Llamados a la Vida
Queridos diocesanos:
Ante la pregunta por el sentido de la vida, uno puede rechazar la pregunta, mirar hacia otro lado o buscar con honradez una respuesta. En la búsqueda de una respuesta se puede dejar de lado a Dios y contentarse con metas limitadas y efímeras, que no colman el innato deseo humano de felicidad; o cabe abrirse en humildad a la Trascendencia y acoger en libertad al Dios que se nos ha manifestado en Cristo.
Jesucristo nos muestra que el origen y el destino de todo ser humano está en Dios, que es Amor. “Cristo mismo revelando el misterio del Padre y de su amor desvela plenamente el hombre al hombre y le hace notar su altísima vocación” (GS 22). El ser humano no es fruto de la casualidad o fabricación humana: somos criaturas amadas de Dios, creados a su imagen y semejanza, hechura singular e irrepetible suya. El mismo Dios llama a cada persona a la vida por amor, y a una vida en plenitud. Dios nos quiere con Él, nos llama a ser felices en una relación íntima e irrepetible con El. Por eso y para eso nos crea. Al llamarnos a la vida, Dios desea hacernos partícipes de su propia vida, es decir, de su amor eterno. Esta es la última razón de ser de todo ser humano, su vocación profunda y la base de su inalienable dignidad; esto es lo que da sentido a la vida humana en su origen, en su caminar y en su meta.
Cristo, al hacerse verdaderamente hombre, se ha unido en cierto modo con cada hombre (GS 22). Jesús es la verdad del ser humano, nuestra más profunda verdad; él hace posible encontrar el camino que conduce al sentido pleno de nuestra existencia: El es el Camino. El mismo Cristo, muerto, resucitado y sentado a la derecha del Padre, nos descubre el horizonte definitivo de la vida humana, que es la vida eterna. Ya ahora se nos ofrece la vida eterna en Jesucristo, por su Iglesia, por su Palabra y por sus Sacramentos. Sin embargo, esperamos todavía la resurrección y la vida eterna en su plenitud en el día glorioso en el que el Señor vuelva.
Cada vida humana es don y, a la vez, tarea. Dios, que nos llama a cada uno a la vida, nos otorga, a la vez, la capacidad de escuchar su llamada y de responder con fe libre y con amor generoso al amor en Cristo Jesús.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro
Obispo de Segorbe-Castellón