Homilía en la Fiesta de la Mare de Déu del Lledó y apertura del Año Jubilar de la Coronación
Basílica de Lledó, 7 de mayo de 2023
(Is 7, 10-14; 8, 10b; Magnificat; Heb 10, 4-10; Lc 1 26-38)
Hermanas y hermanos todos en el Señor:
1. Saludo de corazón a los sacerdotes concelebrantes, en especial, al Prior de esta singular Basílica, al Prior de la Real Cofradía de la Mare de Déu del Lledó, y al Ilmo. Sr. Prior emérito de la Cofradía. Mi saludo cordial al Presidente, Directiva y Cofrades de la Real Cofradía así como a la Presidenta de la Junta y Camareras de la Virgen. Mi saludo respetuoso y agradecido a las autoridades, en especial, a la Sra. Alcaldesa y Miembros de la Corporación Municipal de Castelló en el día de su Patrona. Un saludo especial a la Regidora de Ermitas y Procuradora Municipal de la Basílica, al Clavario y al Perot de este año, y a las Reinas Mayor e Infantil de las Fiestas. Os aludo a todos cuantos habéis venido hasta la Basílica para participar en esta solemne celebración eucarística, y a cuantos a través de la TV estáis unidos a nosotros, especialmente a los ancianos, enfermos e impedidos para salir de casa.
Cada primer domingo de Mayo, el Señor nos convoca para cantar y honrar a Santa María de Lledó en el día de su Fiesta Mayor. Ella es nuestra Madre, Reina y Señora, ella es la Patrona de Castelló. Al abrir hoy el Año Jubilar para prepararnos al Centenario de su Coronación pontificia nos acogemos a su especial protección de Madre: a ella le rezamos y a sus pies ponemos nuestras esperanzas en este tiempo de gracia. Maria nos mira y nos acoge con verdadero amor de Madre; cada uno de nosotros, nuestras familias, nuestras parroquias y la Ciudad entera estamos en su corazón. Que este Año Jubilar sea un tiempo en que se acreciente nuestro amor y devoción hacia la Virgen de Lidón, para que de sus manos se avive y se fortalezca la fe y vida cristiana en y entre nosotros, y para que nuestras parroquias se renueven en su acción pastoral y en su misión evangelizadora. Mirando a la Virgen hallaremos el camino y la fuerza para acoger a Dios en su Hijo en nuestras vidas y para perseverar firmes en la fe en tiempos de increencia y de indiferencia religiosa.
María es la Madre de Dios
2. Vuestra presencia es un signo elocuente de la devoción secular de la Ciudad a la Mare de Déu del Lledó. Sí: María es ante todo la Madre del Hijo de Dios. “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande, se llamará Hijo el Altísimo” (Lc 1,31-32), acabamos de escucharen el Evangelio. María nos da al Hijo de Dios y dirige nuestra mirada hacia Él. Su deseo más ferviente es que nuestra devoción hacia su persona sea el camino para nuestro encuentro personal con Cristo Jesús, que avive y fortalezca nuestra fe para que se renueve nuestra vida cristiana y comunitaria.
Nuestra devoción a María ha de estar siempre orientada a Dios en su Hijo, Cristo Jesús. Porque su Hijo, el Señor Resucitado, es el centro y fundamento de nuestra fe. El es el Salvador, el único Mediador entre Dios y los hombres: Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida: el Camino para ir a Dios y a los hermanos, la Verdad que nos muestra el rostro de Dios y quién es el hombre, y la Vida en plenitud que Dios nos regala con su muerte y resurrección. María es siempre camino que conduce a Jesús, fruto bendito de su vientre. María, la Madre de Dios y Madre nuestra, no deja de decirnos: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).
Contemplar la fe de María
3. Este Año Jubilar nos ofrece la oportunidad de contemplar la fe de María. Ella es el modelo de fe en Dios y a Dios. La Virgen, antes de nada, escucha con atención a Dios que le habla por medio del Ángel: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. En su turbación ante estas palabras, María medita qué podría significar aquel saludo. La voz del ángel suena de nuevo, pero sus palabras son más desconcertantes aún: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande, se llamará Hijo el Altísimo”. Ante estas palabras, la Virgen de Nazaret no duda, pero indaga: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. Al final, la Virgen se fía de Dios y acoge su designio: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (cf. Lc 1, 26-38). Con este acto de fe libre, de confianza plena y de disponibilidad total, María se convierte en la Madre del Hijo de Dios; así se consuma el mayor y más decisivo acto de fe en la historia del mundo.
La Virgen, porque se sabe llena de gracia y amada por Dios, confía en Dios, se fía plenamente de Él y de su Palabra; ella cree que será la Madre del Salvador sin perder la virginidad. Ella es la mujer humilde. Y porque la humildad no es apocamiento, sino vivir en la verdad (Sta. Teresa de Jesús), María sabe que sin Dios nada es. Desde el primer instante se adhiere con todo su corazón al plan de Dios sobre ella, un plan que trastoca el orden natural de las cosas: una virgen madre, una criatura madre del Creador.
María cree cuando el ángel le habla. Y sigue creyendo cuando el ángel la deja sola y se ve rodeada de las humildes circunstancias de una mujer cualquiera que está encinta. María supo confiar siempre en Dios y confiarse siempre a Dios. La verdadera fe siempre significa salir de sí mismo para dejarse encontrar por Dios, para dejarse amar y sorprender por Dios y su novedad. “Dichosa tú porque has creído porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45).
La vida de María fue una peregrinación en la fe. Ni el designio de Dios ni la divinidad de su Hijo le fueron totalmente manifiestos; ella se fió de Dios y vivió apoyándose en la Palabra de Dios. El plan de Dios se le ocultó a veces bajo un velo oscuro y desconcertante: la extrema pobreza en que nace Jesús, la necesidad de huir al destierro para salvarle de Herodes, las fatigas para proporcionarle lo estrictamente necesario o su sufrimiento al pie de la Cruz. María “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc. 2, 19). Aunque no entendía muchas cosas, no dudó que aquel hijo débil e indefenso, era el Hijo de Dios. La Virgen creyó y se fio siempre, aun cuando no entendiera el misterio. La Virgen vive en Dios, está como impregnada por la Palabra de Dios; todo su pensamiento, toda su voluntad y todas sus acciones están impregnados y formados por Dios y su Palabra. Caminemos en este Año Jubilar tras las huellas de María.
La fe de María, modelo de fe para los cristianos
4. Nuestra devoción a la Mare de Déu será auténtica, si como ella acogemos a Dios en nuestra vida, si escuchamos a Dios y su Palabra, si acogemos con alegría su voluntad, si nos lleva al encuentro con Cristo vivo, si en María descubrimos de verdad a la Madre de Dios, a la primera discípula, al modelo perfecto de seguimiento de Jesús. Si honramos a María con amor sincero acogeremos de sus manos al Hijo de Dios para, como ella, dejarnos encontrar por El, conocerle, amarle y seguirle con una adhesión personal en estrecha comunión con la Iglesia. María nos anima y exhorta a creer en Dios y a perseverar en la fe en su Hijo.
La fe cristiana no es el resultado de nuestros esfuerzos o razonamientos. La fe es un don gratuito de Dios. Pero no es privilegio de unos pocos. Porque Dios busca y sale al encuentro de todo ser humano, porque nos ama y nos llama a participar de su amor en plenitud. Para que esta llamada de Dios se haga realidad es preciso que cada uno se deje, como María, amar por Dios y le abra su corazón, que se adhiera confiadamente y de todo corazón a Dios. La fe consiste antes de nada en creer a Dios. Y porque confiamos en Él, acogemos, a la vez y en el mismo acto, lo que Él nos revela y los caminos que nos ofrece para llegar a la Vida. Lo decisivo es la adhesión confiada al Dios vivo en su Hijo, Jesucristo.
La fe cristiana es antes de nada vivir desde Dios que nos crea a la vida por amor y nos llama a su amor y su vida en plenitud. Los seres humanos no somos el centro ni la medida de todas las cosas; no somos dueños de nuestras vidas. No podemos alcanzar con nuestras propias fuerzas nuestro deseo innato de infinitud, de felicidad, de inmortalidad, de libertad y de vida. Reconozcamos nuestra finitud y limitación. Nuestro origen y destino están en Dios. Él es el fundamento sobre el que descansa todo.
La fe es siempre una experiencia personal. La fe tiene lugar en el seno de la comunidad de los creyentes, en el seno de la Iglesia y en comunión de fe con la fe de la Iglesia; pero la decisión personal no puede ser reemplazada por nada ni por nadie. La fe sucede en lo más íntimo de nuestra persona, en lo más íntimo de nuestro corazón, y compromete a la persona en su totalidad; es el acto personal más intenso. La fe proyecta todo el ser de la persona hacia Dios. No se cree sólo con el sentimiento, con la voluntad o con la razón. La fe consiste en la entrega incondicional y confiada de toda la persona a Dios. “Buscarás al Señor, tu Dios, y lo encontrarás si lo buscas de todo corazón” (Dt 4,29).
¡Así lo han experimentado nuestros antepasados en la fe generación tras generación desde aquel 1366, año de la feliz ‘troballa’ de la imagen de Nuestra Señora de Lledó! Ellos han experimentado su presencia maternal en sus vidas, la coronaron Reina del cielo. De sus manos, acogieron a su Hijo, el Rey mesiánico, y pervearon firmes en su fe.
Ante la crisis espiritual, avivar la fe en Dios
5. Miremos esta mañana una vez a la Mare de Déu del Lledó. Vivimos momentos de una profunda crisis en todos los ámbitos. Es sobre todo una crisis humana y espiritual; una crisis que afecta a la sociedad, a las personas, a los matrimonios, las familias y a las nuevas generaciones, sobre todo a los más jóvenes. Se trata de una crisis del espíritu, que amenaza con dejar al hombre sin esperanza, porque se pretende desalojar a Dios de nuestras vidas.
Con frecuencia somos víctimas de un ambiente, en el que el hombre y la sociedad son entendidos y viven como si Dios no existiera; un ambiente que está marcando también la vida de nuestras familias, la educación de los hijos y las relaciones sociales, labores y políticas. Dejamos a Dios al margen de nuestros proyectos y de nuestras acciones cotidianas. Pero el silenciamiento de Dios abre el camino a una vida sin rumbo, y a proyectos que acortan nuestro horizonte y se limitan a intereses inmediatos. El silenciamiento de Dios lleva al ocaso del hombre. Expoliado de su profundidad espiritual, eliminada su referencia a Dios, se inicia la muerte del ser humano, el ocaso de su dignidad. Una sociedad que da la espalda a Dios, a su amor, a su ley y sus caminos termina por deshumanizar al hombre; termina por volverse en contra el mismo hombre, contra su inviolable dignidad y sus derechos más sagrados.
En estas circunstancias acudimos a María y le pedimos que nos enseñe a ser creyentes auténticos de Dios y testigos de su amor. Nuestra Iglesia en Castellón, a imagen de María, está llamada a dejarse vivificar por el Señor resucitado. Contemplando a María nuestras comunidades cristianas están llamadas a ser el lugar donde todos puedan encontrar y experimentar la cercanía de Jesucristo y del amor de Dios. Sólo el Señor resucitado es capaz de vivificarnos plenamente y hacer de nosotros instrumentos de vida para el mundo y testigos de su amor en nuestro caridad fraterna y comprometida, en especial con los más necesitados y desfavorecidos.
Oración final
6. Mare de Déu del Lledó, madre del Hijo de Dios y madre nuestra. Hoy reconocemos agradecidos que la historia de Castelló ha sido un canto de amor hacia ti, que eres el honor de nuestro pueblo. Ante tu altar, Castelló ha begut sa glòria, proclamándote bienaventurada de generación en generación. Por eso te invocamos como nuestra alegría, esperanza y consuelo. En este Año Jubilar pedimos a Dios Padre por tu intercesión el perdón de nuestras faltas de fe, esperanza y caridad. Qué Dios nos conceda un amor sincero a nuestros hermanos, especialmente a los más pobres, a los que sufren y a los necesitados. Bendice copiosamente a nuestras familias y a nuestra Iglesia, que camina junto a ti con esperanza, para crecer en la comunión y ser enviados a la misión evangelizadora. ¡Oh Santa María del Lledó! Tú que eres de l’amor nostre, Senyora, escucha la oración de tus hijos que te aclaman como Madre, Reina y Patrona. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón