Martín Muñoz: «Me preocupa que haya católicos que se hagan mayor eco de posturas ideológicas excluyentes que del mismo Evangelio»
Vicente Martín Muñoz es el delegado episcopal de Cáritas Española desde el pasado mes de octubre. Este sacerdote natural de La Nava de Santiago (Badajoz) nació el 16 de septiembre de 1969, fue ordenado en 1995 y está incardinado en la Archidiócesis de Mérida-Badajoz. Martín Muñoz ha compaginado una intensa actividad ministerial con distintas responsabilidades diocesanas como delegado episcopal de Cáritas Diocesana de Mérida-Badajoz (2006-2012); delegado episcopal para la Vida Consagrada (2013-2016); y miembro del Consejo del Presbiterio (2004-2006 y 2014-2016).
¿Cuáles son los grandes retos de Cáritas Española?
Cáritas Española está llamada a afrontar la realidad de la pobreza y la exclusión e impulsar el desarrollo humano integral; un compromiso social que sitúa a la persona en el centro y busca una economía que esté realmente al servicio del ser humano. Un desarrollo que abarque a todas las personas y a toda la persona, a todas sus dimensiones. Otro de nuestros grandes retos es el cuidado de la casa común. Ese desarrollo humano integral debe ser sostenible, ecológicamente hablando. También ha de generar una cultura del encuentro en una sociedad donde conviven la pluralidad y la diversidad, además de animar a la comunidad cristiana a que asuma el protagonismo en el servicio caritativo y social.
A todo ello hay que añadir la presentación este año del Informe FOESSA, que se dará a conocer a mediados de junio, y que pretende desvelar la realidad de la pobreza en España y en cada comunidad autónoma, así como las claves de cómo intervenir, es decir: señalar las causas y aprovechar esos datos para la acción.
¿Cómo debemos concretar los católicos el compromiso con los más desfavorecidos y disminuir la “cultura del descarte” de la que tanto habla el Papa Francisco?
Las personas empobrecidas no solo son pobres sino que además son descartadas. Eso es fruto de una sociedad excluyente y de una economía que acaba excluyendo y matando. Eso es fruto también de una sociedad indiferente. El Papa Francisco denuncia que nuestra sociedad ha perdido la capacidad de conmoverse ante el dolor del otro y ha caído en un relativismo que lleva a que vivamos como si Dios no existiera y como si los pobres no contaran. Frente a la “cultura del descarte”, él propone una cultura inclusiva.
Por encima de las diferencias ideológicas, religiosas, culturales y étnicas, tenemos que convencernos de que todos somos hijos de Dios y que su gran sueño es ver a todos sus hijos sentados a la misma mesa y no excluyéndonos unos a otros. ¿Eso cómo se traduce en la vida cotidiana? Primero, una actitud de apertura ante aquellos que comparten vida con nosotros; una relación diferente entre las distintas generaciones. Implica también salir de la propia autorreferencialidad, de estar pensando en nuestro propio bienestar para empezar a mirar a los que están al lado, que tienen como nosotros sus dificultades y tenemos que convencernos de que en esta vida nos tenemos que cuidar unos a otros porque todos somos vulnerables. No podemos construir una sociedad donde se acentúan tanto las diferencias.
Cada día se potencia más el tema de redes sociales, pero no basta con transitar las calles digitales. Tenemos que encontrarnos. No nos encontramos en el anonimato del Facebook. Y son herramientas necesarias, ojo, pero no bastan.
¿Cómo podemos romper con esa tendencia? ¿Qué está haciendo Cáritas en este campo tan novedoso?
Las herramientas digitales son poderosas, incluso para el servicio de los más pobres. El analfabetismo digital es también un elemento de exclusión, por ejemplo, en la búsqueda de empleo. Internet es básico en esto, pero con las personas que trabaja Cáritas no resulta suficiente. Me explico: ¿Quién hace esa labor de intermediación con las empresas? Esa labor complementaria es básica y ahí está Cáritas.
¿Cuáles son los principales obstáculos que os encontráis en Cáritas para que la gente colabore más con las personas desfavorecidas?
La mentalidad individualista, que en el fondo es empobrecedora y genera muchos vacíos. La sociedad del bienestar, en la que creemos que nosotros tenemos derecho a todo pero no nos damos cuenta de que otros también, y que sus derechos son conculcados. Vivimos excesivamente encerrados en nuestras relaciones y eso obstaculiza la apertura. Los responsables políticos –me da igual de que partido sean- alientan posturas intransigentes, que no favorecen la “cultura del encuentro” como, por ejemplo, en el tema de la inmigración. Me preocupa que haya católicos que se hagan mayor eco de ciertas posturas ideológicas excluyentes y populistas que del mismo Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia.
Pero muchas veces se da la sensación con la inmigración de que no se aborda el asunto en su globalidad: gobiernos corruptos, mafias que se lucran con el desplazamiento de estas personas. El problema es más complejo de lo que a veces se muestra.
Yo creo que hay que contemplar la realidad desde los últimos de la sociedad. Y eso me lleva a descubrir todo lo que supone su situación, que no es su carencia concreta y puntual, sino todo lo que le acompaña. Hay que mirar, como tú mencionabas, a la persona migrante y todo lo que le rodea: carencias, falta de trabajo; esas mafias, esos gobiernos corruptos… evidentemente. Por eso la intervención va más allá de acoger a la persona.
El Papa Francisco, al que le encanta conjugar los verbos, dice que el acompañamiento y la intervención de Cáritas con los inmigrantes pasa por articular cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. La integración y la protección implican también la denuncia de esas mafias, de esas corruptelas y también de esos profetas de la desgracia que, con intereses partidistas, meten miedo a la gente y que hacen un flaco favor a nuestra sociedad.
El “efecto llamada” no se da por abrir fronteras; es por la situación de empobrecimiento que viven muchas personas en sus propios países que les lleva a emigrar o solicitar asilo. Las guerras, las crisis económicas, la pobreza. El “efecto llamada” no se produce por unas políticas más favorables al mundo de la inmigración. El “efecto llamada” es un efecto de expulsión en el que tenemos dos modelos de gestión: lo que yo llamo el “modelo cowboy” que consiste en armarse, construir muros, arrinconar en las reservas a los que no le gustan y el “modelo de hospitalidad”, que es el del católico. Eso no quiere decir que no haya una inmigración regulada por el bien de las mismas personas.
También está el tema del codesarrollo, en el que Cáritas creo que también está trabajando y que es algo que desconocemos la mayoría de católicos…
Efectivamente. Cáritas interviene en los lugares de origen, en el tránsito y en los lugares de destino. En los países de origen, mediante proyectos de desarrollo desde las propias comunidades cristianas. No trabajamos como cualquier otra Organización No Gubernamental (ONG) llegando a un país, implantando una oficina y gestionando proyectos. Lo hace a través de la red de las Cáritas nacionales y diocesanas, favoreciendo ese desarrollo humano e integral. También acompaña en el tránsito como, por ejemplo, en la crisis venezolana que atraviesan la frontera con Colombia. Cáritas Española está apoyando ese tránsito en Colombia porque las personas están totalmente desprotegidas y en los países de destino, con el acompañamiento, la búsqueda de su promoción, favoreciendo su integración social. Estamos en todas las etapas, aunque a distintos niveles.
El Papa Juan XXIII decía que emigrar para mejorar tu vida es un derecho, pero emigrar para sobrevivir es una injusticia. Queremos dar respuesta a esas situaciones.
Muchos católicos hemos adoptado como un mantra recomendar a las personas que piden por la calle que acudan a Cáritas. ¿Es esto del todo correcto?
Tenemos que evitar la mendicidad porque no es positiva y porque hay muchas personas que tienen adicciones y están muy rotas y sabemos en qué invierten ese dinero. Cáritas dice y piensa que nuestro servicio caritativo no es puntual, no es limosnero ni humillante; es organizado porque nos interesa la persona en todas sus dimensiones, no solo en su necesidad puntual para lavar nuestra conciencia sin más. Para comer hay recursos en cualquier sitio. La persona además necesita un acompañamiento y eso es lo que queremos ofrecerle, que pasa por ayudarle a curar sus heridas profundas, a redescubrir el sentido de su vida, a recuperar a la persona, su autonomía, su autoestima; ofrecerle herramientas para la búsqueda de empleo. Y si es posible –y la persona lo reclama- ayudarle a descubrir el amor de Dios.
La caridad no puede ser humillante. Pasa por la mirada, por la escucha y por el acompañamiento. Caminar con el otro. ¿Por qué a veces no miramos a los ojos a quienes nos piden? Porque encontrarte con el rostro del que sufre, te compromete. Conocer el nombre, la vida, la historia del otro, te exige.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!