• Plan Diocesano de Pastoral 2023-2027
  • Jubileo 2025
  • Protección de menores
Obispado Segorbe-Castellón
  • Noticias
    • Hemeroteca
    • Noticias por categoría
    • Entrevistas
    • La Hoja
    • Reportajes
    • Colaboraciones
    • Datos de contacto
  • Diocesis
    • Obispo
      • Biografía
      • Cartas
      • Decretos
      • Homilías
      • Agenda Institucional
    • Vicaría General
      • Vicaría General
    • Historia
      • Nuestra história
    • Episcopologio
      • Episcopologio de la Diócesis
    • Curia
      • Curia y Vicarías
    • Consejos Diocesanos
      • Consejos Diocesanos
    • Organización Territorial
      • Cabildos y Arciprestazgos
      • Parroquias y Capellanías
      • Casa Sacerdotal
    • Patrimonio Cultural
      • Patrimonio Cultural
      • Visitas virtuales 360º
      • Diócesis y arciprestazgos
  • Pastoral
    • Delegaciones
      • Vicaría de Pastoral
    • Formación y Educación
      • Escuela de Teología
      • Colegios Diocesanos
      • Centros Docentes Católicos
    • Movimientos y Asociaciones
      • Asociaciones de Fieles Públicas Laicales
      • Ordenes Terceras
      • Asociaciones de Fieles Públicas Clericales
      • Asociaciones de Fieles Privadas
  • Caritativo – Social
    • Cáritas
      • Cáritas
      • Datos de Contacto
    • Pastoral Caritativa-Social
      • Pastoral Caritativa – Social
      • Entidades
  • Vocaciones
    • Sacerdocio
      • Seminario Mayor Diocesano Mater Dei
      • Seminario Mayor Diocesano Internacional y Misionero “Redemptoris Mater”
      • Seminario Menor Diocesano “Mater Dei”
    • Diaconado Permanente
      • ¿Qué es?
      • Comisión para el Diaconado Permanente
      • Noticias
    • Vida Consagrada
      • Vida Activa
      • Vida Contemplativa
    • Familia
      • ¿Os queréis casar?
      • Recursos para las familias
      • Delegación Diocesana de Pastoral Familiar y de la Vida
    • Laicado
      • ¿Qué es el laicado?
      • Congreso Nacional de Laicos
      • Plan Diocesano del Postcongreso de Laicos
      • Movimientos y Asociaciones de Apostolado Seglar
      • Noticias
  • Archivo
  • Participación y Transparencia
    • Dono a mi iglesia
    • xtantos
    • Organigrama
      • Organigrama
    • Memoria de Actividades
    • Estatutos y Reglamentos
      • Estatutos y Reglamentos
    • Subvenciones y Convenios
      • Subvenciones y Convenios
    • Información Económica
      • Normativa Económica
      • Información Económica
      • Manuales de buenas prácticas
    • Protección de menores
      • Oficina de protección de menores
      • Decretos
      • Protocolo de la Diócesis
      • Protocolos de la CEE
      • Vademecum
    • Protección de datos
      • Oficina de protección de datos
      • Nombramiento del Delegado diocesano
      • Decreto general de la CEE
      • Política de privacidad
  • Click to open the search input field Click to open the search input field Buscar
  • Menú Menú

Homilía en la Pascua de Resurrección

4 de abril de 2021/0 Comentarios/en Noticias, Homilías, Homilias 2021/por obsegorbecastellon

S.I. Catedral-Basílica de Segorbe, 4 de abril de 2021

(Hch 10,34a.37-43; Sal 117; Col 3,1-4; Jn 20,1-9)

Hermanas y hermanos, amados todos en el Señor Resucitado.

Cristo ha resucitado

1. “!Cristo, nuestra Pascua, ha resucitado! Aleluya”. Es la Pascua, “el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Hoy cantamos con toda la Iglesia el aleluya pascual. ¡Cristo ha resucitado!: es un milagro patente. Hoy es el día en que con mayor verdad podemos entonar cantos de victoria. Hoy el Señor nos llama a salir de las tinieblas y a entrar en su luz maravillosa, a superar nuestro miedo e incertidumbre en este tiempo de pandemia. Cristo Resucitado nos invita a confiar en Dios, porque es eterna su misericordia.

Sí, hermanos: Dios Padre ha librado de la corrupción de la muerte a su Hijo Jesús resucitando su cuerpo de entre los muertos a una vida gloriosa. La resurrección no es volver a la forma de existencia anterior, sino el paso a la Vida inmortal y gloriosa de Dios; no es una vuelta a nuestra vida finita y limitada, sino es el paso, la Pascua, a la Vida de Dios poseída ya para siempre. Y no sólo para sí mismo, sino para todos los que creen en Él. Porque la resurrección de Cristo está destinada a todos. Su Pascua cambia la historia, es el centro mismo de la historia. En Cristo resucitado queda restaurada toda la creación, la humanidad y la historia. Cuantos la acogen en fe, participan en su gloria.

Creer en la resurrección del Señor

2. El evangelio de hoy nos invita a dejarnos guiar por la luz de la fe, y creer que Cristo ha resucitado, como lo hicieron aquellas mujeres y los Apóstoles. María Magdalena quedó sorprendida al ver retirada la losa del sepulcro, y corrió enseguida a comunicar la noticia a Pedro y a Juan: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,1-2). Los dos van corriendo al sepulcro y Pedro, entrando en la tumba vio “las vendas en el suelo y el sudario… en un sitio aparte”; después entró Juan, y “vio y creyó” (Jn 20, 6-7). Es el primer acto de fe de la Iglesia naciente en Cristo resucitado, provocado por la solicitud de una mujer y por la señal de las vendas encontradas en el sepulcro vacío. El cuerpo de Jesús, muerto en la cruz, ya no estaba allí; no porque hubiera sido robado, sino porque había resucitado. El cuerpo de Jesús muerto, sepultado con premura el Viernes Santo, vive porque ha resucitado; en Cristo ha triunfado la vida sobre la muerte, el bien sobre el mal, el amor de Dios sobre el sufrimiento y el dolor. 

La resurrección de Cristo es un hecho real, sucedido en nuestra historia; no es la invención de unas mujeres piadosas. María Magdalena encuentra el sepulcro vacío y piensa que han trasladado a otro lugar el cuerpo inerte de Jesús. Tampoco es fruto de la credulidad o del fracaso de los discípulos de Jesús, que, salvo el discípulo amado, tuvieron que encontrarse con el Resucitado para creer. La resurrección de Jesucristo es  la manifestación suprema del amor de Dios; es su respuesta a la entrega amorosa y obediente del Hijo. En la resurrección de Jesús se revela el rostro de Dios, su amor y su bondad, su poder y su fidelidad: Él nunca abandona a quienes confían en Él.

¡Cristo ha resucitado! Esta Buena noticia resuena en medio de nosotros con nueva fuerza. Nos invita a creer en Dios, Amor y Vida; nos invita a fiarnos de su Palabra, que nos llega en la cadena ininterrumpida de la tradición de los apóstoles en su Iglesia. Este día nos exhorta a acoger esta Palabra de Dios con fe personal y a confesar que Jesús de Nazaret, el hijo de María, muerto y sepultado, ha resucitado de entre los muertos. Avivemos nuestra fe. Porque solo si creemos que Cristo ha resucitado, nuestra alegría pascual será verdadera y completa.

Partícipes de la resurrección por el Bautismo

3. Por nuestro Bautismo participamos ya del Misterio Pascual de la muerte y resurrección del Señor. “Ya habéis resucitado con Cristo” (Col 3, l), nos recuerda San Pablo en su carta a los fieles de Colosas. No dice que vamos a resucitar, sino que ya  hemos resucitado con Cristo. Por el bautismo ya nos hemos sumergido en las aguas y hemos salido de ellas, como símbolo de la muerte del hombre viejo, del hombre terreno, al estilo de Adán, y del nacimiento a la vida del hombre nuevo (cfr. Rom 6, 3-4).

Ser bautizados significa pasar con Cristo de la muerte a la vida. Por el bautismo renacimos un día a la nueva vida de los Hijos de Dios: fuimos lavados de todo vínculo de pecado, signo y causa de muerte y de alejamiento de Dios. Dios Padre nos ha acogido amorosamente como a su Hijo y nos hizo partícipes de la nueva vida resucitada de Jesús. Así quedamos vitalmente y para siempre unidos al Padre Dios en su Hijo Jesús por el don del Espíritu Santo, y, a la vez, unidos a la familia de los creyentes, es decir, a la Iglesia. Los bautizados en Cristo hemos quedado unidos a Cristo, y por ello debemos vivir las realidades de arriba (Col 3, l), donde Cristo está sentado a la derecha del Padre.

Para el cristiano, la vida no puede ser un deambular por este mundo con la única preocupación de adquirir calidad de vida en esta tierra. Hemos de cuidar de esta vida, que un don de Dios, de la propia y la ajena. Pero como cristianos hemos de vivir esta vida, también en la enfermedad, el dolor e, incluso la muerte, mirando a la vida futura. Somos ciudadanos del cielo (cf. Ef 2, 6), donde Cristo está sentado a la derecha del Padre (cf. Ef 1, 20). 

Es cristiano de verdad quien cree personalmente en la resurrección de Cristo, se deja encontrar por el Señor resucitado, se deja transformar por la vida nueva recibida en el bautismo para ser un hombre nuevo. Porque por el bautismo toda nuestra persona y nuestra existencia queda afectada y comprometida. Nuestro bautismo pide la respuesta total de nuestra persona, que implica fe y conversión, adhesión plena al Resucitado, acogida de su Palabra y de la acción de su gracia en los sacramentos, para que se dé un cambio radical en la forma de ser, de pensar, de sentir y de actuar.

Testigos del Resucitado

4. Celebrar que Cristo ha resucitado pide vivir como Jesús vivió, que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo”. Pide cuidar de los enfermos y de los necesitados, pide cuidar de los contagiados y de los sufren las consecuencias de la pandemia, de los que han perdido el sentido de su vida y no tienen esperanza. Pide cuidar de la familia y de la sociedad. Pide cuidar de la creación. De la fe en la resurrección surge un hombre nuevo, que no se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a su Señor y vive para Él y como Él.

Así es como el bautizado se convierte en testigo de la resurrección del Señor. La fe personal en Cristo resucitado y el encuentro con Él ilumina y transforma su vida, como a los Doce y a Pablo. Esta fe le hace su testigo para proclamar con audacia y firmeza la Buena Noticia: Cristo ha resucitado para que todo el que crea en Él tenga Vida, y Vida en abundancia. Al verdadero creyente, nada ni nadie le podrá impedir el anuncio de Cristo Resucitado, Vida para el mundo, pues a todos está destinado. Nada ni nadie lo podrán impedir: ni los intentos de recluir la fe cristiana al ámbito de la conciencia, ni las amenazas, los insultos o los castigos de las autoridades, ni la increencia, la indiferencia o el desprecio ambiental. Queridos diocesanos: No tengáis miedo. No os avergoncéis de ser testigos del Señor Resucitado.

Testigos de Vida y de Esperanza

5. “¡Resucitó Cristo, nuestra esperanza!”. Pascua es el triunfo de la Vida sobre la muerte, del Amor sobre el pecado, de la Paz sobre el odio. Cristo es luz para el mundo, simbolizado en ese Cirio Pascual. Cristo es luz para el hombre y la mujer de hoy. Cristo abre horizontes siempre. Él nos dice que nuestro destino no es la tumba: Si Cristo ha resucitado, todos nosotros resucitaremos, como dice S. Pablo (1 Cor 6, 14) y ello fundamenta nuestra esperanza, la esperanza que no defrauda.

La caridad de Cristo nos apremia a dar testimonio del Resucitado, Vida para el mundo, ante una cultura de la muerte que se extiende como una macha de aceite y se alienta desde leyes contrarias a la dignidad de toda vida humana desde su misma concepción hasta la muerte natural. Demos testimonio de la Resurrección de Cristo promoviendo la dignidad de toda vida humana, también la de los enfermos incurables, que no incuidables. Mostrémosles con nuestro cuidado que Dios los ama.

“Paz a vosotros”. Este es el saludo pascual de Cristo resucitado a sus discípulos. Este es también mi saludo en esta Pascua ¡Que la Paz de Cristo resucitado reine en todos los corazones! Seamos testigos y constructores de paz y de reconciliación. La paz pascual nace de un corazón nuevo y renovado, reconciliado y reconciliador, resucitado y resucitador.

La Pascua nos llama a ser promotores de la Vida y de la Paz, del Amor y de la Esperanza.  ¡Feliz Pascua a todos! ¡Cristo nuestra Pascua ha resucitado¡ ¡Aleluya!

+ Casimiro Lopez Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

Compartir

Homilía en la Vigilia Pascual

4 de abril de 2021/0 Comentarios/en Noticias, Homilías, Homilias 2021/por obsegorbecastellon

Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 3 de abril de 2021  

(Gn 1,1-2,2;Gn 22,1-18; Ex14,15-15,1ª; Is 55,1-11; Rom 6,3-11; Lc 16,1-7)

Hermanas y hermanos, amados todos en el Señor Resucitado.

1. “No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado?  Ha resucitado. No está aquí” (Mc 16,1-7). Con estas palabras sorprende aquel joven vestido de blanco a las mujeres, que, al alba del primer día de la semana habían ido al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús, y lo encuentran vacío. “Ha resucitado, No está aquí”.

Esta desconcertante noticia, destinada a cambiar el rumbo de la historia, resuena desde entonces generación tras generación. Esta buena Noticia, antigua y siempre nueva, resuena de nuevo en esta Vigilia pascual, aquí y por toda la tierra. ¡Cristo vive. Ha resucitado! Este es el centro de nuestra fe cristiana, que hoy anunciamos con renovada alegría. Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos y le ha constituido Señor de cielos y tierra (Hech 2, 24).

2. En esta Noche Santa revivimos el extraordinario acontecimiento de la Resurrección del Señor. Si Cristo no hubiera resucitado, la humanidad y toda la creación habrían perdido su sentido. Pero Cristo, ¡ha resucitado verdaderamente!

En esta Noche Santa se cumplen las Escrituras, que hemos proclamado, recorriendo las etapas de la Historia de la Salvación, manifestación del amor de Dios y de su voluntad salvífica universal. En esta Noche Santa todo vuelve a comenzar desde el “principio”. La creación recupera su auténtico significado, su orden y su fin en el plan de Dios. El hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza, en comunión con Dios, con sus semejantes y la creación, está llamado a esa comunión en Cristo. Es como un nuevo comienzo de la historia y del cosmos, porque “Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto” (1 Co 15,20). Él, “el último Adán”, se ha convertido en “un espíritu que da vida” (1 Co 15,45). Incluso el pecado de nuestros primeros padres es cantado en el Pregón pascual como “¡feliz culpa que mereció tal Redentor!”. Donde abundó el pecado, sobreabunda la Gracia. “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” de un edificio espiritual indestructible.

En esta Noche Santa nace el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, con el cual Dios ha sellado una alianza eterna con la sangre del Verbo encarnado, crucificado y resucitado. Toda la tierra exulta y glorifica al Señor. Ante los ojos de una humanidad alejada de Dios brilla la luz de Cristo Resucitado. La muerte ha sido vencida, el pecado ha sido borrado, la humanidad ha quedado reconciliada. Por la Resurrección de Jesucristo todo está revestido de una nueva vida. En Cristo la humanidad es rescatada por Dios, y recobra la esperanza. Este es el día de la revelación de nuestro Dios. Dios es amor y nos ama. Es el día de la manifestación de los hijos de Dios.

3. Dentro de unos instantes renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, volveremos a renunciar a Satanás y a todas sus obras para creer firmemente en Dios y sus planes de salvación. “Por el bautismo -nos recuerda el apóstol Pablo- fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rm 6,4).

Ese modo nuevo de vida es don de Dios. Esta vida nueva no es temporal, sino inmortal y eterna. Es vida en libertad: libertad de la esclavitud del pecado para ser libres y vivir en servicio constante del Dios vivo. El don de la vida inmortal debe prolongarse en nosotros en una vida de gracia y de verdad. Ser cristiano es participar de la misma vida de Cristo. El don inicial se nos concede a través del bautismo. El crecimiento y madurez, a través de los otros sacramentos, de la oración y de nuestro compromiso de caridad en la Iglesia y en el mundo.

La vida nueva del bautismo es una vida para Dios. No se trata de una vida temporal, más o menos larga. Tampoco de una vida virtuosa, moralmente irreprochable, que podríamos alcanzar con nuestras propias fuerzas. Se trata de una participación de la misma vida de Dios, comenzada ya en el bautismo y destinada a su plenitud en la eternidad. Quien vive la vida divina, no vive para sí mismo porque egoísmo y Dios se excluyen; quien vive la vida divina vive para los demás ya que en los ellos descubre la presencia del Resucitado. Quien vive para Dios, por vivir la vida divina, transpira amor y perdón, alegría y paz, felicidad y esperanza; se convierte así en verdadero apóstol, testigo de la resurrección, despertando en cuantos encuentra a su paso el deseo de Dios.

Confesemos de verdad nuestra fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en nuestra madre la Iglesia. Rechacemos una vez más y sin componenda toda clase de mal en nuestras vidas. Que de palabra y sobre todo con nuestro testimonio de vida ayudemos a que cuantos nos son cercanos se sientan estimulados al encuentro con el Resucitado.

4. Que María, testigo gozosa de la Resurrección, ayude a todos a caminar “en una vida nueva”; que haga a cada uno consciente de que, estando nuestro hombre viejo crucificado con Cristo, debemos comportarnos como hombres nuevos, personas que “viven para Dios, en Jesucristo” (Rm 6, 4.11). Que María, Madre de la Iglesia, nos enseñe a salir al encuentro del Hijo Resucitado por quien todos los hombres y mujeres están invitados a la nueva vida en Dios. Cristo ha resucitado, resucitemos nosotros con El. ¡Aleluya!.

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

Compartir

Homilía en la celebración litúrgica del Viernes Santo

2 de abril de 2021/0 Comentarios/en Noticias, Homilías, Homilias 2021/por obsegorbecastellon

Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 2 de abril de 2021

(Is 52,13-53,12; Sal 30; Hb 4,14-16; 5,7-9; Jn 18,1-19,42)

1. “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, que por tu santa Cruz redimiste al mundo”. Esta invocación expresa el sentido del Viernes Santo, el misterio de nuestra salvación. En la Cruz, Cristo Jesús nos ha arrancado del poder del pecado y de la muerte; con su Cruz nos ha redimido y nos ha abierto de nuevo las puertas de la dicha eterna. Al conmemorar hoy la pasión y muerte de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, contemplamos con fe el misterio de la Cruz: misterio de redención y de salvación, misterio de amor. Contemplamos a Dios que ha entregado a su Hijo, su único Hijo, por la salvación del mundo: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,16). Contemplemos a Cristo, el Hijo de Dios, que, obediente a la voluntad amorosa del Padre, entrega su vida por amor hasta la muerte, y una muerte en cruz.

2. El Poema del Siervo doliente de Isaías nos ha ayudado a revivir los momentos de la pasión de Cristo en su vía dolorosa hasta la Cruz. Hemos contemplado de nuevo el ‘rostro doliente’ del Señor: El es el ‘siervo paciente’, el ‘varón de dolores’, humillado y ultrajado por su pueblo. El mismo Dios, que asumió el rostro de hombre, se muestra ahora cargado de dolor. No es un héroe glorioso, sino el siervo desfigurado. No parece un Dios, ni siquiera un hombre, sin belleza, sin aspecto humano. Es despreciado, insultado y condenado injustamente por lo hombres. Como un cordero llevado al matadero, no responde a los insultos y a las torturas. No abre la boca sino para orar y perdonar. Todos se mofan de él y lo insultan; y Él no deja de mirarlos con amor y compasión. 

3. Lo que más impresiona es laprofundidad del sacrificio de Cristo. Aunque inocente y libre de todo pecado, Jesús carga voluntariamente con los sufrimientos de todos los hombres, porque se carga con los pecados de todos. “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por la multitud” (Mc 10,45). En la Cruz, Cristo sufre y muere “por nuestros pecados” (1Co 15,3) y “por nosotros”: a causa de nosotros, en favor y en lugar de nosotros. Él carga con el dolor provocado por nuestros pecados, por la tragedia de nuestros egoísmos, de nuestras mentiras, envidias, traiciones y maldades, que se echaron sobre él para condenarlo a una muerte injusta. El carga hasta el final con el pecado humano y se hace cargo de todo sufrimiento e injusticia humana.

El pecado no es otra cosa que el rechazo del amor de Dios, consecuencia de nuestra soberbia y de nuestros sueños de omnipotencia. Todos los pecados de los hombres del pasado y del presente son la verdadera causa del sufrimiento del Redentor. Su mayor dolor es sentirse abandonado por Dios; es decir, sufrir la experiencia espantosa de soledad que produce el pecado y que sigue a todo pecado. En sus últimos momentos grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46). Si el sufrimiento es proporcional al mal sufrido, entonces podemos entrever la medida del malydel sufrimiento, que Cristo cargó sobre sí. El sufrimiento de Jesús, el Hijo de Dios, es ‘sustitutivo’: ‘en lugar de nosotros’ y ‘por nuestros pecados’; pero el sufrimiento de Jesús es, sobre todo, redentor. El Varón de dolores es verdaderamente el ‘cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’. Su sufrimiento borra los pecados porque únicamente Él, como Hijo unigénito de Dios, los pudo cargar sobre sí, y asumirlos con aquel amor hacia el Padre que superael mal de todo pecado.

A la experiencia de abandono doloroso, Él responde con su ofrenda: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46). La experiencia de abandono se convierte en oblación amorosa y confiada al Padre por amor del mundo. Entregando, en obediencia de amor, su espíritu al Padre (cf. Jn 19,30), el Crucificado restablece la comunión de amor con Dios y se solidariza con todos aquellos que por su culpa padecen el exilio de la patria del amor. El aniquila el mal en el ámbito espiritual de las relaciones entre Dios y la humanidad, y llena este espacio con el bien del amor entregado.

4. En la oscuridad de la Cruz rompe así la luz de la esperanza. “Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho” (Is 52, 13)  El Siervo de Yahvé, aceptando su papel de víctima expiatoria y redentora, trae la paz, la salvación y la justificación de muchos. En la Cruz, “Dios estaba reconciliando consigo al mundo” (2 Cor 5, 19). La Cruz manifiesta la grandeza del amor de Dios, que libra del pecado y de la muerte. Desde la Cruz, el Hijo de Dios muestra la grandeza del corazón de Dios, de su infinita misericordia:“!Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!” (Lc 23, 34). En la Cruz se encuentran la miseria del hombre y la misericordia de Dios.

La Cruz muestra así el verdadero rostro de Dios, su dolor activo, libremente elegido, perfecto con la perfección del amor: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Dios no es un espectador del mundo: En Jesús, su Hijo, Él asume el dolor y el sufrimiento humano y lo redime viviéndolo como don y ofrenda de los que brota la vida nueva para el mundo. Desde el Viernes Santo sabemos que la historia de los sufrimientos humanos es también historia del Dios con nosotros: El está presente en el dolor humano para sufrir con el hombre y para contagiarle el valor inmenso del sufrimiento ofrecido por amor. Dios ha hecho suya la muerte para que el mundo hiciese suya la Vida. En la Cruz, el Hijo de Dios se entrega a la muerte para darnos la vida.

Apenas el hombre, en Cristo Jesús, dio su respuesta al amor de Dios, este amor eterno invadió al mundo con toda su fuerza para salvarlo. “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mi” (Jn 12 32). La Cruz es el «árbol de la vida» para el mundo: en ella se puede descubrir el sentido último y pleno de cada existencia y de toda la historia humana: el amor de Dios. En el Viernes Santo, Jesús convierte la cruz en instrumento de bendición y salvación universal. Al hombre atormentado por la duda y el pecado, la Cruz le revela que “Dios amó tanto al  mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). La Cruz de Cristo es el símbolo supremo del amor.

5. Contemplemos y adoremos con fe la Cruz de Cristo. Miremos al que atravesaron, y al que atravesamos. Miremos a Cristo: contemplemos su sufrimiento causado por el pecado, por la crueldad y la injusticia de los hombres. Contemplemos en la Cruz a los que hoy están crucificados, a todas la victimas de la maldad humana, a los que sufren y tienen que cargar con su cruz. Miremos el pecado del mundo, reconozcamos nuestros propios pecados, con los que Cristo hoy tiene que cargar.

Contemplemos y adoremos la Cruz: Es la manifestación de la gloria de Dios, la expresión del amor más grande, que da la vida para librarnos de muerte. Unámonos a Cristo en su Cruz para dar la vida por amor. Si abrimos nuestro corazón a la Cruz, sinceramente convertidos, el amor de Dios nos alcanzará. Y el Espíritu de Dios derramará en nosotros el amor de Dios.

Al pié de la cruz, la Virgen María, unida a su Hijo, pudo compartir de modo singular su dolor y el amor de su entrega. Nadie mejor que ella nos puede enseñar a amar la Cruz. La Cruz gloriosa de Cristo sea, para todos, prenda de esperanza. “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, que por tu santa Cruz redimiste al mundo”. Amén.

+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón

Compartir

Homilía de Jueves Santo, Misa “en la Cena del Señor”

1 de abril de 2021/1 Comentario/en Noticias, Homilías, Homilias 2021/por obsegorbecastellon

S.I. Catedral-Basílica de Segorbe, 1 de abril de 2021

(Ex 12,1-8.11-14; Sal 115; 1 Co 11,23-26; Jn 13,1-15).

Hermanas y hermanos, muy amados todos en el Señor Jesús.

Comienza la Pascua de Jesús.

1. En la tarde del Jueves Santo, toda la Iglesia, también nuestra Iglesia diocesana, vuelve en espíritu al Cenáculo para celebrar la última Cena de Jesus con sus Apóstoles. Trasladémonos en espíritu al Cenáculo para contemplar y traer a nuestra mente y a nuestro corazón los sentimientos y los gestos de Jesús, aquella tarde-noche.

Jesús se ha reunido con sus Apóstoles para celebrar con ellos “la Pascua en honor del Señor” (Ex 12, 11) que conmemora ‘el paso del Señor’ para liberarlo de la esclavitud de Egipto y la Alianza de Dios con su Pueblo. En esta noche, los hijos de Israel comen el cordero, según la prescripción antigua dada por Moisés. Jesús hace lo mismo con los discípulos, fiel a la tradición, que era sólo la “sombra de los bienes futuros” (Heb 10, 1) y la “figura” de la Nueva Alianza. Jesús elige la celebración de la Pascua judía para establecer la nueva y definitiva Alianza. Él es el ‘verdadero cordero sin defecto’, inmolado por la salvación del mundo, para la liberación definitiva del pecado y de la muerte mediante su paso por la muerte a la vida: El es nuestra Pascua

Amor hasta el extremo en la Cruz.

2. Jesús sabe que le ha llegado la “hora” de pasar de este mundo al Padre. Y, después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, “los amó hasta el extremo”, nos dice san Juan (13, 1). La última Cena es precisamente el testimonio del amor con que Cristo, el Cordero de Dios, nos ha amado hasta el extremo.

¿Qué significa “los amó hasta el extremo”? Significa hasta el cumplimiento de lo que sucederá al día siguiente. En el Viernes Santo se manifiesta cuánto amó Dios al mundo y cómo es el amor de Dios; es un amor que llega al límite extremo de “dar a su Hijo Unigénito» (Jn 3, 16). En la Cruz, Cristo ha mostrado que no hay “amor más grande que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13). El amor del Padre por la humanidad se revela en la donación del Hijo mediante la muerte.

La última Cena es el prólogo, la preparación y el anticipo de esta donación. Y en cierto modo lo que ocurre en el Cenáculo va ya más allá de la donación hasta la muerte. El Jueves Santo se manifiesta lo que quiere decir: “Amó hasta el extremo”. Solemos pensar que amar hasta el fin significa hasta la muerte, hasta el último aliento. Sin embargo, la última Cena nos muestra que, para Jesús, “hasta el extremo” significa ir más allá del último aliento en la Cruz: Su amor va más allá de la muerte.

Y en la Eucaristía.

3. Este es precisamente el significado de la institución de la Eucaristía, que tiene lugar en la última Cena. Durante la cena, Jesús bendice y parte el pan, luego lo distribuye a los Apóstoles, diciendo: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”; lo mismo hace con el cáliz: “Esta es mi sangre”. Aquel pan transformado en el Cuerpo de Cristo, y aquel vino convertido en la sangre de Cristo, son ofrecidos en aquella noche, como anuncio y anticipo de la muerte del Señor en la Cruz.

Pero la muerte en la Cruz no es final, sino el comienzo de la Eucaristía. Por eso Jesús dice a sus Apóstoles: “Haced esto en conmemoración mía” (1 Co 11, 24-25). Con este mandato, Jesús instituye la Eucaristía, el sacramento que perpetúa para todos los tiempos su donación hasta el último aliento en la Cruz. En cada santa Misa actualizamos este mandato del Señor, actualizamos su sacrificio en la cruz. Como nos dice San Pablo: “Cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que El venga” (1 Cor 11, 26). La Eucaristía es fruto de esta muerte por amor a la humanidad. La recuerda constantemente. La renueva de continuo. La significa siempre y la proclama. La muerte en la Cruz ha venido a ser principio de la nueva venida: de la resurrección a la parusía, “hasta que El venga”. La muerte es ‘sustrato’ de una nueva vida. Amar “hasta el extremo” significa, pues, para Cristo, amar mediante la muerte y más allá de la barrera de la muerte: ¡Amar hasta los extremos de la Eucaristía!

Desde aquel primer Jueves Santo, la Iglesia actualiza sacramental, pero realmente en cada Eucaristía el misterio pascual, la muerte y resurrección de Jesucristo para el perdón de los pecados y la reconciliación de los hombres con Dios y entre sí. La Eucaristía es así el manantial de vida y de amor con Dios y con los hermanos. Desde aquel Jueves Santo, la Iglesia, que nace del misterio pascual de Cristo, vive de la Eucaristía; se deja revitalizar y fortalecer por ella, y sigue celebrándola hasta que vuelva su Señor. Por ello, después de la consagración nos unimos a la aclamación del sacerdote: “Este es el Misterio de nuestra fe”, con las palabras: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús!”.

Don del sacerdocio ordenado

4.  Al recordar y agradecer esta tarde el don de la Eucaristía, recordamos y agradecemos también el don del sacerdocio ordenado y rezamos por todos nuestros sacerdotes. “Haced esto en conmemoración mía”. Estas palabras de Cristo son confiadas, como tarea específica, a los Apóstoles y a quienes continúan su ministerio. A ellos, Jesús les entrega la potestad de hacer en su nombre lo que Él acaba de realizar, es decir de transformar el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Diciendo “haced esto” instituye el sacerdocio ministerial.

La Eucaristía, celebrada por los sacerdotes, hace presente en cada generación y en cualquier rincón de la tierra la obra de Cristo. Nos duele la escasez  de vocaciones al sacerdocio, porque cada vez más comunidades pueden verse privadas de la Eucaristía. Y son Eucaristía no puede haber Iglesia ni comunidad eclesial. Sólo una Iglesia verdaderamente agradecida y enamorada de la Eucaristíase preocupará de suscitar, acoger y acompañar las vocaciones sacerdotales. Y lo hará mediante la oración y el testimonio de santidad.

Amor que se hace servicio en el lavatorio de los pies.

5. Durante la cena, Jesús no dudó en arrodillarse delante de los Apóstoles para lavar sus pies. Cuando Simón Pedro se opone a ello, Él le convence para que le dejara hacer. Era una exigencia particular de la grandeza del momento. Era necesario este lavatorio de los pies, esta purificación en orden a la comunión de la que habrían de participar desde aquel momento.

San Pablo nos recuerda la dignidad con que debe ser tratada la Eucaristía por parte de cuantos se acercan a recibirla. “Examínese cada uno a sí mismo antes de comer el pan y beber el cáliz, porque el que come y bebe sin apreciar el cuerpo, se come y bebe su propia condenación’” (1 Cor 11,28). Antes de comulgar es necesario dejarse lavar los píes, dejar reconciliar por Dios en el sacramento de la Penitencia, si se tiene conciencia de pecado grave. Tenemos que poner mucho empeño en recibir la Eucaristía, y hacerlo en estado de gracia. De lo contrarío, la vida se tornará en muerte.

Al lavarles los pies, el Maestro dice a los Apóstoles: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, siendo vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 13-14). Jesús nos invita a imitarle: “Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros” (Jn 13, 15). No se puede separar la participación en la mesa del Señor del deber de amar y de servir al prójimo. Cada vez que participamos en la Eucaristía, nos comprometemos a hacer lo que Cristo hizo, ‘lavar los pies’ de nuestros hermanos, transformándonos en imagen concreta de Aquel que “se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo” (Flp 2, 7).

El Señor nos invita a abajarnos, a aprender la humildad y hacer de nuestra vida un servicio a los demás. Lavarnos los pies unos a otros significa sobre todo perdonarnos continuamente unos a otros, volver a comenzar juntos siempre de nuevo, aunque pueda parecer inútil.

En la Eucaristía Jesús se nos da. Es el sacramento de su amor. Por la comunión, se une a nosotros y nos hace capaces de amar como él nos ha amado. Ahí brota y tiene su fuente inagotable el mandamiento nuevo del amor. Por eso hoy celebramos el día del amor fraterno.

Nuestro mundo está necesitado de amor, del amor que nos viene de Dios por Cristo en la Eucaristía. Es el único capaz de renovar nuestro mundo. Necesitamos de este amor para derrumbar las barreras de la exclusión, del egoísmo y del odio. Hoy Jesús nos dice a nosotros como dijo a sus discípulos: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”. Merece la pena seguirle y trabajar por el perdón y la reconciliación, por la justicia, el amor y la paz.

En la Eucaristía, encontramos, hermanos, el alimento y la fuerza para salir a los caminos de la vida. Participemos en esta Eucaristía. Seamos signo de unidad y fermento de fraternidad. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

Compartir

Homilía en la Santa Misa Crismal

29 de marzo de 2021/0 Comentarios/en Noticias, Homilías, Homilias 2021/por obsegorbecastellon

S. I. Catedral-Basílica de Segorbe, 29 de marzo de 2021

(Is 61,1-3ª.6ª.8b-9; Sal 88; Ap 1,5-8; Lc 4,16-21)

Acción de gracias por la misericordia de Dios. 

1. “Cantaré eternamente las misericordias del Señor” (Ps 88). Con el salmista cantamos la misericordia del Señor y le damos gracias, en primer lugar, porque a pesar de la pandemia y de las restricciones de aforo, nos permite reunirnos presencialmente en esta Iglesia Madre para celebrar la Misa crismal. Y cantamos sus misericordias porque su Espíritu desciende hoy de nuevo sobre toda nuestra Iglesia diocesana, aquí representada, como descendió sobre Cristo, el Ungido de Dios, para fortalecerla en nuestra tarea de evangelizar y de santificar a los hombres. Somos ‘la estirpe que bendijo el Señor’ (cfr. Is 61,9), para que todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo reciban la buena nueva del Evangelio. El poder del Espíritu fecunda hoy de nuevo a esta Iglesia nuestra para que llevemos el Evangelio a todos, en especial a los pobres, para que llevemos consuelo a los afligidos a causa de la pandemia, para que seamos signo de Esperanza y de la plenitud de la vida divina por la fuerza de los sacramentos pascuales.

Los santos óleos que vamos a bendecir y el crisma que vamos a consagrar serán instrumentos de salvación en los sacramentos del bautismo, de la confirmación, del orden sagrado y de la unción de enfermos. La eficacia salvífica de estos signos deriva del misterio pascual, que disponemos a celebrar un año más.

La Misa Crismal: preludio de la celebración de la Última Cena del Señor.

2. La Misa Crismal, aunque la celebramos el lunes santo, hemos de verla en íntima relación con la Misa ‘En la Cena del Señor’ del Jueves Santo. Jesús parte y reparte el pan a sus apóstoles y les ofrece el cáliz lleno de vino. El pan es su Cuerpo que va a ser entregado, y el cáliz es la copa de su Sangre que va a ser derramada para el perdón de los pecados. Jesús anticipa sacramentalmente lo que poco después iba a suceder en el Gólgota: su Sacrificio, la oblación de su Cuerpo y de su Sangre al Padre en la Cruz por la salvación del mundo; es el Sacrificio por el que se instaura una nueva y eterna Alianza, la Pascua nueva y definitiva. Y Jesús manda a los Doce que lo hagan siempre en conmemoración suya. De este modo instituía el Sacrificio Eucarístico como “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11), y el sacerdocio ministerial para actuar “in persona Christi” en la Iglesia, un ministerio necesario e insustituible a la hora de renovar su gesto sacramental de la Última Cena y de hacer su Iglesia.

Por eso hoy recordamos, de modo especial, el ministerio sacerdotal, en el que obispo y sacerdotes estamos íntimamente unidos; por eso hoy renovaremos también nuestras promesas sacerdotales.  El mandato y misión que recibían Pedro y los Doce se nos transmitiría a cada uno de nosotros el día de nuestra ordenación sacerdotal; no era la única razón y tarea, pero constituía su primera razón de ser. Hoy es un día para la acción de gracias a Dios por los dones recibidos, pero también de petición por la renovación espiritual y pastoral de nuestra Iglesia y de nosotros, los sacerdotes.

Cristo es el Ungido del Señor.

3. La palabra de Dios que acabamos de proclamar centra nuestra mirada en Cristo Jesús. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido y me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres” (Is 61, 1,3). Estas palabras del profeta Isaías se refieren, ante todo y en primer lugar, a Jesús y su misión mesiánica. “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4, 21). Así comenta Jesús, en la sinagoga de Nazaret, el anuncio profético de Isaías, que él mismo acaba de leer. Jesús es el Cristo, el Ungido del Señor: es el enviado por el Padre y el ungido por el Espíritu para anunciar la buena nueva a los pobres y a los afligidos, para traer a los hombres la liberación de sus pecados. Él ha venido para proclamar el tiempo de la gracia y de la misericordia de Dios. Acogiendo la llamada del Padre a asumir la condición humana, Jesús trae consigo el soplo de la vida nueva y da la salvación a todos los que creen en Él. Enviado por el Padre y consagrado por virtud del Espíritu Santo queda convertido en sumo y eterno Sacerdote de la nueva y definitiva Alianza, que sella con su sangre.

Todos los bautizados estamos ungidos y enviados a evangelizar.

4. El mismo Señor Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, ha hecho de todos los bautizados, un reino de sacerdotes. Por el bautismo hemos sido ungidos por el Señor y consagrados por su Espíritu como casa espiritual y sacerdocio santo para ofrecer, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales. Como ungidos y consagrados, todos los cristianos estamos llamados a dejar que el don de la nueva vida de la gracia, se desarrolle en nosotros mediante la fe en Cristo. La fe y la unción bautismal se mantienen vivas y frescas en la oración y en la participación frecuente en los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación; se mantienen vivas en una caridad activa que nos empuja a todos a salir a la misión para que el evangelio y la salvación de Cristo llegue a todos y a todos los rincones y periferias del mundo.

Los óleos y el crisma nos recuerdan especialmente el misterio de la unción de nuestro bautismo y de nuestra confirmación; una unción, que marca para siempre la persona y la vida de todo cristiano desde el día de nuestro bautismo: de sacerdotes y diáconos, de consagrados y de los fieles laicos.

Los sacerdotes, ungidos por una unción especial y enviados.

4. En otro nivel, el Señor ha hecho un reino de sacerdotes de nosotros, queridos presbíteros, mediante una unción especial. Hemos sido ungidos y enviados para ser sus ministros, es decir, servidores de Dios y de su Pueblo, para anunciar la buena nueva, para ofrecer ‘in persona Christi’ el sacrificio eucarístico a Dios y administrar los sacramentos, para guiar al pueblo sacerdotal a ejemplo del Buen Pastor (cf. LG 10).

Cada uno de nosotros puede decir en verdad: “El Espíritu del Señor está sobre mí, él me ha ungido, y me enviado”. Estas palabras nos recuerdan nuestra ordenación sacerdotal y episcopal. Así lo manifiestan los signos mediante los cuales fuimos ordenados sacerdotes y obispo (cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa Crismal de 13 de abril de 2006).

El Espíritu del Señor descendió sobre nosotros en nuestra ordenación. El obispo impuso sus manos sobre nuestra cabeza y pidió a Dios la efusión de su Espíritu y de sus dones para nuestro ministerio. En la persona del obispo era el mismo Señor quien nos imponía sus manos. Con este gesto, Cristo tomó posesión de cada uno de nosotros. Ya no nos pertenecemos, pertenecemos al Señor, somos propiedad suya. Somos hombres de Cristo, somos “otros Cristos”. Estamos ungidos para actuar en su nombre y ‘in persona Christi capitis’. La nuestra es la misión de Cristo por la fuerza del Espíritu. ¡Cuánto bien nos hace recordar que somos sólo sencillos colaboradores en la viña del Señor. Así contaremos siempre con Él. No es nuestra obra, sino la obra del Señor la que llevamos entre manos. No es nuestra viña, sino la viña del Señor.

Pero con el gesto de la imposición de las manos, Jesús también nos dijo y nos dice a cada uno: “Tú estás bajo la protección de mis manos. Tú quedas custodiado en el hueco de mis manos y así te encuentras dentro de la inmensidad de mi amor. Permanece en el hueco de mis manos y dame las tuyas”. ¡Qué saludable es recordarlo en momentos de desolación espiritual y de abatimiento pastoral ante un ambiente adverso o indiferente a Cristo! ¡Cuánto bien hace meditarlo en nuestro cansancio apostólico, en los momentos de tentación, en nuestras angustias pastorales, en nuestro día a día!   

Nuestras manos fueron ungidas con el crisma, que es el signo del Espíritu Santo y de su fuerza. El Señor nos impuso las manos y ahora quiere las nuestras para que se transformen en las suyas. Quiere que no sean instrumentos para tomar las cosas o las personas para nosotros, sino que se pongan al servicio de su amor entregado: para bendecir, para perdonar, para consagrar, para mostrar su cercanía, para dar y para darse. Nuestras manos ungidas deben ser un signo de donación y de entrega, de creatividad para modelar nuestras comunidades y nuestro mundo con el amor del Buen Pastor. Y para eso, sin duda, tenemos necesidad del Espíritu Santo. Pongamos hoy de nuevo nuestras manos a su disposición y pidámosle que nos vuelva a tomar siempre de la mano y nos guíe.

La imposición de manos y unción sacerdotal: un itinerario existencial.

5. La imposición de las manos y la unción marcan todo un itinerario existencial. El Señor nos impuso sus manos. El significado de ese gesto lo explicó con las palabras: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15). El Señor nos hace sus amigos. Nos encomienda todo. Nos encomienda a sí mismo, de forma que podamos hablar con su ‘yo, ‘in persona Christi capitis’. ¡Qué confianza se ha puesto en nuestras manos!  Dejemos que su mano nos aferre; así no nos hundiremos, sino que nos pondremos al servicio de la vida que es más fuerte que la muerte, y al servicio del amor que es más fuerte que el odio. La fe en Jesús, Hijo del Dios vivo, es el medio por el cual volvemos a aferrar siempre la mano de Jesús.

Hemos sido ungidos por el Señor. La unción se mantiene fresca en una relación viva con Jesucristo, nos recuerda el Papa Francisco. Esta relación nos salva de la tentación de la tristeza y de la amargura, de la mundanidad, de las ideologías, de la mediocridad, de la vanidad y del dinero, del individualismo y del aislamiento. Podemos perder todo pero no nuestro vínculo con el Señor, de otro modo no tendríamos nada más que dar a la gente.

Esta relación con Cristo se mantiene viva en el encuentro personal con Cristo permanentemente renovado. Como en el caso de los primeros discípulos pide ser un encuentro real con el Resucitado; un encuentro que nos sobrecoja y nos lleve a pasar del miedo a la alegría, de la decepción a la esperanza, del fracaso al ardor pastoral. Este encuentro nos movilizará e impulsará a contar lo que hemos vivido y experimentado, y a hacerlo con temple y aguante, sabiendo que los discípulos del Señor estamos llamados a compartir su destino, su cruz. Este encuentro con el Señor nos llevará a la comunidad y hará de nosotros una comunidad de hermanos, que viven la fraternidad sacerdotal y que nada ni nadie podrán parar en la misión que el Señor nos encomienda. 

Sabemos bien, queridos sacerdotes, donde tiene lugar este encuentro personal con el Señor. Nos encontramos con Él en la escucha atenta y orante de la Palabra de Dios, en la oración personal diaria y en la comunitaria, en la oración de intercesión por nuestro pueblo, en el rezo pausado y atento de la Liturgia de las Horas, en la celebración diaria de la Eucaristía, en la recepción frecuente del sacramento de la Penitencia, en la adoración frecuente del Señor en el Sagrario, en la devoción a la Virgen, en los pobres y en tantas personas que el Señor va poniendo en nuestros caminos, y en nuestra propia comunidad de presbíteros.

Para pastorear a nuestro Pueblo de Dios

6. Somos ungidos para ungir a nuestro Pueblo de Dios. Seamos siempre mediadores generosos de la gracia de Dios, siempre disponibles para ofrecer nuestro servicio pastoral a quien nos lo reclame. Acojamos en nuestro corazón el programa esbozado por Jesús en la sinagoga de Nazaret. Amemos a todos, pero especialmente a los más pobres, a los cautivos por tantas cadenas, a los enfermos y a los marginados por la soledad y el abandono, a los parados y a los que han pedido toda esperanza. Aceptemos también el sufrimiento pastoral, que significa, en palabras del Papa, “sufrir con y por las personas, como un padre y una madre sufren por sus hijos”. Oremos ante el Sagrario por nuestro pueblo, teniendo muy presentes la vida, problemas y sufrimientos de nuestros fieles.

Queridos hermanos sacerdotes: Redescubramos la alegría, la belleza y la grandeza de nuestra misión y renovemos nuestras promesas sacerdotales con la confianza puesta en el Señor.

Recuerdo de los enfermos y fallecidos

7. No quiero terminar sin tener un recuerdo en nuestra oración y afecto a nuestros  sacerdotes ancianos y enfermos, en especial a D. Joaquín Esteve, y a todos los que padecen algún tipo de dificultad. Al mismo tiempo encomendamos a la misericordia de Dios a los hermanos fallecidos en el último año: D. José Blasco, D. Roque Herero, D. José Burgos, D. José Porcar, D. Vicente Mestre y D. Manuel López Agui. ¡Que el Señor les conceda su paz y su gloria para siempre!

Sintamos en todo momento la presencia amorosa y maternal de la Madre del Señor y Madre nuestra. Que ella, la Virgen de la Cueva Santa, nos lleve siempre al Señor, que nos proteja, tutele, guíe y llene de fecundidad nuestro ministerio para la gloria de Dios. Así sea.

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

Compartir

Homilía en el Domingo de Ramos

28 de marzo de 2021/0 Comentarios/en Noticias, Homilías, Homilias 2021/por obsegorbecastellon

Castellón y Segorbe, S.I. Concatedral y Catedral, 28 de marzo de 2021

(Is 50,4-7; Sal 21; Filp 2,6-11; Mc 14, 1-15.47)

Comienza la Semana Santa

1. El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor comienza la Semana Santa, en la que un año más celebramos los misterios santos de nuestra redención: la pasión, muerte y resurrección del Señor. Son los acontecimientos que santifican y hacen santa esta semana. Una semana que pide de nuestra parte un esfuerzo renovado por vivirla en santidad de vida y con santo fervor.

Dos palabras sintetizan la celebración de este Domingo: el “!Hosanna¡” de la procesión y el “!Crucifícalo¡” de la pasión.

En la procesión hemos acompañado a Jesús con cantos, palmas y ramos. Hemos revivido lo que sucedió aquel día, en que Jesús, en medio de una multitud que le aclama como Mesías y Rey, entra triunfante en Jerusalén montado en un pollino. Unidos a aquella multitud hemos cantado: “Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. Hosanna en el cielo” (Mt 21, 9). También nosotros hemos expresado la alegría de acompañarlo, de saber que está presente en medio de nosotros como un amigo, como un hermano, también como rey, es decir, como faro luminoso de nuestra vida. Jesús es Dios, pero se ha abajado a caminar con nosotros. Él nos ilumina en nuestro camino. Y así lo hemos acogido hoy con alegría. Nuestra alegría nace de haber encontrado a una persona, Jesús, que está entre nosotros; nace del saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en estos momentos difíciles, incluso cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables. Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar a este mundo nuestro.

Tras la procesión de palmas nos hemos adentrado en la celebración de la Eucaristía y hemos proclamado el relato de la Pasión. Porque Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a quien tiene poder y domina; entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías en la Primera Lectura (cf. Is 50,6); entra para recibir una corona de espinas, una caña, un manto de púrpura: su realeza será objeto de burla; entra para subir al Calvario cargando un madero. Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz.

Entrega de Jesús por amor a la humanidad

2.  Cristo Jesús, el Mesías e Hijo de Dios, fiel a la voluntad del Padre y por amor infinito hacia la humanidad, sigue el camino que le llevará a la cruz con el fin de abrirnos las puertas de la Vida.

Jesús se entrega voluntariamente a su pasión; no va a la cruz obligado por fuerzas superiores a él. “Cristo se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Flp 2, 8). Escrutando la voluntad del Padre, Jesús comprende que ha llegado su hora, y la acepta con la obediencia libre del Hijo y con infinito amor a los hombres. Jesús va a la cruz por nosotros; lleva nuestros pecados a la cruz, y nuestros pecados le llevan a Jesús a la cruz: fue triturado por nuestras culpas, nos dice Isaías (cf. Is 53, 5). El proceso y la  pasión de Jesús continúan en el mundo actual, y los renueva cada persona que, pecando, lo rechaza y prolonga el grito: “No a éste, sino a Barrabás. ¡Crucifícalo!”.

Al contemplar a Jesús en su pasión, vemos los sufrimientos de toda la humanidad. Cristo, aunque no tenía pecado, tomó sobre sí lo que el hombre no podía soportar: la injusticia, el mal, el pecado, la mentira, el odio, el sufrimiento y, por último, la muerte. En Cristo, el Hijo del hombre humillado y sufriente, Dios ama, perdona y acoge a todos. En la cruz, Dios restablece la comunión con los hombres y da el sentido último a la existencia humana. La cruz es el abrazo definitivo de Dios a los hombres. Desde ese abrazo de Cristo en la cruz lo más hondo del misterio del hombre ya no es su muerte, sino la Vida. La cruz ha roto las cadenas de nuestra soledad y de nuestro pecado, y ha destruido el poderío de la muerte. Desde la pasión del Hijo de Dios, la pasión del hombre ya no es la hora de la derrota, sino la hora del triunfo: el triunfo del amor infinito de Dios sobre el pecado y sobre la muerte. La Semana Santa nos invita a acoger este mensaje de la cruz. Al contemplar a Jesús, el Padre quiere que aceptemos seguirlo en su pasión, para que, reconciliados con El en Cristo, compartamos con El la resurrección.

La Semana Santa: expresión de fe
3. “Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2,9). Estas palabras del apóstol san Pablo expresan nuestra fe: la fe de la Iglesia. La Semana Santa nos sitúa de nuevo ante Cristo, vivo en su Iglesia. El misterio pascual, la pasión, muerte y resurrección, que revivimos durante estos días, es siempre actual. Todos los años, durante la Semana santa, se renueva la gran escena en la que se decide el drama definitivo, no sólo para aquella generación, sino para toda la humanidad y para cada persona, para siempre. Nosotros somos los contemporáneos del Señor. Y, como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si lo acogemos, creemos en él y lo seguimos o no, si estamos con él o contra él, si somos simples espectadores de su pasión y muerte o, incluso, si le negamos con nuestras palabras, actitudes y comportamientos.

Como cada año, estos días santos quieren conducirnos a la celebración del centro de nuestra fe: Cristo Jesús y su misterio Pascual.

Llamada a vivir con fidelidad nuestro ser cristiano
4. En la pasión se pone de relieve la fidelidad de Cristo, en contraste con la infidelidad humana. En la hora de la prueba, mientras todos, también los discípulos, incluido Pedro, abandonan a Jesús (cf. Mt 26, 56), él permanece fiel, dispuesto a derramar su sangre para cumplir la misión que le confió el Padre. Junto a él permanece María, silenciosa y sufriente. Aprendamos de Jesús y de su Madre, que es también nuestra madre. La verdadera fuerza del cristiano se muestra en la fidelidad en el seguimiento de Cristo, en su capacidad de dar testimonio de la verdad del Evangelio, resistiendo a las corrientes contrarias, a las incomprensiones y a los hostigamientos. Es el camino por el que el Nazareno nos llama para que lo sigamos.

Su muerte tan llena de fidelidad y de amor ha abierto un camino en el apretado bosque, lleno de tropiezos, de nuestra realidad. Jesucristo, el Hijo de Dios, ha abierto un camino para que todos podamos seguirle, con la certeza de que, por difícil que nos parezca, el que quiera podrá encontrar en El vida, salvación y gracia. Os invito a vivir la Pascua acercando vuestras vidas al Sacramento de la Confesión y, purificado el pasado, seguir dejando que Cristo brille en nosotros. ¡Abramos nuestro corazón a Cristo que nos ama!.

5. Celebremos estos días en contemplación meditativa. En ellos se va a hacer presente todo lo más grande y profundo que tenemos y creemos. Que nuestra participación en las celebraciones nos adentren en un renovado despertar de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestro amor.

La Eucaristía nos hace participar de la vida nueva de Jesús, nuestro Señor y Salvador. Revitalicemos nuestra fe. Así se lo pido a María que supo estar al lado de su Hijo Jesucristo. Que Ella, como buena Madre, nos ayude a ser fieles seguidores de su Hijo. Amén.

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

Compartir

Homilía en la apertura diocesana del Año de la Familia

19 de marzo de 2021/2 Comentarios/en Noticias, Año de la Familia, De Familia y Vida, Homilías, Homilias 2021/por obsegorbecastellon

Solemnidad de San José, Esposo de la Santísima Virgen María,

patrono de la Iglesia universal

****

S.I.Concatedral de Santa María – Castellón de la Plana – 19.marzo 2021

(2 Sam 7,4-5a.12-14a. 16; Sal 88, 2-3.4-5. 27.29; Rom 4, 13. 16-18.22; Mt 1,16.18-21.24a)

Amados todos en el Señor, y muy queridas familias!

Inicio del año de familia cristiana, buena noticia para el mundo

1. Unidos a la Iglesia universal comenzamos con esta Eucaristía el año especial dedicado a la familia. Así lo quiere el Papa Francisco con motivo del 5º Aniversario de la publicación de su Exhortación “Amoris laetitia”. Todo un año para reflexionar sobre la alegría y la belleza del amor en el matrimonio y en la familia de la mano de Amoris laetitia; un año para profundizar, acoger y vivir, para proponer y transmitir el Evangelio del matrimonio y de la familia.

La pandemia del Covid-19 está generando mucho sufrimiento, incertidumbre y temor entre todos nosotros y en nuestras familias. En esta situación, los cristianos estamos llamados a ser testigos de la esperanza. Jesús nos encomienda ser siempre heraldos de la buena noticia del Evangelio. Y “el anuncio cristiano sobre la familia es verdaderamente una buena noticia” (AL 1), es fuente de alegría y esperanza.

En el año de san José miramos a la sagrada Familia de Nazaret

2. Ha sido providencial que el Santo Padre haya dedicado este año a san José, esposo y padre, hombre justo, tan amado que fue elegido por Dios para cuidar de la sagrada Familia. Como él, todo matrimonio debe sentirse amado y elegido por Dios para engendrar, en la carne y en el espíritu, a los hijos de Dios Padre. La pandemia ha tenido consecuencias muy dolorosas para millones de personas. Pero es precisamente la familia, aunque duramente castigada en muchos aspectos, la que ha mostrado una vez más su rostro de “custodia de la vida”, como su custodio fue San José. La familia sigue siendo para siempre la “custodia” de nuestras relaciones más auténticas y originales, las que nacen en el amor y nos ayudan a madurar como personas.

Por ello esta mañana miramos a la sagrada Familia de Nazaret, en cuyo seno fue acogido y protegido con gozo, y nació y creció Jesús, el Hijo de Dios, hecho hombre. La Familia de Nazaret es un hogar en el que cada uno de sus integrantes vive el designio amoroso de Dios para con cada uno de ellos: José, su vocación de esposo-padre; María, la de esposa-madre y Jesús, la del Hijo, su vocación y misión de enviado de Dios-Padre para salvar a los hombres. En este hogar es donde Jesús pudo educarse, formarse y prepararse para la misión recibida de Dios. La Sagrada Familia es una escuela de amor recíproco, de donación mutua, de acogida y de respeto entre sus miembros, de diálogo y de comprensión recíproca; y es una escuela de oración y de escucha constante de la voluntad de Dios.

La familia de Nazaret es el modelo donde todas las familias cristianas pueden encontrar la luz para vivir de acuerdo con el designio de Dios. En el silencio del hogar de Nazaret, Jesús nos ha enseñado, sin palabras, la dignidad y el valor primordial del matrimonio y de la familia. Con su vida y sus palabras, Jesús ha devuelto su verdadero sentido al amor humano, al matrimonio y a la familia, según el proyecto de Dios.

Llamados al amor en el matrimonio y en la familia

3. Todos estamos llamados al amor. Al hablar de amor hemos de contemplar en primer lugar el misterio mismo de Dios. San Juan nos dice que Dios es amor. Dios es comunión personas en el amor, del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Éste es el corazón de la revelación cristiana: Dios es amor. Jesús con sus palabras y sus hechos, y, sobre todo, en la donación de sí mismo y en su entrega total de la propia vida hasta la muerte, nos ha revelado este rostro de Dios, en sí mismo y para la humanidad. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 9-10). Así es Dios y así nos ama Dios. El amor de Dios crea en nosotros la bondad y la belleza. Su mirada nos hace buenos y gratos a sus ojos.

En las primeras páginas de la Biblia leemos que “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó: varón y hembra los creó” (Gn 1,27). Porque Dios es amor y porque estamos creados a su imagen y semejanza, nuestra identidad más profunda es la vocación al amor. Dios llama a cada uno a la vida por amor y para el amor pleno. Dios nos crea para amar y ser amados en esta vida, y llegar a la plenitud del amor de Dios en la eterna. Este es el proyecto de Dios para cada uno. Por eso no hay nada más triste en este mundo que no amar ni ser amados. 

El hombre y la mujer estamos hechos para amar; nuestra vida se realiza plenamente sólo si se vive en el amor. Esta vocación al amor toma formas diferentes según los estados de vida. En el seguimiento de Jesús, muchos sacerdotes han dado la vida, para que los fieles puedan vivir del amor de Cristo. Llamados por Dios para entregarse enteramente a Él, con corazón íntegro, las personas consagradas son también un signo elocuente del amor de Dios para el mundo y de la vocación a amar a Dios por encima de todo. También el matrimonio es una vocación, una llamada específica a vivir el amor conyugal siendo signo y lugar del amor entre Cristo y la Iglesia. (cf. AL 72).

Por esto hemos de que ayudar y animar a todos, y en especial a los jóvenes a buscar y descubrir su vocación al amor, a la donación de sí, como personas y como bautizados, en el camino por el que Dios les llama. Esta es la clave de toda la existencia humana y cristiana. Los matrimonios también estáis invitados a vivir vuestro matrimonio como una llamada de Dios al amor, que es fuente de alegría. La relación entre el hombre y la mujer en el matrimonio refleja el amor divino de manera completamente especial, por la donación plena del uno al otro en cuerpo, alma y corazón. Por ello vuestro vínculo conyugal tiene una dignidad, una belleza y una grandeza inmensas. Mediante el sacramento del matrimonio, los esposos estáis unidos por Dios y con vuestra relación manifestáis el amor de Cristo, que ha dado su vida por la salvación del mundo.

 En un contexto cultural en el que muchas personas consideran el matrimonio como un contrato temporal que se puede romper, es de vital importancia comprender que el verdadero amor es fiel, es don de sí mismo para siempre, como el de Cristo por su Iglesia. Sí: es posible vivir también hoy el anuncio cristiano del matrimonio. Cristo mismo, al consagrar el amor de los esposos cristianos, se compromete con ellos; con su gracia y con su fuerza podéis contar siempre: y el amor conyugal y familiar se mantiene vivo si en la vida diaria no falta la gratitud, respecto y el perdón mutuos. Así el amor conyugal se convierte en camino para entrar en una caridad cada vez más grande, en camino de santificación y de santidad. De esta manera, en la vida cotidiana de pareja y de familia, los esposos aprenden a amar como Cristo ama, a ser una familia cristiana, una iglesia doméstica, donde se vive, se celebra, se transmite y testimonia la fe.

Tareas para el Año de la familia.

4. En este Año, tenemos la oportunidad de presentar mejor, a todos, la riqueza de toda la Exhortación, que contiene palabras de aliento, de estímulo, de reflexión y contiene sugerencias de caminos pastorales.

El matrimonio y la familia están afectados hoy por un contexto cultural poco favorable, cuando no contrario, al verdadero matrimonio y a la familia. Las familias tienen, entre otras cosas, difícil en muchos casos encontrar una vivienda digna o adecuada, conciliar la vida laboral y la familiar, o disponer de tiempo para escucharse y dialogar los esposos y los hijos. Falta aprecio social por la fidelidad esponsal, por la estabilidad matrimonial o por la natalidad  Estos desafíos, lejos de constituir obstáculos insalvables, se convierten para la familia cristiana y para la Iglesia en una oportunidad nueva; la propia familia puede encontrar en ellos un estímulo para fortalecerse y crecer como comunidad de vida y amor que engendra vida y esperanza en la sociedad.

Porque a quienes abren su corazón a Dios, a su amor y a su gracia, les es posible vivir el Evangelio del matrimonio y de la familia. Se necesita claro está una adecuada formación y preparación de los que están llamados a cuidar los matrimonios y las familias -seminaristas, sacerdotes y agentes de pastoral familiar-; y, ¡cómo no y sobre todo!, de quienes están llamados a responder generosamente a la vocación matrimonial: los adolescentes, los novios y los esposos.

Los matrimonios y las familias necesitáis atención pastoral, necesitáis dedicación y acompañamiento. En muchas de nuestras parroquias es una asignatura pendiente el acompañamiento pastoral específico de los matrimonios y las familias. Pensemos además en el acompañamiento de parejas y familias en crisis, en el apoyo a los que se quedan solos, a las familias pobres, a las familias desestructuradas. Muchas familias necesitan que se les ayude a descubrir en los sufrimientos de la vida el lugar de la presencia de Cristo y de su amor misericordioso. Este Año es una oportunidad para acercarse a las familias, para que no se sientan solas ante las dificultades, para caminar con ellas, escucharlas y emprender iniciativas pastorales que las ayuden a cultivar su amor cotidiano, como su camino hacia la santidad, a la perfección en el amor

Necesitamos además un cambio de mentalidad. Los matrimonios y las familias no son sólo destinatarios de la pastoral sino que estáis llamados a ser sujetos activos de la pastoral familiar. Las familias podéis aportar mucho a toda la sociedad y a la Iglesia, por lo que debéis ser reconocidas e involucradas activamente en la pastoral ordinaria de las parroquias y de la diócesis. Un aspecto importante de este protagonismo de las familias es vuestro ejemplo de vida. Hay muchas familias, de hecho, que viven su fe y su vocación al matrimonio y a la familia de manera ejemplar. Y es muy edificante ver cómo no se rinden y afrontan las dificultades de la vida con profunda alegría, esa alegría que se encuentra en el “corazón” del sacramento del matrimonio y que alimenta toda la existencia de los cónyuges y de sus hijos y padres. Es necesario, por tanto, dar mayor espacio a las familias en la pastoral familiar. Su misma vida es un mensaje de esperanza para todo el mundo y, en especial, para los jóvenes. Como muestran numerosas encuestas realizadas en todo el mundo, el deseo de tener una familia propia sigue siendo hoy en día uno de los mayores sueños que desean realizar los jóvenes. ¡Jóvenes, no tengáis miedo al matrimonio!

Entre todos estamos llamados a generar una cultura de la familia, que recree un verdadero ambiente familiar. Es la misión de la Iglesia hoy. Es vuestra misión, queridas familias: Anunciar la alegría del amor y la belleza del matrimonio y de la familia; generar espacios y un ambiente favorable para que la familia pueda crecer y vivir en plenitud su vocación al amor. La alegría del Evangelio se refleja en la alegría del amor que se vive y se aprende eminentemente en la familia. La fuerza para amar nace, crece y se fortalece en la familia y es fuente de alegría y de esperanza para el ser humano y para la sociedad.

Exhortación final.

5. Ponemos este Año bajo la protección de san José y la sagrada Familia de Nazaret. Acojamos, vivamos y proclamemos la verdad y la belleza del matrimonio y de la familia, según el plan de Dios. Es buena noticia y esperanza para el mundo. Tratemos de ser cada vez más una Iglesia ‘madre’ para las familias, tierna y atenta a sus necesidades, capaz de escuchar, pero también valiente y siempre firme en el Espíritu Santo. Amén

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

Compartir

HOMILÍA EN LA FIESTA DE SANTA GENOVEVA

5 de enero de 2021/0 Comentarios/en Noticias, Homilías, Homilias 2021, Noticias destacadas, Obispo/por obsegorbecastellon

Iglesia parroquial de los Santos Juanes, Almenara,  4 de enero de 2021

(Ecco 2,7-13; Sal 90; Ga 6,14-18; Mt 25,31-40)

Hermanas y hermanos en el Señor Jesús.

El Señor nos convoca para celebrar esta Eucaristía en la fiesta de Santa Genoveva. A nuestra acción de gracias por el don del misterio pascual unimos nuestra gozosa acción de gracias a Dios por el don de Santa Genoveva Torres Morales, por su santidad y por su obra, la Congregación de las Angélicas. Desde Almenara, el pueblo que la vio nacer, cantamos y alabamos al Señor, que miró la humillación y sencillez de este ‘ángel de la soledad’ y la llenó con su gracia y una vida de santidad: desde entonces Genoveva enriquece a nuestra Iglesia y se ha convertido en fermento evangélico en la Iglesia y en el mundo. A Dios, Uno y Trino, alabamos y damos gracias por la humildad y entereza de Genoveva, por su fortaleza y entrega, por su caridad y por santidad.

Miramos el pasado con gratitud, y contemplamos el presente y el futuro con esperanza. Porque sabemos bien de Quien nos hemos fiado y con el salmista decimos: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti” (Sal 90, 1).    

Semblanza de Genoveva

Recordemos brevemente. Genoveva Torres Morales nació a esta vida aquí en Almenara el 3 de enero de 1870; al día siguiente renació a la vida de los hijos de Dios por el bautismo en esta iglesia parroquial de los Santos Juanes. Hija del matrimonio formado por Vicenta y José, del que nacieron otros cinco hijos, quedó huérfana de padre a la edad de un año y de madre a los ocho años. En tan sólo seis años vio morir a cuatro hermanos. Quedó sola al cuidado de su hermano mayor -de dieciocho años de edad-, y tuvo que hacer desde niña de “ama de casa”. A sus trece años le fue amputada una pierna de forma rudimentaria. Desde entonces tendrá que andar siempre con muletas.

Más tarde fue asilada en la “Casa de la Misericordia” de Valencia completando allí su deficiente cultura y creciendo en su vida espiritual. Su discapacidad le impidió ser admitida en las “Carmelitas de la Caridad”, como era su deseo. A los veinticuatro años, unida a dos compañeras, fundó en Valencia, el 2 de febrero de 1991, la “Sociedad Angélica” para dar amparo a mujeres solas y para la adoración nocturna de la Eucaristía. Trasladada a Zaragoza, desde esta ciudad su obra se extendió rápidamente por España y más allá de nuestras fronteras.

Genoveva, de carácter afable y misericordioso, gobernó con sabiduría espiritual la obra fundada por ella que denominó “Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Santos Ángeles”. Muy devota de la Virgen tuvo por centro de su vida al Corazón de Jesús y la Eucaristía. Murió en Zaragoza el 5 de enero de 1956. El pueblo comenzó a invocarla con el título de “ángel de la soledad”. Fue beatificada por el Papa Juan Pablo II el 29 de enero de 1995. Y canonizada el 4 de mayo de 2003.

Su carisma: el cuidado de las mujeres solas y necesitadas.

Genoveva, mujer alegre y trabajadora, generosa y desprendida, acepta en todo momento la voluntad de Dios, en quien pone su confianza, especialmente en las pruebas. Para ella, Dios es el único Señor verdadero, y no abandona nunca a quien confía en Él. Sólo “el Señor es compasivo y misericordioso, perdona los pecados y salva en tiempo de desgracia” (Ecco 2,7).

Su experiencia personal de dolor, con una pierna amputada, los problemas familiares y la propia soledad, la dispusieron para acoger la obra a la que Dios la había destinado: el cuidado de las ancianas y de las personas afligidas. A ello se había preparado ya desde niña en el cuidado de la casa, de su hermano mayor y de los pobres. Más tarde lo hará con las mujeres mayores y solas y animará a sus hijas a amar mucho a Dios para acertar en el trato con las señoras que viven en las residencias de la Congregación. Genoveva se caracterizará por ese amor entregado, atendiendo a las residentes más necesitadas, haciendo nuevas fundaciones y visitando a sus hijas, a pesar de su impedimento físico.

Genoveva es testigo de un amor total a Dios y a su voluntad, que se hace amor y entrega a los hermanos, en especial a los más necesitados, en quienes ve al mismo Cristo. “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). Ella solía repetir: “Todo lo vence el amor”. Este amor a Cristo, a quien ve en los necesitados, la movió a consagrar su vida al servicio de las mujeres que sufrían soledad, a remediar el desamparo y la necesidad en que se encontraban muchas de ellas, atendiéndolas material y espiritualmente en un verdadero hogar.  

La soledad y el abandono están entre los males más dolorosos de todas las épocas, también y en gran medida en nuestro tiempo. La soledad y el abandono lo sufren no sólo personas mayores, también niños, adolescentes, jóvenes y personas adultas. A estos males ellos quiso hacer frente nuestra santa para acompañar y mostrar la cercanía de Dios a quienes sufren soledad y abandono. Genoveva fue instrumento de la ternura de Dios hacia las personas solas y necesitadas de amor.

La fuente: su amor a la Eucaristía y el Corazón de Jesús.

Lo que impulsaba a Genoveva era su gran devoción a la Eucaristía, fundamento desde el que desplegaba su apostolado humilde y sencillo, abnegado y caritativo. En la adoración eucarística, ella entraba en el Corazón de Jesús, en el amor de Cristo, un amor entregado hasta el extremo por la vida del mundo, por la vida de todos los hombres. Ella se sentía amada en el Amado. Un amor que la llevaba a la entrega de sí misma para darse, gastarse y desgastarse hasta la muerte por las mujeres solas y abandonadas y por sus hijas, las Angélicas. En la Eucaristía, aprendía a conocer a las personas en su corazón, y a salir al encuentro de las necesitadas para llevarlas al amor de Cristo.

La Eucaristía estaba en el centro de su vocación y de su vida consagrada. En la Eucaristía, Genoveva se encontraba con el Señor, despojado de su gloria divina, sufriente y humillado hasta la muerte en la cruz y entregado por cada uno de nosotros. Como para nuestra Santa, la Eucaristía es para todos nosotros una escuela de vida, en la que aprendemos a entregar diariamente nuestra vida a Dios y a su voluntad, amando y sirviendo a los hermanos. Este es el camino de la santidad, hasta alcanzar la perfección en el amor. Día a día, hemos de aprender a desprendernos de nosotros mismos, a estar a disposición del Señor para lo que necesite de nosotros en cada momento. Sólo quien da su vida la encuentra y genera vida, esperanza y amor. Es la aparente paradoja de nuestra fe, de la cruz de Señor. Por eso debemos decir con san Pablo: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Ga 6, 14).

Su legado: el cuidado del prójimo.

Al celebrar hoy su fiesta, toda nuestra Iglesia diocesana está llamada a dejarse interpelar por santa Genoveva. Ella nos enseña la importancia del cuidado de los unos hacia los otros para vivir el Evangelio y para construir una sociedad basada en relaciones de fraternidad. Su carisma y su obra son de enorme actualidad. Lo estamos viendo en estos tiempos de pandemia. Por ello, el papa Francisco, en su mensaje para la Jornada mundial por la paz de este año, nos exhorta a trabajar por una cultura del cuidado de las personas y de la creación. Seamos profetas y testigos de la cultura del cuidado de toda persona y de toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, en particular cuando la vida humana es más vulnerable y más lo necesita: al comienzo de su vida, en la discapacidad, en la soledad, en la ancianidad, en la enfermedad, en el dolor y en la muerte. Frente a una cultura de la muerte, que se extiende entre nosotros como una macha de aceite, eduquemos a nuestros niños, sobre todo en la familia, en la cultura de la vida. Toda persona y toda vida humana ha de ser acogida, protegida, cuidada y acompañada en todo momento. Cuidemos los unos de los otros; aprendamos a vivir la fraternidad y el respeto mutuo. Trabajemos por el bien común. Respetemos y cuidemos de la creación.

Pidamos a Dios para nuestra Iglesia diocesana la gracia de caminar por las sendas de la santidad, siguiendo el ejemplo de Genoveva, esta primera santa de Segorbe-Castellón, cuidando a las personas que están a nuestro lado. Donde mejor podremos encontrar la fuente y la fuerza es en el encuentro con el Señor Eucaristía, como Genoveva. Desde la adoración eucarística y la escucha atenta y dócil de la Palabra de Dios podremos dar también respuesta a las nuevas soledades de nuestro tiempo.

Que Santa Genoveva, “ángel de la soledad”, nos guíe, ayude y proteja a todos en nuestro caminar. Amén.

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

Compartir
Página 2 de 212
Search Search
Lo más leído
Lo último
Comentarios
Etiquetas
Lo más leído
  • El Obispo de la Diócesis nos exhorta a «abrir nuestro...16 de octubre de 2021 - 13:25
  • El Obispo inicia mañana, en La Vall d´Uixó, una tanda...18 de octubre de 2021 - 14:13
  • Inscríbete en la Jornada diocesana del Primer Anuncio:...3 de octubre de 2023 - 10:58
  • Ciento cincuenta fieles de nuestra diócesis asisten a la...10 de septiembre de 2019 - 09:53
Lo último
  • D. Casimiro invita a acoger la llamada de Cristo, reavivar...17 de mayo de 2025 - 16:00
  • La Hoja del 18 de mayo17 de mayo de 2025 - 11:00
  • León XIV, un pastor para la Iglesia y la humanidad17 de mayo de 2025 - 10:00
  • Bodas de Oro Matrimoniales: una celebración de fidelidad,...16 de mayo de 2025 - 17:23
Comentarios
  • EmilioSiempre en comunión con D.Casimiro López Llorente, mis...7 de mayo de 2025 - 17:00 por Emilio
  • AgustinaSiempre por la vida!!! Todo por esos bebés y sus mamás!!! Fuerza...27 de marzo de 2025 - 09:09 por Agustina
  • EDUARD FONTRODONA VENDRELLSoy un Ingeniero, ya jubilado, felicito a la Diócesis de...18 de febrero de 2025 - 19:19 por EDUARD FONTRODONA VENDRELL
  • vilar aliagaMe parecieron perfectas, exactas y más si cabe en este...28 de enero de 2025 - 10:27 por vilar aliaga
Etiquetas
Año jubilar 775 años sede Segorbe carta obispo Castellón catedral de segorbe Concatedral de Santa María Conferencia Episcopal Española coronavirus cuaresma cáritas cáritas diocesana eucaristía Fondo Diocesano ante el Covid-19 La Hoja mater dei navidad Obispo Papa Francisco segorbe Semana Santa vila-real

Siguenos

  • facebook
  • twitter
  • instagram
  • youtube

Diócesis Segorbe-Castellón

Diócesis Segorbe-Castellón
La información más destacada de la Iglesia de Segorbe-Castellon en EL ESPEJO de COPE.
Entrevistamos a Noelia Nicolau, Presidenta de la Hospitalidad Diocesana de Lourdes en los preparativos de la peregrinación de este año
Toda la información de la Iglesia de Segorbe-Castellón en la semana del cónclave y de la elección de León XIV como Papa
Castellón ha vivido un fin de semana repleto de fervor y tradición en honor a su patrona, la Mare de Déu del Lledó, con motivo de su fiesta principal. Los actos litúrgicos y festivos han contado con una alta participación de fieles, entidades sociales, culturales y representantes institucionales de la ciudad, en un ambiente marcado por la devoción mariana y la alegría pascual.
Ver más... Suscribirse

SegorbeCastellón Seguir

•Cuenta oficial de la Diócesis de Segorbe-Castellón •YT https://t.co/X3e2AUwG4v… •IG https://t.co/2WsUUxB95k…

segorbecastello
segorbecastello SegorbeCastellón @segorbecastello ·
12 May 2024

#JornadaMundialdelasComunicacionesSociales

📄✍️ Hoy se celebra la 58º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. «#InteligenciaArtificial y sabiduría del corazón: para una comunicación plenamente humana» es el tema que propone @Pontifex_es 💻❤️

Responder en Twitter 1789571078366597300 Retuitear en Twitter 1789571078366597300 Dar me gusta en Twitter 1789571078366597300 Twitter 1789571078366597300
segorbecastello SegorbeCastellón @segorbecastello ·
12 May 2024

#CartaDelObispo #MayoMesDeMaria

💐🙏 El Obispo nos exhorta, en su carta semanal, a contemplar a la Virgen e imitarla en su fe, esperanza y caridad, porque ella dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús; y nos ofrece y nos lleva a Cristo ✝️

Responder en Twitter 1789568711168233927 Retuitear en Twitter 1789568711168233927 Dar me gusta en Twitter 1789568711168233927 Twitter 1789568711168233927
Load More

Facebook

Diócesis de Segorbe-Castellón

4 días atrás

Diócesis de Segorbe-Castellón
✝️Ha fallecido el Rvdo. D. Miguel Antolí Guarch, a los 91 años.🕯️La Misa exequial será mañana, jueves 15 de mayo, a las 11:00 h en la Concatedral de Santa María (Castellón), presidida por nuestro Obispo D. Casimiro.🙏 Que descanse en la paz de Cristo. ... Ver másVer menos

Fallece el Rvdo. D. Miguel Antolí Guarch - Obispado Segorbe-Castellón

acortar.link

El Reverendo D. Miguel Antolí Guarch falleció esta pasada noche a los 91 años, tras una vida marcada por su profundo amor a Dios, su vocación sacerdotal y su
Ver en Facebook
· Compartir

Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir en LinkedIn Compartir por correo electrónico

Listado

  • mayo 2025
  • abril 2025
  • marzo 2025
  • febrero 2025
  • enero 2025
  • diciembre 2024
  • noviembre 2024
  • octubre 2024
  • septiembre 2024
  • agosto 2024
  • julio 2024
  • junio 2024
  • mayo 2024
  • abril 2024
  • marzo 2024
  • febrero 2024
  • enero 2024
  • diciembre 2023
  • noviembre 2023
  • octubre 2023
  • septiembre 2023
  • agosto 2023
  • julio 2023
  • junio 2023
  • mayo 2023
  • abril 2023
  • marzo 2023
  • febrero 2023
  • enero 2023
  • diciembre 2022
  • noviembre 2022
  • octubre 2022
  • septiembre 2022
  • agosto 2022
  • julio 2022
  • junio 2022
  • mayo 2022
  • abril 2022
  • marzo 2022
  • febrero 2022
  • enero 2022
  • diciembre 2021
  • noviembre 2021
  • octubre 2021
  • septiembre 2021
  • agosto 2021
  • julio 2021
  • junio 2021
  • mayo 2021
  • abril 2021
  • marzo 2021
  • febrero 2021
  • enero 2021
  • diciembre 2020
  • noviembre 2020
  • octubre 2020
  • septiembre 2020
  • agosto 2020
  • julio 2020
  • junio 2020
  • mayo 2020
  • abril 2020
  • marzo 2020
  • febrero 2020
  • enero 2020
  • diciembre 2019
  • noviembre 2019
  • octubre 2019
  • septiembre 2019
  • agosto 2019
  • julio 2019
  • junio 2019
  • mayo 2019
  • abril 2019
  • marzo 2019
  • febrero 2019
  • enero 2019
  • diciembre 2018
  • noviembre 2018
  • octubre 2018
  • septiembre 2018
  • agosto 2018
  • julio 2018
  • junio 2018
  • mayo 2018
  • abril 2018
  • marzo 2018
  • febrero 2018
  • enero 2018
  • diciembre 2017
  • noviembre 2017
  • octubre 2017
  • septiembre 2017
  • agosto 2017
  • julio 2017
  • junio 2017
  • mayo 2017
  • abril 2017
  • marzo 2017
  • febrero 2017
  • enero 2017
  • diciembre 2016
  • noviembre 2016
  • octubre 2016
  • septiembre 2016
  • agosto 2016
  • julio 2016
  • junio 2016
  • mayo 2016
  • abril 2016
  • marzo 2016
  • febrero 2016
  • enero 2016
  • diciembre 2015
  • noviembre 2015
  • octubre 2015
  • septiembre 2015
  • julio 2015
  • junio 2015
  • mayo 2015
  • abril 2015
  • marzo 2015
  • febrero 2015
  • enero 2015
  • diciembre 2014
  • noviembre 2014
  • octubre 2014
  • septiembre 2014
  • julio 2014
  • junio 2014
  • mayo 2014
  • abril 2014
  • marzo 2014
  • febrero 2014
  • enero 2014
  • diciembre 2013
  • noviembre 2013
  • octubre 2013
  • septiembre 2013
  • julio 2013
  • junio 2013
  • mayo 2013
  • abril 2013
  • marzo 2013
  • febrero 2013
  • enero 2013
  • diciembre 2012
  • noviembre 2012
  • octubre 2012
  • septiembre 2012
  • julio 2012
  • junio 2012
  • mayo 2012
  • abril 2012
  • marzo 2012
  • febrero 2012
  • enero 2012
  • diciembre 2011
  • noviembre 2011
  • octubre 2011
  • septiembre 2011
  • agosto 2011
  • julio 2011
  • junio 2011
  • mayo 2011
  • abril 2011
  • marzo 2011
  • febrero 2011
  • enero 2011
  • diciembre 2010
  • noviembre 2010
  • octubre 2010
  • septiembre 2010
  • julio 2010
  • junio 2010
  • mayo 2010
  • abril 2010
  • marzo 2010
  • febrero 2010
  • enero 2010
  • diciembre 2009
  • noviembre 2009
  • octubre 2009
  • septiembre 2009
  • julio 2009
  • junio 2009
  • mayo 2009
  • abril 2009
  • marzo 2009
  • febrero 2009
  • enero 2009
  • diciembre 2008
  • noviembre 2008
  • octubre 2008
  • septiembre 2008
  • agosto 2008
  • julio 2008
  • junio 2008
  • mayo 2008
  • abril 2008
  • marzo 2008
  • febrero 2008
  • enero 2008
  • diciembre 2007
  • noviembre 2007
  • octubre 2007
  • septiembre 2007
  • julio 2007
  • junio 2007
  • mayo 2007
  • abril 2007
  • marzo 2007
  • febrero 2007
  • enero 2007
  • diciembre 2006
  • noviembre 2006
  • octubre 2006
  • septiembre 2006
  • agosto 2006
Obispado Segorbe-Castellón - Enfold WordPress Theme by Kriesi
  • Link to X
  • Link to Facebook
  • Link to Instagram
  • Link to Youtube
  • Política de privacidad
  • Vaticano
  • Noticias Vaticano
  • Conferencia Episcopal
  • Agencia SIC
  • Caritas
  • Contactar
Desplazarse hacia arriba Desplazarse hacia arriba Desplazarse hacia arriba

Esta web utiliza 'cookies' propias y de terceros para ofrecerte una mejor experiencia y servicio. Pulsando en "aceptar" consientes el uso de todas las cookies, pero puedes cambiar la configuración de 'cookies' en cualquier momento.

Aceptar todasOcultar notificaciónConfiguración

Cookies y configuración de privacidad



Como usamos las cookies
Cookies Necesarias
Cookies para Google Analytics
Otros servicios externos
Política de Privacidad
Como usamos las cookies

Como la mayoría de los servicios en línea, nuestro sitio web utiliza cookies propias y de terceros para varios propósitos. Las cookies de origen son principalmente necesarias para que el sitio web funcione correctamente y no recopilan ninguno de sus datos de identificación personal.

Las cookies de terceros utilizadas en nuestros sitios web se utilizan principalmente para comprender cómo funciona el sitio web, cómo interactúa con nuestro sitio web, mantener nuestros servicios seguros, proporcionar anuncios que sean relevantes para usted y, en general, brindarle una mejor y mejor experiencia del usuario y ayudar a acelerar sus interacciones futuras con nuestro sitio web.

Cookies Necesarias

Algunas cookies son esenciales para que pueda experimentar la funcionalidad completa de nuestro sitio. Nos permiten mantener las sesiones de los usuarios y prevenir cualquier amenaza a la seguridad. No recopilan ni almacenan ninguna información personal. Por ejemplo, estas cookies le permiten iniciar sesión en su cuenta y agregar productos a su carrito y pagar de forma segura.

Respetamos completamente si desea rechazar las cookies, pero para evitar preguntarle una y otra vez, permítanos almacenar una cookie para eso. Puede optar por no participar en cualquier momento u optar por otras cookies para obtener una mejor experiencia. Si rechaza las cookies, eliminaremos todas las cookies establecidas en nuestro dominio.

Le proporcionamos una lista de las cookies almacenadas en su computadora en nuestro dominio para que pueda verificar lo que almacenamos. Por razones de seguridad, no podemos mostrar ni modificar cookies de otros dominios. Puede comprobarlos en la configuración de seguridad de su navegador.

Cookies para Google Analytics

Estas cookies almacenan información como el número de visitantes al sitio web, el número de visitantes únicos, qué páginas del sitio web se han visitado, la fuente de la visita, etc. Estos datos nos ayudan a comprender y analizar qué tan bien funciona el sitio web y donde necesita mejorar.

Si no desea que rastreemos su visita a nuestro sitio, puede deshabilitar el rastreo en su navegador aquí:

Otros servicios externos

También utilizamos diferentes servicios externos como Google Webfonts, Google Maps y proveedores de video externos. Dado que estos proveedores pueden recopilar datos personales como su dirección IP, le permitimos bloquearlos aquí. Tenga en cuenta que esto podría reducir considerablemente la funcionalidad y la apariencia de nuestro sitio. Los cambios entrarán en vigor una vez que vuelva a cargar la página.

Google Webfont:

Google Maps:

Google reCaptcha:

Vimeo and Youtube videosembeds:

Política de Privacidad

Puede leer sobre nuestras cookies y la configuración de privacidad en detalle en nuestra Página de Política de Privacidad.

Política de privacidad
Aceptar la configuraciónOcultar notificación
Open Message Bar Open Message Bar Open Message Bar
Lightbox image placeholder

Previous Slide

Next Slide