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Listado de la etiqueta: homilía

Homilía en la Vigilia Pascual

31 de marzo de 2024/0 Comentarios/en Homilías, Homilías 2024, Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 30 de marzo de 2024

(Gn 1,1-2,2;Gn 22,1-18; Ex14,15-15,1ª; Is 55,1-11; Rom 6,3-11; Lc 16,1-7)

1. “¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el Crucificado? No está aquí. Ha resucitado” (Mc 16,1-7). Con estas palabras sorprende aquel joven vestido de blanco a las mujeres, que, al alba del primer día de la semana habían ido al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús, y encuentran vacío sepulcro. “No está aquí. Ha resucitado”.

Esta noticia, destinada a cambiar el rumbo de la historia, resuena desde entonces de generación en generación. Esta buena Noticia, antigua y siempre nueva, resuena hoy una vez más en esta Vigilia pascual, la madre de todas las vigilias, aquí y por toda la tierra. ¡Cristo vive! Aquel, a quien creían muerto, está vivo. La muerte ha dado paso a la vida; a una vida gloriosa para no morir más. La luz de Cristo irradia sobre la faz de la tierra y disipa las tinieblas de la noche, las tinieblas del pecado y de la muerte. Esta es “la noche clara como el día, la noche iluminada por el gozo de Dios”.

¡Cristo vive, porque ha resucitado verdaderamente! Este es el centro de nuestra fe, este es el centro de la fe de la Iglesia, que hoy anunciamos con renovada alegría. Dios ha resucitado al Señor de entre los muertos y le ha constituido Señor de cielos y tierra (Hech 2, 24).


2. En esta Noche Santa revivimos el extraordinario acontecimiento de la resurrección del Señor. Si Cristo no hubiera resucitado, la humanidad y toda la creación habrían perdido su sentido. Pero no; ¡Cristo ha resucitado verdaderamente!

En esta Noche Santa se cumplen las Escrituras, que hemos proclamado en la liturgia de la Palabra, recorriendo las etapas de toda la Historia de la Salvación, manifestación de la voluntad salvífica y universal de Dios. En esta Noche Santa todo vuelve a comenzar desde el “principio”; la creación recupera su auténtico significado, su orden y su fin en el plan de Dios. El hombre, creado por Dios por amor, a su imagen y semejanza, en comunión con Dios y con sus semejantes, está llamado a esa comunión en Cristo. Es como un nuevo comienzo de la historia y del cosmos, porque “Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto” (1 Co 15,20). Él, “el último Adán”, se ha convertido en “un espíritu que da vida” (1 Co 15,45). El mismo pecado de nuestros primeros padres es cantado en el Pregón pascual como “¡feliz culpa que mereció tal Redentor!”. Donde abundó el pecado, ahora sobreabunda la gracia y “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” de un edificio espiritual indestructible.

En esta Noche Santa ha nacido el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, con el cual Dios ha sellado una alianza eterna con la sangre de su Hijo encarnado, crucificado y resucitado. Toda la tierra exulta y glorifica al Señor. Ante los ojos de una humanidad alejada de Dios brilla la luz de Cristo Resucitado. La muerte ha sido vencida, el pecado ha sido borrado, la humanidad ha quedado reconciliada. Por la Resurrección de Jesucristo todo está revestido de una nueva vida. En Cristo la humanidad es rescatada por Dios, recobra la confianza y queda restaurado el sentido de la creación. Este es el día de la revelación de nuestro Dios. Es el día de la manifestación de los hijos de Dios.

3. Dentro de unos instantes renovaremos las promesas de nuestro bautismo, volveremos a renunciar a Satanás y a todas sus obras para seguir firmemente a Dios y sus planes de salvación. “Por el bautismo -nos recuerda el apóstol Pablo- fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rm 6,4).

Ese modo nuevo de vida es don de Dios. Esta vida nueva no es temporal, sino inmortal y eterna. Es vida en libertad: libertad de la esclavitud del pecado para ser libres y vivir en servicio constante del Dios vivo y de los hermanos. El don de la vida inmortal debe prolongarse en nosotros en una vida de gracia y de verdad. Ser cristiano es participar de la misma vida de Cristo. El don inicial se nos concede a través del bautismo. El crecimiento y madurez, a través de los otros sacramentos, de la oración y de nuestro compromiso de caridad en el seno de la Iglesia.

La vida nueva del bautismo es una vida en Dios y para Dios. No se trata de una vida temporal, más o menos larga. Se trata de una participación de la misma vida de Dios, comenzada ya en el bautismo y destinada a su plenitud en la eternidad. Quien vive la vida divina, no vive para sí mismo porque egoísmo y Dios se excluyen; quien vive la vida divina vive para los demás ya que en los ellos descubre la presencia de Dios. Quien vive para Dios, por vivir la vida divina, transpira amor y perdón, alegría y paz, felicidad y esperanza; se convierte así en verdadero apóstol, testigo de la resurrección, despertando en cuantos encuentra a su paso el deseo de Dios.

Renunciemos –digamos no- a Satanás y a todas sus obras y seducciones para seguir firmemente a Cristo y su camino de salvación. Quitémonos las ‘viejas vestiduras’ de pecado y de muerte, impropias de todo bautizado y con las que no se puede estar ante Dios. Revistámonos de la ‘vestiduras’ de Cristo.

Confesemos de verdad nuestra fe en el Padre Dios, en su Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo y en nuestra madre la Iglesia. Rechacemos una vez más y sin componenda toda clase de mal en nuestras vidas. Que este compromiso no quede en nosotros mismos, en la esfera de nuestra vida privada. Que de palabra y sobre todo con nuestro testimonio de vida ayudemos a que cuantos nos son cercanos se sientan estimulados al encuentro con el Resucitado.

4. Que María, testigo gozosa del acontecimiento de la Resurrección, ayude a todos a caminar “en una vida nueva”; que haga a cada uno consciente de que, estando nuestro hombre viejo crucificado con Cristo, debemos comportarnos como hombres nuevos, personas que “viven para Dios, en Jesucristo” (Rm 6, 4.11). Que María, Madre de la Iglesia, nos enseñe a salir al encuentro del Hijo Resucitado por quien todos los hombres y mujeres están invitados a la nueva vida en Dios. Cristo ha resucitado, resucitemos nosotros con El. ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en el Domingo de Ramos, en la Pasión del Señor

24 de marzo de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2024/por obsegorbecastellon

25 de marzo de 2024

(Is 50,4-7; Sal 21; Filp 2,6-11;Mc 14, 1-15,47)

Comienza la Semana Santa

1. Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor comienza la Semana Santa. La llamamos ‘santa’ porque en ella recordamos, celebramos y actualizamos los misterios santos que la han santificado: la pasión, muerte y resurrección del Señor. Ellos son fuente de vida y de salvación para todos.

“!Hosanna, el Hijo de David¡” y “!Crucifícalo¡ !Crucifícalo!” son las dos frases, que sintetizan la celebración de este Domingo. En la procesión hemos salido al encuentro del Señor con cantos y con palmas en nuestras manos. Hemos revivido lo que sucedió aquel día, en que Jesús, en medio de la multitud que le aclama como Mesías y Rey, entra en Jerusalén montado en un pollino. Tras la procesión de palmas nos hemos adentrado en la celebración de la Eucaristía, en que se actualiza la pasión y muerte en cruz de Cristo, que hemos proclamado en el relato de la Pasión, este año según San Marcos. 

La Palabra de Dios fija nuestra atención en Aquel que va a ser el centro de cuanto vamos a celebrar en estos días santos. Cristo Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, fiel y obediente a la voluntad del Padre y por un amor infinito hacia la humanidad, sigue el camino que le llevará a la cruz con el fin de abrirnos las puertas del Amor de Dios y de la Vida.

Entrega de Jesús por amor a la humanidad

2. Jesús se entrega voluntariamente a su pasión; no va a la cruz obligado por fuerzas superiores a él, sino por amor obediente a la voluntad del Padre y amor hecho entrega total a la humanidad. “Cristo se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Flp 2, 8). Jesús sabe que ha llegado su hora, y la acepta con la obediencia libre del Hijo y con infinito amor a los hombres. Jesús va a la cruz por nosotros; él lleva nuestros pecados a la cruz, y nuestros pecados le llevan a la cruz: fue triturado por nuestras culpas, nos dice Isaías (cf. Is 53, 5).

Al contemplar a Jesús en su pasión, vemos en él los sufrimientos y pecados de toda la humanidad. Cristo, aunque no tenía pecado alguno, tomó sobre sí lo que el hombre no podía soportar: la injusticia, las mentiras, las violencias, los adulterios, el odio, el sufrimiento y, por último, la muerte. En Cristo, el Hijo del hombre humillado y sufriente, Dios acoge, perdona y ama a todos. En la cruz, Dios restablece la comunión con los hombres y de los hombres entre sí, y da de este modo el sentido último a la existencia humana. Somos creaturas del amor de Dios y estamos llamados a su amor. La cruz es el abrazo definitivo de Dios a los hombres. Desde ese abrazo de Cristo en la cruz lo más hondo del misterio del hombre ya no es su muerte, sino la Vida sin fin en el amor de Dios. La cruz ha roto las cadenas de nuestra soledad y de nuestro pecado; la cruz ha destruido el poderío del pecado y de la muerte. Desde la pasión del Hijo de Dios, la pasión del hombre ya no es la hora de la derrota, sino la hora del triunfo: el triunfo del amor infinito de Dios sobre el pecado y sobre la muerte.

La Semana Santa nos invita a acoger este mensaje de la cruz. Al contemplar a Jesús, el Padre quiere que aceptemos seguirlo en su pasión, para que, reconciliados con Dios en Cristo, compartamos con El la resurrección.

La Semana Santa: expresión de fe

3. “Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2,9). Estas palabras del apóstol san Pablo expresan nuestra fe: la fe de la Iglesia. La Semana Santa nos sitúa de nuevo ante Cristo, vivo en su Iglesia. El misterio pascual – la pasión, muerte y resurrección del Señor-, que revivimos durante estos días, es siempre actual. Todos los años, durante la Semana santa, se renueva la gran escena en la que se decide el drama definitivo para toda la humanidad y para cada persona. Nosotros somos hoy contemporáneos del Señor. Y, como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si lo acogemos y creemos en él o no, si estamos con él o contra él, si somos simples espectadores de su pasión y muerte o, incluso, si le negamos con nuestras palabras, actitudes y comportamientos.

Como cada año, estos días santos quieren conducirnos a la celebración del centro de nuestra fe: Cristo Jesús y su misterio Pascual. Este es el centro de todas las celebraciones de esta Semana Santa, de las litúrgicas, de las procesionales y de las representaciones de la pasión. Pero ¿creemos de verdad en Cristo Jesús y que sólo en Él está la Salvación? Y, si es así, ¿ayudamos a otros a acercarse a Jesús para que se encuentren o reencuentren con Él y crean en Él?

Llamada a vivir con fidelidad nuestro ser cristiano

4. En la pasión se pone de relieve la fidelidad de Jesús a Dios Padre y a la humanidad; una fidelidad que está en contraste con la infidelidad humana. En la hora de la prueba, mientras todos, también los discípulos, incluido Pedro, abandonan a Jesús (cf. Mt 26, 56), él permanece fiel, dispuesto a derramar su sangre para cumplir la misión que le confió el Padre. Junto a él permanece María, silenciosa y dolorosa. Aprendamos de Jesús y de su Madre y Madre nuestra. La verdadera fuerza del cristiano está en vivir fiel a su condición de cristiano y en su testimonio de la verdad del Evangelio, resistiendo a las corrientes contrarias o a las incomprensiones. Es el camino que vivió el Nazareno; es el camino de sus discípulos, los cristianos, de hoy y de siempre.

En su pasión y muerte, Jesús, el Hijo de Dios, nos ha abierto el camino para que todos podamos seguirle, con la certeza de que, por difícil y duro que nos parezca el camino, quien le siga encontrará en Él la Vida y la Salvación. Os invito a vivir estos días acercándonos al Sacramento de la Confesión, para que, purificado nuestro pasado, dejemos que Cristo brille en nosotros.

Exhortación final

5. En estos días santos se hace presente todo lo más grande y profundo que tenemos y creemos los cristianos. ¡Abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo que nos ama! Que nuestra participación en las celebraciones nos adentren en un renovado despertar de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestro amor.

Así se lo pido a María que supo estar al lado de su Hijo Jesucristo. Que Ella, como buena Madre, nos ayude a ser fieles seguidores de su Hijo. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en el 750º aniversario de la fundación de la parroquia de San Jaime de Vila-real

25 de febrero de 2024/0 Comentarios/en Homilías, Homilías 2024, Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

II Domingo de Cuaresma – 24 de febrero de 2024

(Gn 22, 1-2. 9-13. 15-18;  Sal 115; Rom 8, 31b-34; Mc 9, 2-10 22)

Hermanas y hermanos, muy amados todos en el Señor

1. Hoy es un día grande para vuestra parroquia de San Jaime Apóstol, para la Ciudad de Vila-real, para nuestra Iglesia diocesana. Hoy es un día de alegria y de acción de gracias a Dios. Celebramos el 750º Aniversario de vuestra Parroquia de San Jaime Apóstol de Vila-real. Recordemos. El 22 de febrero del año del Señor de 1274, dos días después de haber extendido la Carta Pobla de Vila-real, el Rey D. Jaime I concede la Rectoría de la iglesia de Vila-real a Juan Gutiérrez, tío de Bartolomé Tomás, secretario del rey. Queda así también fundada vuestra parroquia y Juan Gutiérrez es su Primer Rector o Cura. El rey le concede la parroquia “con todos sus derechos y obligaciones, para que la sirva día y noche y a cada hora, y la posea en paz”. El rey manda “a los Alcaldes, Justicias y a todos los vecinos de este lugar, para el presente y el futuro, que tengan esta donación suya y concesión por firme e inviolable y no la contradigan ni permitan que nadie la contradiga de alguna manera ni por ninguna razón”.

Los vecinos de la Villa y primeros feligreses de la parroquia, proceden de Lérida y la Seo de Urgel, de Morella y parte de Aragón. La parroquia va consolidándose con la religiosidad de todos ellos, que promueven las devociones a San Jaime Apóstol, a San Lorenzo mártir, a los Santos Abdón y Senén, patronos de los agricultores valencianos, con sus respectivas cofradías. También la devoción a la Virgen de Gracia viene de los primeros pobladores, originarios de pueblos de la Seo de Urgel, que traen consigo una Imagen de su Patrona; la entronizan en la iglesia y, en una romería a “Las Ermitas del Mijares” la dejan al cuidado de un ermitaño en su “Cuevecita”. La devoción al Cristo, llamado del Hospital o del rey D. Jaime, se origina con la fundación del Hospital por el mismo rey, el 19 de abril de 1275, que manda levantar un hospital en el Barranquet. Mas tarde, los Franciscanos alcantarinos fundaron su convento, donde vivió y murió Pascual Bailón, patrono de la ciudad. 

Las Actas de Visitas Pastorales, desde la del Obispo de Tortosa Paholac en 1315 (a los 40 años de la fundación), hasta la última de 2012, nos hablan de una rica y fecunda vida parroquial. Desde aquel 22 de febrero de 1274, vuestra parroquia de San Jaime ha sido presencia palpable del amor de Dios para los hombres y mujeres de esta Ciudad. En ella y a través de ella, numerosos han sido quienes han recibido la fe cristiana, han sido engendrados a la vida de los hijos Dios, han sido incorporados a Cristo y a la comunidad de la Iglesia por el Bautismo; muchos han sido también quienes en ella y por medio de ella han conocido a Jesús, se han encontrado con Él y han madurado en la fe mediante la escucha y la acogida de la Palabra de Dios y han alimentado su vida cristiana en la oración y en los sacramentos; otros muchos han descubierto y seguido aquí el camino de su vocación cristiana, sacerdotal, religiosa, matrimonial o laical, han encontrado en ella fuerza para la misión y el testimonio de fe, motivos para la esperanza, consuelo en la aflicción y ayuda en la necesidad.

Nuestra alegría se hace esta tarde acción de gracias a Dios. Sin su permanente presencia misericordiosa, nada hubiera sido posible. A Dios damos gracias por todos los dones recibidos a lo largo de estos largos años. Gracias le damos por vuestra comunidad parroquial y por cuantos la han formado en el pasado y la integráis en el presente; gracias damos a Dios por la entrega generosa de los 45 párrocos que la han pastoreado y por la labor de vicarios parroquiales y otros sacerdotes que la han servido.

Y ¿cómo no dar gracias al Señor por todos los que han colaborado activa y generosamente en la vida litúrgica, en la catequesis, en el trabajo pastoral con los niños, los adolescentes y los adultos, con los enfermos y los más desfavorecidos? Gracias, Señor, también por todos aquellos que de un modo callado y sin notoriedad, han contribuido a la vida de esta comunidad mediante su oración fervorosa, su vida y obras de santidad, el ofrecimiento de su dolor hasta el martirio o su contribución económica. Gracias damos a Dios por la rica vida asociativa en el pasado y en el presente: cofradías, asociaciones y congregaciones.

2. Sí; el trabajo realizado ha sido mucho; pero siempre queda mucho por hacer para que el amor misericordioso de Dios llegue a todos, máxime en estos tiempos recios: tiempos de enfriamiento de la fe, de alejamiento de la comunidad cristiana, de indiferencia religiosa y descristianización. ¿Desde donde hemos de vivir y acometer el presente? Desde la fe y la confianza en la presencia del Señor Resucitado en medio de nosotros. La palabra de Dios de este Domingo nos recuerda que Dios está con nosotros, en su hijo muerto en cruz y resucitado para que todo el crea en Él tenga vida eterna. Dios “no perdonó a su propio Hijo, antes le entregó por todos nosotros” (Rom 8, 32). Y “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom 8, 31b). Dios Padre nos pide escuchar a su Hijo: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9, 7). Siempre y, sobre todo, en el tiempo de Cuaresma estamos llamados de un modo particular a escuchar, seguir y anunciar al Señor, Vivo, presente entre nosotros.

Como Iglesia hemos de caminar siempre desde la fe en el Señor Resucitado con esperanza y en la caridad, sabiendo que el Señor Jesús camina con nosotros y cooperando todos para que esta vuestra parroquia sea una comunidad viva en sus miembros y misionera hacia los alejados y hacia los que aún no conocen a Jesucristo.

 El Papa Francisco nos recuerda que “la parroquia  ha de ser “capaz de reformarse y adaptarse continuamente” para seguir siendo “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas” (Evangelii gaudium, n. 28). El Santo Padre nos llama constantemente a una conversión personal y comunitaria, y a una conversión o renovación pastoral de la parroquia para estar “todavía más cerca de la gente, ser ámbito de viva comunión y participación y orientada completamente a la misión” (ibíd.).

No lo olvidéis; vuestra parroquia está llama a ser en el barrio signo de la presencia amorosa de Dios, espacio donde Dios sale al encuentro de los hombres, para comunicarles su amor que crea lazos de comunión fraterna. Es Dios Padre quien, habitando entre los suyos y en su corazón, hace de ellos su santuario vivo por la acción del Espíritu Santo. Vuestra parroquia será viva en la medida en que todos vosotros, sus miembros, viváis fundamentados y ensamblados en Cristo, piedra angular; vuestra comunidad parroquial será iglesia viva si por vosotros corre la savia de la Vid y de la misericordia que es Cristo, que transforma nuestro corazón nos hace misericordiosos como el Padre y nos envía a anunciar las obras de misericordia.

Vuestra parroquia de San Jaime está llamada una a ser una comunidad de hermanos y hermanas en la fe, una familia de familias, donde todos sean y se sientan acogidos, valorados, acompañados, donde todos y cada uno se sienta en su propia casa, en su propia familia; una comunidad donde se viva y se fortalezca la comunión entre todos y se comparta la vida y la misión de la parroquia; una comunión, que ha de basarse en la comunión con Dios, que hace de todos hermanos y nos llama a vivir la fraternidad; y una comunidad misionera, una comunidad siempre en salida para que Cristo y su Evangelio salvador llegue a todos, a los más cercanos y a los más lejanos, donde la alegría del evangelio llegue a todas las periferias existenciales.

3. En vuestra parroquia, el Espíritu de Dios actúa especialmente a través de los signos de la nueva alianza, que ella ofrece a todos: la Palabra de Dios, los sacramentos y la caridad.

La Palabra de Dios, anunciada y acogida con corazón bien dispuesto, os llevará al encuentro gozoso con el Señor. La Palabra de Dios es luz, que os iluminará en el camino de vuestra existencia, que os fortalecerá, os consolará y os unirá. La proclamación y explicación de la Palabra en la fe de la Iglesia, la catequesis de iniciación cristiana y la formación de todos no sólo deben conduciros a conocer más y mejor a Cristo y su Evangelio así como las verdades de la fe y de la moral cristianas; os han de llevar y ayudar a todos y a cada uno a la adhesión personal a Cristo y a su seguimiento gozoso en el seno de la comunidad eclesial.

En la comunidad parroquial,Dios se nos da también a través de los Sacramentos. Al celebrar y recibir los sacramentos participamos de la vida de Dios; por los Sacramentos se alimenta y reaviva nuestra existencia cristiana, personal y comunitaria; por los Sacramentos se crea, se acrecienta o se fortalece la comunión con la parroquia, con la Iglesia diocesana y con la Iglesia Universal.

Entre los sacramentos destaca la Eucaristía. Es preciso recordar una y otra vez que la Eucaristía es el centro de la vida de todo cristiano, el centro y el corazón de toda la vida de la comunidad parroquial. Toda parroquia ha de estar centrada en la Eucaristía Además “la Eucaristía da al cristiano más fuerza para vivir las exigencias del evangelio…” (Juan Pablo II). Sin la participación en la Eucaristía es imposible permanecer fiel en la vida cristiana. Como un peregrino necesita la comida para resistir hasta la meta, de la misma forma quien pretenda ser cristiano necesita el alimento de la Eucaristía. El domingo es el momento más hermoso para venir, en familia, a celebrar la Eucaristía unidos en el Señor con la comunidad parroquial. Los frutos serán muy abundantes: de paz y de unión familiar, de alegría y de fortaleza en la fe, de comunidad viva y evangelizadora.

La participación sincera, activa y fructuosa en la Eucaristía os llevará necesariamente a vivir la fraternidad, os llevará a practicar la caridad, os remitirá a la misión, os impulsará a la transformación del mundo. Los pobres y los enfermos, los marginados y los desfavorecidos han de seguir teniendo un lugar privilegiado en vuestra parroquia. Ellos han de ser atendidos con gestos que demuestren, por parte de la comunidad parroquial, el amor y la misericordia de Cristo Jesús. Ellos, su vez, os evangelizarán, os ayudarán a descubrir a Cristo Jesús. Como nos recuerda el Evangelio, Jesús mismo se identifica con los hambrientos y sedientos, con los enfermos y encarcelados o con los forasteros: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).

La celebración frecuente del Sacramento de la Penitencia será aliento y esperanza en vuestra experiencia cristiana. La humildad y la fe van muy unidas. Sólo cuando sabemos ponernos de rodillas ante Dios por el sacramento de la confesión y reconocemos nuestras debilidades y pecados podemos decir que estamos en sintonía con el Padre Dios “rico en misericordia” (Ef 2,4). En el sacramento de la Penitencia se recupera y se fortalece nuestra comunión con Dios y con la comunidad eclesial; la experiencia del perdón de Dios nos da fuerza para la misión, nos empuja a ser testigos de su misericordia, testigos del perdón y de la reconciliación.

La vida cristiana, personal y comunitaria, se debilita cuando estos dos sacramentos decaen. Y en nuestra época, si queréis vivir como cristianos, si queréis superar los miedos a serlo y confesarlo ante la indiferencia o los ataques, si queréis ser evangelizadores auténticos no podréis hacerlo sin la experiencia profunda de estos dos sacramentos. Un creyente que no se confiesa con cierta frecuencia y no participa en la Misa dominical, termina en poco tiempo apartándose de Cristo y se convierte en un cristiano amorfo. Su fe se esfuma, deja de tener consistencia.

Regenerados por la Palabra y los Sacramentos os convertiréis en ‘piedras vivas’ del edificio espiritual,  de la comunidad parroquial, de la vuestra gran familia de familias. Es decir: una comunidad que acoge y vive a Cristo y su Evangelio; una comunidad que proclama y celebra la alianza amorosa de Dios; una comunidad que aprende y ayuda a vivir la fraternidad cristiana conforme al espíritu de las bienaventuranzas; una comunidad que ora y ayuda a la oración; una comunidad en la que todos sus miembros se sienten y son corresponsables en su vida y su misión al servicio de la evangelización en una sociedad cada vez más descristianizada; una comunidad que vive la caridad hacia adentro y hacia afuera, que es fermento de nueva humanidad, de transformación del mundo, de una cultura de la vida y del amor, de la misericordia y el encuentro, de la justicia y de la paz.

4. Al celebrar el 750º Aniversario de vuestra parroquia miramos, rezamos y contemplamos a la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de Gracia. Ella es nuestra madre espiritual porque nos da a Cristo, el Hijo de Dios, fuente de vida y salvación; ella orienta nuestra mirada hacia su Hijo: ella nos muestra y nos lleva a su Hijo, ella nos lleva a Dios. Jesús nos invita a acogerla “en nuestra casa”: es decir, en nosotros mismos, en nuestras familias, en nuestra sociedad. María es nuestra madre, os protege, nos alienta y no deja de decirnos: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5). Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Virgen y ordenación de diáconos permanentes

10 de diciembre de 2023/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Comisión Diaconado Permanente, Delegación para el clero, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

S.I. Catedral-Basílica de Segorbe, 8 de diciembre de 2023

(Gn 3. 9-15.20; Sal 97; Ef 1, 3-6.11.12; Lc 1, 26-28)

Hermanas y hermanos, amados todos en el Señor

1. Os saludo con afecto a cuantos habéis acudido a nuestra S. Iglesia Catedral en Segorbe para celebrar la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María y para acompañar a nuestros hermanos, Paco Rubio, Vicente Meneu y Abraham, en el día de su ordenación de diáconos permanentes. Hoy es un día de intenso gozo espiritual. Hoy contemplamos el amor pleno de Dios y su grandeza de Dios en la Virgen María, la más humilde y a la vez la más grande de todas las criaturas. Al gozo por esta Solemnidad se une nuestra alegría y nuestra acción de gracias a Dios por vuestra ordenación, queridos hijos. Con el salmista cantemos “al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas” (Sal 97) en la Virgen María y porque es grande con vosotros al concederos la gracia del orden del diaconado.

María, concebida sin mancha de pecado original

2. Fijémonos primero en María, en el misterio de su Inmaculada Concepción. En ella resplandece la eterna bondad del Creador; en su plan de salvación, la escogió para ser madre de su Hijo unigénito y, en previsión de la muerte de él, la preservó de toda mancha de pecado (cf. Oración colecta). María no sólo no cometió pecado personal alguno, sino que fue preservada incluso de la herencia común del género humano que es la culpa original, para la misión a la que Dios la había destinado desde la eternidad :la de ser la Madre del Redentor.

Todo esto está contenido en el dogma de fe de la “Inmaculada Concepción”. El fundamento bíblico de esta verdad cristiana se encuentra en las palabras de saludo del ángel a la joven de Nazaret: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28). “Llena de gracia” es el nombre más hermoso de María, el nombre que Dios mismo le dio para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesús, “el amor encarnado de Dios”.

María, elegida por su humildad

3. La razón por la que Dios escogió a María para ser la Madre de su Hijo según la carne, es algo que pertenece a su designio insondable. Sin embargo, el Evangelio indica que, ante todo, fue la humildad de la Virgen. Lo dice María misma en el Magníficat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, (…) porque ha mirado la humillación de su esclava” (Lc 1,46.48). Sí. Dios quedó prendado de la humildad de María, que halló gracia a sus ojos (cf. Lc 1, 30).

Humildad es vivir en la verdad, nos dice Santa Teresa de Jesús. La Virgen vive desde la verdad de su persona, que es la de toda persona humana y de todo diácono. Y esta verdad sólo la descubre en Dios y en su amor. María sabe que ella es nada sin el amor de Dios, que la vida humana sin Dios sólo produce vacío. Ella sabe que el fundamento de su ser y de su misión no está en sí misma, sino en Dios, que ella está hecha para acoger el amor de Dios y para darse por amor a Dios y a los hermanos. Es la santidad. Por ello vivirá siempre en Dios, desde Dios y para Dios. María, aceptando su pequeñez ante Dios, dejando que Dios sea grande, se llena de Dios y queda engrandecida. Dichosa por haber creído, María nos muestra que la fe confiada en Dios es nuestra dicha y nuestra victoria, porque “todo es posible al que cree” (Mc 9, 23).

María, imagen y modelo de los diáconos

4. Por su fe y por su santidad, la Virgen Maria es imagen y modelo de la Iglesia y de los diáconos. Como ella, sois elegidos para recibir la bendición del Señor y llevarla a toda la familia humana. Esta ‘bendición’ es Jesucristo. Él es la fuente de la gracia, de la que María quedó llena desde el primer instante de su existencia. Acogió con fe a Jesús y con perfecto amor lo dio al mundo, siendo la esclava del Señor, la sierva de su Hijo, la servidora de la Iglesia y de la humanidad. Esta es también la vocación y la misión de nuestra Iglesia y todo lo bautizado: acoger a Cristo Vivo en nuestra vida y anunciarlo a todos para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.

Esta es también vuestra vocación como diáconos. Las palabras del ángel a María, “llena de gracia”, valen también para vosotros. Salvando las distancias, la gracia de Dios con María, lo que ocurrió en ella se va a realizar en también en vosotros. Como ella fuisteis elegidos y llamados por Dios; no por vuestros méritos, sino por puro amor y gracia de Dios. Como ella, Él os ha ayudado a superar vuestros miedos respondiendo a vuestras preguntas; como ella, habéis creído, esperado y amado a Dios y su Hijo, Jesucristo. Y hoy le decís: “He aquí el siervo  del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y, como a ella, mediante la imposición de mis manos y la oración consagratoria, el Señor va a enviar sobre vosotros su Espíritu Santo, que en vuestro caso os va a consagrar Diáconos, siervos de Dios, de su Jesucristo, de la Iglesia y de los hermanos. ¡Sed “santos e intachables ante él por el amor” (Ef 14), hecho servicio¡

Signos del Cristo, Siervo, en el servicio de la Palabra, la Liturgia y la Caridad

5. Al ser ordenados de diáconos participaréis de los dones y del ministerio que los Apóstoles recibieron del Resucitado para ser en la Iglesia y en el mundo signos e instrumentos de Cristo, Siervo, que no vino “para ser servido sino para servir”. El Señor imprimirá en vosotros una marca profunda e imborrable, que os hará para siempre conformes con Cristo Siervo. Hasta el último momento de vuestra vida seréis siempre por la ordenación y habréis de ser siempre con vuestra palabra y con vuestra vida signo de Cristo Siervo, obediente hasta la muerte y muerte de Cruz para la salvación de todos.

¡Que como María, vuestro mayor y único deseo sea servir a Dios en los hermanos! Al ser ordenados diáconos sois llamados, consagrados y enviados para ejercitar un triple servicio, una triple diaconía: la de la Palabra, la de la Eucaristía y la de la Caridad. Fortalecidos con el don del Espíritu Santo, ayudaréis al Obispo y a su presbiterio en el anuncio de la Palabra, en el servicio del altar y sobre todo en el ministerio de la caridad, mostrándoos servidores de todos.

Recordad siempre que no sois dueños, sino servidores de la Palabra de Dios; no es vuestra palabra, sino la de Dios, la que habéis de predicar y enseñar. Y, en último término, la Palabra de Dios, el Verbo de Dios, es su Hijo, Jesucristo. Cristo Jesús, muerto y resucitado, para la vida del mundo, será también el centro de vuestra predicación y enseñanza, para que todos los que crean en él, reciban, por su nombre, el perdón de sus pecados (cf. Hech 10, 42-43). Cristo Vivo es quien ha de llegar a los demás por medio de vuestros labios y de vuestra vida.   

Más tarde os entregaré a cada uno el Evangelio con estas palabras: “Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero: convierte en fe viva lo que lees y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado”. Os habéis de poner en camino, “en salida”, dóciles a la moción del Espíritu, para anunciar a todos –niños, adolescentes, jóvenes y mayores- el Evangelio de Jesús, y acompañarles hasta el encuentro personal con el mismo Señor, que transforma y salva. Una de las tareas más urgentes de nuestra Iglesia y el mejor servicio que podéis prestar hoy es el Primer anuncio, para llevar a los hombres y mujeres al encuentro o reencuentro con Cristo Vivo, que llena el corazón de alegría y de esperanza. Para ello acoged vosotros mismos con fe viva el Evangelio. El diácono ha de leer y estudiar, escuchar y contemplar, asimilar y hacer vida la Palabra de Dios; es decir, dejarse transformar y conducir por la Palabra de Dios.

Como servidores en la Liturgia, y en especial en la celebración de la Eucaristía, ayudad a nuestros fieles a creer en el misterio de la Eucaristía; ayudadles a participar en ella asiduamente, y que lo hagan debidamente preparados y limpios de todo pecado de una forma activa, plena y fructuosa para que su vida sea una existencia eucarística. Se os entregará el Cuerpo del Señor para repartirlo a los fieles, y para llevarlo a los enfermos. Tratad siempre los santos misterios con íntima adoración, con recogimiento exterior y con delicadeza espiritual. No descuidéis la devoción eucarística y la adoración del Señor, presente en la Eucaristía.

Como diáconos se os confía, finalmente y de modo particular, el servicio de la Caridad, como a los primeros diáconos. El servicio a la Eucaristía os ha de llevar necesariamente al servicio de la Caridad. No reduzcáis vuestra diaconía al servicio del altar. A vosotros se os pide que atendáis las necesidades de los demás, especialmente de los más pobres y vulnerables: tened en cuenta las penas y sufrimientos de los hermanos, sed capaces de entregaros buscando su bien: estos son los signos distintivos del diácono del Señor. 

El Señor nos dio ejemplo para que lo que Él hizo también lo hagáis vosotros. En vuestra condición de diáconos, es decir, de siervos de Jesucristo, que se mostró servidor de los discípulos, servid con amor y alegría a Dios en el servicio a los hombres. Sed cercanos, compasivos y misericordiosos, acogedores y comprensivos con los demás; amadles como Cristo mismo les ama, dedicadles vuestro tiempo y vuestras energías. El diácono, colaborador del Obispo y de los presbíteros, debe ser juntamente con ellos, la viva y operante expresión de la caridad de Cristo y de la Iglesia.

Exhortación final

6. Contemplemos hoy a María, la Inmaculada, en toda su hermosura y santidad. Pidamos a la Virgen, que se avive hoy en vosotros el deseo de la santidad y amistad con Dios, el deseo de ser siervos de Dios, de su Palabra, de su Hijo en el servicio a la Iglesia y a los hermanos ¡Que de manos de María sepáis acoger en nuestras vidas al Dios que os ama, hasta el extremo en Cristo Jesús, hoy y todos los días de vuestra vida!  Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Fiesta de la Mare de Déu del Lledó y apertura del Año Jubilar de la Coronación

9 de mayo de 2023/3 Comentarios/en Noticias destacadas, Año Jubilar del Lledó, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

Basílica de Lledó, 7 de mayo de 2023

(Is 7, 10-14; 8, 10b; Magnificat;  Heb 10, 4-10; Lc 1 26-38)

Hermanas y hermanos todos en el Señor:

1. Saludo de corazón a los sacerdotes concelebrantes, en especial, al Prior de esta singular Basílica, al Prior de la Real Cofradía de la Mare de Déu del Lledó, y al Ilmo. Sr. Prior emérito de la Cofradía. Mi saludo cordial al Presidente, Directiva y Cofrades de la Real Cofradía así como a la Presidenta de la Junta  y Camareras de la Virgen. Mi saludo respetuoso y agradecido a las autoridades, en especial, a la Sra. Alcaldesa y Miembros de la Corporación Municipal de Castelló en el día de su Patrona. Un saludo especial a la Regidora de Ermitas y Procuradora Municipal de la Basílica, al Clavario y al Perot de este año, y a las Reinas Mayor e Infantil de las Fiestas. Os aludo a todos cuantos habéis venido hasta la Basílica para participar en esta solemne celebración eucarística, y a cuantos a través de la TV estáis unidos a nosotros, especialmente a los ancianos, enfermos e impedidos para salir de casa.

Cada primer domingo de Mayo, el Señor nos convoca para cantar y honrar a Santa María de Lledó en el día de su Fiesta Mayor. Ella es nuestra Madre, Reina y Señora, ella es la Patrona de Castelló. Al abrir hoy el Año Jubilar para prepararnos al Centenario de su Coronación pontificia nos acogemos a su especial protección de Madre: a ella le rezamos y a sus pies ponemos nuestras esperanzas en este tiempo de gracia. Maria nos mira y nos acoge con verdadero amor de Madre; cada uno de nosotros, nuestras familias, nuestras parroquias y la Ciudad entera estamos en su corazón. Que este Año Jubilar sea un tiempo en que se acreciente nuestro amor y devoción hacia la Virgen de Lidón, para que de sus manos se avive y se fortalezca la fe y vida cristiana en y entre nosotros, y para que nuestras parroquias se renueven en su acción pastoral y en su misión evangelizadora. Mirando a la Virgen hallaremos el camino y la fuerza para acoger a Dios en su Hijo en nuestras vidas y para perseverar firmes en la fe en tiempos de increencia y de indiferencia religiosa.

María es la Madre de Dios

2. Vuestra presencia es un signo elocuente de la devoción secular de la Ciudad  a la Mare de Déu del Lledó. Sí: María es ante todo la Madre del Hijo de Dios. “Concebirás en tu vientre  y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande, se llamará Hijo el Altísimo” (Lc 1,31-32), acabamos de escucharen el Evangelio. María nos da al Hijo de Dios y dirige nuestra mirada hacia Él. Su deseo más ferviente es que nuestra devoción hacia su persona sea el camino para nuestro encuentro personal con Cristo Jesús, que avive y fortalezca nuestra fe para que se renueve nuestra vida cristiana y comunitaria.

Nuestra devoción a María ha de estar siempre orientada a Dios en su Hijo, Cristo Jesús. Porque su Hijo, el Señor Resucitado, es el centro y fundamento de nuestra fe. El es el Salvador, el único Mediador entre Dios y los hombres: Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida: el Camino para ir a Dios y a los hermanos, la Verdad que nos muestra el rostro de Dios y quién es el hombre, y la Vida en plenitud que Dios nos regala con su muerte y resurrección. María es siempre camino que conduce a Jesús, fruto bendito de su vientre. María, la Madre de Dios y Madre nuestra, no deja de decirnos: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).

Contemplar la fe de María

3. Este Año Jubilar nos ofrece la oportunidad de contemplar la fe de María. Ella es el modelo de fe en Dios y a Dios. La Virgen, antes de nada, escucha con atención a Dios que le habla por medio del Ángel: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. En su turbación ante estas palabras, María medita qué podría significar aquel saludo. La voz del ángel suena de nuevo, pero sus palabras son más desconcertantes aún: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre  y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande, se llamará Hijo el Altísimo”. Ante estas palabras, la Virgen de Nazaret no duda, pero indaga: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. Al final,  la Virgen se fía de Dios y acoge su designio: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (cf. Lc 1, 26-38). Con este acto de fe libre, de confianza plena y de disponibilidad total, María  se convierte en la Madre del Hijo de Dios; así se consuma el mayor y más decisivo acto de fe en la historia del mundo. 

La Virgen, porque se sabe llena de gracia y amada por Dios, confía en Dios, se fía plenamente de Él y de su Palabra; ella cree que será la Madre del Salvador sin perder la virginidad. Ella es la mujer humilde. Y porque la humildad no es apocamiento, sino vivir en la verdad (Sta. Teresa de Jesús), María sabe que sin Dios nada es. Desde el primer instante se adhiere con todo su corazón al plan de Dios sobre ella, un plan que trastoca el orden natural de las cosas: una virgen madre, una criatura madre del Creador.

María cree cuando el ángel le habla. Y sigue creyendo cuando el ángel la deja sola y se ve rodeada de las humildes circunstancias de una mujer cualquiera que está encinta. María supo confiar siempre en Dios y confiarse siempre a Dios. La verdadera fe siempre significa salir de sí mismo para dejarse encontrar por Dios, para dejarse amar y sorprender por Dios y su novedad. “Dichosa tú porque has creído porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45).

La vida de María fue una peregrinación en la fe. Ni el designio de Dios ni la divinidad de su Hijo le fueron totalmente manifiestos; ella se fió de Dios y vivió apoyándose en la Palabra de Dios. El plan de Dios se le ocultó a veces bajo un velo oscuro y desconcertante: la extrema pobreza en que nace Jesús, la necesidad de huir al destierro para salvarle de Herodes, las fatigas para proporcionarle lo estrictamente necesario o su sufrimiento al pie de la Cruz. María “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc. 2, 19). Aunque no entendía muchas cosas, no dudó que aquel hijo débil e indefenso, era el Hijo de Dios. La Virgen creyó y se fio siempre, aun cuando no entendiera el misterio. La Virgen vive en Dios, está como impregnada por la Palabra de Dios; todo su pensamiento, toda su voluntad y todas sus acciones están impreg­nados y formados por Dios y su Palabra. Caminemos en este Año Jubilar tras las huellas de María.

La fe de María, modelo de fe para los cristianos

4. Nuestra devoción a la Mare de Déu será auténtica, si como ella acogemos a Dios en nuestra vida, si escuchamos a Dios y su Palabra, si acogemos con alegría su voluntad,  si nos lleva al encuentro con Cristo vivo, si en María descubrimos de verdad a la Madre de Dios, a la primera discípula, al modelo perfecto de seguimiento de Jesús. Si honramos a María con amor sincero acogeremos de sus manos al Hijo de Dios para, como ella, dejarnos encontrar por El, conocerle, amarle y seguirle con una adhesión personal en estrecha comunión con la Iglesia. María nos anima y exhorta a creer en Dios y a perseverar en la fe en su Hijo. 

La fe cristiana no es el resultado de nuestros esfuerzos o razonamientos. La fe es un don gratuito de Dios. Pero no es privilegio de unos pocos. Porque Dios busca y sale al encuentro de todo ser humano, porque nos ama y nos llama a participar de su amor en plenitud. Para que esta llamada de Dios se haga realidad es preciso que cada uno se deje, como María, amar por Dios y le abra su corazón, que se adhiera confiadamente y de todo corazón a Dios. La fe consiste antes de nada en creer a Dios. Y porque confiamos en Él, acogemos, a la vez y en el mismo acto, lo que Él nos revela y los caminos que nos ofrece para llegar a la Vida. Lo decisivo es la adhesión confiada al Dios vivo en su Hijo, Jesucristo.

La fe cristiana es antes de nada vivir desde Dios que nos crea a la vida por amor y nos llama a su amor y su vida en plenitud. Los seres humanos no somos el centro ni la medida de todas las cosas; no somos dueños de nuestras vidas. No podemos alcanzar con nuestras propias fuerzas nuestro deseo innato de infinitud, de felicidad, de inmortalidad, de libertad y de vida. Reconozcamos nuestra finitud y limitación. Nuestro origen y destino están en Dios. Él es el fundamento sobre el que descansa todo.

La fe es siempre una experiencia personal. La fe tiene lugar en el seno de la comunidad de los creyentes, en el seno de la Iglesia y en comunión de fe con la fe de la Iglesia; pero la decisión personal no puede ser reemplazada por nada ni por nadie. La fe sucede en lo más íntimo de nuestra persona, en lo más íntimo de nuestro corazón,  y compromete a la persona en su totalidad; es el acto personal más intenso. La fe proyecta todo el ser de la persona hacia Dios. No se cree sólo con el sentimiento, con la voluntad o con la razón. La fe consiste en la entrega incondicional y confiada de toda la persona a Dios. “Buscarás al Señor, tu Dios, y lo encontrarás si lo buscas de todo corazón” (Dt 4,29).

¡Así lo han experimentado nuestros antepasados en la fe generación tras generación desde aquel 1366, año de la feliz ‘troballa’ de la imagen de Nuestra Señora de Lledó! Ellos han experimentado su presencia maternal en sus vidas, la coronaron Reina del cielo. De sus manos, acogieron a su Hijo, el Rey mesiánico, y pervearon firmes en su fe.

Ante la crisis espiritual, avivar la fe en Dios

5. Miremos esta mañana una vez a la Mare de Déu del Lledó. Vivimos momentos de una profunda crisis en todos los ámbitos. Es sobre todo una crisis humana y espiritual;  una crisis que afecta a la sociedad, a las personas, a los matrimonios, las familias y a las nuevas generaciones, sobre todo a los más jóvenes. Se trata de una crisis del espíritu, que amenaza con dejar al hombre sin esperanza, porque se pretende desalojar a Dios de nuestras vidas.

Con frecuencia somos víctimas de un ambiente, en el que el hombre y la sociedad son entendidos y viven como si Dios no existiera; un ambiente que está marcando también la vida de nuestras familias, la educación de los hijos y las relaciones sociales, labores y políticas. Dejamos a Dios al margen de nuestros proyectos y de nuestras acciones cotidianas. Pero el silenciamiento de Dios abre el camino a una vida sin rumbo, y a proyectos que  acortan nuestro horizonte y se limitan a intereses inmediatos. El silenciamiento de Dios lleva al ocaso del hombre. Expoliado de su profundidad espiritual, eliminada su referencia a Dios, se inicia la muerte del ser humano, el ocaso de su dignidad. Una sociedad que da la espalda a Dios, a su amor, a su ley y sus caminos termina por deshumanizar al hombre; termina por volverse en contra el mismo hombre, contra su inviolable dignidad y sus derechos más sagrados.

En estas circunstancias acudimos a María y le pedimos que nos enseñe a ser creyentes auténticos de Dios y testigos de su amor. Nuestra Iglesia en Castellón, a imagen de María, está llamada a dejarse vivificar por el Señor resucitado. Contemplando a María nuestras comunidades cristianas están llamadas a ser el lugar donde todos puedan encontrar y experimentar la cercanía de Jesucristo y del amor de Dios. Sólo el Señor resucitado es capaz de vivificarnos plenamente y hacer de nosotros instrumentos de vida para el mundo y testigos de su amor en nuestro caridad fraterna y comprometida, en especial con los más necesitados y desfavorecidos.

Oración final

6. Mare de Déu del Lledó, madre del Hijo de Dios y madre nuestra. Hoy reconocemos agradecidos que la historia de Castelló ha sido un canto de amor hacia ti, que eres el honor de nuestro pueblo. Ante tu altar, Castelló ha begut sa glòria, proclamándote bienaventurada de generación en generación. Por eso te invocamos como nuestra alegría, esperanza y consuelo. En este Año Jubilar pedimos a Dios Padre por tu intercesión el perdón de nuestras faltas de fe, esperanza y caridad. Qué Dios nos conceda un amor sincero a nuestros hermanos, especialmente a los más pobres, a los que sufren y a los necesitados. Bendice copiosamente a nuestras familias y a nuestra Iglesia, que camina junto a ti con esperanza, para crecer en la comunión y ser enviados a la misión evangelizadora. ¡Oh Santa María del Lledó! Tú que eres de l’amor nostre, Senyora, escucha la oración de tus hijos que te aclaman como Madre, Reina y Patrona. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Misa Crismal

3 de abril de 2023/1 Comentario/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

Castellón, S. I. Concatedral, 3 de abril de 2023

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(Is 61,1-3ª.6ª.8b-9; Sal 88; Ap 1,5-8; Lc 4,16-21)

Hermanas y hermanos, muy amados todos en nuestros Señor Jesucristo!

1. Os saludo de corazón a todos -sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos y religiosas y fieles laicos-, que habéis venido de toda la Diócesis hasta esta Concatedral de Santa María para la Misa Crismal. Agradezco vuestra presencia y a todos os deseo la «gracia y la paz de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir (Apoc. 1,5, 8).

2. Recién comenzada la Semana Santa, en el marco de estos días santos, celebramos un año más la Misa Crismal; en ella el Pueblo de Dios, que peregrina en Segorbe-Castellón, se reúne en torno su obispo, padre y pastor, para la consagración del Santo Crisma y la bendición de los óleos de los catecúmenos y de los enfermos.

En esta celebración está representada toda nuestra Iglesia diocesana en sus distintas vocaciones, ministerios y carismas; todos formamos está porción del Pueblo de Dios, referidos los unos a los otros, con vocaciones, carismas y ministerios distintos pero complementarios: cada uno con su nombre, con su don y con sus talentos, a cada uno Dios le ha asignado una preciosa tarea y un hermoso destino. Esta Santa Misa nos permite experimentar con gozo nuestra pertenencia a esta Iglesia de Segorbe-Castellón. Nuestra Iglesia diocesana es un don de Dios, un pueblo de su propiedad, elegida para ser la morada y presencia de Dios en medio de nuestro pueblo y llamada a crecer en comunión con Dios y con los hombres para caminar juntos, sinodalmente, y salir a la misión de llevar a todos al encuentro salvador con Cristo. Somos hermanos porque, con el Padre común que nos ha regenerado el bautismo, con el Hermano mayor que nos ha redimido y con el Espíritu Santo que nos santifica, formamos esta familia de los hijos de Dios, puesta como levadura de Evangelio en la masa de la historia humana para que a todos llegue la Salvación.

En esta Misa, además de consagrar el Crisma y bendecir los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, cercano ya el Jueves Santo, los sacerdotes renovaremos las promesas sacerdotales recordando el día de nuestra ordenación y unción sacerdotal por el santo Crisma. Personalmente vivo con especial intensidad cada Misa Crismal. ¿Por qué? Porque es la Misa que el Obispo celebra con el Pueblo de Dios que le ha sido encomendado  y en la que se manifiesta públicamente la comunión existente entre el obispo y sus presbíteros en el único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo (PO 7). Hoy doy gracias a Dios una vez más por todos vosotros, queridos sacerdotes y por nuestro presbiterio. Doy gracias a Dios por vuestro trabajo diario, con reconocimientos, pero con tantas incomprensiones y dificultades. Estos días habéis venido a mi mente y a mi corazón con vuestro rostro concreto; ante el Señor he pensado en vuestros posibles estados de ánimo: en unos serán de alegría y de ardor misionero y en otros tal vez de dolor pastoral o de cansancio, de desaliento o quizá de desconcierto en la tarea.

3. En verdad: vivimos tiempos recios para nuestra misión pastoral. Nos toca ejercer el ministerio en un contexto de indiferencia religiosa y de alejamiento de muchos bautizados de la Iglesia, en medio de una ‘cultura’ caracterizada por el ‘silencio social sobre Dios’, por la pérdida de Dios en el horizonte de la vida de los hombres y por  una  secularización creciente. A medida que avanzan los años hacemos la experiencia de la propia debilidad, corremos el riesgo de sentirnos funcionarios de lo sagrado, sentimos  la atracción del poder y de la riqueza en una sociedad consumista, experimentamos la dificultad de vivir el celibato en un mundo pansexualizado o nos relajamos en la entrega total al propio ministerio. Pero estos y otros retos y dificultades en el ejercicio del ministerio pueden convertirse en condiciones para nuestra renovación, si los vivimos desde su fuente. Conviene que no olvidemos nunca nuestra historia personal. Es una historia de amor de predilección de Dios con cada uno de nosotros. 

De ella aprendemos que la gracia divina nunca se extingue y que el Espíritu Santo continúa obrando en nuestra realidad actual con generosidad. Fiémonos siempre de Él y de su presencia en nuestra vida. El papa Francisco nos dice que “para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque ‘él viene en ayuda de nuestra debilidad’ (Rom 8, 26)” (EG 280).

Fijemos, pues, esta mañana nuestros ojos, nuestra mirada, en Jesús como sus paisanos en la sinagoga de Nazaret aquel día: Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, el que es, el que era y el que ha de venir: el todopoderoso:Él está y camina con nosotros (cf. Ap 1, 5-6). ¡Abramos una vez más nuestro corazón a Cristo! ¡Dejémonos encontrar por Él y su palabra, por su amor de predilección! Él es la verdadera fuente de nuestra  alegría y de nuestra renovación. Hagamos memoria y descubramos la acción generosa del Espíritu Santo en el pasado y en el presente de nuestra Iglesia diocesana, de nuestras comunidades y de cada uno de nosotros. Con estas actitudes, detengámonos unos momentos en la Palabra que acabamos de proclamar.

4. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido” (Lc 4, 18). Estas palabras de Isaías, valen en primer lugar y ante todo para Jesús. El es el Mesías de Dios, el Cristo, el Ungido por el Espíritu Santo. Y desde Él y gracias a Él, estas palabras valen para todos nosotros, los bautizados y confirmados, y valen de un modo especial y por título particular para cada uno de nosotros, sacerdotes y obispo. El crisma, que vamos a consagrar, nos recuerda el misterio de la unción en nuestro bautismo y confirmación, así como en nuestra ordenación sacerdotal; una unción, que marca para siempre la persona y la vida de todo cristiano, una unción que marca para siempre especialmente nuestra persona y nuestra vida de presbíteros y de obispo. Cada uno de nosotros puede afirmar de sí mismo con toda verdad: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido”.

Queridos sacerdotes: estas palabras nos conciernen de modo directo y especial. Por una unción singular que afecta a todo nuestro ser, hemos quedado configurados con Cristo, Pastor y Cabeza de su Iglesia, el Siervo de Dios. El Espíritu del Señor está en nosotros y con nosotros: es nuestro carisma, el don del Espíritu a cada uno de nosotros: con su aliento y con su fuerza podemos y debemos contar siempre y en todo momento y, sobre todo, en nuestro cansancio, en nuestra debilidad y en nuestro desaliento. Gracias al don del Espíritu en nosotros somos pastores y maestros en nombre del Señor en su Iglesia, renovamos el sacrificio de la redención, preparamos para el banquete pascual, perdonamos los pecados, presidimos al pueblo santo en el amor, lo alimentamos con la Palabra y lo fortalecemos con los sacramentos (cf. Prefacio de la Misa Crismal); gracias al Espíritu en nosotros y tenemos la fuerza para salir por los nuevos caminos que nos pide nuestra misión. ¡Fiémonos de la acción silenciosa, pero real y eficaz del Espíritu Santo en nosotros y a través de nosotros!

Al recordar hoy nuestra ordenación presbiteral queremos renovar, con el frescor y la alegría del primer día, nuestras promesas sacerdotales. Hagamos memoria agradecida del don recibido de Cristo y de la presencia permanente del Espíritu Santo en nosotros. Renovemos nuestro compromiso de amor contraído con Jesucristo y con los hermanos. Reconozcamos la inigualable novedad del ministerio y misión a la que servimos. Somos los ministros de la gracia del Espíritu Santo que Cristo ha enviado al mundo para la sanación y la salvación de todos desde la Cruz. Esta es la fuente de la que surgirá una renovada alegría y un renovado impulso apostólico, el bálsamo que sanará nuestras heridas y la luz que nos guiará en la tarea pastoral. Dios es fiel a su palabra, a su don y a sus promesas. Su Espíritu es la fuerza que nos sustenta y alienta en nuestras luchas y dificultades, ante la tentación de la tibieza, de la mediocridad y del desaliento.

5. La unción y la presencia del Espíritu están íntimamente unidas a nuestra misión. Hemos sido ungidos para ser enviados; en el servicio fiel y entregado a nuestro ministerio encontraremos el camino de la alegría y de nuestro ardor, y también de nuestra santificación.

La misión que Jesús nos ha confiado, queridos sacerdotes, es la de anunciar el Evangelio a los pobres. “El Espíritu del Señor me ha enviado a evangelizar a los pobres” (Lc 4, 18). La misión de Cristo es evangelizar a los pobres; si nuestra misión es la suya, también nosotros estamos llamados a evangelizar a los pobres. Son muchos los rostros de la pobreza, y no sólo la pobreza material, sino también tantas pobrezas espirituales, como la ausencia de Dios. Este contexto de ausencia, relativización, deformación u olvido del Dios vivo y personal de la tradición cristiana pide de todo presbítero que sea – como exhorta Pablo a Timoteo – ante todo “un hombre de Dios” (1 Tim 6,11), no un “profesional de lo sagrado”. Estamos llamados a ser “signo” de Dios en este mundo secularizado, a ser mistagogos que inician a otros en la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, a ser teólogos para que la experiencia del encuentro no caiga en la subjetividad y el sentimiento, a ser ministros de una santa inquietud, a suscitar preguntas, a despertar grandes deseos ante un hombre contemporáneo que los recortado y empequeñecido. 

Nuestro ministerio, queridos sacerdotes, es un ministerio de amor, de servicio y de entrega a todos, en especial a los más pobres: a los desheredados, a los afligidos y a los abatidos. Hemos de ejercitar nuestro ministerio desde el servicio y desde el amor oblativo que libera y levanta, que sana y da consuelo, que aporta motivos para vivir y para esperar, que reconforta y alegra el espíritu. Seremos guías auténticos de la comunidad cristiana si servimos con generosidad a todos los miembros del Pueblo de Dios, ayudándolos a crecer, saliendo a buscar las ovejas perdidas y desorientadas, y llevando a todos a Jesucristo: a los presentes, a los alejados y a los que nunca oyeron hablar del Dios de Jesucristo.

Ese es el sentido de las promesas que hoy vamos a renovar. Es necesario recordar y testimoniar de modo creíble que sólo Dios en Cristo es la verdadera riqueza que llena de alegría nuestro corazón y de sentido nuestra existencia. En Él está la alegría profunda que este mundo no nos puede dar. El amor entregado a Cristo y la caridad pastoral apasionada  a quienes nos han sido confiados es nuestra respuesta agradecida al don permanente de Dios en nosotros. No nos dejemos llevar por el desaliento. Dejémonos encontrar y renovar por la gracia misericordiosa de Dios y por el Espíritu que habita en nosotros. Hoy queremos recordar y testimoniar ante el Pueblo de Dios que sólo Dios y el ministerio recibido, son la verdadera riqueza que llena de sentido nuestra existencia. 

No quiero terminar sin tener un recuerdo en nuestra oración y afecto a nuestros  sacerdotes ancianos y enfermos, y a los que por el motivo que fuere hoy no están entre nosotros. Al mismo tiempo encomendamos a la misericordia de Dios a los hermanos sacerdotes fallecidos desde la pasada Misa Crismal: Rafael Torres Carot, Manuel Pérez Pérez,  Joan Llidó Herrero, Marcelino Cervera Herrero, Daniel Gil Lindo y José Pascual Font Manzano. Que el Señor les conceda su Paz y su Gloria para siempre.

Y que María, Madre de la Iglesia y de los sacerdotes, nos aliente a todos para ejercer con alegría y fidelidad el ministerio que su Hijo, nos ha encomendado. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en el Domingo de Ramos

3 de abril de 2023/2 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2023/por obsegorbecastellon

2 de abril de 2023

(Is 50,4-7; Sal 21; Filp 2,6-11; Mt26, 14-27, 66)

Entramos en la Semana Santa

1. Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor comienza la Semana Santa: un año más nos disponemos a celebrar los misterios santos de nuestra redención: la pasión, muerte y resurrección del Señor.

En la procesión hemos acompañado al Señor con cantos y con palmas en nuestras manos. Hemos revivido lo que sucedió aquel día, en que Jesús, en medio de la multitud que le aclama como Mesías y Rey, entra triunfante en Jerusalén montado en un pollino. Tras la procesión de palmas nos hemos adentrado en la celebración de la Eucaristía, en que se actualiza la pasión y muerte en cruz de Cristo, que hemos proclamado en el relato de la Pasión, este año según San Mateo. 

La Palabra de Dios fija nuestra atención en Aquel que va a ser el centro de cuanto vamos a celebrar en estos días santos. Cristo Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, fiel a la voluntad del Padre, con total libertad  y por un amor infinito hacia la humanidad, sigue el camino que le llevará a la cruz con el fin de abrirnos las puertas al Amor de Dios y a la Vida divina.

Entrega de Jesús por amor a la humanidad

2. Jesús se entrega libremente a su pasión; no va a la cruz obligado por fuerzas superiores a él, sino por amor obediente a la voluntad del Padre y amor hecho entrega total a la humanidad. “Cristo se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Flp 2, 8). Jesús sabe que ha llegado su hora, y la acepta con la obediencia libre del Hijo y con infinito amor a los hombres. Jesús va a la cruz por nosotros; él lleva nuestros pecados a la cruz, y nuestros pecados le llevan a la cruz: fue triturado por nuestras culpas, nos dice Isaías (cf. Is 53, 5). El proceso y la pasión de Jesús continúan en nuestro mundo; se renueva cada vez que, pecando, rechazamos a Cristo y su amor, y prolongamos así el grito de aquella gente amotinada: “No a éste, sino a Barrabás. ¡Crucifícalo!”.

Al contemplar a Jesús en su pasión, vemos en él los sufrimientos de toda la humanidad. Cristo, aunque no tenía pecado alguno, tomó sobre sí lo que el hombre no podía soportar: la injusticia, las mentiras, las violencias, las guerras, los adulterios, el pecado, el odio, el sufrimiento y, por último, la muerte. En su pasión y muerte, Cristo, el Hijo del hombre humillado y sufriente, Dios acoge, ama y perdona a todos. En la cruz, Dios restablece la comunión con los hombres y de los hombres entre sí, y da de este modo el sentido último a la existencia humana. No somos fruto del azar; somos creaturas del amor de Dios y estamos llamados a su amor. La cruz es el abrazo definitivo de Dios a los hombres. Desde ese abrazo de Cristo en la cruz lo más hondo del misterio del hombre ya no es su muerte, sino la Vida sin fin en el amor de Dios. La cruz ha roto las cadenas de nuestra soledad y de nuestro pecado; la cruz ha destruido el poderío del pecado y de la muerte. Desde la pasión del Hijo de Dios, la pasión del hombre ya no es la hora de la derrota, sino la hora del triunfo: el triunfo del amor infinito de Dios sobre el pecado y sobre la muerte.

La Semana Santa nos invita a acoger este mensaje de la cruz. Al contemplar a Jesús, el Padre quiere que aceptemos seguirlo en su pasión, para que, reconciliados con Dios en Cristo, compartamos con El la resurrección.

La Semana Santa: expresión de fe

3. “Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2,9). Estas palabras del apóstol san Pablo expresan nuestra fe: la fe de la Iglesia. La Semana Santa nos sitúa de nuevo ante Cristo, vivo en su Iglesia. El misterio pascual, la pasión, muerte y resurrección, que revivimos durante estos días, es siempre actual. Todos los años, durante la Semana santa, se renueva la gran escena en la que se decide el drama definitivo, no sólo para una generación, sino para toda la humanidad y para cada persona. Nosotros somos hoy contemporáneos del Señor. Y, como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si lo acogemos y creemos en él o no, si estamos con él o contra él, si somos simples espectadores de su pasión y muerte o, incluso, si le negamos con nuestras palabras, actitudes y comportamientos.

Como cada año, estos días santos quieren conducirnos a la celebración del centro de nuestra fe: Cristo Jesús y su misterio Pascual. Este es el centro de todas las celebraciones de esta Semana Santa, de las litúrgicas, de las procesionales y de las representaciones de la pasión. Pero ¿creemos de verdad en Cristo Jesús y en su obra de Salvación? Y, si es así, ¿ayudamos a otros a acercarse a Jesús para avivar y fortalecer la fe? ¿Ayudamos a nuestros Cofrades a que su participación en los desfiles sea en verdad expresión comunitaria y pública de esa fe? Estas preguntas no son mera retórica, ni consideraciones pías. Tocan el núcleo esencial de nuestra Semana Santa, que con frecuencia queda olvidado, desdibujado o diluido en nuestras procesiones. Vivamos el sentido genuino de nuestra Semana Santa.

Llamada a vivir con fidelidad nuestro ser cristiano

4. En la pasión se pone de relieve la fidelidad de Cristo a Dios Padre y a la humanidad; una fidelidad que está en contraste con la infidelidad humana. En la hora de la prueba, mientras todos, también los discípulos, incluido Pedro, abandonan a Jesús (cf. Mt 26, 56), él permanece fiel, dispuesto a derramar su sangre para cumplir la misión que le confió el Padre. Junto a él permanece María, silenciosa y dolorosa. Aprendamos de Jesús y de su Madre, que es también nuestra madre. La verdadera fuerza del cristiano está en vivir fiel a su condición de cristiano y en su testimonio de la verdad del Evangelio, resistiendo a las corrientes contrarias, a las incomprensiones, a los hostigamientos, a los escarnios y a las mofas. Es el camino que vivió el Nazareno; es el camino de sus discípulos, los cristianos, hoy y siempre.

En su pasión y muerte, Jesús, el Hijo de Dios, nos ha abierto el camino para que todos podamos seguirle, con la certeza de que, por difícil y duro que nos parezca el camino, quien le siga encontrará en Él la Vida y la Salvación. Os invito a vivir estos días acercándonos al Sacramento de la Confesión, para que, purificado nuestro pasado, dejemos que Cristo brille en nosotros.

Exhortación final

5. En estos días santos se hace presente todo lo más grande y profundo que tenemos y creemos los cristianos. ¡Abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo que nos ama! Que nuestra participación en las celebraciones nos adentren en un renovado despertar de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestro amor.

Así se lo pido a María que supo estar al lado de su Hijo Jesucristo. Que Ella, como buena Madre, nos ayude a ser fieles seguidores de su Hijo. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía de Navidad de la Misa de Medianoche

24 de diciembre de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2022/por obsegorbecastellon

S.I. Catedral de Segorbe – 24 de Diciembre de 2022

(Is 9,2-7. Sal 95; Tit 2,11-14; Lc 2,1-14)

Hermanas y hermanos, muy amados todos en el Señor

1. “A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada” (cf. Lc 2,6s). Con estas palabras, el evangelio de Lucas expresa el acontecimiento que celebramos esta noche santa de navidad. A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Es el momento que le había anunciado el Ángel en Nazaret: “Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo” (Lc 1,31). Es el momento esperado por el pueblo de Israel desde hacía muchos siglos, durante tantas horas oscuras de su historia. Era el momento en cierto modo esperado por toda la humanidad. Sí, de algún de modo y de manera confusa, la humanidad esperaba que Dios se preocupase por nosotros, que saliera de su ocultamiento, que el mundo alcanzara la salvación y que Él renovase todo.

2. Con ternura y amor maternal, con santa alegría y con callado celo María “lo envolvió en pañales y lo acostó en pañales, porque no tenían sitio en la posada”. El pueblo de Israel lo espera; en cierto modo, la misma humanidad espera a Dios y su cercanía; pero cuando llega el momento, no tienen sitio para Él. Está tan ocupada consigo misma de forma tan exigente, que necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda nada para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios. Y cuanto más se enriquecen los hombres, tanto más llenan todo de sí mismos y menos puede entrar el otro.

Juan, en su Evangelio, fijándose en lo esencial, ha profundizado en la breve referencia de san Lucas sobre la situación de Belén: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (1,11). Esto se refiere sobre todo a Belén: el Hijo de David fue a su ciudad, pero tuvo que nacer en un establo, porque en la posada no había sitio para él. Se refiere también a Israel: el enviado vino a los suyos, pero no lo quisieron. En realidad, se refiere a toda la humanidad: Aquel por el que el mundo fue hecho, el Verbo creador primordial entra en el mundo, pero no se le escucha, no se le acoge.

En definitiva, estas palabras se refieren a nosotros, a cada persona y a la sociedad en su conjunto. ¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar Él en nuestra vida? ¿Encuentra un lugar en nosotros o tenemos ocupado todo nuestro pensamiento, nuestro quehacer, nuestra vida, con nosotros mismos? ¿Tenemos tiempo para el prójimo que tiene necesidad de nuestra palabra, de mi palabra, de mi afecto? ¿Para aquel que sufre y necesita ayuda? ¿Para el prófugo o el refugiado que busca asilo?

3. Junto a aquellos que no perciben a Dios que viene, que no tienen ni tiempo ni espacio para el niño, en el Evangelio encontramos también quienes tienen tiempo y espacio para Dios en su vida. En Lucas encontramos el amor de su madre María y la fidelidad de san José, la vigilancia de los pastores y su gran alegría, y en Mateo encontramos la visita de los sabios Magos, llegados de lejos, así también nos dice Juan: “Pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios” (Jn 1,12). Hay quienes lo acogen y, de este modo, desde fuera, crece silenciosamente, comenzando por el establo, la nueva casa, la nueva ciudad, el mundo nuevo. El mensaje de Navidad nos hace reconocer la oscuridad de un mundo cerrado a Dios; sin duda una realidad que vemos cotidianamente.

Pero Navidad nos dice también que Dios no se deja encerrar fuera. Él encuentra un espacio, entrando tal vez por el establo; hay hombres que ven su luz y la transmiten. Mediante la palabra del Evangelio, el Ángel nos habla también a nosotros y, en la sagrada liturgia, la luz del Redentor entra en nuestra vida. Si somos pastores o sabios, la luz y su mensaje nos llaman a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de nuestros deseos e intereses para ir al encuentro del Señor y adorarlo. Lo adoramos abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera.

En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo vino a la tierra. Por eso, de allí se difunde una luz para todos los tiempos; por eso, de allí brota la alegría y nace el canto.

4. Acojamos con fe y celebremos con alegría, hermanos, al Niño Dios. El Hijo de Dios nace y se hace hombre por amor a nosotros. La celebración del nacimiento del Hijo de Dios en nuestra carne no pertenece sin más del pasado. No recordamos lo ocurrido en Belén como un mero hecho del pasado. Dios se hace uno de los nuestros para hacernos de los suyos: hijos suyos en el Hijo. Y Dios sigue haciéndose presente entre nosotros. Dios sale a nuestro encuentro en su Palabra. Celebremos la cercanía de Dios, que nos acompaña en el camino de nuestra vida. El nos invita a acogerlo y a seguirlo por el camino del amor y de la paz. Recuperemos y vivamos el genuino sentido de la Navidad. No habrá verdadera Navidad si Dios, su amor y su paz, no nacen en nuestro interior, en nuestras familias y en nuestra sociedad, si no nos dejamos encontrar y amar por El. No habrá verdadera Navidad si, amados por Dios, no acogemos a todos los demás seres humanos como hermanos en el Niño Dios, nacido en Belén: en especial a los pobres, a los enfermos y a los emigrantes. No habrá verdadera Navidad si vivimos de espaldas a Dios y a sus leyes. No habrá verdadera Navidad mientras existan el odio y el rencor entre los hombres y no sean superados por el perdón y la reconciliación, mientras se de el terrorismo en nuestro mundo y las guerras entre los pueblos, mientras los hombres y mujeres no nos amemos en verdad los unos a los otros como Cristo nos ama.

Navidad es misterio de amor y de paz. “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc. 2, 14). Desde la gruta de Belén se eleva hoy una llamada apremiante para que el mundo no caiga en la indiferencia, la sospecha y la desconfianza de los unos para con los otros. Los creyentes en Cristo Jesús, junto con los hombres de buena voluntad, estamos llamados a construir la paz, abandonando cualquier forma de intolerancia y discriminación.

Que María nos ayude a contemplar y descifrar el misterio que se oculta tras la fragilidad de su Hijo. Que ella nos ayude a acogerle en nuestra vida para ser testigos de lo que hemos visto y oído, para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo reconozcan en el Niño al único Salvador del mundo,

¡¡¡Feliz Navidad para todos!!!.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Solemnidad de la Concepción Inmaculada de la bienaventurada Virgen Maria

11 de diciembre de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2022/por obsegorbecastellon

S.I. Catedral-Basílica de Segorbe – 8.12.2022

(Gn 3. 9-15.20; Sal 97; Ef 1, 3-6.11.12; Lc 1, 26-28)

¡Amados hermanos y hermanas en el Señor!

Saludo

1. Os saludo cordialmente a cuantos habéis acudido a la S. Iglesia Catedral de la Diócesis en Segorbe para celebrar la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María. Hoy es un día de intenso gozo espiritual, en el que contemplamos a la Virgen María, “la más humilde y a la vez la más alta de todas las criaturas”, como canta el poeta Dante (Paraíso, XXXIII, 3). En ella resplandece la eterna bondad del Creador que, en su plan de salvación, la escogió para ser madre de su Hijo unigénito y, en previsión de su muerte, la preservó de toda mancha de pecado (cf. Oración colecta). María no sólo no cometió pecado alguno personal, sino que fue preservada incluso de la herencia común al género humano, del pecado original, en vista a la misión a la que Dios la había destinado desde siempre: ser la Madre del Redentor.

Todo esto está contenido en la verdad de fe de la “Inmaculada Concepción”. El fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el ángel dirigió a la joven de Nazaret: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28). “Llena de gracia” es el nombre más hermoso de María, un nombre que le dio Dios mismo para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesús, “el amor encarnado de Dios” (Deus caritas est, 12). (Benedicto XVI)

María, Hija amada del Padre y Madre del Salvador 

2. María es “la llena de gracia”. Dios la colma de su amor, de su amistad y de su gracia preservándola de toda mancha de pecado desde el mismo momento su concepción. María es llamada a la existencia llena de gracia, y lo es por puro amor de Dios Padre. La Inmaculada nos remite así en primer lugar, a Dios; nos muestra el verdadero rostro de Dios Padre: Dios es amor, y crea por amor y llama a la vida en la perfección del amor. La perfecta santidad de María, su comunión plena con Dios desde el momento mismo de su concepción, se debe al Hijo que concebirá en su seno. En María, la Madre virgen del Hijo, se realiza de modo anticipado y perfecto la obra de salvación de Jesucristo. María fue preservada del pecado original, y creada llena de gracia y de santidad desde siempre “en vista de los méritos de Jesucristo, salvador del género humano”. En la doncella virgen de Nazaret se manifiesta por vez primera el plan divino de Salvación trazado por el amor misericordioso de Dios “antes de la creación del mundo”.

Para llevar a cabo el plan de Salvación de Dios

3. La primera lectura de hoy (Gn 3,9-15.20) nos recuerda el plan de Dios sobre la humanidad y, a la vez, la experiencia dramática de la caída de nuestros primeros padres. Es la narración del pecado original. El hombre es creado por Dios “a su imagen y semejanza” (cf. Gn 1, 26); Dios lo creapor puro amor y para la vida en plenitud, lo crea en comunión y amistad con Dios, con los hombres y con el resto de la naturaleza. Al crearlo, Dios dio este mandato al hombre: “Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que morir” (Gn 2,16-17). El hombre haciendo uso de su libertad rehúsa este mandato de Dios. El hombre no se fía de Dios. Tentado por las palabras de la serpiente, abriga la sospecha de que Dios, con esta prohibición, le quita algo de su vida, que Dios es un competidor que limita su libertad, y que sólo será plenamente ser humano cuando lo deje de lado; es decir, que sólo de este modo puede realizar plenamente su libertad. Y así el hombre se aparta de Dios, se cierra a Dios para construir su mundo al margen de su Creador, el hombre se erige en centro y en norma de todo, suplanta a Dios en su vida. Es la tentación siempre presente en la historia humana, el deseo último del hombre de todos los tiempos cuando declara ‘la muerte de Dios’ o prescinde de El en su vida.

El hombre no quiere recibir de Dios su existencia y la plenitud de su vida. No quiere contar con el amor que no le parece fiable; cuenta únicamente con el conocimiento, puesto que le confiere el poder. Más que el amor, busca el poder, con el que quiere dirigir de modo autónomo su vida. Al hacer esto, se fía de la mentira más que de la verdad, y así se hunde con su vida en el vacío, en la muerte. Rechazada la vida y el amor de Dios, el hombre experimenta su vaciedad más profunda: rota su relación con Dios, el hombre se experimenta desnudo, vacío, siente miedo y se esconde. Esta es la dramática consecuencia del pecado original, que desde entonces afecta a todo hombre y mujer al nacer.

Pero Dios, sigue amando al hombre, y sale en su busca. “¿Dónde estás?” (Gn 3,9), es la pregunta de Dios a Adán. Porque Dios, que ha creado al hombre por amor, para el amor y para plenitud del amor, sigue amando al hombre a pesar de su pecado, a pesar de su rechazo. Tras la caída, Dios no lo abandona. En ese mismo momento, Dios anuncia la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída. El hombre no está destinado a perecer en su pecado, o disolverse en la nada. “Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor” (Ef 1,4). Y “tanto amó Dios al mundo que dio a su único hijo” (Jn 3,16). El fruto primero y más sublime del amor de Dios, manifestado en la redención realizada por Cristo, es María Inmaculada.

Respuesta de fe de María

4. María, la llena de gracia, acoge el amor de Dios con gratitud y alegría: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvado, porque ha mirado la humildad de su esclava” (Lc 1, 46), cantará; María acoge a Dios y su amor con una fe y confianza plena y con la entrega total de su persona a Dios y a su plan sobre ella. “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según palabra” (Lc 1,38).

María vive su existencia así desde la verdad de su persona, que es el de toda persona humana: y esta verdad que sólo descubre en Dios y en su amor. María es consciente de que ella es nada sin el amor de Dios, que la vida humana sin Dios solo produce vacío en la existencia. Ella sabe que el fundamento de su existencia no está en sí misma, sino en Dios, que ella está hecha para acoger el amor de Dios y para darse por amor.

Por ello vivirá siempre en Dios y para Dios. Ella no es sino la hija y esclava de Dios, signo de la gratuidad y de la ternura amorosa de Dios. Misterio de amor incompresible por parte de Dios, misterio de fe admirable por María. María, la mujer humilde, aceptando su pequeñez ante Dios, dejando que Dios sea grande, se llena de Dios y queda engrandecida, y se convierte así en madre de la libertad y de la dicha.

María, Madre de los creyentes y de la humanidad

5. Así en la Madre de Cristo y Madre nuestra se realizó perfectamente la vocación de todo creyente, que como nos recuerda el Apóstol San Pablo, está llamado a ser santo e intachables ante Dios por el amor (cf. Ef 1, 4). La Inmaculada es la fiesta de los creyentes. Por su fe, María es nuestra madre en la fe y nuestro modelo como creyentes. Dichosa por haber creído, María nos muestra que la fe en Dios es nuestra dicha y nuestra victoria, “porque para Dios nada hay imposible” (Lc 1,37) y “todo es posible al que cree” (Mc 9, 23). La  misma humanidad, representada en ella, comienza a decir sí a la salvación que Dios le ofrece con la llegada del Mesías. Ella es la primicia de la humanidad redimida. La “plenitud de gracia”, que para María es el punto de partida, es la meta para todos los hombres, que acogen en fe el amor de Dios. Dios nos ha creado “para que seamos santos e inmaculados ante él” (Ef 1, 4). Por eso, nos ha ‘bendecido’ antes de nuestra existencia terrena y ha enviado a su Hijo al mundo para rescatarnos del pecado.

La Inmaculada, buena noticia para el mundo

6. La Purísima es así buena noticia de Dios para la humanidad. En ella irrumpe Dios, dador de amor y de vida, en la historia humana. Dios no deja a la humanidad aislada y en el temor. Dios busca al hombre y le ofrece vida y salvación. La Inmaculada recuerda a todo hombre que Dios lo ama de modo personal, que quiere únicamente su bien y lo sigue constantemente con un designio de gracia y misericordia, que alcanzó su culmen en el sacrificio redentor de Cristo. En un mundo convulso y difícil, con miedo y sin esperanza ante el futuro, la Inmaculada nos ofrece un mensaje de fe, de amor y de esperanza. En medio de un contexto que invita a prescindir de Dios y a erigirnos en dioses, a suplantar a Dios y hacer del hombre la única fuente y meta de todo, también del bien y del mal, María Inmaculada nos llama a abrirnos al misterio de Dios y acogerlo en la fe. Solo en Dios y en su amor está la verdad del hombre, de su origen y de su destino; sólo en Dios lograremos la verdadera libertad, que es la libertad para el bien, y así podremos desarrollar lo mejor que hay en nosotros.

Exhortación final

7. Miremos a la Virgen, la Inmaculada, para que así se avive hoy en nosotros, sus hijos, la aspiración a la belleza, a la bondad y a la pureza de corazón. Su candor celestial nos atrae hacia Dios, ayudándonos a superar la tentación de una vida mediocre, hecha de componendas con el mal, para orientarnos con determinación hacia el auténtico bien, que es fuente de alegría. Demos gracias al Señor por el gran signo de su bondad que nos dio en María, su Madre y Madre de la Iglesia. Acojamos a María en nuestro camino como luz que nos ayude a convertirnos a Dios en este tiempo de Adviento. Que de manos de María sepamos acoger en nuestras vidas al Dios que nos ama hasta el extremo en Cristo Jesús, hoy y todos los días de nuestra vida.  Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Eucaristía de acción de gracias por el centenario de la declaración de la Virgen de Lledó como Patrona de Castellón

13 de noviembre de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2022/por obsegorbecastellon

HOMILÍA EN LA EUCARISTÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS

POR EL CENTENARIO DE LA DECLARACION PONTIFICIA DE LA VIRGEN DE LLEDÓ

COMO PATRONA PRINCIPAL DE LA CIUDAD DE CASTELLÓN

Santuario-Basílica de Lledó. Castellón de la Plana de Segorbe – 13 de noviembre de 2022

(Judit 13, 17-20; Romanos 5, 12.17-19; Lucas 1, 39-47)

Amados hermanos y hermanas en el Señor!

1. El pasado martes, 8 de noviembre, celebrábamos con un memorable acto en la Sta. Iglesia Concatedral de Santa María el Centenario de la declaración de la Santísima Virgen de Lidón como Patrona Principal de nuestra Ciudad de Castelló por el Papa Pío XI. Esta mañana estamos convocados a esta solemne Eucaristía para la acción de gracias: gracias damos a Dios por el patrocinio de la Mare de Déu del Lledó sobre la Ciudad. A ella la hemos cantado con las palabras de libro de Judit: “Tú eres el orgullo de nuestro pueblo”. En este día de fiesta recordamos y agradecemos la cercanía maternal de la Virgen; con su “magnificat”, cantamos a Dios porque ha estado grande con ella y nos ha dado a tan dulce madre; a María, la Virgen de Lidón, le damos gracias por tantos favores recibidos por intercesión suya; a ella le confiamos la vida de nuestra Ciudad y de sus habitantes, de nuestras familias y de nuestras parroquias.

2. La Santísima Virgen de Lledó es nuestra Patrona. Pero ¿qué significa tener a la Virgen de Lledó como Patrona? Patrona quiere decir defensora, protectora, abogada e intercesora ante Dios, pero también significa guía. En ello quiere detenerme esta mañana. En el mundo de la mar, el patrón o patrono de un barco es aquel que lo guía con destreza y seguridad hacia buen puerto, especialmente en la tempestad. Como un buen patrón, María nos protege y guía en el proceloso mar de esta vida por el camino seguro para llevarnos a buen puerto: ella dirige y orienta nuestra mirada y nuestra vida hacia su Hijo, el Hijo de Dios, el Salvador, el Camino, la Verdad y la Vida, la Esperanza que no defrauda. Esta es la razón del patrocinio de María; éste es el motivo profundo de nuestra devoción y de nuestro amor a la Virgen de Lledó. Que no queden reducidos a un mero sentimiento pasajero, como una flor que se marchita o una lágrima que se evapora.   

Vivimos “tiempos recios”, como diría Santa Teresa de Jesús. Tiempos de crisis económica, laboral, política, social y eclesial, que pueden generar incertidumbre y temor ante el futuro. Estamos inmersos en un ‘cambio de época’ donde todo parece tambalearse. Predominan el sentimiento y el deseo, el individualismo y el relativismo; se posterga la razón y no se acepta la realidad de las cosas y ni la evidencia de la naturaleza, especialmente del ser humano. Domina por doquier la corrección política y la cancelación de lo cristiano, en el pasado y en presente. En muchos, esta situación está provocando el alejamiento de la fe y vida cristiana, el abandono de la Iglesia, de los principios, de las virtudes y de los valores cristianos. Con frecuencia nos adaptamos al ambiente social descristianizado y secularista, donde Dios ha sido marginado: se intenta vivir como si Dios no existiera.

Esta mañana queremos contemplar de nuevo a María como nuestra patrona y guía. Ella camina con nosotros en el peregrinaje de nuestra vida personal, familiar, eclesial y social. A la Mare de Déu del Lledó debemos acudir siempre, y en especial en los momentos de debilidad o de aflicción, de dificultad o de incertidumbre, de duda o de desconcierto. Somos peregrinos hacia la plenitud en Dios en la vida eterna junto con María. La Virgen de Lidón es nuestra Patrona porque guía nuestros pasos hacia esa meta con sus palabras y con su ejemplo de fe viva y vivida. Ella nos guía y alienta para que seamos fieles a nuestra condición de cristianos, discípulos misioneros del Señor; ella guía los pasos de nuestras familias cristianas, para que sean fieles a la vocación que Dios les ha dado, de nuestras parroquias, para que sean presencia de la Buena Noticia, y de nuestra Ciudad para que sea más humana y fraterna.

El Evangelio de la Visitación de la Virgen a su prima Isabel, que hemos proclamado, ilumina el significado y el alcance del patrocinio de la Virgen. Tres palabras sintetizan la actitud y el comportamiento de María: creer, acoger y actuar. La Virgen cree en Dios y se fía de Él. María acoge la llamada de Dios. Y María actúa, sale y se pone en camino para servir a su prima Isabel, llevando en su seno al Hijo de Dios. Estas actitudes y estos comportamientos de la Virgen nos indican el camino a seguir por todos nosotros.

María cree en Dios y a Dios.

3. “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45), le dice Isabel a María. La Virgen cree en Dios y a Dios que le habla a través del ángel Gabriel. María, porque es humilde, está abierta a Dios y a su designio en su vida: escucha a Dios, pregunta y disipa sus dudas, y, finalmente, con un acto de plena libertad se fía de Dios. Ella cree que será la Madre del Salvador sin perder su virginidad; ella, la mujer humilde, que se sabe amada por Dios y deudora de Dios en todo su ser, cree que será verdadera Madre de Dios; cree que el fruto de su seno es realmente el Hijo del Altísimo. María se adhiere desde el primer instante con toda su persona al plan de Dios sobre ella, un plan que trastoca el orden natural de las cosas: una virgen madre, y una criatura madre del Creador y Redentor.

María persevera en la fe: cree cuando el ángel le habla, y sigue creyendo cuando el ángel la deja sola, y se ve rodeada de las humildes circunstancias de una mujer cualquiera que va a ser madre. María avanza en la peregrinación de la fe. Ni el plan de Dios sobre ella, ni la divinidad de su Hijo le fueron totalmente manifiestos; ella tuvo que fiarse de la Palabra de Dios. Ella vive apoyándose en la Palabra de Dios. El designio de Dios se le oculta a veces bajo un velo oscuro y desconcertante: la extrema pobreza en que nace Jesús, la necesidad de huir al destierro para salvarlo de Herodes o  su sufrimiento al pie de la Cruz. María, aunque no entendía muchas cosas, no dudó que aquel niño débil e indefenso, era el Hijo de Dios. Creyó y se fió siempre de Dios, aun cuando no entendía el misterio.

María nos enseña a creer en Dios y a Dios, a fiarnos de Él y de Palabra, aunque a veces no entendamos. Maria nos enseña a contar siempre con Dios en nuestra vida y a vivir en Dios y para Dios.

María acoge el plan de Dios.

4. María, la llena de gracia, fue elegida para ser la Madre de Dios, según la carne; es su vocación, el plan de Dios para ella, el camino para ser feliz y dichosa para siempre. “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!” (Lc. 1,42). Disipadas sus dudas, María contestó al ángel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38). Como ninguna otra persona humana vivió la alegría y la libertad de su donación a Dios para realizar con Él lo que va más allá de toda expectativa y de todo sueño humano.

El diálogo que sostuvo con el ángel Gabriel nos entreabre una ventana para asomarnos a la espiritualidad de María, discípula del Señor. Su sinceridad no conocía límites: vivía en la verdad. Tampoco su voluntad de colaborar con Dios, su Esposo y Señor. Pero ¿cómo podría concebir si toda su vida le pertenecía virginalmente a su Señor? María necesita la palabra del ángel, y entender que para Dios no hay nada imposible. Desde entonces, desde la roca de esa confianza inconmovible, en cada una de las circunstancias de su vida, sobre todo en las más difíciles, con María deberíamos creer que “para Dios no hay nada imposible”, para responder también con ella: “He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

En la vida es difícil tomar decisiones. A menudo tendemos a posponerlas, a dejar que otros decidan en nuestro lugar, y preferimos seguir la moda del momento. A veces sabemos lo que tenemos que hacer, pero no tenemos el coraje o nos parece demasiado difícil porque seguir a Cristo quiere decir ir contracorriente. María en la Anunciación y en la Visitación se pone a la escucha de Dios, reflexiona y busca comprender la realidad, y decide confiarse totalmente en Dios y visitar, aun estando embarazada, a la anciana pariente.

Maria actúa, se pone de camino, sirve y lleva a Dios. 

5. María “se puso en camino y fue aprisa a la montaña” (Lc 1,39). A pesar de las dificultades, no se detuvo ante nada. Cuando tiene claro lo que le pide Dios, lo que tiene que hacer, no se entretiene, sino que sale sin demora. El actuar de María es una consecuencia de su obediencia a las palabras del ángel, pero unida a la caridad: va a Isabel para servir; sale de su casa, de sí misma, para servir por amor, y lleva cuanto tiene de más precioso: Jesús, el Hijo de Dios, ya presente en su seno.

Con frecuencia, nosotros no nos ponemos “aprisa” hacia los otros para llevarles nuestra ayuda, nuestra comprensión, nuestra caridad, y para llevarles también, como María, lo más precioso que tenemos: Jesús y su Evangelio; y hacerlo con la palabra y sobre todo con el testimonio concreto de nuestro actuar.

Hoy celebramos la Jornada Mundial de los pobres, bajo el lema “Jesucristo se hizo pobre por vosotros”. Somos invitados a tener la mirada fija en Jesús, el cual “siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza” (2 Co 8,9). El papa Francisco nos invita a compartir lo poco que podamos tener con quienes no tienen nada, para que a nadie le falte lo necesario y ninguno sufra; y nos llama a la solidaridad en medio de un mundo herido por la violencia, el odio y la guerra. La caridad no es una obligación sino un signo del amor, tal como lo han testimoniado el mismo Jesús y la Virgen. María nos enseña a salir de nosotros mismos, para ponernos en camino y servir a los pobres, necesitados y excluidos. Es el mismo Jesús, quien en ellos viene a nuestro encuentro y cuanto hagamos con uno de ellos con el mismo Cristo lo hacemos. María salió de Nazaret simplemente para servir. Servía a Dios y serviría a su pariente necesitada. Había tocado su alma el que vino a servir y no a ser servido, y al instante dejó la Virgen el calor del hogar. Optó por el riesgo del camino de Jesús. 

6. Esta mañana le pedimos a nuestra Patrona:

Mare de Déu del Lledó, mujer creyente y discípula del Señor: ilumina nuestra mente y nuestro corazón, para que contemos siempre con Dios en nuestra vida, para que sepamos obedecer sin titubeos a la Palabra de tu Hijo Jesús; danos el coraje de creer en Dios y a Dios, y seguir a tu Hijo, de no dejarnos arrastrar por lo que se lleva y dejar que otros orienten nuestra vida.

Nuestra Señora de Lledó, enséñanos a abrir nuestro corazón para acoger con generosidad y vivir con alegría la voluntad y el plan de Dios para cada uno de nosotros: es el camino para ser felices y dichosos para siempre.

Virgen de Lidón, mujer sierva y servidora, haz que nuestras manos y nuestros pies se muevan sin demora hacia los otros, hacia los pobres y necesitados para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús, para llevar, como tú, en el mundo la luz del Evangelio. Amén

+ Casimiro López Llorente

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Toda la información de la Iglesia de Segorbe-Castellón en la semana del cónclave y de la elección de León XIV como Papa
Castellón ha vivido un fin de semana repleto de fervor y tradición en honor a su patrona, la Mare de Déu del Lledó, con motivo de su fiesta principal. Los actos litúrgicos y festivos han contado con una alta participación de fieles, entidades sociales, culturales y representantes institucionales de la ciudad, en un ambiente marcado por la devoción mariana y la alegría pascual.
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12 May 2024

#JornadaMundialdelasComunicacionesSociales

📄✍️ Hoy se celebra la 58º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. «#InteligenciaArtificial y sabiduría del corazón: para una comunicación plenamente humana» es el tema que propone @Pontifex_es 💻❤️

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12 May 2024

#CartaDelObispo #MayoMesDeMaria

💐🙏 El Obispo nos exhorta, en su carta semanal, a contemplar a la Virgen e imitarla en su fe, esperanza y caridad, porque ella dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús; y nos ofrece y nos lleva a Cristo ✝️

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