Cientos de fieles de la Diócesis participan en la peregrinación del Año Jubilar Vicentino y veneran la reliquia
Monseñor López Llorente ha presidido la peregrinación diocesana que -con motivo del Año Jubilar Vicentino, que conmemora los 600 años de la muerte de san Vicente Ferrer- se ha celebrado esta mañana en Segorbe y que ha congregado a numerosos sacerdotes y fieles de la diócesis en la capital del Alto Palancia. Don Casimiro ha dado gracias a Dios “por este año tan hermoso en el que hemos podido recordar la figura del dominico universal, un hombre de paz y concordia en la sociedad y de unidad en la Iglesia, así como su carisma de predicador itinerante. Un gran santo y un hombre de Dios”, ha subrayado.
Asimismo, el Obispo ha recordado a los presentes las condiciones para ganar la indulgencia plenaria con motivo de dicho año jubilar: la confesión sacramental, recibir la Sagrada Comunión, la oración por el Santo Padre Francisco, el rezo del Credo y una oración a la Santísima Virgen María.
La peregrinación se inició a las 11:00 horas en la Iglesia de Santa María de la capital del Alto Palancia, desde donde partió la procesión con las reliquias del santo que culminó en la Catedral, donde se celebró la Santa Misa y en la que el fraile dominico José Manuel Alcácer destacó en la homilía que el secreto de la vida y santidad de san Vicente Ferrer se encuentra cerrada y resumida “en el apostolado ejercido por medio de la predicación de la palabra”. San Vicente llegó a ser santo –ha destacado Alcácer- “porque cumplió la voluntad de Dios, que lo envió a predicar, siendo testigo de Jesucristo. Fue consciente de esta vocación y cooperó con la gracia de Dios en grado sumo”.
Asimismo, el padre dominico ha subrayado las palabras que el propio santo le dirigía a Dios, agradeciéndole la llamada recibida: «Señor, desde que me escogiste para ser fraile en la orden de santo Domingo, habéis hecho de mí un mendicante y un predicador. Un ejemplo para los pueblos. Voy de un lugar a otro por toda la cristiandad según la imagen de vuestro hijo Jesucristo cuando iba por los caminos de Galilea (…) Yo os bendigo por haberme concedido este consuelo inefable de parecerme a Él. Unos podrán imitar su dulzura, otros su paciencia; otros su fuerza o su justicia, pero no tendrán esta sobreabundante gracia de tener que imitar su propia vida de maestro y peregrino (…) Por eso os pido que tengáis piedad de mí, Dios mío. Concededme la gracia de que me dé cuenta, cada vez más, de que yo soy nada y de que vos sois todo«.
Por otra parte, Alcácer ha recordado como era una jornada en la vida de san Vicente Ferrer. Nunca iba a una ciudad si no era invitado. Su entrada estaba precedida de una procesión penitencial, que llegaba muchas veces a 300 personas. Una vez dentro de la ciudad se establecía un círculo de hombres forzudos con tablones que impedían que la muchedumbre lo aplastara materialmente, defendiéndose del fervor popular. El santo dirigía a Dios una encendida plegaria: «¡Oh, Dios! Os ruego que sin hacer caso de mi indignidad me concedáis la gracia de ayudar a esta pobre gente para que caigan las escamas de sus ojos enfermos. ¡Oh, Dios mío! Vos me debéis la gracia de ayudar a esta pobre gente porque, al fin y al cabo, esta es la tarea para la que me habéis escogido. Mirad cuántos y de qué lejos han llegado para escuchar mi palabra que es la vuestra. Si vos habéis permitido que se engañen tanto sobre mi verdadero mérito, que me consideren como un ser extraordinario, como un ángel, ¿no es para sacar bien de este mal? ¿No es para que vos seáis conocido y amado por medio de mi palabra? Ha venido esta gente con tan buena intención. Puede que esto parezca un poco una feria, pero os corresponde a vos hacer bajar sobre toda esta gente durante mi sermón el soplo vivificante del Espíritu Santo, que los convierta en cristianos”.
Finalmente, el fraile dominico ha recordado que san Vicente, ya anciano, subía muchas veces al púlpito, jadeando; pero una vez allí, todos concuerdan en que se transformaba. Y, mientras predicaba, le salía una energía que nadie se explicaba de dónde, pero que cada uno sentía como si fuera dirigido a sí mismo. Apenas terminado el sermón, una nube de enfermos se acercaba para tocarlo al menos. San Vicente, con toda la dulzura y humildad del mundo, les imponía las manos sobre la cabeza y les dirigía estas palabras: ‘Que Jesús, el hijo de María, que te ha conducido en la fe católica, te conserve, te haga feliz y te libre de esta enfermedad’. “La maravilla es que este ritmo de vida pudiera prolongarse a lo largo de 20 años, con más de 6.000 sermones predicados, configurando y agotando la vida de san Vicente, testigo de Jesucristo, mártir día a día, confesándolo por ciudades y pueblos de toda Europa, como ministro de Dios, llevando siempre en su cuerpo el morir de Jesús, de manera que la muerte actuaba en su cuerpo y en los otros la vida, la que él perdía para entregarla a los demás”, ha reflexionado. Desde los 17 años que se consagró a Dios y a la predicación del Evangelio siempre tuvo los ojos puestos en Jesucristo.
Al finalizar la celebración eucarística, Don Casimiro ha comunicado a los presentes que la Diócesis ha editado una colección de los gozos de san Vicente Ferrer de las poblaciones castellonenses donde hay una especial veneración y recuerdo del santo valenciano, así como una pequeña historia del dominico universal con cada población. Estas son: L’Alcora, Almassora, Borriol, Castellón, Xilxes, Cortes d’Arenós, San Vicente de Piedrahita, Culla, La Llosa, Llucena del Cid, Sant Joan de Moró, Nules, Onda, Vila-real y La Vall d’Uixó.
La tirada de dicha colección, que ha sido posible gracias al esfuerzo de Josep Miquel Francés, es limitada y se podrá adquirir en las parroquias de la Diócesis como recuerdo de este año jubilar, que conmemora el 600 aniversario del “Dies Natalis” de san Vicente Ferrer.
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