“En orden a que este impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto también a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma”
Papa Francisco (EG 30).
Estos días encontré a Elena y a Carmen que iban a Cáritas al servicio de acogida, y también a María que iba camino de la Fundació Tots Units de Cáritas Diocesana donde, como voluntaria, da clases en los talleres. Ellas y muchas otras personas brindan sus esfuerzos para ayudar a las personas más empobrecidas y con más dificultades. También me crucé con María Herminia y Adoración, catequistas de Primera Comunión y de Confirmación, caminaban alegres a reunirse con sus grupos mientras comentaban que esta semana iban a presentarles las obras de misericordia. Pablo me comenta que está colaborando en la Asociación de Madres y Padres de la escuela donde estudian sus hijos. Quizá usted, querido lector, tenga una reunión en su movimiento o asociación, donde hablan de organizar la próxima jornada de oración y de formación. Lourdes, Sergio y Salva trabajan en la enseñanza y, diariamente, defienden una formación centrada en los valores cristianos de tolerancia e igualdad. Seguro que usted, que tú, te has visto reconocido en estos protagonistas en tu papel de servidor, catequista, miembro de un movimiento, voluntario, profesor, … en definitiva, de fiel laico comprometido con el plan de Dios. Nadie está excluido, todos contribuimos con nuestro testimonio. Todos estamos llamados a ser sal de la tierra (Mt. 5, 13), palabras de Jesús dirigidas a todos y a los laicos, en particular.
Fue en febrero de 2020 cuando una delegación de nuestra Diócesis partió hacia el Congreso de Laicos, Pueblo de Dios en Salida. La comunidad eclesial que nos recibió en el Palacio de Cristal en Madrid reunía delegaciones procedentes de todo el país. Nos ilusionamos todos y nos alegramos juntos de ser Iglesia. Vivimos la Eucaristía y nos distribuimos, laicos y clero, en distintas sesiones para compartir experiencias como las que he expuesto arriba. Lo hicimos alrededor de cuatro itinerarios – primer anuncio, acompañamiento, procesos formativos y presencia en la vida pública – para indicar qué actitudes adoptar, qué procesos activar y qué proyectos proponer. ¿Y con qué objetivo? Para que, caminando juntos, el pueblo de Dios acompañado de sus pastores (sinodalidad), avancemos personal y comunitariamente hacia el descubrimiento del plan de Dios (discernimiento).
Como aquellas delegaciones que se reunieron en el Congreso de Laicos y que partieron desde el centro hacia todas partes, así somos nosotros, misioneros que nacen del centro, de Jesucristo, y somos enviados a irradiar su luz. El Papa Francisco nos invita a que demos testimonio de honestidad y fraternidad; a que tengamos coraje y paciencia para buscar el diálogo y el encuentro con los demás; y que lo hagamos desde la humildad en fidelidad a las enseñanzas de Jesús (Ángelus, 9 de febrero de 2020). No podemos encerrarnos en nosotros mismos y abandonar la misión de evangelización y servicio.
¡Somos la sal de la tierra!. Nuestro Obispo, D. Casimiro, ha afirmado que “sin los laicos la evangelización de nuestra tierra no será posible. Así lo digo y así lo siento. Porque sois la mayoría y porque estáis en todas partes y ambientes”. Somos instrumentos, ¡benditos instrumentos!, para que el Evangelio llegue a todos. Es nuestro momento, es tu momento.
Animados por el Espíritu Santo, tenemos la confianza, determinación y compromiso de escuchar y ayudar a los demás, de contribuir con nuestro testimonio allí donde ejercemos desinteresadamente nuestras vocaciones y también desde nuestros trabajos cotidianos. Nuestra tarea como miembros del Pueblo de Dios es fundamental, para que los valores del evangelio puedan hacerse presentes en muchos ambientes, en nuestras familias, trabajos, escuelas y universidades, en el barrio, en la cultura, en los medios de comunicación, en la política, etc.
Damos gracias porque la Palabra no se ha revelado a sabios ni entendidos, sino a la gente sencilla (Mt. 11, 25). Tú y yo, somos gente sencilla. Somos laicos a quienes Dios ama y ha elegido para que demos un fruto que permanezca (Jn. 15, 16). Somos laicos que glorificamos a Dios con nuestras obras, para servirle con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días (Lc. 1, 75). ¡Qué alegría! ¡Somos misión, somos la sal de la tierra!