Queridos diocesanos:
Este domingo celebramos el Día de la Iglesia Diocesana. Es una ocasión muy apropiada para conocer algo más a nuestra Iglesia diocesana, para sentirla y amarla como propia, y así implicarse más, si cabe, es nuestra propia gran familia.
Nuestra Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón es antes de nada la comunidad, que formamos todos los cristianos católicos que vivimos en el territorio diocesano. Está presidida por el Obispo quien, como sucesor de los apóstoles y con la cooperación de los sacerdotes, la pastorea en nombre de Jesús, el Buen Pastor; nuestra Iglesia diocesana anuncia, celebra y realiza el Evangelio de Jesús, la Salvación de Dios, para todos. Está integrada por 146 comunidades parroquiales y por otras comunidades eclesiales, que son como células o miembros de un cuerpo mayor: la Iglesia diocesana; una gran familia de familias. Todas ellas serán células vivas y evangelizadoras, verdaderas comunidades eclesiales, si están unidas con la Iglesia diocesana en su vida y misión.
Como nos enseña el Concilio Vaticano II, en la Iglesia diocesana – unida a la Iglesia universal- vive y actúa la Iglesia de Cristo. Sólo unidas a la Iglesia diocesana, las parroquias y otras comunidades serán de verdad comunidades eclesiales donde se anuncie, celebre y viva la comunión de Dios en la comunión fraterna, siendo así signo y sacramento de unidad con Dios y entre los hombres.
Nuestra Iglesia diocesana no es algo ajeno a cada uno de los que la formamos; es nuestra Iglesia, es la gran familia de los creyentes, es nuestra propia gran familia. Nuestra Diócesis es un don del amor gratuito de Dios para todos y cada uno de nosotros. Es querida por Jesucristo y está alentada por la presencia del Espíritu Santo para ser el lugar de la presencia del Señor y de su obra salvadora, sanadora y liberadora entre nosotros y para todos. El mismo Jesús nos ha encomendado la hermosa misión de anunciar el Evangelio, de celebrar los sacramentos, de vivir la caridad y la misericordia de Dios para que su Vida y Salvación lleguen a todos. Hemos de saber acogerla con gratitud y amarla de corazón.
Muchos cristianos se han alejado de la fe y de la Iglesia. Otros muchos acuden a la Iglesia sólo cuando la necesitan; satisfecha la necesidad, la olvidan y viven al margen de ella, de su vida y de su misión, y de sus necesidades personales y materiales. Con frecuencia no valoramos debidamente tantos bienes recibidos a través de ella, como son, entre otros: la fe en Jesucristo y su Palabra, la vida nueva del Bautismo, la Eucaristía y los demás sacramentos, la educación en la fe de niños, adolescentes, jóvenes y adultos, el acompañamiento de matrimonios y familias, la atención a mayores y enfermos, la ayuda a los necesitados, el compromiso con nuestra tierra y la esperanza en la vida eterna. En estos tiempos de pandemia hemos podido observar la implicación de nuestras cáritas, la entrega de sacerdotes y capellanes de hospitales, de catequistas, de voluntarios y de un largo etcétera, para seguir sirviendo a los enfermos y sus familias, a los necesitados, a los mayores o a los niños en su formación cristiana.
A los católicos nos urge redescubrir y vivir nuestra identidad cristiana y eclesial. Ambas son inseparables. No se puede ser cristiano al margen de la comunidad de los creyentes. Amar, sentir y vivir la Iglesia como algo propio no será posible si cada uno no vive la fe y la vida nueva recibidas en el bautismo; y esto siempre, en el seno de la comunidad parroquial unida a la gran familia de la Iglesia diocesana. Un cristiano solo no existe, decía S. Agustín; somos cristianos junto con el resto de los cristianos, como miembros de una gran familia: la gran familia de los hijos de Dios.
Amemos a nuestra Iglesia diocesana, valoremos y agradezcamos los bienes que recibimos de ella. Cada uno la necesitamos si queremos vivir nuestra condición de bautizados, máxime en tiempos de pandemia, de crisis económica y social, de desesperanza e incertidumbre. Como en nuestra propia familia, la vida y la misión de nuestra Iglesia piden nuestro compromiso. La prueba del grado de nuestro amor a nuestra Iglesia será nuestro compromiso en la vivencia de la fe y vida cristianas, y en la cooperación en sus tareas.
Para llevar a cabo su misión, nuestra Iglesia diocesana tiene muchas necesidades materiales que atender y que cubrir. Esto no es posible sin la generosa colaboración económica de todos sus miembros. Hemos de crecer en la comunicación de bienes, de las personas y de las comunidades. Seamos generosos. Muchas gracias a todos.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón