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El sentido cristiano de la Navidad

17 de diciembre de 2006/0 Comentarios/en Cartas 2006/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Hace unos días leía que las Navidades gustan cada vez menos a uno de cada cuatro españoles. Crece el número de las personas que muestran su desinterés e incluso su desagrado por estas fiestas. Entre otras razones se resalta la agobiante incitación al consumo en estos días, cada año más adelantada a la Navidad. El consumismo de estos días y su reducción a lo externo y, con frecuencia, a un sentimentalismo superficial y pasajero son, sin duda, causas de este desencanto y desinterés. Y también son motivo para la progresiva pérdida del sentido genuino y profundo de la Navidad.

Navidad, no lo olvidemos, es una fiesta cristiana. Esta palabra viene de natividad. El Hijo de Dios nace, se hace hombre por amor a nosotros. La celebración del nacimiento del Hijo de Dios en nuestra carne en la Navidad no pertenece sin más al pasado. No recordamos lo ocurrido en Belén como si se tratara de un mero hecho histórico del pasado. Dios se hace uno de los nuestros para hacernos de los suyos: sus hijos en el Hijo, Jesús. Y Dios sigue haciéndose presente entre nosotros. Dios sale a nuestro encuentro en su Palabra, en los sacramentos, en los hombres y en los acontecimientos. El sentido profundo de la Navidad es la cercanía de Dios, que nos acompaña en el camino existencial de nuestra vida. El nos invita a acogerlo y a seguirlo por el camino del amor y de la paz.

Recuperemos el genuino sentido de la Navidad. Vivamos esta última semana del Adviento, reavivando nuestra fe en la venida de Dios a nosotros en su Hijo, Jesús, y en su presencia entre nosotros. Estemos vigilantes a su paso por nuestras vidas. Necesitamos despertar en nosotros el hambre de Dios y de su amor que salva y libera. De espaldas a Dios no es posible la felicidad que todo hombre y mujer anhela.

No habrá Navidad cristiana si Dios no nace en nuestro interior, en nuestras familias y en nuestra sociedad, si no nos dejamos encontrar y amar por El. No habrá  Navidad si, amados por Dios, no acogemos a los demás seres humanos como hermanos nuestros en Dios. No habrá verdadera Navidad si vivimos de espaldas a Dios y a sus leyes. No habrá Navidad cristiana si no nos amamos de verdad como Cristo nos ama.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López

Obispo de Segorbe-Castellón

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Preparando la Navidad

10 de diciembre de 2006/0 Comentarios/en Cartas 2006/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

El Adviento es un tiempo hermoso para prepararnos a celebrar cristianamente la Navidad. En la Navidad conmemoramos la ‘primera’ venida en la historia del Hijo de Dios en Belén: Él es el Mesías y Salvador. Por otra parte, en Adviento dirigimos nuestra atención hacía la ‘segunda’ venida de Jesucristo al final de los tiempos. Nuestra vida cristiana adquiere sentido a partir de estos dos momentos históricos: la Encarnación de Cristo, que nos salva, y la Parusía, su venida al final de los tiempos, que llevará su obra a total cumplimiento. El cristiano vigila y espera siempre la venida del Señor.

Nos preparamos a la Navidad sabiendo que el Señor y su Salvación están ya presentes en su Iglesia, y con la esperanza confiada de su venida definitiva. Ello ha de despertar en nosotros los cristianos actitudes de fe y vigilancia, de hambre o pobreza espiritual y de misión o presencia en el mundo. Si nos dejamos encontrar personalmente con Cristo, su Salvación llegará a tantas situaciones todavía necesitadas de ella.

Por la fe percibimos y conocemos al Señor, presente en los Sacramentos, en su Palabra, en el testimonio de muchos bautizados, en el prójimo, sobre todo, en el pobre, enfermo y necesitado y en tantos otros acontecimientos de la vida. Reavivar nuestra fe equivale a acoger al Señor presente entre nosotros. La vigilancia es no sólo defensa y lucha ante el mal que nos acecha; es también expectación confiada y gozosa de Dios, que nos ama, nos da vida, nos salva y nos libera de ese mal. En Adviento, El Señor pasa por nuestras vidas.

Adviento es por ello tiempo de conversión. Pero ¿cómo podemos buscar al Señor si no reconocemos que tenemos necesidad de Él? Nadie deseará ser liberado si no se siente oprimido. Pobreza espiritual es aquella actitud de sentirse necesitado de Aquél que es más fuerte que nosotros. Es la disposición para acoger todas y cada una de sus iniciativas.

El hombre de hoy busca ansiosamente la felicidad, la paz, la justicia y el amor. La secularización y el progreso técnico le tientan a vivir cerrado a Dios y buscar la felicidad fuera de Jesucristo. Pero cada vez se siente más lejos de la felicidad anhelada. Es en Jesucristo donde el hombre descubre su verdadera imagen, su verdadero destino y su pertenencia a un mundo nuevo que ha comenzado a edificarse en el presente. Cristo ha venido y viene para todos. Dejémonos encontrar por el Señor que viene.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López

Obispo de Segorbe-Castellón

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Encuentro diocesano de ANFE

6 de diciembre de 2006/0 Comentarios/en Homilías 2006/por obsegorbecastellon

Castellón, Seminario ‘Mater Dei’,  6 de diciembre de 2006

 

Mi saludo cordial a cuantas participáis en este Encuentro Diocesano de ANFE. Procedéis de distintos lugares de nuestra Iglesia Diocesana, pero estáis todas unidas y hermanadas por el mismo fin e ideal: la Adoración Nocturna a Cristo Sacramentado. Queridas adoradoras. “Cantemos -esta tarde- al Amor de los Amores, cantemos al Señor. Dios está aquí: venid, adoradores, adoremos a Cristo Redentor”. Leer más

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La Inmaculada Concepción de Santa María Virgen

3 de diciembre de 2006/0 Comentarios/en Homilías 2006/por obsegorbecastellon

Iglesia Arciprestal – Villareal – 3.12.2006

 

Hermanos y Hermanas en el Señor.

Un año más, el Señor nos convoca en esta Iglesia Arciprestal para celebrar a María en su Inmaculada Concepción. Os saludo con mi afecto de Obispo, padre y pastor, a todas, vosotras, hijas de María Inmaculada y os felicito de corazón por el 250 Aniversario de vuestra Congregación; agradezco sinceramente a la Sra. Presidenta y a la Directiva su invitación para compartir con vosotras este día. Leer más

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Reavivar la esperanza

3 de diciembre de 2006/0 Comentarios/en Cartas 2006/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

En nuestro mundo y en nuestra Iglesia hay signos de obscurecimiento de la esperanza. El hombre actual está de vuelta de muchas grandes ilusiones y tiene miedo al futuro; se refugia en lo inmediato, creyendo encontrar así la felicidad.

Ahí están la crisis del ‘nosotros’ y la pérdida de solidaridad, el consumismo desenfrenado, la falta de confianza en el futuro y la crisis de la acogida de la vida humana, la cultura del placer y del esoterismo. Ahí están también las nuevas pobrezas y la crisis de la familia, fundada en el matrimonio.

Aunque no faltan signos de un despertar religioso, es preocupante la ‘silenciosa y tranquila apostasía de las masas’ de la fe cristiana y de la práctica eclesial. Avanza una cultura ‘de tejas abajo’, cerrada a Dios. También entre los cristianos hay una creciente indiferencia respecto de la vida eterna que es la que hace a la existencia mundana realmente digna de ser vivida.

El Adviento, que hoy comenzamos, nos prepara a la celebración de la Navidad, la primera venida del Hijo de Dios, el Salvador. A la vez, el Adviento dirige nuestra atención hacia la espera de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos, cuando llevará a plenitud su obra de salvación. El y su Reino están presentes ya entre nosotros y vienen a nosotros en su Palabra y en sus Sacramentos, en los hombres y en los acontecimientos de cada día.

Jesucristo es el sí definitivo de Dios al ser humano y la esperanza más profunda de los hombres. En Cristo, Dios ha llevado a la humanidad a su única y verdadera plenitud. Por su venida en la humildad de nuestra carne, el Señor realizó el plan de salvación de Dios. En Él, Dios ha restablecido de un modo único y definitivo la comunión con toda la humanidad y con toda la creación. En Él, la humanidad y el cosmos encuentran su sentido y realización últimos; y son purificados y liberados para siempre de la muerte física, social, ética, espiritual y cósmica. Cristo nos guía a la plenitud de la verdad y de la vida, y nos emplaza a ser fieles ‘hasta que El vuelva’.

El Adviento es tiempo para reavivar la esperanza teologal. Es la esperanza que arraiga en el amor incondicional de Dios, que huye de los optimismos frívolos, que lleva al compromiso y tiende hacia la plenitud al final de los tiempos.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López

Obispo de Segorbe-Castellón

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III Centenario del nacimiento del Obispo Climent

26 de noviembre de 2006/0 Comentarios/en Homilías 2006/por obsegorbecastellon

Castellón, S. I. Concatedral, 26 de noviembre de 2006

 

Hoy, día de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el Señor nos ha convocado para la acción de gracias y la oración por el Bisbe Climent en el III Centenario de su nacimiento, el 21 de marzo de 1706. Fue en esta Iglesia de Santa María donde Climent, al día siguiente de su nacimiento, renació a la vida de los Hijos de Dios por el Bautismo y donde también reposan sus restos a la espera de la resurrección de los muertos en el último día. Leer más

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La familia cristiana, cuna de vocaciones

26 de noviembre de 2006/0 Comentarios/en Cartas 2006/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Entre los acentos que hemos de poner en la vida y la acción de nuestra Iglesia diocesana está la promoción de las vocaciones al sacerdocio ordenado. En ésta una ocupación permanente de la acción pastoral de la Iglesia, que urge intensificar en la actualidad. Sin sacerdotes no habrá servidores del resto de las vocaciones y de las comunidades cristianas.

En el momento actual, nuestra Iglesia sufre un fuerte invierno de vocaciones. Son escasas las llamadas al sacerdocio ordenado y a la vida consagrada, como también a la vida laical. Son, en efecto, pocos los seglares que viven su ser cristiano como una vocación, que abarca toda su existencia familiar, laboral, política, cultural o social.

El contexto cultural actual no es favorable a plantear la vocación; se propugna un modelo de ‘hombre sin vocación’. El futuro de niños, adolescentes y jóvenes se reduce, en la mayoría de los casos, a la elección de una profesión, a conseguir una buena situación económica o a la satisfacción sentimental-afectiva, sin ninguna apertura al misterio de la propia vida, a Dios, o al propio bautismo. En esta situación no es fácil hablar de vocación y, menos aún, de vocaciones al sacerdocio ordenado.

Sin embargo, todos tenemos una vocación. Dios llama a cada uno a la vida, una llamada que contiene un proyecto concreto de Dios. La nueva vida recibida en el bautismo implica también una llamada de Dios para cada uno en la Iglesia y en el mundo. La vocación es el pensamiento providente de Dios sobre cada uno; es su idea-proyecto, como un sueño del corazón de Dios, porque nos ama vivamente. La vocación es la propuesta de Dios a realizarse según esta imagen; y es única, singular e irrepetible. Ahí encuentra cada uno su nombre y su identidad, que asegura su libertad, su originalidad y su felicidad.

Es tarea de los padres, los primeros educadores, ayudar a sus hijos a descubrir, acoger y corresponder con libertad el don de su propia vocación. La familia cristiana, si es respetuosa con el don Dios y con el bien de los hijos, será la cuna primordial, donde los hijos descubran su proyecto de vida, único e irrepetible, según el plan de Dios. Este es el mejor servicio que pueden prestar a sus hijos, a su desarrollo, a su propia identidad, a su libertad y a su felicidad.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López

Obispo de Segorbe-Castellón

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Carta al Pueblo de Dios en el Día de la Iglesia Diocesana

19 de noviembre de 2006/0 Comentarios/en Cartas 2006/por obsegorbecastellon

Castellón, noviembre de 2006

 

Amar a nuestra Iglesia Diocesana

 

Queridos diocesanos:

El Día de la Iglesia diocesana, que este año celebramos el domingo 19 de noviembre, nos invita a los católicos a avivar nuestro amor a nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón. La Iglesia diocesana no es algo ajeno a nosotros, sino que es nuestra Iglesia, nuestra gran familia; de ella formamos parte todos los católicos que vivimos en el territorio diocesano. Nuestra Diócesis no es un territorio, una burocracia o un ente lejano; es la comunidad de los creyentes católicos, presididos por el Obispo, quien, como sucesor de los Apóstoles y en comunión con el Papa y el resto de los Obispos, hace las veces de Jesús, el Buen Pastor, Cabeza invisible de su Iglesia. En ella se hace presente y actúa la única Iglesia de Cristo.

Nuestra Iglesia diocesana es un don del amor de Dios. Fundada en Cristo y  alentada por la fuerza del Espíritu Santo es el lugar de la presencia del Señor y de su obra salvadora entre nosotros. Nuestra Iglesia es don de Dios y, a la vez, tarea de cuantos la formamos. El mismo Señor nos ha encomendado la hermosa misión de anunciar el Evangelio, de celebrar los sacramentos, de vivir el amor para que su obra de Salvación llegue a todos. Hemos de saber acoger a nuestra Iglesia con la gratitud de quien se sabe agraciado por Dios; y hemos de aprender también a amarla de corazón como amamos a nuestra propia madre, a nuestra propia familia, pese a sus arrugas, fruto de nuestras deficiencias y pecados.

Con frecuencia los católicos acudimos a la Iglesia sólo cuando la necesitamos; cubierta la necesidad la olvidamos y vivimos al margen de ella, de su vida y de su misión y de sus necesidades de personas y de medios materiales para llevar a cabo su misión. No agradecemos -o no lo hacemos como se merece- tantos bienes como de ella hemos recibido. De nuestra Iglesia y a través de ella hemos recibido, entre otras muchas cosas, la fe en Jesucristo y su Palabra de Vida, la Eucaristía y los demás sacramentos, la educación en la fe y de la conciencia moral, los valores evangélicos para construir un mundo más humano, justo, fraterno y solidario, la capacidad de amar a los demás, el perdón de los pecados, la continua renovación de nuestras personas, la ayuda en la necesidad espiritual y material, el compromiso con nuestra tierra y la esperanza de la vida eterna. No podemos olvidar el patrimonio artístico y cultural, ni su aportación a nuestra historia e identidad con evidentes raíces cristianas.

A los católicos nos urge recuperar e intensificar el amor a nuestra Iglesia, valorando y agradeciendo los bienes recibidos de ella. Es preciso que tengamos claro que somos parte de ella y que la necesitamos para vivir nuestra condición de cristianos. Ante las dificultades ambientales y políticas del momento presente no podemos vivir avergonzados o acomplejados por ser católicos. Sabemos bien de quien nos hemos fiado: El Señor Jesús Resucitado.

Nuestro amor por nuestra Iglesia se ha de manifestar en nuestro compromiso permanente y generoso. Esto comienza por vivir cada vez con mayor fidelidad y autenticidad nuestra fe y vida cristianas, unidos a la Iglesia diocesana y a nuestra propia comunidad parroquial. Nuestro amor a la Iglesia diocesana quedará en meras palabras vacías si no participamos en su vida y en sus proyectos, si no hacemos propias sus preocupaciones y si no compartimos los bienes y los recursos.

Son muchas las actividades que nuestra Iglesia diocesana lleva a cabo para cumplir la misión que el Señor le ha encomendado. Ahí están las obras de caridad y de apostolado, las ayudas asistenciales a personas marginadas socialmente, la construcción de nuevos templos y de casas abadías y reparación de los deteriorados, la digna sustentación de los sacerdotes y la remuneración del personal seglar. Los medios económicos de que disponemos para cubrir estas necesidades son claramente insuficientes. Para su financiación, nuestra Iglesia diocesana necesita especialmente de la colaboración generosa de los católicos. Siempre ha sido así y ahora lo es en mayor grado al suprimirse el complemento estatal a la asignación tributaria y dada la precaria situación económica de nuestra Diócesis. Tomemos, pues, conciencia de nuestro deber de colaborar económicamente y con generosidad con nuestra Iglesia diocesana. Se puede hacer de diversos modos, como son, entre otros, la aportación en la colecta, las donaciones, las cuotas o la crucecita en la declaración de la renta.

Hoy os pido a todos una generosa aportación en la colecta de este día. Por favor, hagamos todos un pequeño esfuerzo. Es nuestra Iglesia, nuestra gran familia, y necesita de todos. Este año espero de vosotros una aportación mayor que en años anteriores. Amemos a nuestra Iglesia diocesana y comprometámonos con ella. Comencemos siendo generosos en la colecta de este día. Gracias por vuestra aportación en nombre de todos los que formamos la Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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¡Colabora con tu Iglesia Diocesana!

19 de noviembre de 2006/0 Comentarios/en Cartas 2006/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos

Año tras año, el Día de la Iglesia diocesana pretende que todos cuantos formamos la Diócesis de Segorbe-Castellón tomemos conciencia de que es nuestra Iglesia para amarla más y para avivar nuestro compromiso activo en su vida y su misión. La Iglesia diocesana es el ámbito necesario donde cada cristiano católico y cada comunidad ha de vivir su fe y su corresponsabilidad en la vida y misión de la Iglesia. Es cierto que sentimos más cercanas la comunidad parroquial y otras comunidades o grupos, en los que día a día vivimos la fe y la misión. Pero no podemos olvidar que todas ellas son células o miembros de un cuerpo mayor, que es la Diócesis. Por esta razón no pueden entenderse aisladas de la Diócesis ni pueden vivir separadas o al margen de ella, sino integradas en la comunión de fe, en la acción pastoral y en la intercomunicación de bienes

Nuestro amor a la Iglesia diocesana quedará en meras palabras vacías si de verdad no somos miembros vivos de ella, si no participamos en sus proyectos, si no hacemos propias sus preocupaciones y si no compartimos los bienes y los recursos.

Son muchas las actividades que la Iglesia diocesana lleva a cabo para cumplir la misión que el Señor le ha encomendado; pero los medios económicos de que disponemos son insuficientes. Para su financiación, nuestra Iglesia diocesana necesita, especialmente, de la colaboración generosa de los católicos. Siempre ha sido así y ahora lo es en mayor grado al suprimirse el complemento estatal a la asignación tributaria y dada la precaria situación económica de nuestra Diócesis. Tomemos, pues, conciencia de nuestro deber de colaborar económicamente y con generosidad con nuestra Iglesia diocesana. Se puede hacer de diversos modos: aportación en la colecta, donaciones, cuotas o la cruz en la declaración de la renta, entre otros.

Hoy os pido a todos una generosa aportación en la colecta de este día. Por favor, haced un esfuerzo. Es nuestra Iglesia y necesita de todos para poder atender sus diferentes actividades, como son las obras de caridad y de apostolado, las ayudas asistenciales a personas marginadas socialmente, la construcción de nuevos templos y casas abadías y la reparación de los deteriorados, la digna sustentación de los sacerdotes y la remuneración del personal seglar. Espero de vosotros una aportación mayor que en años anteriores. Gracias.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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¡Ama a tu Iglesia Diocesana!

12 de noviembre de 2006/0 Comentarios/en Cartas 2006/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Cercano ya el Día de la Iglesia Diocesana, el próximo domingo 19 de noviembre, me detengo hoy en nuestra Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón. Una y otra vez constato que también entre muchos católicos existe una imagen falsa, distorsionada o parcial de ella. Son muchos los que piensan que la Diócesis es un conjunto de organismos o de servicios, o un territorio concreto o un ente lejano, llamado Obispado. No sorprende que en estos casos la relación con la Diócesis sea nula, distante, indiferente o fría.

Pero nada más ajeno a la realidad. Nuestra Iglesia diocesana es una comunidad de fieles, formada por todos los cristianos católicos que vivimos en el territorio diocesano: Obispo, sacerdotes, religiosos y religiosas y fieles laicos. La Diócesis es nuestra gran familia; como tal la debemos sentir y amar, también con sus arrugas causadas por los pecados y deficiencias de cuantos la formamos. Al igual que ocurre en una familia humana, ningún cristiano católico puede considerarse extraño en la gran familia de la Iglesia diocesana, ni situarse al margen o en contra de ella. Lo que le ocurre a nuestra Iglesia diocesana y lo que sucede en ella nos afecta a todos y no nos puede ser indiferente. Cuando alguien siente su familia como propia se implica, se siente en casa, valora lo que de ella recibe, la quiere y se acerca a ella una y otra vez y no sólo cuando la necesita; sabe que su buena marcha también depende también de él.

En la Iglesia diocesana todos -y no sólo el Obispo o los sacerdotes- somos responsables; es algo que nace de nuestro Bautismo. Todos los que formamos parte de esta comunidad, hemos de sentirnos responsables y colaborar en su vida y en su misión, cada uno según la vocación y el ministerio que ha recibido: en el conocimiento y anuncio de la Palabra de Dios, en la celebración de la Liturgia y en el compromiso real para que el amor de Dios llegue a todos.

Nuestra Iglesia diocesana es y debe ser el signo y la presencia del amor de Dios Padre manifestado definitivamente en su Hijo y alentada por el Espíritu Santo. Y al igual que el amor de Dios Padre y la obra salvadora de su Hijo, Jesús, están ordenados a todos, la Iglesia no excluye ni puede excluir a nadie. Siempre podemos contar con nuestra familia, la Iglesia, como también debe poder contar con nosotros.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López

Obispo de Segorbe-Castellón.

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