Los paneles con las piezas han sido depositados en el museo de la cripta y serán presentados el próximo 15 de agosto
La parroquia de Llucena acaba de recuperar una importante zocalada de cerámica del siglo XVIII que se encontraba arrinconada en uno de los cuartos trasteros de la iglesia y que con el paso del tiempo corría el peligro de perderse. El párroco consciente de esta significativa azulejería y atendiendo a sus investigaciones pudo averiguar que en el Inventario Monumental Dertusense de Mosén Manuel Milián Boix elaborado por M. Milián Mestre, J. Alanyà Roig y J. Monferrer Guardiola aparecía referencia a esta colección señalando que “la iglesia está rodeada por curiosa zocalada de cerámica alcorense, del siglo XVIII. Entre cenefas cuadros policromados representando a San José y a otros santos. De un mérito artístico extraordinario”.
Las piezas, según Maxim García Conejos, Licenciado en Historia del Arte, “están datadas de entre 1.770 y 1.780 y son coincidentes con el resurgimiento de la azulejería valenciana que se vive a mediados del siglo XVIII, momento en que recayó la producción sevillana. Se trata de azulejos realizados en serie que reproducen un diseño de forma sistemática y repetitiva, la función principal de los cuales es ornamental para obtener una secuencia estética determinada”. García señala que aunque en este inventario se habla de cerámica alcorense hay que anotar que su procedencia no es la manufactura condal de l’Alcora sino que se corresponde con las fábricas valencianas como ya han estudiado algunos autores.
Cabe destacar también que entre las piezas más antiguas recuperadas se encuentra un azulejo cuadrado de mitadad, también denominado de cartabón o mocadoret, cuya cronología resulta difícil precisar, pero su período de producción fue muy largo –documentados en Valencia desde finales del siglo XVI- teniendo gran aceptación durante el siglo XVII y principios del siguiente. Y también dos azulejos de temática religiosa que se intuye pertenecen a dos figuras sedentes que, en su origen, formarían parte de algún retablo o panel cerámico. Algunas piezas más del siglo XVIII, XIX y XX (procedentes mayoritariamente de Onda y Valencia) completan este descubrimiento.
Todas ellas lucen ya en el museo parroquial -tras su restauración- y podrán contemplarse el próximo quince de agosto, con motivo de la fiesta de la Asunción, titular de la parroquia; en un acto en el que se bendecirán e inaugurarán las obras de reforma y ampliación del museo de la cripta, por parte del párroco y las reinas y damas de las fiestas de Llucena.
La conocida empresa de l’Alcora, ConservArt, ha sido la encargada de llevar a cabo el trabajo, bajo la dirección del restaurador Francesc Chiva. La restauración se ha producido en el taller y ha consistido en consolidar esmaltados flotantes, mediante inyecciones; eliminar grandes restos de mortero de agarre de varias épocas, utilizando bisturís, escalpelos, formones y microtorno eléctrico. A continuación se ha recurrido a la limpieza química, muy controlada, del esmalte. Baños de agua destilada para desalinizar, con secado posterior, para eliminar restos de sales solubles. Seguidamente, encolado de fragmentos y reintegrado de volúmenes a fin de recuperar las piezas. Finalmente, se ha realizado una reintegración cromática y un barnizado de protección y acabado. Después se ha procedido al montaje expositivo, colocando los azulejos mediante adhesivo específico, sobre tableros de madera tratada con antihumedad.
El conjunto ubicado ya en el museo, lo forman cuatro paneles de la azulejería del s. XVIII y dos paneles que agrupan el resto de azulejos, uno para los del s. XVI al s. XVIII y el otro para los del s. XIX y del s. XX.
Un lugar de breve descanso espiritual para el viajero en la ruta del Camino Real
Pocas cosas caben añadir a la historia e influencias de la ruta del Camino Real entre Valencia y Aragón a su paso por la Diócesis de Segorbe-Castellón («Nacer y despoblar», Imán, 2022). Como bien se sabe por las fuentes y testimonios de los siglos pasados, aquel intenso transitar de viajeros no estaba exento de peligros, sobre todo a partir de las cuestas del Ragudo y Serranía de El Toro, donde los salteadores y bandoleros campaban a sus anchas a caballo entre ambos reinos, ocultándose en los frondosos bosques y en las alturas de aquellos territorios limítrofes.
A lo largo de aquellos caminos, además de pueblos colindantes y localidades como Segorbe y Jérica, por cuyo casco urbano se adentraba la ruta desde tiempos del rey Don Jaime, los peregrinos y transeúntes hacían parada y fonda en diversas Ventas, Posadas, Albergues o Ermitorios, donde recuperar fuerzas con un plato caliente o echar un sueño reparador antes de enfrentarse a las tremendas cuestas que, a partir de Viver, esperaban amenazantes en el horizonte. Entre todos los servicios ofrecidos a aquellos sufridos caminantes estaban los espirituales pues, a lo largo de la calzada, se alzaban diversas capillas donde detenerse a desatarse las sandalias, rezar, confesarse, escuchar misa por el capellán de la ciudad, acompañar al Señor y calentarse ante el fuego encendido por el ermitaño antes de emprender el viaje.
Desde la entrada en territorio diocesano, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XVII, aparte de la sucesión de conventos que habían ido alzándose a orillas de la carretera (Franciscanos, Mínimos, Mercedarios, Capuchinos, Agustinos, Dominicos, etc.), la primera de estas pequeñas «estaciones» de descanso espiritual era la capilla de Santa Lucía que, mantenida de aquellas maneras por el Concejo de Segorbe de la época, -por eso no parece reflejado en las visitas pastorales-, precedía a otras muchas que, más adelante, tenían la puerta abierta para todos aquellos que emprendían el peligroso periplo de tomar este complicado itinerario, como San Francisco Javier de Soneja, Nª Sª de los Ángeles en Viver, Virgen de Vallada en Pina o San Roque en Barracas, entre otras.
Muy pocas noticias tenemos de la primitiva ermita de Santa Lucía en el término de la ciudad de Segorbe, emplazada cerca del barranco y antiguo acueducto del mismo nombre, junto al Camino Real y enfrente, visualmente, de la localidad de Sot de Ferrer. Un conjunto actualmente en estado de ruinas que, en el pasado, constituyó uno de los focos devocionales locales más populares de este entorno del Palancia.
La primera anotación o referencia histórica que actualmente conocemos de la existencia de la ermita, se remonta al 4 de junio de 1696, en la que Gracia Aznar, esposa de Miguel Aguilar, en un documento del notario Diego Bover (ACS, 1114), otorga unos poderes, presentándose como «habitante en la cassa y Hermita de Santa Luçía término de la Ciudad de Segorbe y Reyno de Valencia». Es un pequeño y humilde templo de cuatro tramos interiores divididos por tres arcos de ladrillo enlucido, de fábrica en adobe y ladrillo muy pobre, reflejo de los pocos recursos que a lo largo de su historia recibió, siempre en mal estado y necesitada de arreglos.
Era un ermitorio que solía arrendarse trienalmente con 30 libras, junto con su terreno de cultivo de viña y algarrobos. No obstante, sabemos por los acuerdos municipales de 29 de enero de 1725 (Borja, 2019), que el pequeño oratorio, propio de la ciudad, ya amenazaba ruina, por lo que se pedía presupuesto para su arreglo. Cuestión que se retomó en septiembre, solicitando presupuesto de la reparación al maestro albañil Dionisio Monzón, cuestión que se le volvía a reiterar en noviembre. Será en 1728 cuando se realiza el pago de la obra de intervención, de 12 libras, 12 sueldo y 6 dineros. Unos trabajos mínimos de mantenimiento que, a duras penas, se vinieron realizando durante ese siglo.
No obstante, con la constitución de la Junta de Propios y Arbitrios en Segorbe (1762), centralizando la gestión local bajo el Consejo de Castilla y controlando desde la Corona lo que había sido una administración local deficiente, se intentó reflotar el disminuido papel social del ermitorio, subiendo el arriendo a 100 libras. Sin embargo, la obra de una nueva Venta a instancias del barón de Soneja y, por lo tanto, rival directo, conllevó la realización de obras de mejora en Santa Lucía para atención a los viajeros, entre ellas la realización de unos corrales.
Tras la «Guerra del Francés», a pesar de los sucesivos arrendamientos, el ermitorio entró en declive progresivo, presentando una ruina inminente ya en 1843, viendo las autoridades un exceso de inversión para una compensación futura negativa de lo invertido. En 1852, además, la construcción había sido expoliada de vigas, tejas y piedra. Un lugar, sin duda, poco presentable, si tenemos en cuenta que allí, anualmente, se celebraba la fiesta de la feria, con asistencia oficial del Ayuntamiento, representantes de la Diócesis y los fieles de la zona al completo. Una circunstancia que obligó al consistorio a aprobar la realización de una reparación rápida de casa y ermita, venta y posada, a instancias del sacerdote que la atendía. Además, desde 1856, la anexa casa del ermitaño se había convertido en Cuartel de la Guardia Civil, sirviendo de Lazareto en la epidemia de 1884. Un arreglo que duró poco pues, en 1885, ya estaba muy deteriorada y en 1886, ocupada clandestinamente.
En sus inmediaciones se celebraba la popularísima festividad de Santa Lucía el 12 de diciembre, documentada desde 1812, recién concluida la Guerra de la Independencia, que en Segorbe tuvo hasta mediados del siglo pasado una fecha destacada en el calendario con la celebración del llamado «Porrat de Santa Lucía» -con paradas, casetas y actos religiosos-, especie de feria que después de la Purísima se celebraba varios días en la ermita y caserío de su nombre, frente a las localidades de Soneja y Sot de Ferrer.
«Para Santa Lucía, acorta la noche y alarga el día»
En 1934, al acabar la misa que allí se decía, se derrumbó la ermita (Gisbert, 1978), difuminándose una tradición secular que reunía en sus festejos en aquel lugar del Camino Real, hoy tan apartado del tránsito por la actual autovía, a una gran cantidad de visitantes y romeros de los pueblos vecinos del Palancia, tanto de la parte del arzobispado de Valencia como de nuestra diócesis de Segorbe-Castellón.
Ayer, día 19 de abril, se realizó el traslado de la antigua Pila Bautismal de la Parroquia de Benlloch desde el Auditorio Municipal, donde se conservaba custodiada en su patio interior durante los últimos 8 años, a la capilla original del templo de la Asunción de Nuestra Señora, donde podrá recibir las visitas de visitantes, así como recuperar su primitivo uso sacramental de siglos.
La obra, que fue trasladada durante la guerra civil española al cementerio y permanecía durante estos últimos ocho años en el Auditorio, ha sido devuelta por el Ayuntamiento de Benlloch a la parroquia y a la Diócesis de Segorbe-Castellón. Constituye un imponente bloque de piedra labrado de la segunda mitad del siglo XV de grandes proporciones que, en la actualidad, se sustenta sobre un soporte metálico estructural realizado para su mayor conservación y protección. Por su cronología, la pieza procede del antiguo templo medieval, del cual pocas cosas sabemos, siendo reutilizada tras la construcción del presente edificio, trazado por los maestros Pere del Sol y Joan Tell a partir de 1613.
La Diócesis de Segorbe-Castellón ha colaborado en el estudio de la restauración y publicación del retablo bordado de El Burgo de Osma (siglo XV), ubicado en el Art Institute of Chicago (EEUU).
El retablo de Don Pedro de Montoya, obispo de Osma (1453-1474), es el mayor ejemplo de retablo gótico bordado conservado en España. Custodiado actualmente en la colección del Art Institute of Chicago, el retablo se sometió a un dilatado proceso de conservación, restauración y documentación técnica en el Abegg-Stiftung, museo y centro de restauración de textiles antiguos situado en Suiza. A esto le siguió un taller internacional que se centró en el concepto y la técnica del retablo, así como en su contexto histórico y artístico.
Los ensayos de los especialistas sitúan esta obra maestra de un donante ambicioso en el medio artístico de la Castilla del siglo XV, participando la Delegación diocesana de Patrimonio en la documentación y comparativa de la obra con otras piezas del arte del bordado en la Corona de Aragón, en la Catedral de Segorbe y de la Cartuja de Valldecrist.
Alumnos de la clase de Religión del IES Ximén D’ Urrea de l’Alcora (2º curso de la ESO) realizaron, la semana pasada, una convivencia en la parroquia de La Asunción de Nuestra Señora de Llucena.
La jornada comenzó de buena mañana en los salones parroquiales con la oración a través del canto, a cargo de su profesor Fernando Sánchez (que es quien organizó la mañana).
Las dinámicas tenían como objetivo explicar el sentido de la Fe, a través de los juegos y de una proyección, tomando como ejemplo algunos personajes bíblicos del Antiguo Testamento. Los alumnos pudieron disfrutar de un almuerzo fraterno para, a continuación desplazarse hasta la Iglesia, donde transcurrió la última parte de la convivencia.
El párroco, mosén Héctor Gozalbo, les explicó la historia de la parroquia y después, a través de un recorrido por los altares del templo, el párroco puso en valor la figura de los santos, como “testigos y ejemplos de la Fe, donde mirarnos para seguir a Cristo». «Ellos no fueron super hombres, con sus virtudes y defectos, aprendieron a vivir como Jesús nos enseña en las bienaventuranzas”, advirtió D. Héctor Gozalbo.
El recorrido concluyó en la capilla del Santísimo con un rato de oración ante el Sagrario. Finalmente, los jóvenes visitaron la cripta-museo donde se guardan piezas de auténtico valor patrimonial e histórico y visitaron también el refugio de la Guerra Civil Española.
D. Casimiro ha puesto en valor el proyecto como parte de la vida y de la misión de la Iglesia de Segorbe-Castellón
La Catedral de Segorbe ha acogido esta misma mañana la presentación de su novedosa visita cultural que surge gracias a la colaboración entre la Diócesis de Segorbe-Castellón y la empresa ArtiSplendore, especializada en el acompañamiento turístico y cultural de monumentos de arte sacro.
Con motivo del Año Jubilar Diocesano este magnífico templo gótico se ha remodelado por dentro y por fuera, ha actualizado la instalación eléctrica y restaurado numerosas capillas, pero también ha dado un enorme paso adelante para ofrecer una visita cultural más completa de la mano de las últimas tecnologías.
Tal como han explicado Francisco Moya, Director de ArtiSplendore, se ha implementado un sistema de Articketing, consistente en una plataforma instalada por primera vez en la Comunidad Valenciana, «que permite obtener la entrada de manera rápida y segura e incluso diversas soluciones que permiten la gestión integral del monumento».
La visita va acompañada por un completo servicio de audioguías que permiten conocer punto por punto cada uno de los rincones del templo de forma didáctica y precisa, y que está disponible en español, inglés y francés.
Con la presentación de esta nueva visita cultural, la Catedral de Segorbe, como singular templo de fe, permite un recorrido apasionante con el que conocer de primera mano cada uno de los espacios del templo: sus capillas, el hermoso claustro, la valiosa historia arquitectónica y la formidable pinacoteca, que representa una de las más importantes colecciones de pintura a nivel internacional. Todas estas novedades convierte ya a la Catedral de Segorbe en la más digitalizada de toda la región.
Durante la presentación, el Obispo de Segorbe-Castellón, Mons. Casimiro López Llorente ha agradecido a la empresa el trabajo realizado durante varios años hasta ver hoy el resultado que «va a ayudar notablemente a la difusión del patrimonio eclesiástico». En este sentido ha destacado la importancia que supone que esta nueva visita cultural, profundiza en el «origen de la Catedral como sede donde se celebra el culto, así como el valor catequético» y la labor pedagógica que, en sus orígenes tuvo todo este patrimonio «que contribuía en la formación cristiana de todos aquellos que por entonces no sabían ni leer ni escribir».
A todo ello, se suma «el valor artístico de las obras, así como la arquitectura, la orfebrería, los textiles o el mobiliario que la Iglesia, en la medida de sus posibilidades ha intentado conservar para transmitir y poner a disposición del disfrute de nuestros contemporáneos».
Así, se ha referido también a que el proyecto que hoy ha visto la luz forma parte también «de la vida y la misión, poniéndolo al servicio de la sociedad, difundiendo el Evangelio a todo hombre y mujer de este tiempo estableciendo un diálogo entre la fe y la cultura actual», que nos lleva a hacer memoria de la historia y que, en palabras de D. Casimiro, «nos interpela para seguir haciendo presente lo que ha sido la historia que no se puede entender sin el cristianismo, porque conocer las raíces de dónde venimos nos ayuda a vivir el presente y a proyectar el futuro», y esa es también una de las tareas culturales de la Iglesia, ha afirmado el Obispo.
D. Casimiro ha agradecido al Cabildo de la Catedral. D. Federico Caudé la acogida, así como a la Alcaldesa de Segorbe, a los medios de comunicación, al vicario general, D. Javier Aparici y al resto de los presentes su participación en la presentación de la nueva visita. Del mismo modo ha aplaudido el trabajo realizado en equipo por la empresa ArtiSplendore y los miembros de la Delegación Diocesana de Patrimonio.
En los primeros siglos, el sacramento del bautismo, por el que el individuo entraba a formar parte de la comunidad cristiana, del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia, se administraba sumergiendo al candidato en una pequeña piscina con el agua purificadora. Una costumbre que, anteriormente, también había practicado la secta judía de los esenios, con frecuentes abluciones rituales para el perdón de los pecados.
El ritual bautismal, del griego «baptos», que significa lavar o sumergir, trajo consigo cambios en la creciente población cristiana tardorromana: «Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó del poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva. El agua aquí representa la muerte y resurrección hacia una nueva vida» (Romanos 6, 4). Una práctica litúrgica del sacramento que fue evolucionando desde la construcción de baptisterios con piscina de inmersión, los ejemplos más antiguos, hasta la creación de pilas bautismales de bulto redondo, en un largo proceso que vino a abarcar toda la época visigoda en la antigua Hispania, del siglo V (ca. 480) hasta el siglo VIII de nuestra era, con una invasión musulmana, a partir del año 711, que constituye el fin de la Antigüedad, propiamente dicha, en nuestras tierras.
El papel del bautismo resultó ser clave en la Hispania Visigoda, no sólo en el asentamiento de la autoridad episcopal sobre su clero y rebaño a través de la bendición del crisma, sino en la estabilización de la Iglesia y del propio Estado, sobre todo a partir del reinado de Leovigildo (568-586), tras un tiempo de luchas internas de las élites y entre las múltiples identidades religiosas que habían conllevado, hasta ese momento, un reino inestable y fracturado. El bautismo se convirtió en la clave de un programa de asimilación, cohesión y unificación, al igual que en otros reinos cristianos, como el Carolingio, donde los intelectuales de la Corte, con sus reformas, propiciaron el establecimiento del «Imperium Cristianum» en Europa a finales del siglo VIII y principios del IX, consolidando a la sociedad en todos los aspectos.
Hasta ese momento, la evolución de la ceremonia ha ido cambiando mucho desde el Bautismo de Jesús en el Jordán de manos de Juan Bautista, utilizándose primitivamente, en tiempos de persecución, parajes fluviales o marinos; «Juan bautizaba en Enón, junto a Salim, porque había muchas aguas, y venían y eran bautizados» (Juan 3, 23). En un principio, como primero de los siete sacramentos de la Iglesia, los primeros cristianos lo recibían en una edad adulta, al entrar a formar parte de la comunidad y del reino de Dios, en un acto público de fe. El ser sumergido en el agua representa la muerte de nuestros pecados anteriores; cuando emergemos de ésta, emprendemos una nueva vida en Cristo:
«Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28, 19).
El valor de este elemento, en un mundo de mayoría pagana de convertidos, fue adquiriendo tanta importancia que acabó condicionando el edificio que la contenía y proporcionando la denominación de Baptisterio a la Iglesia que contenía dicha pila bautismal. El ritual y la inmersión, que recordaba la cultura del agua del mundo de la antigüedad clásica, pronto fue trasladado a los infantes, como transmisión generacional de la fe, sin exclusión de los adultos que deseaban recibir el sacramento. Con el tiempo, por lógica, siendo la mayoría de bautizados niños, se fue imponiendo la pila bautismal a la piscina, en gran parte por una cuestión de practicidad e, incluso, de movilidad. A medida que el bautismo ganaba en trascendencia y ante la imposibilidad de los obispos de hacerse presentes en cada uno de los sacramentos realizados, éstos reforzaron su papel reservándose diversos aspectos de los rituales post-bautismales, como la citada bendición del crisma y la imposición de las dos manos.
Con el Edicto de Milán (313) del emperador Constantino y, posteriormente, con Teodosio (380), la libertad religiosa y la oficialidad de la misma en el imperio, conllevó la posibilidad de un oficio público legal, sin clandestinidad (espacios reservados, secretos o subterráneos-catacumbas), y la primera edificación de los primeros templos, a menudo reconvertidos de paganos a cristianos o de nueva planta, con sus capillas bautismales. En las demarcaciones hispánicas, sobre todo tras la conversión al catolicismo del rey Recaredo y del pueblo Visigodo, antiguamente arrianos, en el III concilio de Toledo (589), se encuentra abundante información sobre este rito especial en los concilios de aquel tiempo, como en el de Elvira (ca. 300), I Toledo (400), Gerona (517), Lérida (546), Braga (561), II Braga (572), III Toledo (589), II Sevilla (619), IV Toledo (633), Mérida (666), XI Toledo (675) y XVII Toledo (694).
La conversión del monarca y, por consiguiente, de todo su pueblo, determinó y unificó el catolicismo hispano y su ritual. San Gregorio Magno (540-604), sugirió a San Leandro (534-596) la realización de una sola inmersión en lugar de tres, simbolizando la unidad de la Santísima Trinidad, tal y como plasmó el santo sevillano en su epístola de 588 y reforzó su hermano, San Isidoro (556-636) en una de sus Etimologías. Esta simplificación también asentaba diferencias con los arrianos, que practicaban la triple inmersión. Si bien el bautismo desempeñó un papel de distinción social en el reino visigodo antes de la conversión en el III Concilio de Toledo (589), éste marcó de manera especial y dio un claro empuje y unificación de la identidad hispana, salvo la población judía, en sus inicios frente a la herejía arriana de las élites visigodas y asentando la ortodoxia católica más antigua de la Iglesia, practicada por los indígenas hispanorromanos. Un testimonio de cómo el Bautismo vino a ser una poderosa arma de integración para una burocracia centralizada en un reino religiosamente dividido y con una fuerte tendencia a una fracturación territorial y luchas internas, como se había apreciado durante el establecimiento del priscilianismo (siglo IV) y el arrianismo (siglo V).
En este sentido, la piscina bautismal de Soneja, del siglo VI, ubicada en una estancia lateral de un templo basilical, sigue las líneas habituales de la época presentes en otras estructuras similares, constando de dos escalinatas -a este y oeste- con tres escalones, para descender y ascender, y «aquarium», presenta una planta redonda, a diferencia de otras conservadas cuadrangulares, rectangulares, octogonales, etc., contando cada una de las formas con una gran simbología cristiana propia, no presentando decoración ornamental alguna, al menos conservada.
Otra cuestión, de muy difícil resolución, es la verdadera presencia en la actual localidad de nuestra actual diócesis de Segorbe-Castellón de un emplazamiento cristiano de primer orden como éste. También desconocemos la existencia de otras piscinas bautismales como la presente, hallada de manera accidental y, podríamos decir «providencial», durante las excavaciones de la ermita de San Francisco Javier (finales del siglo XVII), en un emplazamiento sin culto, desde la invasión árabe (711), durante casi mil años.
¿Había conocimiento entre los antiguos pobladores de su primitivo uso? ¿Era lugar de culto en recuerdo de algún acontecimiento martirial durante las persecuciones o donde se conservaba la reliquia de algún santo de los primeros tiempos del cristianismo en nuestra diócesis? ¿A qué primitivo obispado pertenecía tan importante asentamiento en el lugar fronterizo, junto al río Palancia, entre la diócesis Tarraconense y la Cartaginense? «Todos fuimos bautizados por un solo espíritu para constituir un solo cuerpo, ya seamos judíos o gentiles, esclavos o libres» (I Corintios 12-13).
La única realidad que podemos reflejar es, para todos nosotros los cristianos, la excepcionalidad y singularidad del hallazgo, desconociendo si habría otras piezas similares, incluidas también las pilas, todavía no identificadas ni descubiertas por la arqueología que, dada la problemática y literatura de época sobre la cuestión, como la que hemos expuesto anteriormente, sin duda debieron existir, habiendo más templos donde administrar el sacramento aparte de los conocidos por la investigación. «Quien no nazca del agua y del Espíritu no podrá entra en el reino de Dios» (Juan 3, 5).
Con motivo de la celebración del 775º Aniversario de la creación de la Sede Episcopal en Segorbe, la Comisión encargada de los actos y actividades del Año Jubilar Diocesano, puso en marcha una exposición que, con carácter itinerante, va a recorrer diferentes parroquias de los arciprestazgos de nuestra Diócesis.
La exposición, que bajo el título «Comunión y Misión» se inauguraba este mes de octubre, estará hasta el próximo 31 de octubre, en la Iglesia parroquial Sant Pere, del Grao de Castellón.
Se trata de un viaje didáctico, catequético e histórico, enfocado para todas las miradas, a través del patrimonio y la religiosidad de sus gentes, de sus devociones, tradiciones y personajes más destacados. Recorrerá todos los arciprestazgos, ofreciendo una muestra de los acontecimientos, hechos y realidades de la Diócesis a lo largo de sus años de historia.
El reconocimiento se ha otorgado coincidiendo con la Semana de la Arquitectura del Colegio de Arquitectos de la Comunidad Valenciana
En un emotivo acto que se celebró ayer en Segorbe, el aulario del Seminario Diocesano de Segorbe, ha sido reconocido como uno de los edificios paradigmáticos de la arquitectura moderna. De hecho está incluido en los registros «DOCOMOMO Ibérico» cuya Fundación lleva a cabo iniciativas de documentación y estudio del patrimonio moderno en los territorios ibéricos que se han concretado en bases de datos online, publicaciones, exposiciones, congresos, rutas de arquitectura y campañas de protección de edificios, entre otros.
El galardón ha sido entregado en el contexto de la celebración de la Semana de la Arquitectura organizada por el Colegio de Arquitectos de la Comunidad Valenciana. En el acto celebrado ayer, se colocó la placa DOCOMOMO, quedando identificado así como uno de los edificios de referencia en la arquitectura moderna.
Al acto asistieron una nutrida representación de arquitectos del Colegio profesional, así como arquitectos de la provincia y especialmente de la comarca del Palancia. En representación de la diócesis de Segorbe-Castellón, asistieron el Vicario general, D. Javier Aparici; el rector del Seminario, D. Pablo Vela; y la Directora Titular del Colegio Diocesano, Dña. Ana Mª Pascual.
Durante el acto, el presidente del Colegio Territorial de Arquitectos de Castellón, D. Angel Pitarch, agradecia la acogida por parte del Seminario que abría sus puertas con entusiasmo a este acto de reconocimiento. Este edificio del Colegio Seminario Menor Diocesano de Segorbe, es obra del arquitecto Luis Gay Ramos. Su hijo, en representación de la familia, mostró su agradecimiento por el reconocimiento y destacó los valores profesionales y humanos de su padre, que también se pusieron en valor durante la conferencia ofrecida por el Dr. David Serrano, experto conocedor de la obra del arquitecto autor del edificio.
Por su parte, el Vicario General de la Diócesis, D. Javier Aparici destacó «la profunda huella» que, en el arquitecto D. Luis Gay y su obra segorbina, ejerció el Obispo José Pont i Gol, especialmente tras la gran transformación espiritual sufrida por el prelado durante las sesiones del Concilio Vaticano II, en las que participó muy especial y activamente. Del mismo modo, precisó cómo imbuido del aliento conciliar, supo abrir la Diócesis a los nuevos aires que, para la Iglesia, «aportaba el arte de vanguardia en un reencuentro con los artistas contemporáneos que, en el contexto de la época, tanto aportaron a plasmar una visión actualizada de la Evangelización en el mundo del siglo XX, tras los grandes desastres de las Guerras Mundiales».
También destacó cómo la Iglesia «siempre se ha preocupado de estar al lado del patrimonio y su mantenimiento». Así se aprecia «en la conservación de todo el ingente legado cultural diocesano y del mecenazgo de nuevas obras arquitectónicas acordes con la mentalidad de los tiempos históricos», siendo el pabellón del Seminario de Segorbe, uno de los ejemplos junto a otras muchas obras del territorio episcopal, entre las que destaca, con luz propia, la concepción de la gran obra del Seminario Mater Dei de Castellón, uno de los empeños más significativos de la arquitectura religiosa actual en nuestras tierras.
La parroquia presentó, el pasado viernes, una campaña para recaudar fondos que permitan sufragar parte del coste de la importante obra de rehabilitación de la cúpula, cuyo objetivo es acabar con las grietas de la bóveda y evitar así las filtraciones que ya estaban afectando a los frescos del interior del templo parroquial.
Las obras, comenzaron el pasado mes de junio, tienen un presupuesto de 270.000 €, y cuentan con la financiación de la Diputación Provincial con una aportación de 100.000 €. El resto se sufragará con la aportación del Obispado de Segorbe-Castellón y con las aportaciones y donativos de los fieles.
Para ello, el pasado viernes, el párroco, D. Marc Estela, presentó ante los ciudadanos la campaña que bajo la denominación «apadrina una teja», prevé contar con los donativos de los fieles y contribuir así «a conservar parte del patrimonio local» y sufragar parte del coste de la obra.
Para gestionar los donativos se ha diseñado un mural que, dividido en ocho partes, representa la cúpula, con un total de 3.120 tejas, con un coste de 20€ por unidad. Las aportaciones, tal como explicó el párroco, «pueden ser a nivel personal, familiar, empresarial o institucional». A medida que se vayan recibiendo la donaciones «se irán pintando las tejas y se emitirá un certificado con el nombre y apellidos del padrino». La parroquia, además, confeccionará «un listado de padrinos que quedará recogido en un libro que se publicará con posterioridad constando así para la posteridad». La campaña no tiene un plazo de finalización, sino que seguirá en marcha mientras haya tejas disponibles para apadrinar».
Para sumarse a la campaña la parroquia ha previsto hasta tres vías de aportación, «en metálico, directamente en las oficinas parroquiales, a través de bizum o mediante transferencia bancaria».
Para obtener el certificado de apadrinamiento hay que enviar una solicitud por email a: vallduixo.asuncion@obsegorbecastellon.org incluyendo el nombre y apellidos de las personas que deben figurar en el certificado.
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