“La verdad es que la vida del sacerdote es muy intensa. Intensamente gozosa, diría.”
“La verdad es que la vida del sacerdote es muy intensa. Intensamente gozosa, diría.”
Ante la pandemia del coronavirus, se aplazó la celebración del Día del Seminario al 8 de diciembre, el martes próximo, festividad de la Inmaculada Concepción. El lema de este año es «Pastores misioneros».
Por este motivo, los seminaristas Isaac Huguet y Rafael Sánchez conversaron con Jordi Mas sobre la llamada a la misión que tiene el sacerdote hoy en día. Jordi es capellán de la cárcel de Albocàsser. Formado Seminario Mater Dei, lleva treinta años ordenado. Hace doce años su vida cambió cuando D. Casimiro le propuso ser el capellán de dicha prisión.
Antes de ser el Capellán de la cárcel de Albocàsser fuiste diácono en la Parroquia de San Miguel, Castellón. ¿Cuando se despertó en ti esta llamada a vivir para los demás?
Llevo doce años como capellán en la cárcel. Pero yo ya hace años que tuve contactos, desde el principio básicamente, desde mi diaconado que me dediqué al mundo de los transeúntes, con el mundo de la marginalidad. Cuando me propusieron ser Capellán de prisión yo lo acepté sin dudas y estoy encantado, estoy contento de la experiencia.
¿Cómo te ven los presos?, ¿Cómo te ven a ti y como se sienten ellos?
Ellos valoran mucho la figura del sacerdote en la prisión. Aunque muchos no son ni siquiera cristianos. Hay musulmanes, ortodoxos, evangélicos. Pero todos valoran la figura del sacerdote, porque saben que es una persona que se preocupa de ellos, que les va a escuchar y que hará por ellos lo que esté a su alcance. Piden mucho hablar. Yo no consigo hablar ni con la mitad de los que lo piden cada semana. A veces ellos, por la situación que viven, tienen una visión más pesimista, más reducida. Entonces el sacerdote les ayuda a abrir esa perspectiva, a tomar las decisiones de otra manera.
Yo lo defino como que la cárcel es un espacio de personas profundamente heridas. Entonces esas heridas desencadenan en conductas antisociales, adicciones o enfermedades mentales. Que es un poco el perfil de las personas que están en la cárcel. Y nosotros vemos que la fórmula de la reinserción, que es lo que pretende la cárcel, ayudar a esas personas a que se incorporen a la sociedad, la mejor fórmula que tenemos es presentarles la fe. Presentarles la experiencia de Dios como una relación personal que restaura, que cura, que sana y que ofrece un horizonte de esperanza. Un sentido existencial que ellos necesitan. Porque la vida desde su infancia no les ha sido favorable y han nacido con las cartas marcadas de perdedores.
¿Y los que salen de la cárcel acuden a ti?
Con algunos mantenemos la relación después, aunque estén un poco alejados. De todas maneras, nuestra pretensión no es mantener ese vínculo. Es que salgan adelante, que se lancen al futuro con confianza. Tampoco queremos que queden dependientes de nosotros. El reto lo tienen en el futuro. Que dejen esto como un pasado que ya está superado o tienen que superar.
Ser sacerdote es vivir para el otro, no es un trabajo con horario y es lo contrario de lo que dice la sociedad hoy: que serás feliz cuando vivas para ti. ¿Tú encuentras esta felicidad en el solo vivir para los demás?
Sí. Yo cada día lo vivo con intensidad. Cada día me levanto de la cama y me arrodillo, ofreciéndole a Dios ese día para hacer lo que él quiera. Que Él decida que va a ser de ese día. Y cada día me acuesto satisfecho de todo lo que ese día ha supuesto. Yo creo que pocos días quitaría del calendario. La verdad es que la vida del sacerdote es muy intensa. Intensamente gozosa, diría. Pero, no siempre ha sido así. Mi vida sacerdotal ha sido un proceso, pero en este momento disfruto cada uno de los días y le doy gracias a Dios por cada una de las jornadas que voy viviendo. No estoy dispuesto a dejar pasar ni un solo día de los que me queden por vivir.
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