ha encomendado. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en el Domingo de Ramos

3 de abril de 2023/2 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

2 de abril de 2023

(Is 50,4-7; Sal 21; Filp 2,6-11; Mt26, 14-27, 66)

Entramos en la Semana Santa

1. Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor comienza la Semana Santa: un año más nos disponemos a celebrar los misterios santos de nuestra redención: la pasión, muerte y resurrección del Señor.

En la procesión hemos acompañado al Señor con cantos y con palmas en nuestras manos. Hemos revivido lo que sucedió aquel día, en que Jesús, en medio de la multitud que le aclama como Mesías y Rey, entra triunfante en Jerusalén montado en un pollino. Tras la procesión de palmas nos hemos adentrado en la celebración de la Eucaristía, en que se actualiza la pasión y muerte en cruz de Cristo, que hemos proclamado en el relato de la Pasión, este año según San Mateo. 

La Palabra de Dios fija nuestra atención en Aquel que va a ser el centro de cuanto vamos a celebrar en estos días santos. Cristo Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, fiel a la voluntad del Padre, con total libertad  y por un amor infinito hacia la humanidad, sigue el camino que le llevará a la cruz con el fin de abrirnos las puertas al Amor de Dios y a la Vida divina.

Entrega de Jesús por amor a la humanidad

2. Jesús se entrega libremente a su pasión; no va a la cruz obligado por fuerzas superiores a él, sino por amor obediente a la voluntad del Padre y amor hecho entrega total a la humanidad. “Cristo se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Flp 2, 8). Jesús sabe que ha llegado su hora, y la acepta con la obediencia libre del Hijo y con infinito amor a los hombres. Jesús va a la cruz por nosotros; él lleva nuestros pecados a la cruz, y nuestros pecados le llevan a la cruz: fue triturado por nuestras culpas, nos dice Isaías (cf. Is 53, 5). El proceso y la pasión de Jesús continúan en nuestro mundo; se renueva cada vez que, pecando, rechazamos a Cristo y su amor, y prolongamos así el grito de aquella gente amotinada: “No a éste, sino a Barrabás. ¡Crucifícalo!”.

Al contemplar a Jesús en su pasión, vemos en él los sufrimientos de toda la humanidad. Cristo, aunque no tenía pecado alguno, tomó sobre sí lo que el hombre no podía soportar: la injusticia, las mentiras, las violencias, las guerras, los adulterios, el pecado, el odio, el sufrimiento y, por último, la muerte. En su pasión y muerte, Cristo, el Hijo del hombre humillado y sufriente, Dios acoge, ama y perdona a todos. En la cruz, Dios restablece la comunión con los hombres y de los hombres entre sí, y da de este modo el sentido último a la existencia humana. No somos fruto del azar; somos creaturas del amor de Dios y estamos llamados a su amor. La cruz es el abrazo definitivo de Dios a los hombres. Desde ese abrazo de Cristo en la cruz lo más hondo del misterio del hombre ya no es su muerte, sino la Vida sin fin en el amor de Dios. La cruz ha roto las cadenas de nuestra soledad y de nuestro pecado; la cruz ha destruido el poderío del pecado y de la muerte. Desde la pasión del Hijo de Dios, la pasión del hombre ya no es la hora de la derrota, sino la hora del triunfo: el triunfo del amor infinito de Dios sobre el pecado y sobre la muerte.

La Semana Santa nos invita a acoger este mensaje de la cruz. Al contemplar a Jesús, el Padre quiere que aceptemos seguirlo en su pasión, para que, reconciliados con Dios en Cristo, compartamos con El la resurrección.

La Semana Santa: expresión de fe

3. “Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2,9). Estas palabras del apóstol san Pablo expresan nuestra fe: la fe de la Iglesia. La Semana Santa nos sitúa de nuevo ante Cristo, vivo en su Iglesia. El misterio pascual, la pasión, muerte y resurrección, que revivimos durante estos días, es siempre actual. Todos los años, durante la Semana santa, se renueva la gran escena en la que se decide el drama definitivo, no sólo para una generación, sino para toda la humanidad y para cada persona. Nosotros somos hoy contemporáneos del Señor. Y, como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si lo acogemos y creemos en él o no, si estamos con él o contra él, si somos simples espectadores de su pasión y muerte o, incluso, si le negamos con nuestras palabras, actitudes y comportamientos.

Como cada año, estos días santos quieren conducirnos a la celebración del centro de nuestra fe: Cristo Jesús y su misterio Pascual. Este es el centro de todas las celebraciones de esta Semana Santa, de las litúrgicas, de las procesionales y de las representaciones de la pasión. Pero ¿creemos de verdad en Cristo Jesús y en su obra de Salvación? Y, si es así, ¿ayudamos a otros a acercarse a Jesús para avivar y fortalecer la fe? ¿Ayudamos a nuestros Cofrades a que su participación en los desfiles sea en verdad expresión comunitaria y pública de esa fe? Estas preguntas no son mera retórica, ni consideraciones pías. Tocan el núcleo esencial de nuestra Semana Santa, que con frecuencia queda olvidado, desdibujado o diluido en nuestras procesiones. Vivamos el sentido genuino de nuestra Semana Santa.

Llamada a vivir con fidelidad nuestro ser cristiano

4. En la pasión se pone de relieve la fidelidad de Cristo a Dios Padre y a la humanidad; una fidelidad que está en contraste con la infidelidad humana. En la hora de la prueba, mientras todos, también los discípulos, incluido Pedro, abandonan a Jesús (cf. Mt 26, 56), él permanece fiel, dispuesto a derramar su sangre para cumplir la misión que le confió el Padre. Junto a él permanece María, silenciosa y dolorosa. Aprendamos de Jesús y de su Madre, que es también nuestra madre. La verdadera fuerza del cristiano está en vivir fiel a su condición de cristiano y en su testimonio de la verdad del Evangelio, resistiendo a las corrientes contrarias, a las incomprensiones, a los hostigamientos, a los escarnios y a las mofas. Es el camino que vivió el Nazareno; es el camino de sus discípulos, los cristianos, hoy y siempre.

En su pasión y muerte, Jesús, el Hijo de Dios, nos ha abierto el camino para que todos podamos seguirle, con la certeza de que, por difícil y duro que nos parezca el camino, quien le siga encontrará en Él la Vida y la Salvación. Os invito a vivir estos días acercándonos al Sacramento de la Confesión, para que, purificado nuestro pasado, dejemos que Cristo brille en nosotros.

Exhortación final

5. En estos días santos se hace presente todo lo más grande y profundo que tenemos y creemos los cristianos. ¡Abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo que nos ama! Que nuestra participación en las celebraciones nos adentren en un renovado despertar de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestro amor.

Así se lo pido a María que supo estar al lado de su Hijo Jesucristo. Que Ella, como buena Madre, nos ayude a ser fieles seguidores de su Hijo. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Misa-Funeral por el Papa emérito Benedicto XVI

7 de enero de 2023/1 Comentario/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

S.I. Concatedral de Santa María de Castellón, 7 de enero de 2023

(Sab 4,7-15; Salmo 22; Rom 14, 7-9.10c-12; Jn  21, 15-19)

Hermanas y hermanos, amados todos en el Señor.

Oración esperanzada y agradecida

1. En los últimos días hemos acompañado con nuestra oración al Papa emérito Benedicto XVI en la última etapa de su vida terrenal y en su muerte. El jueves pasado pudimos unirnos -unos física y la mayoría espiritualmente- a la Misa exequial en plaza de San Pedro en el Vaticano para orar por él. Han sido días de especial intensidad humana y espiritual. Esta mañana, celebramos y ofrecemos el santo Sacrificio de la Misa por su eterno descanso. Nuestro corazón está dolorido y triste por su muerte, pero también lleno de gozosa esperanza y de profunda gratitud.

Cada vez que el Señor nos reúne en torno a la mesa de su altar actualizamos su Pascua, su muerte y resurrección, fuente de vida eterna para “todo aquel que cree y vive en Él”  (cf. Jn 11,26). La celebración de la Pascua del Señor hoy se hace más intensa al hacerlo en la pascua personal del papa emérito. Benedicto XVI ha pasado por el umbral de la muerte a la vida sin fin, ha llegado a la Casa del Padre para el encuentro definitivo con Cristo Resucitado. Así lo esperamos y se lo pedimos fervientemente al Señor para quien le ha servido como su Vicario en la tierra, como Siervo bueno y fiel, y como buen Pastor de su Iglesia con una entrega y un amor admirables.

Sí, hermanos: esta es nuestra firme esperanza, porque el Papa emérito ha sabido vivir con Cristo, muriendo poco a poco con Él, gastando y desgastando su vida para mejor servir a Cristo, a su Iglesia y a la humanidad. A lo largo de sus días, sobre todo desde su elección como Sucesor de Pedro y desde su renuncia al ministerio petrino, hasta el último momento de vida, no vivió para sí mismo, sino que vivió siempre para el Señor. Vivió para el Señor y ha muerto para Él. En la vida y en la muerte ha sido del Señor (cf. Rom 14 7-9). Ha entregado toda su vida al Señor Jesús, muerto y resucitado, al anuncio del Evangelio y al servicio de la humanidad con una fidelidad, coherencia y valentía inquebrantables. A pesar de todas las penalidades e incomprensiones, su vida como sacerdote y teólogo, como obispo y sumo Pontífice ha sido una muestra conmovedora de una fe viva y vivida y de un Sí personal de amor a Jesucristo vivo y en Él a todo ser humano; un Sí afirmado y renovado día a día desde lo más hondo de su ser en la oración, y en la celebración y adoración de la Eucaristía. Sus últimas palabras fueron “Señor, te quiero”. Las mismas palabras de Pedro a Jesús al confiarle el pastoreo de su rebaño. Este amor a Cristo resucitado, vivido con gran intensidad interior y confesado con un valor excepcional ha sido la fuente y el centro de su ministerio y de su vida hasta el final: ¡Un amor humano y sobrenatural a la vez! ¡Un amor cercano y cálido a todos, sin excepción! Con las palabras del libro de la Sabiduría nos atrevemos a decir: “Agradó a Dios, y Dios lo amó” (Sab 4, 9).

Como san Pablo dice de si mismo, así también nosotros podemos afirmar del Papa emérito Benedicto que ha sido un hombre de Dios, un corredor de fondo al servicio de Cristo y de su Iglesia, “un cooperador de la Verdad” y un “humilde trabajador en la Viña del Señor”. Benedicto ha combatido el buen combate, ha concluido su carrera, ha conservado la fe y nos ha confirmado en la fe; por ello confiamos que el Señor, juez justo y misericordioso, le otorgue la corona merecida: el abrazo definitivo y eterno de Cristo resucitado para participar de su gloria para siempre (cf. 2 Tim 4, 7-8).   

Acción de gracias a Dios

2. A nuestra súplica, llena de esperanza, por el Papa emérito, unimos nuestra más sincera acción de gracias a Dios, fuente y origen de todo bien. Damos gracias a Dios por el regalo extraordinario de Benedicto XVI para la Iglesia y para la humanidad. Damos gracias por todos los dones que hemos recibido de Dios a través de este gran Papa,  servidor bueno y fiel de Jesucristo, de la Iglesia y del mundo entero, como  sacerdote y teólogo, como obispo y como Papa. Muchas cosas podríamos decir. Me centro en alguna.

Dios nos ha concedido la gracia de un Papa sencillo y humilde, cercano, bueno y sabio, que durante ocho años pastoreó con entrega y sabiduría a la Iglesia Universal. El supo clarificar la identidad y la misión de la Iglesia en tiempos de confusión, buscando siempre la verdad. Y lo hizo hecho con entereza y fortaleza, sin temor a críticas e incomprensiones. El sabía bien que la misión de la Iglesia, su credibilidad y su eficacia salvadora radican en su fidelidad total a Jesucristo y a su Evangelio: desde el amor, sí; pero, también desde la verdad.

Benedicto XVI ha sido un hombre de Dios para llevarnos a Dios en el encuentro personal, transformador y salvador con Cristo. En su primera encíclica, siguiendo las palabras del apóstol san Juan, nos recordó que Dios es Amor, que se ha encarnado en Jesús de Nazaret para hacernos partícipes del amor y la vida divina. Este es el corazón de la fe cristiana y la opción fundamental de todo cristiano: creer en la primacía de Dios y en el amor de Dios por cada una de sus creaturas. Él nos ha dejado escrito: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, [Jesucristo resucitado] que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). Como ‘cooperador de la verdad, este es el mensaje de Benedicto a todos cristiano: no sigas una teoría sobre la verdad o sobre la ética, sino sigue al Señor que es “el camino, la verdad y la vida”.

 Como hombre de Dios supo hablar sobre Dios,, sobre Jesucristo y sobre el ser humano, la historia y el mundo con profundidad, claridad y sencillez: a alumnos e intelectuales, a niños, jóvenes y mayores, a seminaristas, sacerdotes y consagrados, a políticos y personas de la cultura en diálogo con las corrientes del pensamiento mundo actual. Él tuvo la maestría de hablar de cuestiones complicadas con palabras comprensibles para todos, también incluso para los más sencillos: lo hizo como un gran buen pastor y un gran catequista. Como un hombre de su tiempo, ha ido al encuentro con las personas, las culturas y las instituciones sociales y políticas, las confesiones y religiones. No ha rehuido los problemas más vivos del momento para ofrecer siempre la verdad Dios, de Jesús y el Evangelio de Jesús y de la Vida nueva en el Espíritu Santo.

El Papa emérito ha sido un verdadero maestro y doctor en la fe con sus escritos, nos ha dejado un rico y extenso magisterio. Él nos ha recordado que la Iglesia está llamada a ser santa, limpia de toda suciedad, para poder ser presencia nítida de Cristo resucitado para todos los hombres y para poder ser fermento de vida y de unidad, de perdón y de paz, de justicia y de caridad entre los hombres y los pueblos; una Iglesia que está llamada a vivir desde Jesucristo, su Palabra y la liturgia, la oración y la adoración, en la unidad de la verdad de fe y de vida con un mismo pensar y sentir.

 Con la mirada puesta en Cristo, en quien se revela plenamente el misterio de todo hombre, Benedicto XVI ha sido un defensor incansable de la verdad frente al relativismo y de la dignidad de todo ser humano frente a todo tipo de ideologías. Su fe en el valor siempre actual del Evangelio de Jesús y su amor apasionado por todo lo humano le ha llevado a proclamar sin cesar los derechos inalienables de toda persona, el respeto a la vida humana en cualquier circunstancia de su existencia, las exigencias de la justicia, la primacía del bien común, de la verdad y de la paz, basada en la reconciliación y el perdón.

3. Exhortación final

Damos gracias a Dios por este gran Papa, que nos ha confirmado en la fe con su palabra, su ministerio y su testimonio hasta el final de sus días en este mundo. En su testamento espiritual nos pide permanecer firmes en la fe cristiana, también en la dificultad. Este es su último legado. Él nos ha alertado a los cristianos ante el cansancio de la fe cristiana o la apostasía silenciosa de la fe en occidente, con estas palabras: “No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra”. Permanezcamos firmes en la fe. Vivamos con alegría nuestra condición de cristianos. Ayudemos a otros bautizados a recuperar el gozo de serlo. Invitemos a los no bautizados a dejarse encontrar personalmente por Cristo.

Nuestra acción de gracias y las plegarias de toda nuestra Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón se unen a las de la Iglesia Universal para que la esperanza de la Gloria se haga realidad para nuestro querido Papa emérito. ¡Qué el Señor Resucitado, acoja a su siervo fiel y solícito por toda la eternidad en la asamblea de los Ángeles y de los Santos! Así se lo confiamos a María, Madre del Señor y Madre nuestra, que le ha guiado cada día y le guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Solemnidad de la Natividad del Señor

25 de diciembre de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2022, Obispo/por obsegorbecastellon

S.I. Concatedral de Castellón,  25 de diciembre de 2022

(Is 52,7-10; Sal 97; Hb 1,1-6; Jn 1,1-18)

Hermanas y hermanos, muy amados todos en el Señor.

1. Un año más, la liturgia nos convoca ante el portal de Belén para adorar y meditar, para bendecir y alabar, para postrarnos en humilde oración ante el misterio del Niño Dios, nacido en Belén. “Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2, 14). Esta es la buena noticia de este día santo de Navidad. Una noticia antigua y siempre nueva, que es la razón más profunda de nuestra alegría navideña. Y ¿por qué este Niño pobre y frágil, que yace en el pesebre, es motivo de nuestra alegría?

2. Porque este Nino es el Hijo de Dios que se ha hecho carne por amor a la humanidad. “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios… Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 1.14). En Navidad celebramos el nacimiento en nuestra carne del Hijo de Dios, del Verbo de Dios, de la Palabra de Dios. La Navidad de verdad, la única Navidad, es Él, el Hijo eterno de Dios, que se hace uno de los nuestros. Este Niño, frágil, débil y pobre, que yace en el portal de Belén, es Dios y hombre. Este Niño es ‘verdadero Dios y verdadero hombre’. Así proclamamos en el Credo el misterio fundamental de nuestra fe. Somos cristianos porque creemos que Jesús, el hijo de María y de José, es el Hijo de Dios que se hace carne y acampa entre nosotros, en nuestro mundo y en nuestra historia.

            Así lo expresa Juan en el prólogo de su evangelio. En el principio, nos dice, ya existía el Verbo. Ese principio, al que apunta el evangelista es el mismo principio del Génesis: el principio de todo, el momento en que Dios creó el cielo y la tierra. Y en ese principio ya existía la Palabra de Dios, porque la Palabra es Dios. Juan expresa así el misterio de la encarnación: la Palabra de Dios, que ya existía antes del principio de la historia humana, toma carne en un momento de la historia. Jesús, el niño que nace en Belén de la Virgen María, es la Palabra pronunciada de Dios, es el Hijo mismo de Dios, es la manifestación definitiva y suprema de Dios a los hombres. Jesús dirá más tarde a uno de sus discípulos: “Felipe, el que me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9). Y san Pablo, nos dirá que, llegada la plenitud de los tiempos, en Jesús y por Jesús, Dios se ha revelado definitivamente (cf. Gal 4,4-5).

3. “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14): A diferencia de la palabra humana, que no es más que un sonido o un concepto, el Verbo, la Palabra de Dios, es el mismo Dios, revelado, manifestado y puesto a nuestro alcance en este Niño que nace en Belén. Porque la Palabra de Dios se ha hecho carne. Jesús no es un fantasma o una ficción retórica, sino un hombre de verdad, de carne y hueso, de nuestra propia naturaleza. Jesús no es un mito o una leyenda piadosa, sino una persona histórica. Es más: Ese Niño que yace en el portal no es un mero profeta que hablará de Dios, ni un simple maestro que enseñará una nueva doctrina, o el fundador de un movimiento religioso. Este Niño es Dios mismo, es el Hijo de Dios. Si creemos así, creeremos que el nacimiento de Jesús es la epifanía de Dios, la manifestación de Dios, porque es Dios mismo.

Aquí radica la originalidad de nuestra fe cristiana. Ninguna otra religión profesa la encarnación y el nacimiento de Dios en la naturaleza humana y en la historia. Con la Navidad, Dios entra en la historia humana como hombre en medio de los hombres, compartiendo con nosotros la condición humana en toda su realidad de debilidad, de sufrimiento y de mal, a excepción del pecado. Aquí estriba la originalidad del cristianismo, pero también su escándalo y su locura para la razón humana. Si la razón humana puede admitir, aunque no sin dificultad, que Dios hable a algunos hombres o realice por medio de ellos cosas maravillosas, en cambio se hace enormemente difícil admitir la historicidad de Dios: porque esto supone no sólo una manifestación pasajera de Dios en la historia, sino su existir en la historia. Sin embargo, justamente el existir de Dios en la historia en la persona de Jesús es lo que hace al cristianismo significativo para la humanidad y digno de su interés, porque así puede responder a sus más profundas aspiraciones.

4. Dios existe, Dios nos ama y Dios viene a nosotros. Dios no es una creación de la mente humana, propia de un estadio ya superado de su evolución. En este Niño y por este Niño, Dios mismo sale al encuentro del hombre, Dios viene a nuestro encuentro. En Jesús y por Jesús, Dios deja de ser un ser lejano, y se convierte en Dios con nosotros, inserto en nuestra historia. Jesús es la manifestación de Dios, de su amor y de su cercanía a los hombres. Sus palabras, sus acciones y su vida entera son palabras y acciones de Dios. El es la revelación definitiva de Dios; el verdadero rostro de Dios es Jesús. Dios es ya no es algo indefinido y lejano, sino alguien personal y cercano: es una persona. Jesús es el hermano que acoge y el padre que perdona. Nuestra respuesta a este Dios hermano y padre es la fe y la confianza. En Jesús y por Jesús, Dios es amor, un amor que es entrega hasta la muerte por amor a cada hombre y mujer, un amor que respeta la libertad del hombre y que perdona. El Dios de Jesús es un Dios que salva y que libera de la esclavitud y de la opresión del pecado. Es un Dios de futuro y de esperanza, nunca atrapado, ni por el tiempo ni por el espacio, ni por la idea ni por el poder. Un Dios que se hace hombre, que ama a todo hombre y mujer, que apuesta por nosotros; es un Dios encarnado, metido en la historia, que está a nuestro lado y pelea con nosotros contra las fuerzas del mal. Un Dios eternamente fiel y presente. Un Dios comprometido por el hombre y muy especialmente por los pobres y pequeños. Un Dios débil, que sufre y muere como uno de nosotros, solidario con nuestros dolores.

5. Con el nacimiento de Jesús, el tiempo llega a su plenitud y se cumple la promesa de Dios de salvación para todos. En el nacimiento de Jesús, Dios pone su tienda en medio del campamento de la humanidad, haciéndose solidario del empeño humano de construir la fraternidad universal. Dios se hace nuestro prójimo y el prójimo se convierte en camino que nos orienta y conduce a Dios. Jesús unirá indisolublemente el amor a Dios y el amor al prójimo, de modo que ya no serán -para los creyentes- sino dos caras de la misma moneda.

El nacimiento de Jesús es el encuentro de Dios con los hombres, pero significa también el encuentro de la humanidad con Dios. En el Niño de Belén, Dios viene a este  mundo y nos abre definitivamente el camino a Dios. De esta suerte se nos da la posibilidad de alcanzar la suprema aspiración del hombre: ser como Dios con Dios. Pues dice Juan que a cuantos lo recibieron les dio el poder ser hijos de Dios, no por obra de la raza, sangre o nación, sino por la fe: si creen en su nombre. “A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre” (Jn 1, 12)”.

            El mismo Juan nos habla, sin embargo, también de indiferencia y de rechazo ante el Niño, que nace en Belén. “Vino a su casa, y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11). El sentido de estas palabras no se agota en la búsqueda sin resultado de una posada, donde María pudiera dar a luz, ni tampoco en el rechazo hasta la muerte de la mayoría de los suyos. Estas palabras apuntan y afectan a todos los tiempos, también a los cristianos, a los suyos por el bautismo: es cuando por la soberbia humana cerramos las puertas a Dios y preferimos el sin sentido a la bondad de Dios.

Nuestro tiempo es demasiado orgulloso y se siente autosuficiente como para acoger a Dios. Se resiste a recibir a Aquél que viene a nosotros; quizá también nosotros nos resistimos a acogerle, a ser propiedad suya, a dejarnos transformar por Él y por su amor. Él vino como Niño, humilde, pobre y frágil, para quebrar nuestra soberbia y autosuficiencia con su amor. Dejemos que el amor de Dios penetre en todos los rincones de nuestra alma. Navidad no es una ilusión. Dios nace entre nosotros y para nosotros. Está es la verdad última, auténtica y hermosa de la Navidad.

6. Acojamos con fe y celebremos con alegría, hermanos, al Niño Dios. El Hijo de Dios nace y se hace hombre por amor a cada uno de nosotros. El nacimiento del Hijo de Dios en nuestra carne no pertenece sin más del pasado. Dios se hace uno de los nuestros para hacernos de los suyos: hijos de Dios en su Hijo. Y Dios sigue haciéndose presente entre nosotros. Dios sale a nuestro encuentro en su Palabra, en la Eucaristía, en el que está nuestro lado y en los acontecimientos de nuestra vida. Celebremos la cercanía de Dios, que nos acompaña en el camino de la vida. El nos invita a acogerlo y a seguirlo por el camino del amor y de la paz, de la fraternidad y de la solidaridad. No habrá verdadera Navidad si Dios, si su amor y su paz, no nacen en nuestro interior, en nuestras familias y en nuestra sociedad. No habrá verdadera Navidad mientras existan el odio y el rencor entre los hombres y no sean superados por el perdón y la reconciliación. No habrá verdadera Navidad mientras se den las guerras entre los pueblos.

Navidad es misterio de amor y de paz. Ante la gruta de Belén se eleva hoy nuestra oración a Dios para que cesen la injusta invasión y la guerra atroz en Ucrania y para que cesen las guerras en otras partes del mundo. Los creyentes en Cristo Jesús, junto con los hombres de buena voluntad, estamos llamados a construir la verdadera paz, basada en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

Que María nos ayude a descifrar el misterio que se oculta tras la fragilidad de este del Niño-Dios. Que ella no enseñe a reconocer su rostro en las personas de toda raza, cultura y nación, en especial, en los más pobres y desfavorecidos. Que ella nos ayude ser testigos creíbles de su mensaje de paz y de amor, para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo reconozcan en el Niño al único Salvador del mundo.

¡¡¡Feliz y santa Navidad para todos!!!.

+Casimiro López Llorente

Obispo de Seorbe-Castellón

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Homilía de Navidad de la Misa de Medianoche

24 de diciembre de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2022/por obsegorbecastellon

S.I. Catedral de Segorbe – 24 de Diciembre de 2022

(Is 9,2-7. Sal 95; Tit 2,11-14; Lc 2,1-14)

Hermanas y hermanos, muy amados todos en el Señor

1. “A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada” (cf. Lc 2,6s). Con estas palabras, el evangelio de Lucas expresa el acontecimiento que celebramos esta noche santa de navidad. A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Es el momento que le había anunciado el Ángel en Nazaret: “Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo” (Lc 1,31). Es el momento esperado por el pueblo de Israel desde hacía muchos siglos, durante tantas horas oscuras de su historia. Era el momento en cierto modo esperado por toda la humanidad. Sí, de algún de modo y de manera confusa, la humanidad esperaba que Dios se preocupase por nosotros, que saliera de su ocultamiento, que el mundo alcanzara la salvación y que Él renovase todo.

2. Con ternura y amor maternal, con santa alegría y con callado celo María “lo envolvió en pañales y lo acostó en pañales, porque no tenían sitio en la posada”. El pueblo de Israel lo espera; en cierto modo, la misma humanidad espera a Dios y su cercanía; pero cuando llega el momento, no tienen sitio para Él. Está tan ocupada consigo misma de forma tan exigente, que necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda nada para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios. Y cuanto más se enriquecen los hombres, tanto más llenan todo de sí mismos y menos puede entrar el otro.

Juan, en su Evangelio, fijándose en lo esencial, ha profundizado en la breve referencia de san Lucas sobre la situación de Belén: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (1,11). Esto se refiere sobre todo a Belén: el Hijo de David fue a su ciudad, pero tuvo que nacer en un establo, porque en la posada no había sitio para él. Se refiere también a Israel: el enviado vino a los suyos, pero no lo quisieron. En realidad, se refiere a toda la humanidad: Aquel por el que el mundo fue hecho, el Verbo creador primordial entra en el mundo, pero no se le escucha, no se le acoge.

En definitiva, estas palabras se refieren a nosotros, a cada persona y a la sociedad en su conjunto. ¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar Él en nuestra vida? ¿Encuentra un lugar en nosotros o tenemos ocupado todo nuestro pensamiento, nuestro quehacer, nuestra vida, con nosotros mismos? ¿Tenemos tiempo para el prójimo que tiene necesidad de nuestra palabra, de mi palabra, de mi afecto? ¿Para aquel que sufre y necesita ayuda? ¿Para el prófugo o el refugiado que busca asilo?

3. Junto a aquellos que no perciben a Dios que viene, que no tienen ni tiempo ni espacio para el niño, en el Evangelio encontramos también quienes tienen tiempo y espacio para Dios en su vida. En Lucas encontramos el amor de su madre María y la fidelidad de san José, la vigilancia de los pastores y su gran alegría, y en Mateo encontramos la visita de los sabios Magos, llegados de lejos, así también nos dice Juan: “Pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios” (Jn 1,12). Hay quienes lo acogen y, de este modo, desde fuera, crece silenciosamente, comenzando por el establo, la nueva casa, la nueva ciudad, el mundo nuevo. El mensaje de Navidad nos hace reconocer la oscuridad de un mundo cerrado a Dios; sin duda una realidad que vemos cotidianamente.

Pero Navidad nos dice también que Dios no se deja encerrar fuera. Él encuentra un espacio, entrando tal vez por el establo; hay hombres que ven su luz y la transmiten. Mediante la palabra del Evangelio, el Ángel nos habla también a nosotros y, en la sagrada liturgia, la luz del Redentor entra en nuestra vida. Si somos pastores o sabios, la luz y su mensaje nos llaman a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de nuestros deseos e intereses para ir al encuentro del Señor y adorarlo. Lo adoramos abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera.

En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo vino a la tierra. Por eso, de allí se difunde una luz para todos los tiempos; por eso, de allí brota la alegría y nace el canto.

4. Acojamos con fe y celebremos con alegría, hermanos, al Niño Dios. El Hijo de Dios nace y se hace hombre por amor a nosotros. La celebración del nacimiento del Hijo de Dios en nuestra carne no pertenece sin más del pasado. No recordamos lo ocurrido en Belén como un mero hecho del pasado. Dios se hace uno de los nuestros para hacernos de los suyos: hijos suyos en el Hijo. Y Dios sigue haciéndose presente entre nosotros. Dios sale a nuestro encuentro en su Palabra. Celebremos la cercanía de Dios, que nos acompaña en el camino de nuestra vida. El nos invita a acogerlo y a seguirlo por el camino del amor y de la paz. Recuperemos y vivamos el genuino sentido de la Navidad. No habrá verdadera Navidad si Dios, su amor y su paz, no nacen en nuestro interior, en nuestras familias y en nuestra sociedad, si no nos dejamos encontrar y amar por El. No habrá verdadera Navidad si, amados por Dios, no acogemos a todos los demás seres humanos como hermanos en el Niño Dios, nacido en Belén: en especial a los pobres, a los enfermos y a los emigrantes. No habrá verdadera Navidad si vivimos de espaldas a Dios y a sus leyes. No habrá verdadera Navidad mientras existan el odio y el rencor entre los hombres y no sean superados por el perdón y la reconciliación, mientras se de el terrorismo en nuestro mundo y las guerras entre los pueblos, mientras los hombres y mujeres no nos amemos en verdad los unos a los otros como Cristo nos ama.

Navidad es misterio de amor y de paz. “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc. 2, 14). Desde la gruta de Belén se eleva hoy una llamada apremiante para que el mundo no caiga en la indiferencia, la sospecha y la desconfianza de los unos para con los otros. Los creyentes en Cristo Jesús, junto con los hombres de buena voluntad, estamos llamados a construir la paz, abandonando cualquier forma de intolerancia y discriminación.

Que María nos ayude a contemplar y descifrar el misterio que se oculta tras la fragilidad de su Hijo. Que ella nos ayude a acogerle en nuestra vida para ser testigos de lo que hemos visto y oído, para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo reconozcan en el Niño al único Salvador del mundo,

¡¡¡Feliz Navidad para todos!!!.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Solemnidad de la Concepción Inmaculada de la bienaventurada Virgen Maria

11 de diciembre de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2022/por obsegorbecastellon

S.I. Catedral-Basílica de Segorbe – 8.12.2022

(Gn 3. 9-15.20; Sal 97; Ef 1, 3-6.11.12; Lc 1, 26-28)

¡Amados hermanos y hermanas en el Señor!

Saludo

1. Os saludo cordialmente a cuantos habéis acudido a la S. Iglesia Catedral de la Diócesis en Segorbe para celebrar la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María. Hoy es un día de intenso gozo espiritual, en el que contemplamos a la Virgen María, “la más humilde y a la vez la más alta de todas las criaturas”, como canta el poeta Dante (Paraíso, XXXIII, 3). En ella resplandece la eterna bondad del Creador que, en su plan de salvación, la escogió para ser madre de su Hijo unigénito y, en previsión de su muerte, la preservó de toda mancha de pecado (cf. Oración colecta). María no sólo no cometió pecado alguno personal, sino que fue preservada incluso de la herencia común al género humano, del pecado original, en vista a la misión a la que Dios la había destinado desde siempre: ser la Madre del Redentor.

Todo esto está contenido en la verdad de fe de la “Inmaculada Concepción”. El fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el ángel dirigió a la joven de Nazaret: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28). “Llena de gracia” es el nombre más hermoso de María, un nombre que le dio Dios mismo para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesús, “el amor encarnado de Dios” (Deus caritas est, 12). (Benedicto XVI)

María, Hija amada del Padre y Madre del Salvador 

2. María es “la llena de gracia”. Dios la colma de su amor, de su amistad y de su gracia preservándola de toda mancha de pecado desde el mismo momento su concepción. María es llamada a la existencia llena de gracia, y lo es por puro amor de Dios Padre. La Inmaculada nos remite así en primer lugar, a Dios; nos muestra el verdadero rostro de Dios Padre: Dios es amor, y crea por amor y llama a la vida en la perfección del amor. La perfecta santidad de María, su comunión plena con Dios desde el momento mismo de su concepción, se debe al Hijo que concebirá en su seno. En María, la Madre virgen del Hijo, se realiza de modo anticipado y perfecto la obra de salvación de Jesucristo. María fue preservada del pecado original, y creada llena de gracia y de santidad desde siempre “en vista de los méritos de Jesucristo, salvador del género humano”. En la doncella virgen de Nazaret se manifiesta por vez primera el plan divino de Salvación trazado por el amor misericordioso de Dios “antes de la creación del mundo”.

Para llevar a cabo el plan de Salvación de Dios

3. La primera lectura de hoy (Gn 3,9-15.20) nos recuerda el plan de Dios sobre la humanidad y, a la vez, la experiencia dramática de la caída de nuestros primeros padres. Es la narración del pecado original. El hombre es creado por Dios “a su imagen y semejanza” (cf. Gn 1, 26); Dios lo creapor puro amor y para la vida en plenitud, lo crea en comunión y amistad con Dios, con los hombres y con el resto de la naturaleza. Al crearlo, Dios dio este mandato al hombre: “Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que morir” (Gn 2,16-17). El hombre haciendo uso de su libertad rehúsa este mandato de Dios. El hombre no se fía de Dios. Tentado por las palabras de la serpiente, abriga la sospecha de que Dios, con esta prohibición, le quita algo de su vida, que Dios es un competidor que limita su libertad, y que sólo será plenamente ser humano cuando lo deje de lado; es decir, que sólo de este modo puede realizar plenamente su libertad. Y así el hombre se aparta de Dios, se cierra a Dios para construir su mundo al margen de su Creador, el hombre se erige en centro y en norma de todo, suplanta a Dios en su vida. Es la tentación siempre presente en la historia humana, el deseo último del hombre de todos los tiempos cuando declara ‘la muerte de Dios’ o prescinde de El en su vida.

El hombre no quiere recibir de Dios su existencia y la plenitud de su vida. No quiere contar con el amor que no le parece fiable; cuenta únicamente con el conocimiento, puesto que le confiere el poder. Más que el amor, busca el poder, con el que quiere dirigir de modo autónomo su vida. Al hacer esto, se fía de la mentira más que de la verdad, y así se hunde con su vida en el vacío, en la muerte. Rechazada la vida y el amor de Dios, el hombre experimenta su vaciedad más profunda: rota su relación con Dios, el hombre se experimenta desnudo, vacío, siente miedo y se esconde. Esta es la dramática consecuencia del pecado original, que desde entonces afecta a todo hombre y mujer al nacer.

Pero Dios, sigue amando al hombre, y sale en su busca. “¿Dónde estás?” (Gn 3,9), es la pregunta de Dios a Adán. Porque Dios, que ha creado al hombre por amor, para el amor y para plenitud del amor, sigue amando al hombre a pesar de su pecado, a pesar de su rechazo. Tras la caída, Dios no lo abandona. En ese mismo momento, Dios anuncia la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída. El hombre no está destinado a perecer en su pecado, o disolverse en la nada. “Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor” (Ef 1,4). Y “tanto amó Dios al mundo que dio a su único hijo” (Jn 3,16). El fruto primero y más sublime del amor de Dios, manifestado en la redención realizada por Cristo, es María Inmaculada.

Respuesta de fe de María

4. María, la llena de gracia, acoge el amor de Dios con gratitud y alegría: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvado, porque ha mirado la humildad de su esclava” (Lc 1, 46), cantará; María acoge a Dios y su amor con una fe y confianza plena y con la entrega total de su persona a Dios y a su plan sobre ella. “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según palabra” (Lc 1,38).

María vive su existencia así desde la verdad de su persona, que es el de toda persona humana: y esta verdad que sólo descubre en Dios y en su amor. María es consciente de que ella es nada sin el amor de Dios, que la vida humana sin Dios solo produce vacío en la existencia. Ella sabe que el fundamento de su existencia no está en sí misma, sino en Dios, que ella está hecha para acoger el amor de Dios y para darse por amor.

Por ello vivirá siempre en Dios y para Dios. Ella no es sino la hija y esclava de Dios, signo de la gratuidad y de la ternura amorosa de Dios. Misterio de amor incompresible por parte de Dios, misterio de fe admirable por María. María, la mujer humilde, aceptando su pequeñez ante Dios, dejando que Dios sea grande, se llena de Dios y queda engrandecida, y se convierte así en madre de la libertad y de la dicha.

María, Madre de los creyentes y de la humanidad

5. Así en la Madre de Cristo y Madre nuestra se realizó perfectamente la vocación de todo creyente, que como nos recuerda el Apóstol San Pablo, está llamado a ser santo e intachables ante Dios por el amor (cf. Ef 1, 4). La Inmaculada es la fiesta de los creyentes. Por su fe, María es nuestra madre en la fe y nuestro modelo como creyentes. Dichosa por haber creído, María nos muestra que la fe en Dios es nuestra dicha y nuestra victoria, “porque para Dios nada hay imposible” (Lc 1,37) y “todo es posible al que cree” (Mc 9, 23). La  misma humanidad, representada en ella, comienza a decir sí a la salvación que Dios le ofrece con la llegada del Mesías. Ella es la primicia de la humanidad redimida. La “plenitud de gracia”, que para María es el punto de partida, es la meta para todos los hombres, que acogen en fe el amor de Dios. Dios nos ha creado “para que seamos santos e inmaculados ante él” (Ef 1, 4). Por eso, nos ha ‘bendecido’ antes de nuestra existencia terrena y ha enviado a su Hijo al mundo para rescatarnos del pecado.

La Inmaculada, buena noticia para el mundo

6. La Purísima es así buena noticia de Dios para la humanidad. En ella irrumpe Dios, dador de amor y de vida, en la historia humana. Dios no deja a la humanidad aislada y en el temor. Dios busca al hombre y le ofrece vida y salvación. La Inmaculada recuerda a todo hombre que Dios lo ama de modo personal, que quiere únicamente su bien y lo sigue constantemente con un designio de gracia y misericordia, que alcanzó su culmen en el sacrificio redentor de Cristo. En un mundo convulso y difícil, con miedo y sin esperanza ante el futuro, la Inmaculada nos ofrece un mensaje de fe, de amor y de esperanza. En medio de un contexto que invita a prescindir de Dios y a erigirnos en dioses, a suplantar a Dios y hacer del hombre la única fuente y meta de todo, también del bien y del mal, María Inmaculada nos llama a abrirnos al misterio de Dios y acogerlo en la fe. Solo en Dios y en su amor está la verdad del hombre, de su origen y de su destino; sólo en Dios lograremos la verdadera libertad, que es la libertad para el bien, y así podremos desarrollar lo mejor que hay en nosotros.

Exhortación final

7. Miremos a la Virgen, la Inmaculada, para que así se avive hoy en nosotros, sus hijos, la aspiración a la belleza, a la bondad y a la pureza de corazón. Su candor celestial nos atrae hacia Dios, ayudándonos a superar la tentación de una vida mediocre, hecha de componendas con el mal, para orientarnos con determinación hacia el auténtico bien, que es fuente de alegría. Demos gracias al Señor por el gran signo de su bondad que nos dio en María, su Madre y Madre de la Iglesia. Acojamos a María en nuestro camino como luz que nos ayude a convertirnos a Dios en este tiempo de Adviento. Que de manos de María sepamos acoger en nuestras vidas al Dios que nos ama hasta el extremo en Cristo Jesús, hoy y todos los días de nuestra vida.  Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Eucaristía de acción de gracias por el centenario de la declaración de la Virgen de Lledó como Patrona de Castellón

13 de noviembre de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2022/por obsegorbecastellon

HOMILÍA EN LA EUCARISTÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS

POR EL CENTENARIO DE LA DECLARACION PONTIFICIA DE LA VIRGEN DE LLEDÓ

COMO PATRONA PRINCIPAL DE LA CIUDAD DE CASTELLÓN

Santuario-Basílica de Lledó. Castellón de la Plana de Segorbe – 13 de noviembre de 2022

(Judit 13, 17-20; Romanos 5, 12.17-19; Lucas 1, 39-47)

Amados hermanos y hermanas en el Señor!

1. El pasado martes, 8 de noviembre, celebrábamos con un memorable acto en la Sta. Iglesia Concatedral de Santa María el Centenario de la declaración de la Santísima Virgen de Lidón como Patrona Principal de nuestra Ciudad de Castelló por el Papa Pío XI. Esta mañana estamos convocados a esta solemne Eucaristía para la acción de gracias: gracias damos a Dios por el patrocinio de la Mare de Déu del Lledó sobre la Ciudad. A ella la hemos cantado con las palabras de libro de Judit: “Tú eres el orgullo de nuestro pueblo”. En este día de fiesta recordamos y agradecemos la cercanía maternal de la Virgen; con su “magnificat”, cantamos a Dios porque ha estado grande con ella y nos ha dado a tan dulce madre; a María, la Virgen de Lidón, le damos gracias por tantos favores recibidos por intercesión suya; a ella le confiamos la vida de nuestra Ciudad y de sus habitantes, de nuestras familias y de nuestras parroquias.

2. La Santísima Virgen de Lledó es nuestra Patrona. Pero ¿qué significa tener a la Virgen de Lledó como Patrona? Patrona quiere decir defensora, protectora, abogada e intercesora ante Dios, pero también significa guía. En ello quiere detenerme esta mañana. En el mundo de la mar, el patrón o patrono de un barco es aquel que lo guía con destreza y seguridad hacia buen puerto, especialmente en la tempestad. Como un buen patrón, María nos protege y guía en el proceloso mar de esta vida por el camino seguro para llevarnos a buen puerto: ella dirige y orienta nuestra mirada y nuestra vida hacia su Hijo, el Hijo de Dios, el Salvador, el Camino, la Verdad y la Vida, la Esperanza que no defrauda. Esta es la razón del patrocinio de María; éste es el motivo profundo de nuestra devoción y de nuestro amor a la Virgen de Lledó. Que no queden reducidos a un mero sentimiento pasajero, como una flor que se marchita o una lágrima que se evapora.   

Vivimos “tiempos recios”, como diría Santa Teresa de Jesús. Tiempos de crisis económica, laboral, política, social y eclesial, que pueden generar incertidumbre y temor ante el futuro. Estamos inmersos en un ‘cambio de época’ donde todo parece tambalearse. Predominan el sentimiento y el deseo, el individualismo y el relativismo; se posterga la razón y no se acepta la realidad de las cosas y ni la evidencia de la naturaleza, especialmente del ser humano. Domina por doquier la corrección política y la cancelación de lo cristiano, en el pasado y en presente. En muchos, esta situación está provocando el alejamiento de la fe y vida cristiana, el abandono de la Iglesia, de los principios, de las virtudes y de los valores cristianos. Con frecuencia nos adaptamos al ambiente social descristianizado y secularista, donde Dios ha sido marginado: se intenta vivir como si Dios no existiera.

Esta mañana queremos contemplar de nuevo a María como nuestra patrona y guía. Ella camina con nosotros en el peregrinaje de nuestra vida personal, familiar, eclesial y social. A la Mare de Déu del Lledó debemos acudir siempre, y en especial en los momentos de debilidad o de aflicción, de dificultad o de incertidumbre, de duda o de desconcierto. Somos peregrinos hacia la plenitud en Dios en la vida eterna junto con María. La Virgen de Lidón es nuestra Patrona porque guía nuestros pasos hacia esa meta con sus palabras y con su ejemplo de fe viva y vivida. Ella nos guía y alienta para que seamos fieles a nuestra condición de cristianos, discípulos misioneros del Señor; ella guía los pasos de nuestras familias cristianas, para que sean fieles a la vocación que Dios les ha dado, de nuestras parroquias, para que sean presencia de la Buena Noticia, y de nuestra Ciudad para que sea más humana y fraterna.

El Evangelio de la Visitación de la Virgen a su prima Isabel, que hemos proclamado, ilumina el significado y el alcance del patrocinio de la Virgen. Tres palabras sintetizan la actitud y el comportamiento de María: creer, acoger y actuar. La Virgen cree en Dios y se fía de Él. María acoge la llamada de Dios. Y María actúa, sale y se pone en camino para servir a su prima Isabel, llevando en su seno al Hijo de Dios. Estas actitudes y estos comportamientos de la Virgen nos indican el camino a seguir por todos nosotros.

María cree en Dios y a Dios.

3. “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45), le dice Isabel a María. La Virgen cree en Dios y a Dios que le habla a través del ángel Gabriel. María, porque es humilde, está abierta a Dios y a su designio en su vida: escucha a Dios, pregunta y disipa sus dudas, y, finalmente, con un acto de plena libertad se fía de Dios. Ella cree que será la Madre del Salvador sin perder su virginidad; ella, la mujer humilde, que se sabe amada por Dios y deudora de Dios en todo su ser, cree que será verdadera Madre de Dios; cree que el fruto de su seno es realmente el Hijo del Altísimo. María se adhiere desde el primer instante con toda su persona al plan de Dios sobre ella, un plan que trastoca el orden natural de las cosas: una virgen madre, y una criatura madre del Creador y Redentor.

María persevera en la fe: cree cuando el ángel le habla, y sigue creyendo cuando el ángel la deja sola, y se ve rodeada de las humildes circunstancias de una mujer cualquiera que va a ser madre. María avanza en la peregrinación de la fe. Ni el plan de Dios sobre ella, ni la divinidad de su Hijo le fueron totalmente manifiestos; ella tuvo que fiarse de la Palabra de Dios. Ella vive apoyándose en la Palabra de Dios. El designio de Dios se le oculta a veces bajo un velo oscuro y desconcertante: la extrema pobreza en que nace Jesús, la necesidad de huir al destierro para salvarlo de Herodes o  su sufrimiento al pie de la Cruz. María, aunque no entendía muchas cosas, no dudó que aquel niño débil e indefenso, era el Hijo de Dios. Creyó y se fió siempre de Dios, aun cuando no entendía el misterio.

María nos enseña a creer en Dios y a Dios, a fiarnos de Él y de Palabra, aunque a veces no entendamos. Maria nos enseña a contar siempre con Dios en nuestra vida y a vivir en Dios y para Dios.

María acoge el plan de Dios.

4. María, la llena de gracia, fue elegida para ser la Madre de Dios, según la carne; es su vocación, el plan de Dios para ella, el camino para ser feliz y dichosa para siempre. “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!” (Lc. 1,42). Disipadas sus dudas, María contestó al ángel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38). Como ninguna otra persona humana vivió la alegría y la libertad de su donación a Dios para realizar con Él lo que va más allá de toda expectativa y de todo sueño humano.

El diálogo que sostuvo con el ángel Gabriel nos entreabre una ventana para asomarnos a la espiritualidad de María, discípula del Señor. Su sinceridad no conocía límites: vivía en la verdad. Tampoco su voluntad de colaborar con Dios, su Esposo y Señor. Pero ¿cómo podría concebir si toda su vida le pertenecía virginalmente a su Señor? María necesita la palabra del ángel, y entender que para Dios no hay nada imposible. Desde entonces, desde la roca de esa confianza inconmovible, en cada una de las circunstancias de su vida, sobre todo en las más difíciles, con María deberíamos creer que “para Dios no hay nada imposible”, para responder también con ella: “He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

En la vida es difícil tomar decisiones. A menudo tendemos a posponerlas, a dejar que otros decidan en nuestro lugar, y preferimos seguir la moda del momento. A veces sabemos lo que tenemos que hacer, pero no tenemos el coraje o nos parece demasiado difícil porque seguir a Cristo quiere decir ir contracorriente. María en la Anunciación y en la Visitación se pone a la escucha de Dios, reflexiona y busca comprender la realidad, y decide confiarse totalmente en Dios y visitar, aun estando embarazada, a la anciana pariente.

Maria actúa, se pone de camino, sirve y lleva a Dios. 

5. María “se puso en camino y fue aprisa a la montaña” (Lc 1,39). A pesar de las dificultades, no se detuvo ante nada. Cuando tiene claro lo que le pide Dios, lo que tiene que hacer, no se entretiene, sino que sale sin demora. El actuar de María es una consecuencia de su obediencia a las palabras del ángel, pero unida a la caridad: va a Isabel para servir; sale de su casa, de sí misma, para servir por amor, y lleva cuanto tiene de más precioso: Jesús, el Hijo de Dios, ya presente en su seno.

Con frecuencia, nosotros no nos ponemos “aprisa” hacia los otros para llevarles nuestra ayuda, nuestra comprensión, nuestra caridad, y para llevarles también, como María, lo más precioso que tenemos: Jesús y su Evangelio; y hacerlo con la palabra y sobre todo con el testimonio concreto de nuestro actuar.

Hoy celebramos la Jornada Mundial de los pobres, bajo el lema “Jesucristo se hizo pobre por vosotros”. Somos invitados a tener la mirada fija en Jesús, el cual “siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza” (2 Co 8,9). El papa Francisco nos invita a compartir lo poco que podamos tener con quienes no tienen nada, para que a nadie le falte lo necesario y ninguno sufra; y nos llama a la solidaridad en medio de un mundo herido por la violencia, el odio y la guerra. La caridad no es una obligación sino un signo del amor, tal como lo han testimoniado el mismo Jesús y la Virgen. María nos enseña a salir de nosotros mismos, para ponernos en camino y servir a los pobres, necesitados y excluidos. Es el mismo Jesús, quien en ellos viene a nuestro encuentro y cuanto hagamos con uno de ellos con el mismo Cristo lo hacemos. María salió de Nazaret simplemente para servir. Servía a Dios y serviría a su pariente necesitada. Había tocado su alma el que vino a servir y no a ser servido, y al instante dejó la Virgen el calor del hogar. Optó por el riesgo del camino de Jesús. 

6. Esta mañana le pedimos a nuestra Patrona:

Mare de Déu del Lledó, mujer creyente y discípula del Señor: ilumina nuestra mente y nuestro corazón, para que contemos siempre con Dios en nuestra vida, para que sepamos obedecer sin titubeos a la Palabra de tu Hijo Jesús; danos el coraje de creer en Dios y a Dios, y seguir a tu Hijo, de no dejarnos arrastrar por lo que se lleva y dejar que otros orienten nuestra vida.

Nuestra Señora de Lledó, enséñanos a abrir nuestro corazón para acoger con generosidad y vivir con alegría la voluntad y el plan de Dios para cada uno de nosotros: es el camino para ser felices y dichosos para siempre.

Virgen de Lidón, mujer sierva y servidora, haz que nuestras manos y nuestros pies se muevan sin demora hacia los otros, hacia los pobres y necesitados para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús, para llevar, como tú, en el mundo la luz del Evangelio. Amén

+ Casimiro López Llorente

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Toda la información de la Iglesia de Segorbe-Castellón en la semana del cónclave y de la elección de León XIV como Papa
Castellón ha vivido un fin de semana repleto de fervor y tradición en honor a su patrona, la Mare de Déu del Lledó, con motivo de su fiesta principal. Los actos litúrgicos y festivos han contado con una alta participación de fieles, entidades sociales, culturales y representantes institucionales de la ciudad, en un ambiente marcado por la devoción mariana y la alegría pascual.
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12 May 2024

#JornadaMundialdelasComunicacionesSociales

📄✍️ Hoy se celebra la 58º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. «#InteligenciaArtificial y sabiduría del corazón: para una comunicación plenamente humana» es el tema que propone @Pontifex_es 💻❤️

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12 May 2024

#CartaDelObispo #MayoMesDeMaria

💐🙏 El Obispo nos exhorta, en su carta semanal, a contemplar a la Virgen e imitarla en su fe, esperanza y caridad, porque ella dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús; y nos ofrece y nos lleva a Cristo ✝️

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✝️Ha fallecido el Rvdo. D. Miguel Antolí Guarch, a los 91 años.🕯️La Misa exequial será mañana, jueves 15 de mayo, a las 11:00 h en la Concatedral de Santa María (Castellón), presidida por nuestro Obispo D. Casimiro.🙏 Que descanse en la paz de Cristo. ... Ver másVer menos

Fallece el Rvdo. D. Miguel Antolí Guarch - Obispado Segorbe-Castellón

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El Reverendo D. Miguel Antolí Guarch falleció esta pasada noche a los 91 años, tras una vida marcada por su profundo amor a Dios, su vocación sacerdotal y su
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