Homilía en la Ordenación Presbiteral de tres Diáconos
Castellón, S.I. Concatedral de Santa María, 9 de Octubre de 2021
(Jer 1,4-9; Sal 22; 1 Pt 5,1-4; Jn 15,9-17)
Queridos hermanos sacerdotes; Sres. Vicarios y Cabido Concatedral.
Queridos Rectores y formadores de los Seminarios Redemptoris Mater y Mater Dei, equipo de formadores.
Queridos David, Wilson y Albino que hoy recibís el orden sagrado del presbiterado.
Queridos diáconos y seminaristas.
Queridos consagrados y consagradas.
Querido padres, familiares y amigos de los ordenandos.
Hermanas y hermanos todos en el Señor.
Acción de gracias
1.»El Señor es mi Pastor nada me falta» (Sal 22), hemos cantado con el salmista. Sí, el Señor Resucitado, el “Pastor y Guardián de nuestras vidas” (1 Pt 2, 25) y de su Iglesia, no nos abandona nunca, y hoy nos regala tres nuevos sacerdotes. Demos damos gracias al Buen Pastor, por el don de estos nuevos pastores del pueblo santo de Dios.
Sí, queridos hermanos sacerdotes, queridos diáconos que hoy accedéis al presbiterado, querido pueblo de Dios, renovemos nuestro agradecimiento a Dios por el don del sacerdocio, de nuestro sacerdocio. Todo es gracia, dice San Pablo; el sacerdocio es gracia, una gracia renovadora y sacramental de la presencia del Buen Pastor que camina y cuida de su pueblo. Debemos dar gracias a Dios que sigue llamando a hombres a este ministerio. Dios no se cansa de llamar. Que el Señor nos conceda la gracia de hacernos cada día conscientes de este don inmenso que hemos recibido, para no acostumbrarnos a él, para no cansarnos de vivirlo en servicio a nuestros hermanos, para no dejar de pedirle que siga enviando pastores a su pueblo.
Elegidos y amigos del Señor.
2. “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os ha elegido” (Jn 15,16), os dice Jesús hoy también a vosotros. «Soy yo quien os ha elegido»; y lo ha hecho a pesar de vuestra pobreza y fragilidad. Cada uno tenéis vuestra propia historia vocacional. Quizá andabais despistados como ovejas sin pastor, quizá erais renuentes a la llamada del buen Pastor; pero Él os atrajo hacía sí con sus silbos amorosos, os hizo sus amigos, y os elige para ser en su nombre pastores del Pueblo santo de Dios. No lo olvidéis. No le habéis elegido vosotros a Él; Él es quien os ha elegido a vosotros a través de su Iglesia.
Vuestra elección para el sacerdocio ordenado es un gran regalo del amor del Señor por cada uno de vosotros. No llegáis al sacerdocio por vuestros méritos, sino por el amor que Jesús os tiene a cada uno de vosotros. En este día de vuestra ordenación, Jesús os dice además: “ya no os llamo siervos… a vosotros os llamo amigos”. Si estáis abiertos a la amistad que Cristo os ofrece, esta será la fuente permanente de vuestra alegría sacerdotal para una entrega total de vuestras personas al orden que hoy recibís.
Ya no os llamo siervos, sino amigos. Este es el significado profundo de ser sacerdote: ser amigo de Jesucristo. Tenéis -tenemos- que comprometernos con esta amistad cada día. Amistad significa comunión de pensamiento, de voluntad y de sentimientos. Esto implica conocer a Jesús de una manera cada vez más personal, escuchándole, viviendo junto a Él, estando con Él, dejándoos encontrar personalmente por Él: en la oración, en la Palabra de Dios, en la Eucaristía, en las personas que Él pone en vuestro camino o en los acontecimientos de cada día. Debéis contemplar sus palabras, su manera de ser y de actuar para que calen en vuestro corazón hasta identificaros con Él. Sólo así podemos los desempeñar nuestro servicio sacerdotal, sólo así podemos llevar a Cristo y su Evangelio a los hombres. Nuestro actuar exterior quedará sin fruto y perderá su eficacia si no nace de la comunión íntima con Cristo.
El tiempo que dedicamos a la oración es también actividad pastoral. La verdadera oración, la oración del pastor, no nos aleja de la gente; todo lo contrario: nos lleva a la gente, a sus gozos y sufrimientos, a sus alegrías y a sus penas, a sus dificultades y necesidades, a sus desalientos y a sus esperanzas. El sacerdote tiene que ser sobre todo un hombre de oración. Ser amigo de Jesús, ser sacerdote, significa ser hombre de oración. De este modo aprendemos a vivir, a sufrir y a actuar con Él, por Él y como Él.
La amistad con Jesús es siempre por antonomasia amar a los suyos, a los hermanos sacerdotes y a todos sus discípulos. “Esto os mando; que os améis unos a otros” (Jn 15, 17). Sólo podemos ser amigos de Jesús en la comunión con el Cristo total, con la Cabeza y el cuerpo, que es la Iglesia del Señor. La amistad con Jesus os ha de llevar a estar cercanos y amar a vuestro obispo y a los hermanos sacerdotes del presbiterio diocesano, en el que hoy sois recibidos. Sois los principales colaboradores del obispo; nos os alejéis de él, y en los malos momentos llamadlo. Aunque no os guste, el Señor os lo da como vuestro padre. Amaos y estad cercanos entre vosotros, los sacerdotes. No habléis nunca mal de un hermano sacerdote. Si tenéis algo contra otro sacerdote, id y hablad con él. No caigáis en el rencor, en los chismes, en las críticas o en las envidias. Y, finalmente, y lo más importante, amad y estad cercanos al santo pueblo fiel de Dios.
Recordad siempre la exhortación del Señor: «Como el Padre me amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor» (Jn 15,9). Unidos con Cristo y amando como él nos amó, tenemos la seguridad de que Dios permanece con nosotros.
Para ser consagrados sacerdotes para siempre.
3. Hoy, a través de mis manos, Jesús os va a consagrar para ser sus presbíteros y de su Iglesia. Mediante la imposición de mis manos y la plegaria de consagración, quedaréis convertidos y configurados para siempre para ser imagen visible de Cristo, Cabeza invisible de su Pueblo, para actuar en su nombre y en su persona. Configurados con Cristo, participaréis de su misma misión de Maestro, Sacerdote y Rey, para que cuidéis de su grey mediante el ministerio de la Palabra y de los Sacramentos y como Guías de la comunidad.
En el ejercicio de vuestro ministerio, queridos diáconos, vais a representar a Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Rey. Vais a enseñar en su nombre. Antes de predicar la Palabra de Dios, acogedla en vuestro corazón, creyendo lo que escucháis y viviendo lo que enseñáis. En el anuncio de la Palabra de Dios, no olvidéis nunca la comunión con la Iglesia, pues ella es su depositaria e intérprete. No sois dueños de la Palabra, sino servidores de la Palabra de Dios que nos llega en la tradición de la Iglesia. No olvidéis tampoco el testimonio de vida, pues los discursos más brillantes, sólo estimulan si van acompañados de las obras y el buen ejemplo.
Hoy quedaréis capacitados también para santificar en nombre de Cristo, el sumo y eterno Sacerdote. Ello pide de vosotros una permanente conversión a Él y una identificación profunda con Aquel a quien vais representar. En la administración de los sacramentos, vais a entrar en la esfera de la santidad de Dios. Ello pide de vosotros una vida santa, inspirada en el radicalismo evangélico: una vida, como la de Jesús, pobre, casta, humilde y obediente, edificada y recreada cada día en la oración. Que Él lo sea todo para vosotros. En la oración y en la celebración diaria de la Eucaristía, descubriréis el gozo y el valor de vuestra propia vida. A la vera del Señor encontrarás la alegría, la fortaleza y la seguridad necesarias para la exigente tarea que os espera.
En el ejercicio de vuestro sacerdocio, por fin, vais a ser, en nombre de Cristo, rectores y guías de la comunidad. Que Jesucristo, el Buen Pastor, os conceda crecer cada día en caridad pastoral y en amor a los fieles; que los améis con entrañas de padre. Que los acompañéis y dirijáis con auténtico espíritu de servicio. Que descubráis cada día su presencia en los más pobres y sencillos, en los enfermos, los ancianos, los niños y los jóvenes, amando y sirviendo a todos, buscando la oveja perdida, perdonando los pecados, consolando a los afligidos, sanando los corazones destrozados, liberando a quienes son víctimas de tantas cadenas (Is 63,1-3). Hacedlo siempre en nombre de Aquel que no vino a ser servido, sino a servir a dar su vida en rescate por todos.
Y enviados para ser pastores del Pueblo de Dios
4. Elegidos y consagrados sois enviados para ser pastores del Pueblo de Dios tras las huellas del Buen Pastor. En la comunidad que se os encomiende, seréis de todos y para todos, sin acepción de personas; además, mirad siempre, con respeto y afecto, a los que están lejos, a los que no vienen; también a ellos sois enviados. Salid e id a su encuentro para llevarlos al Señor y su Evangelio. En el corazón del pastor, como en el corazón de Dios, caben todos. Que los pobres encuentren en vosotros un padre y un hermano que escucha, acoge y comprende; nunca le neguéis una palabra ni un gesto que les haga sentirse personas, y no dejéis que salgan de nuestras comunidades sin conocer un poco más a Dios y su amor.
La exhortación de San Pedro que hemos escuchado en la segunda lectura muestra con sencillez y belleza el modo de obrar de los pastores del pueblo de Dios; es un verdadero programa de vida para vosotros que comenzáis hoy vuestro ministerio como presbíteros. Estáis invitados a pastorear el rebaño de Dios como testigos auténticos. Lo que habéis visto y oído, lo que vivís en vuestro encuentro con el Señor, llevadlo al pueblo que se os encomiende. Es necesario que el sacerdote mire a su comunidad, y la mire de buena gana, es decir, con el mismo amor y entrega de Jesús. El único modo de responder a la misión que se nos ha encomendado es la generosidad de nuestra entrega, sin pensar en la ganancia, el éxito personal o pastoral, el reconocimiento o un futuro brillante.
El apóstol advierte de un peligro que puede aparecer en el ejercicio de nuestro ministerio: el despotismo, la tentación de hacer de nuestro ministerio un instrumento de dominio y no de servicio. Frente a este peligro, hemos de ser modelos del rebaño. Nuestro pueblo de Dos, nuestras comunidades, esperan que seáis y seamos hombres de Dios a imagen de Jesús, el Buen Pastor. La santidad es el modelo que el pueblo necesita y espera de nosotros.
5. Queridos hermanos, recemos por estos hermanos que hoy reciben la gracia del Orden sacerdotal, recemos por los sacerdotes, recemos por los jóvenes para que sean generosos en la respuesta a la llamada de Dios. Y no olvidemos las palabras de San Agustín: “si hay buenas ovejas, hay también buenos pastores, pues de las buenas ovejas salen buenos pastores.”
Que María, la Redemptoris Mater y Mater Dei, os mantenga siempre en el amor a su Hijo, el Buen Pastor, os proteja y aliente en la nueva etapa de vuestra vida, que ahora va a comenzar con vuestra ordenación sacerdotal. Amén.
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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