El pasado 22 de septiembre, en el contexto de las Fiestas Patronales del Santísimo Cristo de la Sangre y de San Miguel, los jugadores, técnicos, trabajadores y directivos del Club Deportivo Soneja ofrecieron al Cristo los títulos de Campeones de la Liga de su Primer Equipo, del Amateur B y del Infantil Femenino, así como los ascensos del Amateur B y del Primer Equipo a la Tercera División, junto con el título de Campeones de La Nostra Copa alcanzado por éste.
El bellísimo canto de las Llagas del Cristo resonó en el templo parroquial alternado con las palabras de ofrecimiento de cada capitán.
En los primeros siglos, el sacramento del bautismo, por el que el individuo entraba a formar parte de la comunidad cristiana, del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia, se administraba sumergiendo al candidato en una pequeña piscina con el agua purificadora. Una costumbre que, anteriormente, también había practicado la secta judía de los esenios, con frecuentes abluciones rituales para el perdón de los pecados.
El ritual bautismal, del griego «baptos», que significa lavar o sumergir, trajo consigo cambios en la creciente población cristiana tardorromana: «Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó del poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva. El agua aquí representa la muerte y resurrección hacia una nueva vida» (Romanos 6, 4). Una práctica litúrgica del sacramento que fue evolucionando desde la construcción de baptisterios con piscina de inmersión, los ejemplos más antiguos, hasta la creación de pilas bautismales de bulto redondo, en un largo proceso que vino a abarcar toda la época visigoda en la antigua Hispania, del siglo V (ca. 480) hasta el siglo VIII de nuestra era, con una invasión musulmana, a partir del año 711, que constituye el fin de la Antigüedad, propiamente dicha, en nuestras tierras.
El papel del bautismo resultó ser clave en la Hispania Visigoda, no sólo en el asentamiento de la autoridad episcopal sobre su clero y rebaño a través de la bendición del crisma, sino en la estabilización de la Iglesia y del propio Estado, sobre todo a partir del reinado de Leovigildo (568-586), tras un tiempo de luchas internas de las élites y entre las múltiples identidades religiosas que habían conllevado, hasta ese momento, un reino inestable y fracturado. El bautismo se convirtió en la clave de un programa de asimilación, cohesión y unificación, al igual que en otros reinos cristianos, como el Carolingio, donde los intelectuales de la Corte, con sus reformas, propiciaron el establecimiento del «Imperium Cristianum» en Europa a finales del siglo VIII y principios del IX, consolidando a la sociedad en todos los aspectos.
Hasta ese momento, la evolución de la ceremonia ha ido cambiando mucho desde el Bautismo de Jesús en el Jordán de manos de Juan Bautista, utilizándose primitivamente, en tiempos de persecución, parajes fluviales o marinos; «Juan bautizaba en Enón, junto a Salim, porque había muchas aguas, y venían y eran bautizados» (Juan 3, 23). En un principio, como primero de los siete sacramentos de la Iglesia, los primeros cristianos lo recibían en una edad adulta, al entrar a formar parte de la comunidad y del reino de Dios, en un acto público de fe. El ser sumergido en el agua representa la muerte de nuestros pecados anteriores; cuando emergemos de ésta, emprendemos una nueva vida en Cristo:
«Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28, 19).
El valor de este elemento, en un mundo de mayoría pagana de convertidos, fue adquiriendo tanta importancia que acabó condicionando el edificio que la contenía y proporcionando la denominación de Baptisterio a la Iglesia que contenía dicha pila bautismal. El ritual y la inmersión, que recordaba la cultura del agua del mundo de la antigüedad clásica, pronto fue trasladado a los infantes, como transmisión generacional de la fe, sin exclusión de los adultos que deseaban recibir el sacramento. Con el tiempo, por lógica, siendo la mayoría de bautizados niños, se fue imponiendo la pila bautismal a la piscina, en gran parte por una cuestión de practicidad e, incluso, de movilidad. A medida que el bautismo ganaba en trascendencia y ante la imposibilidad de los obispos de hacerse presentes en cada uno de los sacramentos realizados, éstos reforzaron su papel reservándose diversos aspectos de los rituales post-bautismales, como la citada bendición del crisma y la imposición de las dos manos.
Con el Edicto de Milán (313) del emperador Constantino y, posteriormente, con Teodosio (380), la libertad religiosa y la oficialidad de la misma en el imperio, conllevó la posibilidad de un oficio público legal, sin clandestinidad (espacios reservados, secretos o subterráneos-catacumbas), y la primera edificación de los primeros templos, a menudo reconvertidos de paganos a cristianos o de nueva planta, con sus capillas bautismales. En las demarcaciones hispánicas, sobre todo tras la conversión al catolicismo del rey Recaredo y del pueblo Visigodo, antiguamente arrianos, en el III concilio de Toledo (589), se encuentra abundante información sobre este rito especial en los concilios de aquel tiempo, como en el de Elvira (ca. 300), I Toledo (400), Gerona (517), Lérida (546), Braga (561), II Braga (572), III Toledo (589), II Sevilla (619), IV Toledo (633), Mérida (666), XI Toledo (675) y XVII Toledo (694).
La conversión del monarca y, por consiguiente, de todo su pueblo, determinó y unificó el catolicismo hispano y su ritual. San Gregorio Magno (540-604), sugirió a San Leandro (534-596) la realización de una sola inmersión en lugar de tres, simbolizando la unidad de la Santísima Trinidad, tal y como plasmó el santo sevillano en su epístola de 588 y reforzó su hermano, San Isidoro (556-636) en una de sus Etimologías. Esta simplificación también asentaba diferencias con los arrianos, que practicaban la triple inmersión. Si bien el bautismo desempeñó un papel de distinción social en el reino visigodo antes de la conversión en el III Concilio de Toledo (589), éste marcó de manera especial y dio un claro empuje y unificación de la identidad hispana, salvo la población judía, en sus inicios frente a la herejía arriana de las élites visigodas y asentando la ortodoxia católica más antigua de la Iglesia, practicada por los indígenas hispanorromanos. Un testimonio de cómo el Bautismo vino a ser una poderosa arma de integración para una burocracia centralizada en un reino religiosamente dividido y con una fuerte tendencia a una fracturación territorial y luchas internas, como se había apreciado durante el establecimiento del priscilianismo (siglo IV) y el arrianismo (siglo V).
En este sentido, la piscina bautismal de Soneja, del siglo VI, ubicada en una estancia lateral de un templo basilical, sigue las líneas habituales de la época presentes en otras estructuras similares, constando de dos escalinatas -a este y oeste- con tres escalones, para descender y ascender, y «aquarium», presenta una planta redonda, a diferencia de otras conservadas cuadrangulares, rectangulares, octogonales, etc., contando cada una de las formas con una gran simbología cristiana propia, no presentando decoración ornamental alguna, al menos conservada.
Otra cuestión, de muy difícil resolución, es la verdadera presencia en la actual localidad de nuestra actual diócesis de Segorbe-Castellón de un emplazamiento cristiano de primer orden como éste. También desconocemos la existencia de otras piscinas bautismales como la presente, hallada de manera accidental y, podríamos decir «providencial», durante las excavaciones de la ermita de San Francisco Javier (finales del siglo XVII), en un emplazamiento sin culto, desde la invasión árabe (711), durante casi mil años.
¿Había conocimiento entre los antiguos pobladores de su primitivo uso? ¿Era lugar de culto en recuerdo de algún acontecimiento martirial durante las persecuciones o donde se conservaba la reliquia de algún santo de los primeros tiempos del cristianismo en nuestra diócesis? ¿A qué primitivo obispado pertenecía tan importante asentamiento en el lugar fronterizo, junto al río Palancia, entre la diócesis Tarraconense y la Cartaginense? «Todos fuimos bautizados por un solo espíritu para constituir un solo cuerpo, ya seamos judíos o gentiles, esclavos o libres» (I Corintios 12-13).
La única realidad que podemos reflejar es, para todos nosotros los cristianos, la excepcionalidad y singularidad del hallazgo, desconociendo si habría otras piezas similares, incluidas también las pilas, todavía no identificadas ni descubiertas por la arqueología que, dada la problemática y literatura de época sobre la cuestión, como la que hemos expuesto anteriormente, sin duda debieron existir, habiendo más templos donde administrar el sacramento aparte de los conocidos por la investigación. «Quien no nazca del agua y del Espíritu no podrá entra en el reino de Dios» (Juan 3, 5).
El pueblo de Soneja, acompañado de su Reina, Damas y Sonejero, junto al pueblo de Azuébar y los vecinos de Villatorcas, peregrinaron ayer con alegría al Santuario de la Virgen de la Cueva Santa, Patrona de nuestra Diócesis.
Tras tres años sin poder celebrar la tradicional Romería, más de cien vecinos “dieron gracias a la Virgen de la Cueva Santa por los bienes recibidos, por el reinado de Patricia y sus Damas, por las cosechas, por los frutos del trabajo, y tantos y tantos bienes que solo cada uno conoce”, explica el párroco de estas tres poblaciones, D. César Igual.
Con esta peregrinación, indica, se pone fin al ciclo anual de peregrinaciones de los pueblos de nuestra Diócesis a su Patrona, que se retomará el próximo abril tras la conclusión del Año Jubilar Diocesano por el 775 aniversario de la Sede Episcopal de Segorbe.
El sábado pasado, la parroquia de San Miguel Arcángel de Soneja celebró con gran alegría la solemne Eucaristía de acción de gracias a la Virgen del Carmen por parte de su Cofradía, que incorporó a nueve miembros, a los que se impuso su escapulario, siendo ya 132 los vecinos que forman parte de ella.
Según ha informado el párroco, D. César Igual, posteriormente se celebró en la plaza de la Iglesia el Concurso Internacional de Melones de la Virgen del Carmen, en su primera edición, entregando los premios de las diez secciones con gran júbilo y emoción.
Tras ello todos participaron de una cena en la plaza, con sardinas a la brasa y los melones ganadores del concurso de la Virgen del Carmen. Desde la Cofradía agradecen a todos, asistentes y colaboradores, su participación.
Con gran solemnidad y alegría, la Asociación de Hijas de María de Soneja festejó y sacó en procesión, después de dos años, a su Madre por las calles de la bella localidad del Alto Palancia.
La gran mayoría de sus más de 200 asociadas participaron con sus familiares en la solemne Eucaristía, en la que se impusieron 7 medallas a las nuevas Hijas de María, y posteriormente salieron en procesión acompañadas por la banda de la Unión Musical de Soneja.
La localidad de Soneja ha celebrado este año, con su Novenario, misas solemnes y dos procesiones, las fiestas Patronales en Honor al Santísimo Cristo de la Sangre y San Miguel Arcángel, titular éste de la parroquia.
El pueblo de Soneja, recibió con inmensa alegría, a nuestro querido Obispo, quien, el pasado viernes presidió la Misa Solemne Mayor en Honor al Cristo. Durante la homilía, recordó la importancia del Año Jubilar Diocesano que se celebrará con motivo del 775º Aniversario de la creación de la sede episcopal de Segorbe, a partir del 12 de abril de 2.022 y hasta el 16 de abril de 2.023, «con el deseo de dar gracias a Dios y pedir su misericordia, favorecer la conversión personal, comunitaria, pastoral y misionera, la comunión eclesial e identidad diocesana, para ser una Iglesia «en salida», evangelizada y evangelizadora, que alcance el corazón de todo el Pueblo de Dios que camina en nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón».
Tras la celebración Eucarística, los vecinos ofrecieron al Obispo un vino de honor, en la plaza de la Iglesia, siendo felicitado por autoridades y vecinos, con quienes compartió la alegría por la devoción del pueblo de Soneja por sus Patronos.
Los trabajos arqueológicos llevados a cabo durante estas últimas semanas en la ermita de San Francisco Javier de Soneja han sacado a la luz importantísimos hallazgos para la historia de la iglesia diocesana de Segorbe-Castellón. Así lo manifestaba el vicario general de la propia diócesis, Javier Aparici, en la visita que ayer realizó junto al arquitecto diocesano Ángel Albert y a David Montolío, de la Delegación de Patrimonio también de la diócesis. Aparici destacaba que “el descubrimiento permite sacar a la luz la comunidad cristiana más antigua conocida de la diócesis de Segorbe-Castellón perteneciente de pleno a los siglos iniciales del cristianismo en nuestras tierras valencianas”.
El equipo de restauración desveló hace algunos días diferentes fases constructivas del edificio barroco y neoclásico e importantes restos históricos tardoantiguos de vital importancia para la historia religiosa de la diócesis. David Montolío, señalaba que “dentro de la gran estructura religiosa datada más de mil años antes del inicio de la construcción de la ermita y con orientación norte-sur se ha ubicado la presencia de un gran templo, con una nave principal de más de veinte metros de longitud, con numerosos enterramientos vinculados y una gran capilla bautismal adyacente, con una fuente por inmersión excavada en el suelo”.
CARACTERÍSTICAS DEL BAPTISTERIO
La estructura bautismal, ubicada en el centro de una construcción propia, dispone de tres escalones de ingreso y otros tres de salida y responde a otras similares localizadas arqueológicamente en ámbito hispánico, en este caso de planimetría circular y probablemente –según el arqueólogo que lleva a cabo estos trabajos, Rafael Martínez- tendría estuco decorativo en sus paredes a raíz de los fragmentos documentados.
El importante recinto se complementa con muros de mampostería y argamasa de cal y la presencia de fosas simples y múltiples, con cubierta de losas de piedra y enterramientos humanos en su interior, un pavimento central realizado en opus signinum (material de construcción utilizado en la antigua Roma) a modo de vía sacra. Todo ello ha permitido a los expertos proponer una primera cronología de alrededor de los siglos VI-VII, datación que coincidiría con la conversión al catolicismo de la población visigoda, llevada a cabo hacia el año 589.
Los investigadores han encontrado también restos de mármoles y molduras trabajadas y estucos decorados que hablan de la gran riqueza interior que debió tener el edificio en su tiempo de máximo esplendor, la primera construcción católica conservada en las demarcaciones de nuestra Diócesis.
Las obras de rehabilitación de la ermita de San Francisco Javier de Soneja han sacado a la luz importantes restos y evidencias históricas de gran interés, y no sólo se están documentando las diferentes fases constructivas del edificio barroco, desde sus inicios a las diferentes reformas posteriores, de tiempos ilustrados hasta el S. XX, sino que también se ha descubierto la existencia en su subsuelo de un edificio tardoantiguo, posiblemente visigodo.
Cabe recordar que el edificio es obra de nueva planta, edificado a finales del S. XVII por influencia de los jesuitas en la comarca del Alto Palancia, y en el que actualmente se estaban realizando varios trabajos con el objetivo de reforzar su cimentación, de cambiar la pavimentación interior del edificio, así como de mejorar la de red de saneamiento.
Así, tras las prospecciones ordinarias de control y seguimiento arqueológico realizadas en el subsuelo del templo, se ha encontrado una estructura datada mil años antes del inicio de la construcción de la ermita, y con orientación norte-sur.
Los potentes muros de mampostería y argamasa de cal, junto con la presencia de fosas simples y múltiples, con cubierta de losas de piedra y enterramientos humanos en su interior, un pavimento central realizado en opus signinum (material de construcción utilizado en la antigua Roma) a modo de vía sacra, han permitido a los expertos acotar una primera cronología de alrededor de los siglos VI-VII.
Los investigadores, aún en pleno proceso de trabajos y estudios previos, se enfrentan a un gran edificio, posiblemente religioso, revocado de estucos y policromías interiores, que podría constituir casi con toda probabilidad una de las primeras construcciones conservadas, esencialmente dedicadas al culto cristiano en tierras de nuestra diócesis de Segorbe-Castellón.
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