Lectura y evangelio del viernes de la III semana de Pascua. San Felipe y Santiago, apóstoles.
LECTURA. Corintios 15, 1-8
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié y que vosotros aceptasteis, en el que además estáis fundados, y que os está salvando, si os mantenéis en la palabra que os anunciamos; de lo contrario, creísteis en vano.
Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí.
Sal 18, 2-3. 4-5
R. A toda la tierra alcanza su pregón.
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. R.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón,
y hasta los límites del orbe su lenguaje. R.
Aleluya Jn 14, 6b. 9c
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Yo soy el camino y la verdad y la vida – dice el Señor -;
Felipe, quien me ha visto a mí ha visto al Padre R.
EVANGELIO. Juan 14, 6-14
En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás:
«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí».
«Si me conocéis a mi, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre” ? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras, Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré».
COMENTARIO DE SAN JUAN PABLO II AL EVANGELIO DE HOY:
Queridísimos jóvenes:
1. Me alegra mucho estar nuevamente con vosotros para anunciar la celebración de la IV Jornada mundial de la Juventud. En mi diálogo con vosotros, esta Jornada ocupa un lugar privilegiado, pues me ofrece la oportunidad de dirigirme a los jóvenes, no sólo de un país, sino de todo el mundo, para decir a todos y a cada uno de vosotros que el Papa os contempla con gran amor y esperanza, y os escucha con mucha atención con el deseo de responder a vuestros más profundos anhelos.
La Jornada mundial de 1989 tendrá como punto central a Jesucristo en cuanto es nuestro camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6). Por consiguiente, deberá ser ―para todos vosotros― la Jornada de un nuevo, más maduro y más profundo descubrimiento de Cristo en vuestras vidas.
La juventud, por sí misma, es una riqueza singular para cada muchacho o muchacha (cf. Carta a los jóvenes y a las jóvenes del mundo, 31 de marzo de 1985, n. 3). Esta riqueza consiste, entre otras cosas, en que se hacen descubrimientos muy importantes. Cada cual se descubre a sí mismo, su propia personalidad, el sentido de la propia existencia, la realidad del bien y del mal. Descubrís, igualmente, todo el mundo que os rodea, el mundo de los hombres y el mundo de la naturaleza. Y en medio de todos estos descubrimientos, no podrá faltar uno fundamental: el descubrimiento personal de Jesucristo. Descubrir a Cristo, nuevamente, y cada vez mejor, es la aventura más maravillosa de nuestra vida. Por tanto, con motivo de la celebración de la próxima Jornada de la Juventud, quisiera plantear a cada uno de vosotros algunas preguntas muy importantes, e indicaros las respuestas.
― ¿Has descubierto ya a Cristo, que es el camino?
Sí, Jesús es ― para nosotros― un camino que conduce hacia el Padre, el único camino. El que quiera lograr la salvación, deberá tomar ese camino. Vosotros, jóvenes, a menudo os encontráis en una encrucijada, sin saber cuál es el camino que debéis elegir, ni adónde ir; son muchos los caminos errados, como también las propuestas fáciles y las ambigüedades. No olvidéis, en esos momentos, que Cristo ―con su Evangelio, su ejemplo y sus mandamientos― es siempre y sólo el camino más seguro que desemboca en una felicidad plena y duradera.
― ¿Has descubierto ya a Cristo, que es la verdad?
La verdad es la exigencia más profunda del espíritu humano. Los jóvenes, sobre todo, están sedientos de la verdad sobre Dios, el hombre, la vida y el mundo. En mi primera Encíclica Redemptor Hominis escribí: «El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo ―no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes― debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo» (n. 10). Cristo es la Palabra de verdad pronunciada por Dios mismo como respuesta a todos los interrogantes del corazón humano. Es El quien nos revela plenamente el misterio del hombre y del mundo.
― ¿Has descubierto ya a Cristo, que es la vida?
Cada uno de vosotros desea ardientemente vivir su propia vida en toda plenitud. Vivís animados por grandes esperanzas y muy buenos proyectos para el futuro. No olvidéis, sin embargo, que la verdadera plenitud de la vida se encuentra sólo en Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Solamente Cristo puede llenar, hasta el fondo, el espacio del corazón humano. Sólo El da el valor y la alegría de vivir, y esto a pesar de los límites u obstáculos externos.
Sí, descubrir a Cristo es la aventura más bella de toda nuestra vida. Pero no es suficiente descubrirlo una sola vez. Cada vez que se descubre, se recibe un llamamiento a buscarle más aún, y a conocerle mejor a través de la oración, la participación en los sacramentos, la meditación de su Palabra, la catequesis y la escucha de las enseñanzas de la Iglesia. Esta es nuestra tarea más importante, como lo comprendió tan bien San Pablo cuando escribió: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21).
2. El redescubrimiento de Cristo ―cuando es auténtico― tiene como consecuencia directa el deseo de llevarlo a los demás a saber el compromiso apostólico. Esta es, precisamente, la segunda línea directriz de la próxima Jornada de la Juventud.
El mandato de Cristo se dirige a toda la Iglesia: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15). Toda la Iglesia, por consiguiente, es misionera y evangelizadora, al vivir en un estado continuo de misión (cf. Ad gentes, 2). Ser cristianos, quiere decir ser misioneros y ser apóstoles (cf. Apostolicam actuositatem, 2). No es suficiente descubrir a Cristo, ¡hay que llevarlo a los demás!
El mundo actual es una gran tierra de misión, incluso en los países de antigua tradición cristiana. En todas partes, hoy, el neopaganismo y el proceso de secularización constituyen un gran desafío al mensaje evangélico. Pero al mismo tiempo, se presentan ―también en nuestros días― nuevas ocasiones para anunciar el Evangelio: se nota, por ejemplo, una creciente nostalgia de lo sagrado, de los valores auténticos, de la oración. Por esto, el mundo de hoy tiene necesidad de muchos apóstoles, sobre todo de apóstoles jóvenes y valientes. A vosotros, jóvenes, incumbe ―de especial manera― dar testimonio de la fe, hoy, y comprometeros a llevar a los demás el Evangelio de Cristo ―camino, verdad y vida― en el tercer milenio cristiano; como también construir una nueva civilización que sea la civilización del amor, de la justicia y de la paz.
Cada nueva generación necesita nuevos apóstoles. Es aquí donde surge una misión especial para vosotros. Sois los primeros apóstoles y evangelizadores del mundo juvenil, atormentado, hoy, por tantos retos y amenazas (cf. Apostolicam actuositatem, 12). Ante todo vosotros podéis serlo y nadie puede reemplazaros en vuestro ambiente de estudio, de trabajo y de recreo. Son muchos vuestros coetáneos que no conocen a Cristo, o no lo conocen lo suficiente. Por consiguiente, no podéis permanecer callados e indiferentes. Debéis tener el valor de hablar de Cristo, de dar testimonio de vuestra fe a través de vuestro estilo de vida inspirado en el Evangelio. San Pablo escribe: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Cor 9, 16). Ciertamente, la mies es mucha y se necesitan obreros en abundancia. Cristo confía en vosotros y cuenta con vuestra colaboración. Os invito, pues, con ocasión de la próxima Jornada de la Juventud, a renovar vuestro compromiso apostólico. ¡Cristo tiene necesidad de vosotros! ¡Responded a su llamamiento con el valor y el entusiasmo característicos de vuestra edad!
3. El famoso santuario de Santiago de Compostela, en España, será un punto de referencia importante para la celebración de esta Jornada en 1989. Como os lo he ya anunciado, después de la celebración ordinaria de vuestra fiesta ―el Domingo de Ramos― en las Iglesias particulares, os doy cita precisamente en ese santuario adonde iré, peregrino, como vosotros, en los días 19 y 20 de agosto de 1989; estoy seguro de que no faltaréis a esta invitación, lo mismo que estuvisteis presentes en el encuentro de Buenos Aires, en 1987.
En la cita de Santiago participará toda la Iglesia universal y será un momento de comunión espiritual también con aquellos de entre vosotros que no podrán estar personalmente presentes. En Santiago, en efecto, los jóvenes representarán a las Iglesias particulares de todo el mundo: el Camino de Santiago y el ímpetu evangelizador serán de todos vosotros.
Santiago de Compostela es un lugar que ha tenido un papel de gran importancia en la historia del cristianismo; por esto, por sí solo, ya transmite a todos un mensaje espiritual muy elocuente. Durante siglos fue «punto de atracción y convergencia para Europa y para toda la cristiandad… Europa entera se reunió alrededor de la memoria de Santiago, en esos mismos siglos en que se construía como continente homogéneo y unido espiritualmente» (cfr. «Acto europeo» en Santiago de Compostela, 9 de noviembre de 1982).
Junto a la tumba de Santiago queremos aprender que nuestra fe tiene un fundamento histórico y, por lo tanto, no es algo vago y pasajero: en el mundo actual, marcado por un grave relativismo y una fuerte confusión de los valores, debemos siempre recordar que, como cristianos, reposamos sobre los cimientos puestos por los Apóstoles, y Cristo es nuestra piedra angular (cfr. Ef 2, 20).
Junto a la tumba del Apóstol queremos también recibir nuevamente el mandato de Cristo: «Seréis mis testigos… hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Santiago, quien fue el primero en sellar su testimonio de fe con su propia sangre, es ―para todos nosotros― un ejemplo y un maestro excelente.
Santiago de Compostela no es sólo un santuario; es también un camino, es decir, una densa red de itinerarios para los peregrinos. El «Camino de Santiago» fue, durante siglos, un camino de conversión y de extraordinario testimonio de la fe. A lo largo de él, surgieron monumentos visibles de la fe de los peregrinos: iglesias y numerosos hospicios.
La peregrinación tiene un significado espiritual muy profundo y puede constituir, ya de por sí, una importante catequesis. En efecto ―como nos lo ha recordado el Concilio Vaticano II― la Iglesia es un Pueblo de Dios en camino, en busca de «la ciudad futura y perenne» (cf Lumen gentium, 9). Hoy día hay en el mundo un resurgir de la práctica de la peregrinación, sobre todo entre la juventud. Estáis entre los más sensibles que reviven hoy la peregrinación como camino de renovación interior, de profundización de la fe, de fortalecimiento del sentido de comunión y de solidaridad con los hermanos y como medio para descubrir la vocación personal. Estoy seguro de que, gracias a vuestro entusiasmo juvenil, el Camino de Santiago tendrá, en este año, un nuevo y rico desarrollo.
4. El programa de esta Jornada requiere mucho empeño. Para poder recibir sus frutos es necesaria, pues, una preparación espiritual específica, realizada bajo la guía de vuestros Pastores en las diócesis, parroquias, asociaciones y movimientos, tanto para el Domingo de Ramos, como para la peregrinación a Santiago de Compostela en agosto de 1989. Al comenzar esta preparación, me dirijo a vosotros con las palabras del Apóstol Pablo: «Vivid en el amor…; vivid como hijos de la luz» (Ef 5, 2-4). ¡Entrad en este período de preparación con esa disposición del espíritu!
Caminad, pues, lo digo a todos vosotros, jóvenes peregrinos del Camino de Santiago. Durante los días de la peregrinación, procurad asumir nuevamente el espíritu de los antiguos peregrinos, valientes testigos de la fe cristiana. A lo largo de ese camino, aprended a descubrir a Jesús que es nuestro camino, verdad y vida.
Quisiera, en fin, dirigir una palabra especial de aliento a los jóvenes de España. Esta vez seréis vosotros los que brindaréis hospitalidad a vuestros hermanos y hermanas de todo el mundo. Deseo que este encuentro en Santiago deje una huella profunda en vuestras vidas y sea, para todos vosotros, un potente fermento de renovación espiritual.
Queridísimos jóvenes, queridísimas jóvenes: termino este mensaje con un abrazo de paz que deseo enviar a todos vosotros, dondequiera que os halléis. Confío el camino de preparación y celebración de la Jornada mundial de la Juventud de 1989 a la especial protección de María Reina de los Apóstoles, y a Santiago, venerado durante siglos en el antiguo santuario de Compostela. Que mi bendición apostólica os acompañe como signo de aliento y de mis votos para todo el recorrido. (Mensaje para la IV Jornada Mundial de la Juventud. Roma, 27 de noviembre del año 1988).