Domingo Canubio y una estampa de la Cueva Santa, impresa en Londres
Domingo Canubio y una estampa de la Cueva Santa, impresa en Londres, para ayudar a restaurar el enlosado de la Catedral (1856)
Sin lugar a dudas, la advocación de la Virgen de la Cueva Santa, desde sus inicios históricos, ha despertado una enorme devoción popular, plasmada en esos pequeños detalles de la imaginaria popular que han hecho difundir su fervor por el antiguo reino de Valencia, tierras peninsulares y allende los mares, por la América hispana. Patrona de la diócesis de Segorbe-Castellón desde 1960, su imagen reconocible, sencilla y humilde, esta plasmada en innumerables medallas personales, pinturas, esculturas, objetos y, cómo no, dibujos, grabados y estampas, casi a la altura de advocaciones marianas de gran presencia en el mundo cristiano hispano, como la Virgen del Pilar, de los Desamparados, etc.
De todos es conocida la gran importancia de deliciosas realizaciones de dicha temática realizadas por el taller del maestro Nicolás Camarón [Montolío-Simón, 2017], responsables de fantásticos paneles de estuco modelados, dorados y policromados, muy difundidos en las décadas centrales del siglo XVIII, especialmente desde tiempos de Francisco de Cepeda Guerrero (1731-1748) y Pedro Fernández de Velarde (1751-1757), con algunas hermosísimas muestras conservadas, en su mayoría, en colecciones particulares. Un aumento del fervor público de la Cueva Santa que también favoreció la edición de monografías sobre la advocación mariana y su legitimidad, tanto por parte de la Cartuja de Valldecrist (en 1753 encargan la realización de un retablo para alojar decorosamente en el cenobio la Virgen Primitiva de la Cueva Santa), como por la villa de Altura y la propia diócesis.
Durante el pontificado de Gil Ruiz de Liori (1579-1582) comenzó a alcanzar mayor fama la Virgen de la Cueva Santa, sobre todo por su intervención en rogativas por la lluvia. Dicha circunstancia llevó al conocido canónigo alturano Jerónimo Decho y su familia, propietarios del recinto de la cueva e impulsores reales de su culto, a erigir un altar protegido por una reja de cerramiento y propiciando el culto en aquel lugar.
Tras la desmembración de la antigua diócesis de Albarracín y Segorbe y la sustitución del obispo Martín de Salvatierra, la llegada al episcopado segobricense del canónigo de Toledo e intelectual Juan Bautista Pérez (1591-1597), presentado por Felipe II, pretendía superar todos los apuros y temas pendientes de los conflictivos años pasados. Entre otras cuestiones, estaba muy preocupado por el control de las devociones populares, dictaminando que los cartujos de Valldecrist renunciasen a la Cueva Santa, comenzando un litigio de muchos años, del cual salió victorioso el prelado y la diócesis. Una situación muy delicada que vino a afectar al santuario y, consecuentemente, al culto, que quedó muy mermado.
Por otro lado, la antigua cofradía de la Virgen de la Cueva Santa, aprobada por el breve pontificio de 1642 y asentada en su santuario, fue estimulada por la adhesión del rey Felipe IV, así como familiares reales, además de otros personajes de la esfera religiosa y civil de su momento, siendo el germen de múltiples instituciones seglares vinculadas a su imagen y devoción, dentro y fuera del obispado, propiciándose romerías, rogativas y peregrinaciones.
No obstante, pese a que el propio obispado pasó a regentar el ermitorio desde mediados del siglo XVII, dicha advocación quedó, en un primer momento, ceñida a su marco festivo y al ámbito personal. Pensemos que, desde 1679 y por iniciativa real, capitular y episcopal, la patrona diocesana era la Virgen del Rosario [Cebrián-Montolío, 2024]. Dicha circunstancia propició que la cofradía no tuviera eco fuera del recinto de su oratorio de Altura pese a que la imagen, amada por el pueblo fiel, fuera constantemente trasladada a la Catedral para pedir por las lluvias en periodo de sequías [Simón-Montolío-Zafón, 2022]. Un auge devocional que, a pesar de la contención de los prelados ilustrados reformadores de tradiciones y de las costumbres populares del siglo XVIII, se globalizaría desde el mundo popular de los fieles, irrumpiendo con fuerza en la ciudad episcopal y en el territorio diocesano, sobrepasando sus límites, sustituyendo el gran culto que, desde tiempos medievales, tuvieron advocaciones como la Virgen del Tremedal, que desde 1577 radicaba en un extremo de otra diócesis, la de Albarracín, que separaba sus caminos después de siglos de unión, o el de la Virgen de Vallada de Pina de Montalgrao, gran plasmación de la religiosidad mariana medieval del Palancia desde el siglo XIII.
Desde el principio, la devoción a la Santa Cueva quedaba, por todas estas circunstancias, un tanto ajustada al entorno festivo y a la devoción particular. Más tarde, ya en el siglo XVIII, se plasmaría sobre el papel la cofradía de los Mozos de la Cueva Santa, que no tardaría en tener encontronazos con el Ordinario llegando, incluso, a su desaparición.
Domingo Canubio y Alberto
Es bien sabido que el siglo XIX fue sustancialmente complicado para la Iglesia española. Tras los desastres de la Guerra de la Independencia en la Diócesis [Montolío, 2024], las sucesivas desamortizaciones, así como las Guerras Carlistas, supusieron un golpe directo en la línea de flotación de su financiación. Una circunstancia que exigió un replanteamiento firme de los recursos, sobre todo a partir del Concordato de 1851, muy mermados desde las décadas anteriores, para asumir los gastos, especialmente el de la fábrica de los templos que, desde este tiempo, no podían realizarse, encontrando algunos templos destruidos y urgiendo la intervención en otros muchos.
Además, el concordato proveía el traslado de la Sede Episcopal a la ciudad de Castellón, así como la modificación de los límites diocesanos para ajustarlos a los provinciales. Aunque esta circunstancia se logró evitar por la oposición de la ciudad, a la larga supuso una disminución de la influencia del obispado a nivel político. También cambió la manera de cubrir las vacantes parroquiales, nuevamente clasificadas en el nuevo concordato.
La nueva situación supuso, a corto plazo, que la Catedral dejara de ser parroquia y dependiera del Cabildo. No obstante, la citada parroquia siguió emplazada dentro del espacio de la Seo, reservada a la antigua capilla del Salvador del claustro, sin depender del Cabildo, por lo cual, la problemática entre los capitulares y el párroco fueron constantes. También se realizó una reestructuración parroquial, con la aparición de los conceptos de parroquias de entrada, ascenso y término, y de los arciprestazgos (Las parroquias fueron divididas en los arciprestazgos de Ademuz, Alpuente, Chelva, Jérica y Montán), organizados a imagen de los distritos judiciales. En aquel momento en Segorbe, con una parroquia de Santa María en la Catedral y con otra en una iglesia de San Pedro recuperada para el culto, todas las demás se dividían en urbanas y rurales, de primera y de segunda, manteniéndose en lo mínimo con sus rentas establecidas, su huertecito y los aranceles.
Las antiguas terceras órdenes y cofradías fueron pasando, paulatinamente, a ser asistidas por los sacerdotes y no por el clero regular que las había inspirado. Las nuevas fundaciones, sin embargo, se encaminaban a la asistencia social y la docencia, en el contexto de los nuevos tiempos pudiendo, de esta manera, ser consideradas útiles por el Estado y permanecer en activo.
Domingo Canubio y Alberto (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1804-1864), antiguo dominico exclaustrado a la fuerza, capellán y profesor en la Archidiócesis de Sevilla, al ser elevado al episcopado era muy consciente de las problemáticas diocesanas. Como obispo en Segorbe (1848-1864), Siendo el primer obispo español en pregonar el dogma de la Inmaculada Concepción (1854) y reconocido por su carácter caritativo, acogiendo a cuantos se acercaban al palacio, durante la epidemia de cólera ayudó personalmente a los afectados, se encontró con un seminario y seis Iglesias al culto. Enseguida se preocuparía por la conservación de los edificios, empezando por la sede, todavía con muchas carencias tras un proceso reformador iniciado a finales del siglo XVIII y constantemente interrumpido por todos los acontecimientos, bélicos y no, citados.
Una de las últimas actuaciones en el templo, cuya renovación neoclásica duraba casi setenta y cinco años [Montolío-Cercós, 2021], era el de su enlosado en mármol. Hasta el momento, éste estaba compuesto de un piso de baldosas de barro cocido, colocado de una manera provisional en un principio de las obras pero que, después de tantos años de servicio, no resultaba digno, funcional ni adecuado para el lugar que ocupaba.
En el Libro de Actas Capitulares (1855-1867) del Archivo Catedralicio de Segorbe [ACS, 605, fol. 36v-37], en la reunión del catorce de abril de 1856, el obispo Canubio daba noticia al Cabildo de la impresión de una estampa de la Cueva Santa en Londres, cuyos beneficios por su venta serían destinados a la reparación y nuevo enlosado de la Seo.
«En el Aula Capitular de la Santa Yglesia catedral de Segorbe, dia catorce abril de mil, ochocientos, cincuenta y seis, reunidos el Ylustrisimo Señor Obispo y los Señores Don Rafael Martínez Dean, Don Juan Bautista Torres Arcipreste, Don Fulgencio Septien maestrescuela, Don Jose Todolí Penitenciario, Don Jose Prendergart, Don Manuel Martinez, Don Vicente Perez, Don Juan Sixto Cavera Doctoral, D. Miguel Moragues Magistral, Don Francisco García Monco y D. Andres Vicente canonigos de esta Santa Yglesia, mayor parte de los que en ella residen y podian asistir a este Cabildo extraordinario, el señor Obispo puso de manifiesto la plancha de la estampa grande de Nuestra Señora de la Cueva Santa que mando gravar en Londres; y dijo, que si bien era su voluntad que fuera propiedad de los señores Obispos sus sucesores, y de los señores vicarios capitulares, sede vacante, para que al producto de las estampas den la inversion que mas bien estimen; tambien lo era que por ahora, y hasta que se llene completamente su objeto, el producto de las que tiene tiradas y mande tirar en lo sucesivo se destine para un nuevo pavimento de marmol de esta Santa Yglesia, su presbiterio, capillas, sacristia mayor y de las reliquias; para cuyo efecto proponia el Cabildo una comision compuesta del señor García Marco que tendrá en su poder la plancha todo el tiempo para lo dicho necesario, del señor Sales que se encargará del despacho de las estampas, y del señor Vicente que se encautará y conservará el pavimento de ellas. El Cabildo aceptó el pensamiento de Su Señoría Ylustrisima, le dio las mas expresivas gracias y aprobó el nombramiento de la comisión propuesta por Su Señoría Ylustrisima. Y se levantó la sesion, de que certifico.
Doctor Juan Sixto Cavero [rubricado]
Canónigo Doctoral Secretario».
No sabemos, hasta el momento, cual fue la estampa impresa en la capital inglesa, aunque no debió de tener mucho éxito la campaña de recaudación pues, poco después, se tuvo que ajustar, probablemente en un alto porcentaje, a una subvención gubernamental para la confección del nuevo solado: «La obra principal fue alcanzar del gobierno la cantidad de 140.000 reales para embaldosar con mármoles la catedral, que lo estaba con ladrillos, muchos rotos, y formando molestos baches dentro del Santuario; pero adelantados los trabajos y traídos los mármoles a esta ciudad, Dios llamó al señor Obispo a vida mejor, sin que pudiese ver concluido su grandioso proyecto» [Aguilar, 1890, p. 754].
De cualquier manera, para glosar el presente artículo y a la feliz espera de poder localizar la estampa original, hemos confeccionado un dibujo inspirado en la imagen de la Cueva Santa, con su hermoso relicario de estilo imperio, conservado y venerado en la iglesia parroquial de Santa María de Segorbe, seguramente procedente del momento en que ésta radicaba en la capilla del Salvador del claustro de la Seo.
D. David Montolio Torán
Dr. Historia del Arte y Ldo. en Geografía e Historia. Miembro de la Delegación Diocesana de Patrimonio Cultural
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