La Pascua del Enfermo
Queridos diocesanos,
El sexto Domingo de Pascua, el 14 de mayo, la Iglesia en España celebra la Pascua del Enfermo, con la que concluye la Campaña que comenzó el 11 de febrero, festividad de Ntra. Sra. de Lourdes, Jornada Mundial del Enfermo. Este domingo nuestra Iglesia se acerca a los enfermos, a sus familias y a los profesionales sanitarios mostrándoles el rostro de Cristo Resucitado que acompaña y cuida a los enfermos. Es un día en el que la Iglesia diocesana en sus comunidades parroquiales ora con y por los enfermos, se acerca a ellos y les administra el sacramento de la Unción. No hace muchos años, en este día se llevaba en procesión la Comunión a los enfermos en sus casas; una hermosa costumbre en la que la comunidad parroquial mostraba su cercanía a los enfermos e impedidos de salir de casa haciéndoles partícipes de la celebración de la Pascua del Señor.
La muerte y resurrección de Cristo nos muestran el amor infinito de Dios por cada ser humano. Un amor que nunca nos abandona. Nada ni nadie nos separarán del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, muerto y resucitado para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. Este amor de Dios ilumina toda nuestra existencia, también en el dolor, en la enfermedad y ante la muerte. Este amor es la fuente de la alegría cristiana que en la Pascua del enfermo queremos mostrar y llevar a los enfermos y a sus familias. Sólo en Cristo resucitado encuentra reposo nuestro corazón turbado. Cristo es la verdadera paz que sólo Él puede ofrecer. Él es la esperanza, que no defrauda.
Los enfermos no pueden ser indiferentes a ningún cristiano ni comunidad cristiana: no podemos olvidarlos o marginarlos. Jesús siempre se acercaba y atendía a los enfermos, especialmente a los que habían quedado abandonados y arrinconados por la sociedad. La cercanía y compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo y del amor de Dios hacia cada uno de ellos. La compasión de Jesús hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25, 36). Acompañar, visitar y llevar la alegria pascual a nuestros hermanos, que pasan por el valle del dolor, de la enfermedad, de la soledad o de la muerte, es una de las obras de misericordia más hermosas de toda comunidad parroquial. La Pascua del Enfermo nos ofrece una gran oportunidad para mostrarlo.
El cuidado cercano y fraterno de los enfermos, hecho con compasión y gratuidad, no puede faltar nunca en nuestra Iglesia diocesana y en cada parroquia. Los enfermos han de ocupar un lugar prioritario en la oración, vida y misión de todas nuestras comunidades cristianas, siguiendo las palabras de Jesús y su ejemplo al modo del buen samaritano. Contamos con un buen número de visitadores de enfermos en muchas parroquias y de voluntarios en los hospitales: junto con los sacerdotes y los capellanes de los hospitales, se acercan y atienden a los enfermos y a sus familias, humana y espiritualmente. Hoy doy gracias a Dios por todos ellos: por su entrega y disponibilidad para que nunca falte a los enfermos la cercanía del amor de Dios y el acompañamiento humano y espiritual. Doy gracias a Dios también por el buen hacer de los sanitarios y por cuantos de un modo u otro están implicados en la pastoral de la salud.
Cada vez hay más personas enfermas y solas en sus casas a las que acercarse y cuidar. Ante los enfermos, que siempre tienen un rostro concreto, Jesús nos pide acercarnos y detenernos, escucharles y establecer una relación directa y personal con el enfermo, sentir empatía y conmoción, y dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él o de ella por medio del servicio, como hace el buen Samaritano (cf. Lc 10, 30-35). En la atención gratuita y en la acogida afectuosa de cada vida humana, sobre todo de la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante el que sufre cualquier tipo de mal para curarlo.
La fe en Cristo Jesús, muerto y resucitado, da paz, aliento y esperanza en la enfermedad al enfermo y a la familia. Miremos a la Santísima Virgen, Salud de los enfermos. Ella es garante de la ternura del amor de Dios y modelo de abandono a su voluntad.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón