Homilía en la Solemnidad de la Concepción Inmaculada de la bienaventurada Virgen Maria
S.I. Catedral-Basílica de Segorbe – 8.12.2022
(Gn 3. 9-15.20; Sal 97; Ef 1, 3-6.11.12; Lc 1, 26-28)
¡Amados hermanos y hermanas en el Señor!
Saludo
1. Os saludo cordialmente a cuantos habéis acudido a la S. Iglesia Catedral de la Diócesis en Segorbe para celebrar la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María. Hoy es un día de intenso gozo espiritual, en el que contemplamos a la Virgen María, “la más humilde y a la vez la más alta de todas las criaturas”, como canta el poeta Dante (Paraíso, XXXIII, 3). En ella resplandece la eterna bondad del Creador que, en su plan de salvación, la escogió para ser madre de su Hijo unigénito y, en previsión de su muerte, la preservó de toda mancha de pecado (cf. Oración colecta). María no sólo no cometió pecado alguno personal, sino que fue preservada incluso de la herencia común al género humano, del pecado original, en vista a la misión a la que Dios la había destinado desde siempre: ser la Madre del Redentor.
Todo esto está contenido en la verdad de fe de la “Inmaculada Concepción”. El fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el ángel dirigió a la joven de Nazaret: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28). “Llena de gracia” es el nombre más hermoso de María, un nombre que le dio Dios mismo para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesús, “el amor encarnado de Dios” (Deus caritas est, 12). (Benedicto XVI)
María, Hija amada del Padre y Madre del Salvador
2. María es “la llena de gracia”. Dios la colma de su amor, de su amistad y de su gracia preservándola de toda mancha de pecado desde el mismo momento su concepción. María es llamada a la existencia llena de gracia, y lo es por puro amor de Dios Padre. La Inmaculada nos remite así en primer lugar, a Dios; nos muestra el verdadero rostro de Dios Padre: Dios es amor, y crea por amor y llama a la vida en la perfección del amor. La perfecta santidad de María, su comunión plena con Dios desde el momento mismo de su concepción, se debe al Hijo que concebirá en su seno. En María, la Madre virgen del Hijo, se realiza de modo anticipado y perfecto la obra de salvación de Jesucristo. María fue preservada del pecado original, y creada llena de gracia y de santidad desde siempre “en vista de los méritos de Jesucristo, salvador del género humano”. En la doncella virgen de Nazaret se manifiesta por vez primera el plan divino de Salvación trazado por el amor misericordioso de Dios “antes de la creación del mundo”.
Para llevar a cabo el plan de Salvación de Dios
3. La primera lectura de hoy (Gn 3,9-15.20) nos recuerda el plan de Dios sobre la humanidad y, a la vez, la experiencia dramática de la caída de nuestros primeros padres. Es la narración del pecado original. El hombre es creado por Dios “a su imagen y semejanza” (cf. Gn 1, 26); Dios lo creapor puro amor y para la vida en plenitud, lo crea en comunión y amistad con Dios, con los hombres y con el resto de la naturaleza. Al crearlo, Dios dio este mandato al hombre: “Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que morir” (Gn 2,16-17). El hombre haciendo uso de su libertad rehúsa este mandato de Dios. El hombre no se fía de Dios. Tentado por las palabras de la serpiente, abriga la sospecha de que Dios, con esta prohibición, le quita algo de su vida, que Dios es un competidor que limita su libertad, y que sólo será plenamente ser humano cuando lo deje de lado; es decir, que sólo de este modo puede realizar plenamente su libertad. Y así el hombre se aparta de Dios, se cierra a Dios para construir su mundo al margen de su Creador, el hombre se erige en centro y en norma de todo, suplanta a Dios en su vida. Es la tentación siempre presente en la historia humana, el deseo último del hombre de todos los tiempos cuando declara ‘la muerte de Dios’ o prescinde de El en su vida.
El hombre no quiere recibir de Dios su existencia y la plenitud de su vida. No quiere contar con el amor que no le parece fiable; cuenta únicamente con el conocimiento, puesto que le confiere el poder. Más que el amor, busca el poder, con el que quiere dirigir de modo autónomo su vida. Al hacer esto, se fía de la mentira más que de la verdad, y así se hunde con su vida en el vacío, en la muerte. Rechazada la vida y el amor de Dios, el hombre experimenta su vaciedad más profunda: rota su relación con Dios, el hombre se experimenta desnudo, vacío, siente miedo y se esconde. Esta es la dramática consecuencia del pecado original, que desde entonces afecta a todo hombre y mujer al nacer.
Pero Dios, sigue amando al hombre, y sale en su busca. “¿Dónde estás?” (Gn 3,9), es la pregunta de Dios a Adán. Porque Dios, que ha creado al hombre por amor, para el amor y para plenitud del amor, sigue amando al hombre a pesar de su pecado, a pesar de su rechazo. Tras la caída, Dios no lo abandona. En ese mismo momento, Dios anuncia la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída. El hombre no está destinado a perecer en su pecado, o disolverse en la nada. “Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor” (Ef 1,4). Y “tanto amó Dios al mundo que dio a su único hijo” (Jn 3,16). El fruto primero y más sublime del amor de Dios, manifestado en la redención realizada por Cristo, es María Inmaculada.
Respuesta de fe de María
4. María, la llena de gracia, acoge el amor de Dios con gratitud y alegría: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvado, porque ha mirado la humildad de su esclava” (Lc 1, 46), cantará; María acoge a Dios y su amor con una fe y confianza plena y con la entrega total de su persona a Dios y a su plan sobre ella. “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según palabra” (Lc 1,38).
María vive su existencia así desde la verdad de su persona, que es el de toda persona humana: y esta verdad que sólo descubre en Dios y en su amor. María es consciente de que ella es nada sin el amor de Dios, que la vida humana sin Dios solo produce vacío en la existencia. Ella sabe que el fundamento de su existencia no está en sí misma, sino en Dios, que ella está hecha para acoger el amor de Dios y para darse por amor.
Por ello vivirá siempre en Dios y para Dios. Ella no es sino la hija y esclava de Dios, signo de la gratuidad y de la ternura amorosa de Dios. Misterio de amor incompresible por parte de Dios, misterio de fe admirable por María. María, la mujer humilde, aceptando su pequeñez ante Dios, dejando que Dios sea grande, se llena de Dios y queda engrandecida, y se convierte así en madre de la libertad y de la dicha.
María, Madre de los creyentes y de la humanidad
5. Así en la Madre de Cristo y Madre nuestra se realizó perfectamente la vocación de todo creyente, que como nos recuerda el Apóstol San Pablo, está llamado a ser santo e intachables ante Dios por el amor (cf. Ef 1, 4). La Inmaculada es la fiesta de los creyentes. Por su fe, María es nuestra madre en la fe y nuestro modelo como creyentes. Dichosa por haber creído, María nos muestra que la fe en Dios es nuestra dicha y nuestra victoria, “porque para Dios nada hay imposible” (Lc 1,37) y “todo es posible al que cree” (Mc 9, 23). La misma humanidad, representada en ella, comienza a decir sí a la salvación que Dios le ofrece con la llegada del Mesías. Ella es la primicia de la humanidad redimida. La “plenitud de gracia”, que para María es el punto de partida, es la meta para todos los hombres, que acogen en fe el amor de Dios. Dios nos ha creado “para que seamos santos e inmaculados ante él” (Ef 1, 4). Por eso, nos ha ‘bendecido’ antes de nuestra existencia terrena y ha enviado a su Hijo al mundo para rescatarnos del pecado.
La Inmaculada, buena noticia para el mundo
6. La Purísima es así buena noticia de Dios para la humanidad. En ella irrumpe Dios, dador de amor y de vida, en la historia humana. Dios no deja a la humanidad aislada y en el temor. Dios busca al hombre y le ofrece vida y salvación. La Inmaculada recuerda a todo hombre que Dios lo ama de modo personal, que quiere únicamente su bien y lo sigue constantemente con un designio de gracia y misericordia, que alcanzó su culmen en el sacrificio redentor de Cristo. En un mundo convulso y difícil, con miedo y sin esperanza ante el futuro, la Inmaculada nos ofrece un mensaje de fe, de amor y de esperanza. En medio de un contexto que invita a prescindir de Dios y a erigirnos en dioses, a suplantar a Dios y hacer del hombre la única fuente y meta de todo, también del bien y del mal, María Inmaculada nos llama a abrirnos al misterio de Dios y acogerlo en la fe. Solo en Dios y en su amor está la verdad del hombre, de su origen y de su destino; sólo en Dios lograremos la verdadera libertad, que es la libertad para el bien, y así podremos desarrollar lo mejor que hay en nosotros.
Exhortación final
7. Miremos a la Virgen, la Inmaculada, para que así se avive hoy en nosotros, sus hijos, la aspiración a la belleza, a la bondad y a la pureza de corazón. Su candor celestial nos atrae hacia Dios, ayudándonos a superar la tentación de una vida mediocre, hecha de componendas con el mal, para orientarnos con determinación hacia el auténtico bien, que es fuente de alegría. Demos gracias al Señor por el gran signo de su bondad que nos dio en María, su Madre y Madre de la Iglesia. Acojamos a María en nuestro camino como luz que nos ayude a convertirnos a Dios en este tiempo de Adviento. Que de manos de María sepamos acoger en nuestras vidas al Dios que nos ama hasta el extremo en Cristo Jesús, hoy y todos los días de nuestra vida. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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