A las 20.00h de esta tarde, en la Santa Iglesia Catedral, en Segorbe, el Obispo de la Diócesis ha presidido la Solemne conmemoración litúrgica de la Resurrección del Señor. Tras una noche en vela en honor del Señor, en esta antiquísima tradición se celebra la noche santa en la que el Señor resucitó, considerándose la madre de todas las santas liturgias.
La celebración ha comenzado con las luces del templo apagadas, mientras que la bendición del fuego, los ritos de preparación y el encendido del cirio pascual que representa la «Luz de Cristo» se ha realizado fuera del templo al que han accedido el Obispo y los Ministros por el pasillo central, proveyendo de luz a los feligreses que, sin moverse de sus bancos ya habían sido provistos previamente de sus cirios. Así, tras el inicio de la Vigilia o lucernario, se ha cantado el Pregón Pascual y tal como ha anunciado nuestro Obispo «hemos entrado en la Noche Santa de la Resurrección del Señor» y ha dado inicio, en silencio meditativo a la lectura de la Palabra de Dios.
Liturgia de la Palabra
La liturgia de la Palabra se ha celebrado con las lecturas del Libro del Génesis (1 y 2), y del Libro del Éxodo 14, intercaladas por el Salmo 103, precioso poema que se convierte en un verdadero himno a Dios, creador y conservador del universo y de todo lo que en él hay, todas las maravillas y esplendores de la creación, en su diversa y rica manifestación; así como el salmo 15 y el del Éxodo, dando paso a la Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos y a la Proclamación del santo Evangelio según San Mateo (28:1-10). Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento hablan de Cristo e iluminan la Historia de la Salvación y el sentido de los sacramentos pascuales produciéndose un diálogo entre Dios que habla a su Pueblo a través de las lecturas y el Pueblo que responde a través de los Salmos.
La homilía del Obispo se ha centrado en esta buena noticia, «antigua y siempre nueva» ha remarcado D. Casimiro, que resuena de nuevo en esta Vigilia Pascual: ¡Cristo vive. Ha resucitado!, «este es el centro de nuestra fe cristiana». En esta Noche Santa se cumplen las Escrituras proclamadas durante la liturgia como «manifestación del amor de Dios y de su voluntad salvífica universal» ha dicho el Obispo, recuperándose así todo el sentido de la creación pues el hombre, «creado por Dios a su imagen y semejanza, en comunión con Dios, con sus semejantes y la creación, está llamado a esa comunión en Cristo».
El mensaje de esta noche está cargado de esperanza pues, como ha resaltado D. Casimiro, «la muerte ha sido vencida, el pecado ha sido borrado, la humanidad ha quedado reconciliada». A través de la Resurrección de Jesucristo «todo está revestido de una nueva vida, y, en Cristo la humanidad es rescatada por Dios, y recobra la esperanza».
Renovación del Bautismo
En esta noche también renace el pueblo de Dios, la Iglesia, «con quien Dios ha sellado una alianza eterna y toda la tierra exulta y glorifica al Señor». En el transcurso de la Vigilia Pascual se renuevan las promesas del Bautismo, «renunciando a Satanás para creer firmemente en Dios y en sus planes de salvación». Y es modo nuevo de vida, ha dicho el Obispo, «no es temporal, sino inmortal y eterna, supone una vida en libertad de la esclavitud del pecado para ser libres y vivir en servicio constante del Dios vivo».
A través del bautismo, recibimos el don inicial de «ser cristianos y participar de la misma vida de Cristo», y esta noche a través de la renovación bautismal renovamos nuestra participación en la misma vida de Dios, creciendo y madurando a través del resto de sacramentos, de la oración y del compromiso de caridad en la Iglesia. En este sentido, el Obispo ha resaltado que vivir esta vida divina, supone «no vivir para sí mismo, porque egoísmo y Dios se excluyen; quien vive la vida divina vive para los demás ya que en los ellos descubre la presencia del Resucitado». Quien vive para Dios, ha enfatizado D. Casimiro, «transpira amor y perdón, alegría y paz, felicidad y esperanza; se convierte así en verdadero apóstol, testigo de la resurrección, despertando en cuantos encuentra a su paso el deseo de Dios».
Para terminar, ha invocado a María como testigo gozosa de la Resurrección para que «nos ayude a todos a caminar en una vida nueva» saliendo de ese hombre viejo que cada uno de nosotros hemos dejado crucificado con Cristo y «comportarnos como hombres nuevos que viven para Dios en Jesucristo». Tras la homilía D. Casimiro ha procedido de la bendición del agua bautismal dando paso al rito de la renovación del bautismo, la renuncia a Satanás y la profesión de la fe en el que han participado fervorosamente los feligreses segorbinos que han seguido la celebración de forma presencial.
En la celebración de esta tarde-noche la liturgia Eucaristíca cobra un especial sentido pues es la culminación de la noche Pascual pues Cristo, el Señor Resucitado, nos hace participar de su Cuerpo y de su Sangre, como memorial de su Pascua. La ceremonia ha concluido con la Bendición Papal con «Indulgencia Plenaria a todos los presentes que estén verdaderamente arrepentidos, se hayan confesado y hayan recibido la comunión».
Al igual que el resto de celebraciones litúrgicas del Triduo Pascual, la Vigilia ha sido retransmitida en directo por televisión de Castellón, así como otras televisiones locales y también por el canal diocesano de YouTube.
Presidida por el Obispo en la S.I. Catedral Basílica de Segorbe
A la hora aproximada en que ocurrió el acontecimiento que trajo la salvación al mundo, desde la Santa Iglesia Catedral Basílica en Segorbe, siendo las 17,00h de la tarde, se ha conmemorado, presidida por el Obispo de la Diócesis, «la hora del combate supremo y de la victoria definitiva, de la humillación y de la glorificación, la hora de pasar de este mundo al Padre». En la contemplación de esta tarde de Pasión, todos los cristianos han puesto sus ojos ante la Pasión del Señor. Desde la Catedral de Segorbe, con ayuda de las lecturas, los fieles han podido contemplar los pasos de Jesucristo y la salvación de la cruz que se adora hoy. La celebración ha sido retransmitida por Televisión de Castellón, seguida también por otras televisiones y por el canal diocesano de YouTube.
La Liturgia ha comenzado con el Obispo de la Diócesis postrado en el suelo del altar para adorar en silencio la Muerte del Señor. Los fieles que han seguido presencialmente la celebración lo han hecho de rodillas. Tras la lectura del Profeta Isaías (52, 13-53,12), los cristianos hemos podido acompañar a Jesús en su maltrato siendo «voluntariamente humillado y no abría la boca, como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron». También, antes de la proclamación del Evangelio, a través de la Carta a los Hebreos (4, 14-16; 5-7-9), se nos invitaba a «mantenernos firmes en la fe que profesamos» pues Cristo, dice la Carta, «con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen».
Tras las lecturas se ha dado paso al relato de la Pasión de Jesucristo según San Juan (Ju 18,1-19,42) que constituye uno de los elementos centrales la celebración de este Viernes Santo. A lo largo de este relato, desde la oración en el huerto de los Olivos hasta la crucifixión, Jesucristo no deja indiferente a nadie, se muestra como rey en todo momento y obediente a la voluntad de Dios Padre. Cristo cumple así las profecías antiguas sobre el Mesías prometido y exclama desde la cruz: “Todo está cumplido”. Obediente al Padre cumple con el plan que Él tenía preparado: salvar a la humanidad a través de la entrega voluntaria de su vida.
El verdadero sentido del Viernes Santo
En la homilía el Obispo ha recordado que el verdadero sentido del Viernes Santo «es el Misterio de nuestra salvación porque en la cruz, Cristo Jesús nos ha arrancado del pecado y de la muerte; con su cruz nos ha redimido y nos ha abierto las puertas de la dicha eterna». En la conmemoración de la Pasión y Muerte de Cristo, «contemplamos con fe el Misterio de amor, contemplamos a Dios que ha entregado a su Hijo por la salvación del mundo, contemplamos a Cristo, que obediente a la voluntad del Padre, entrega su vida por amor».
Retomando la lectura del profeta Isaías, D. Casimiro ha remarcado que Jesús «no es un héroe glorioso ni triunfante como había sido aclamado el Domingo de Ramos, sino el siervo desfigurado que no parece un Dios, no responde a los insultos, ni a las torturas ni a los desprecios, no abre la boca, sino para orar y perdonar». Lo que más impresiona, ha resaltado el Obispo, «es la profundidad de la entrega de Cristo, de su sacrificio en la cruz, pues, aún inocente y libre de todo pecado carga con los sufrimientos de todos los hombres».
«No ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate»
Con esta cita de Mateo, la meditación del Obispo de la Diócesis, ha recordado que Jesús, en la cruz, «carga con la tragedia de nuestros egoísmos, mentiras, envidias, traiciones y maldades que se echaron sobre él para condenarlo por una muerte injusta». Carga con todo pecado e injusticia humana, «los de entonces y los de ahora», ha enfatizado D. Casimiro, pues el pecado «no es otra cosa que el rechazo al amor de Dios fruto de nuestra soberbia y ese sueño imposible de suplantar a Dios y ser dioses al margen de Dios».
«Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
En la contemplación del Misterio de la Pasión y Muerte de Jesús en la cruz, el Obispo también ha reflexionado sobre el mayor dolor de Jesús que fue «sufrir la experiencia espantosa de la soledad que produce el pecado», porque, ha dicho, «si el sufrimiento es proporcional al mal sufrido podemos entender el grado y la medida de este mal que Cristo cargó sobre sí». Y esa experiencia de abandono se convierte en oblación amorosa al encomendar al Padre su espíritu, solidarizándose con todos aquellos que por su culpa padecen el exilio de la patria del amor. Cristo, ha remarcado D. Casimiro en su meditación, «aniquila el mal en el ámbito espiritual de las relaciones entre Dios y la humanidad y llena ese espacio con el bien inmenso de un amor entregado hasta el extremo».
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»
En la cruz se encuentran la miseria del hombre y la misericordia de Dios para siempre, ha dicho el Obispo. «La cruz muestra el verdadero rostro de Dios pues nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos». Dios, como espectador del mundo, «no se regodea del sufrimiento de los hombres, en su hijo asume el dolor del sufrimiento humano y lo redime viviéndolo como don y ofrenda de los que brota la vida nueva para el mundo».
En este momento de dolor y de sufrimiento por la pandemia, D. Casimiro ha querido resaltar que la historia del sufrimiento humano «es también la historia de Dios con nosotros, pues en este momento de incertidumbre y de angustia, Dios está presente en el dolor humano y sufre con nosotros para contagiarnos del valor inmenso del sufrimiento ofrecido por amor a Dios». Acogiendo su amor, su misericordia y su presencia, «Dios no nos abandona, porque ha hecho suya la muerte para que el mundo hiciese suya la vida que brota del árbol de la cruz».
Unidos a Cristo en su Cruz como María
Antes de finalizar, el Obispo nos ha invitado a contemplar y a adorar la cruz de Cristo, junto a María, su Madre, «contemplando a todos cuantos hoy están crucificados, a los que sufren, a las víctimas de leyes injustas y que tienen que cargar con su cruz; contemplemos el pecado del mundo, nuestros propios pecados con los que Cristo hoy carga y unámonos a Cristo con su cruz, para dar nosotros también la vida por amor, al pie de la cruz como María, que unida a su Hijo, compartió su dolor y el amor de su entrega».
Tras la liturgia de la Palabra, se ha celebrado, tal como estaba previsto en las disposiciones especiales decretadas por el Obispo para esta Semana Santa de pandemia, la contemplación y adoración de la cruz a través de la genuflexión o de una inclinación con la cabeza al estar prohibido besarla como es tradición. Al mismo tiempo se ha recogido también la colecta para los Santos Lugares, para lo que D. Casimiro ha solicitado generosidad «con aquellos que mantienen viva la presencia de la fe cristiana a través de la conservación de templos y lugares santos que ayudan a mantener viva la fe de quienes los visitan, más en estos tiempos de pandemia que el turismo religioso, como el resto, están sufriendo ante las restricciones por la pandemia.
Vía Crucis meditado por el Obispo en la Concatedral de Santa María, en Castellón
A las 11 de esta mañana se ha celebrado, en la Concatedral de Santa María, en Castellón, el Vía Crucis de nuestro Señor Jesucristo recorriendo espiritualmente las calles de Jerusalén hasta el Santo Sepulcro. En la Monición inicial, Miguel Simón, párroco de Santa María ha recordado que el Vía Crucis está históricamente vinculado a los sitios que Jesús recorrió, sin embargo, ha dicho «hoy día ha sido trasladado también a muchos otros lugares, donde los fieles del Divino Maestro quieren seguirle en espíritu por las calles de Jerusalén». Habitualmente en nuestras iglesias las estaciones son catorce, como en Jerusalén entre el pretorio y la Basílica del Santo Sepulcro y, en este recorrido hoy, ha pedido, «tengamos presentes de modo especial a cuantos cayeron bajo la cruz del dolor, de la marginación y de esta pandemia que sufrimos».
En el Vía Crucis han participado también los vicarios parroquiales, Ángel Cumbicos y David Barrios, así como el Diácono, Daniel Cortesi y el acólito Raúl Engonga, además de los numerosos fieles que, desde sus bancos (tal como decretó el Obispo en las disposiciones generales para las celebraciones de esta Semana Santa) han meditado y rezado junto a D. Casimiro. Al órgano, entre estación y estación, Augusto Belau, organista titular de la Concatedral de Santa María.
1ª. Estación: Jesús es condenado a muerte – Evangelio según san Mateo. Mt 27, 22-23
La meditación del Obispo ha resaltado la condena a muerte de Jesús «porque el miedo al qué dirán ha sofocado la voz de la conciencia». Sucede así a lo largo de la historia donde los inocentes son maltratados, condenados y asesinados. D. Casimiro ha interpelado a las veces que «hemos preferido también nosotros el éxito a la verdad, nuestra reputación a la justicia» y ha pedido «fuerza en nuestra vida a la sutil voz de la conciencia, a tu voz, para que tu mirada penetre en nuestras almas y nos indique el camino en nuestra vida».
En esta primera estación se ha pedido por los médicos y los sanitarios que también entregan su vida al servicio de los enfermos.
2ª Estación: Jesús carga con la cruz a cuestas – Evangelio según san Mateo. Mt 27, 27-31
Habiéndose dejado escarnecer y ultrajar, el Obispo ha instado a «no unirnos a los que se burlan de quienes sufren o son débiles y a reconocer el rostro de Jesús en los humillados y marginados; a no desanimarnos ante las burlas del mundo cuando se ridiculiza la obediencia a la voluntad de Dios». «Danos fuerza para aceptar la cruz, sin rechazarla – ha enfatizado D. Casimiro- ante las dificultades de la vida y anímanos a recorrer el camino del amor y, aceptando sus exigencias, alcanzar la verdadera alegría».
En esta segunda estación se ha pedido por los niños y los jóvenes, para que les sepamos acompañar en estos días y sepan vivir en esta situación de emergencia sanitaria.
3ª. Estación: Jesús cae por primera vez – Del libro del profeta Isaías. Is 53, 4-6
Ante el peso de la cruz que hizo caer a Jesús, está «nuestro pecado y nuestra soberbia que no hace más que mancillar cada vez más profundamente la dignidad humana pensando que podemos transformar al hombre en una especie de mercancía, que puede ser comprada y vendida, una reserva de material para nuestros experimentos, con los cuales esperamos superar por nosotros mismos la muerte». «Ayúdanos Señor a renunciar a nuestra soberbia destructiva y, aprendiendo de tu humildad, a levantarnos de nuevo».
En esta tercera estación, Jesús carga con nuestros sufrimientos, nuestro dolor y nuestro pecado, por ello el Obispo ha pedido «perdón por nuestra maldad» y que nos ayude «a levantarnos».
4ª. Estación: Jesús se encuentra con su madre – Del Evangelio según san Lucas. Lc 2, 34-35. 51b
D. Casimiro ha reflexionado sobre la fidelidad de Santa María, Madre del Señor que habiendo creído ante el anuncio del Ángel aquello que parecía increíble – ser la madre del Altísimo – «también has creído en el momento de su mayor humillación» convirtiéndose en la Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia.
En esta estación se ha pedido la protección de María, como madre, de todos aquellos a los que en su trabajo se arriesgan por estar al servicio de los demás.
5ª. Estación: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz – Del Evangelio según san Mateo. Mt 27, 32; 16, 24
Habiendo abierto los ojos y el corazón al Cirineo, y la gracia de la fe al compartir la cruz, «ayúdanos a socorrer a nuestro prójimo que sufre y danos la gracia de reconocer como un don el poder compartir la cruz de los otros y experimentar que así caminamos contigo».
En esta quinta estación, el Obispo ha pedido «por las religiosas y religiosos que, fieles a su vocación, están al servicio de los demás, especialmente en estos momentos».
6ª. Estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús – Del libro del profeta Isaías. Is 53, 2b-3 y del libro de los Salmos. Sal 26, 8-9
El Obispo ha pedido «la inquietud del corazón que busca tu rostro» y la protección «ante la oscuridad del corazón que ve solamente la superficie de las cosas» para obtener «la sencillez y la pureza que nos permiten ver tu presencia en el mundo».
D. Casimiro ha pedido «que la iglesia sea imagen pura» de Jesús, «en medio del mundo estando al lado de los pobres y los que sufren».
7ª. Estación: Jesús cae por segunda vez – Del libro de las Lamentaciones. Lam 3, 1-2. 9
Jesús cae por nuestro peso y continúa llevándolo. «En lugar de un corazón de piedra danos de nuevo un corazón de carne, un corazón capaz de ver, no permitas que el muro del materialismo llegue a ser insuperable. Haz que te reconozcamos de nuevo. Haznos sobrios y vigilantes para poder resistir a las fuerzas del mal y ayúdanos a reconocer las necesidades interiores y exteriores de los demás», ha meditado el Obispo, que en esta estación ha pedido fortaleza ante la pandemia, la enfermedad y las dificultades económicas, laborales y sociales.
8ª. Estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén – Del Evangelio según san Lucas. Lc 23, 28-31
Jesús nos llama a superar una concepción del mal como algo banal, con la cual nos tranquilizamos para poder continuar nuestra vida de siempre. «Haz que caminemos junto a ti sin limitarnos a ofrecerte solo palabras de compasión. Conviértenos y danos una vida nueva; no permitas que, al final, nos quedemos como el leño seco, sino que lleguemos a ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera, y que produzcamos frutos para la vida eterna» (cf. Jn 15, 1-10). A Jesús, que al ver a la gente como ovejas sin pastor, sintió pena y salió a su encuentro, «te pedimos por los que en estos días están alejados de sus familias».
9ª. Estación: Jesús cae por tercera vez – Del libro de las Lamentaciones. Lam 3, 27-32
D. Casimiro ha meditado respecto a la Iglesia que, «frecuentemente nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes, ten piedad de tu Iglesia». Al caer, ha dicho el Obispo, «quedamos en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podamos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás. Has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia».
Habiéndose quedado siempre entre nosotros, en esta estación se ha pedido que el Señor fortalezca a los que cuidan de nuestros mayores en las residencias.
10ª. Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras – Del Evangelio según san Mateo. Mt 27, 33-36
Habiendo sido despojado de sus vestiduras, expuesto a la deshonra y expulsado de la sociedad Jesús carga con los sufrimientos y necesidades de los pobres, aquellos que están excluidos del mundo, pero así «como nos haces reconocer que tu Padre te tiene en sus manos, a ti, a nosotros y al mundo. Concédenos un profundo respeto hacia el hombre en todas las fases de su existencia y en todas las situaciones en las cuales lo encontramos. Danos el traje de la luz de tu gracia».
Siendo Jesús modelo de servicio a la humanidad, en esta estación se ha pedido al Señor que «ilumine a los gobernantes para que estén siempre al servicio de los demás y tomen las decisiones más adecuadas en cada momento. Protege a los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad y del ejército en su servicio en estos días de pandemia».
11ª. Estación: Jesús es clavado en la cruz – Del Evangelio según san Mateo. Mt 27, 37-42
Al dejarse clavar en la cruz, aceptó la crueldad de ese dolor, la destrucción de su cuerpo y de su dignidad, «ayúdanos a no desertar ante lo que debemos hacer, a unirnos estrechamente a ti, a desenmascarar la falsa libertad que nos quiere alejar de ti».
Se ha pedido «por nuestras comunidades parroquiales que estos días no pueden reunirse para los actos litúrgicos. Que cada hogar sea espacio donde se viva y celebre la fe en comunión los unos con los otros».
12ª. Estación: Jesús muere en la cruz – Del Evangelio según san Mateo. Mt 27, 45-50. 54
Con la muerte de Jesús «se oscureció el sol», ha dicho el Obispo. Jesús «es clavado en la cruz constantemente, también en este momento histórico vivimos en la oscuridad de Dios». Aunque por el sufrimiento y por la maldad de los hombres el rostro de Dios aparece difuminado e irreconocible, «en la cruz te has hecho reconocer, porque eres el que sufre y el que ama, eres el que ha sido ensalzado, precisamente desde allí has triunfado».
«Al contemplarte muerto en la cruz – ha dicho D. Casimiro – te encomendamos a nuestros hermanos difuntos, a los moribundos y a los que en estos días no pueden acompañar en la muerte a sus seres queridos».
13ª. Estación: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre – Del Evangelio según san Mateo. Mt 27, 54-56
El cuerpo de Jesús es recibido por unas manos piadosas y envuelto en una sábana limpia (cf. Mt 27, 59). «Qué fácil es que nosotros, los hombres, nos alejemos y nos digamos a nosotros mismos: Dios ha muerto. Haz que en la hora de la oscuridad reconozcamos que tú estás presente. No nos dejes solos cuando nos aceche el desánimo. Y ayúdanos a no dejarte solo. Danos una fidelidad que resista en el extravío y un amor que te acoja en el momento de tu necesidad más extrema, como tu Madre, que te arropa de nuevo en su seno».
Con la misma ternura que Jesús fue acogido por su Madre, «enséñanos a estar al lado de nuestro prójimo, de nuestros familiares y de nuestros amigos, sobre todo cuando nos envuelven situaciones de tensión, violencia o de exclusión», ha pedido D. Casimiro.
14ª. Estación: Jesús es colocado en el sepulcro – Del Evangelio según san Mateo. Mt 27, 59-61
Desde el sepulcro Jesús «ilumina para siempre la promesa del grano de trigo del que procede el verdadero maná, el pan de vida en el cual te ofreces a ti mismo. La Palabra eterna, a través de la encarnación y la muerte, se ha hecho Palabra cercana; te pones en nuestras manos y entras en nuestros corazones para que tu Palabra crezca en nosotros y produzca fruto. Ayúdanos a amar cada vez más tu misterio eucarístico y a venerarlo, a vivir verdaderamente de ti, Pan del cielo».
«Te pedimos – ha concluido el Obispo – por intercesión de tu madre, esperanza nuestra, fortalécenos en este tiempo de prueba y ayúdanos a ser fieles a lo que nos pides en cada momento».
Al finalizar D. Casimiro ha resaltado que en el centro de esta contemplación y de nuestra meditación del Vía Crucis está la cruz, «que es fuente de vida y de salvación», pero para llegar a ella «hemos de purificarnos de todo aquello que causa dolor a Dios y a los demás». En la cruz, ha recordado el Obispo, «Jesús nos muestra su misericordia y que muere por cada uno de nosotros, acogiendo y soportando sobre sus hombros toda la maldad y el rechazo del amor de Dios, convirtiéndose en vida y salvación». También ha invitado a los fieles a mantenerse, durante el día de hoy, en contemplación y recogimiento, «que nos lleve a la Gloria de la Resurrección».
D. Casimiro ha agradecido a las catequistas y feligresas de la parroquia que han participado como lectoras durante la celebración.
Hoy nuestra Diócesis está de celebración pues se cumple el 20 aniversario de la Ordenación Episcopal de nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente. El 2 de febrero de 2001 fue nombrado Obispo de Zamora y recibió la Ordenación episcopal el 25 de marzo de 2001. Cinco años más tarde, concretamente el 25 de abril de 2006 se hizo público su nombramiento como Obispo de Segorbe-Castellón, cargo del que tomó posesión el 23 de junio de ese mismo año.
Mons. Casimiro López Llorente, nacido en Burgo de Osma, cursó los estudios clásicos y de filosofía en el Seminario Diocesano de Osma-Soria. En 1973 se licenció en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca, siendo ordenado sacerdote en la Catedral de Burgo de Osma el 5 de abril de 1975. Su ministerio sacerdotal comenzó en Alemania, donde cursó estudios en Derecho Canónico en el Kanonistisches Institut de la Ludwig-Maximilians Universitä de Munich, licenciándose en esta materia y cursando el doctorado en esta misma materia. Durante esta etapa en la que concluía su brillante formación académica fue capellán de Religiosas y encargado de la pastoral de emigrantes en Alemania.
En su Diócesis de origen desempeñó diversos cargos pastorales hasta que en febrero de 2001 fue nombrado Obispo de Zamora. Actualmente, además de ser el Obispo de nuestra Diócesis es el presidente del Consejo Episcopal de Asuntos Jurídicos desde 2020 de la Conferencia Episcopal Española, donde, entre otros cargos, ha sido miembro de la Junta Episcopal de Asuntos Jurídicos, miembro de las Comisiones Episcopales de Apostolado Seglar, y de Enseñanza y catequesis, habiendo sido Presidente de esta Comisión desde 2008 a 2014.
Este próximo mes de junio se cumplirá el 15 aniversario de su nombramiento como Obispo de nuestra Diócesis, siendo obispo número 71 de la sede segorbina, y el 4º desde la configuración de la diócesis como Segorbe-Castellón. Tomó posesión en la Catedral de Segorbe con la celebración de una Eucaristía, coincidiendo con la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, y sus primeras palabras fueron “quiero ser obispo para todos, y también anunciar el Evangelio a todos”.
La apertura del Año de la Familia ha tenido lugar este mediodía en la Concatedral de Santa María en Castellón con una Eucaristía presidida por D. Casimiro, a la que se han sumado numerosas familias de nuestra Diócesis, tal como había dispuesto el Obispo en la carta publicada la semana pasada. Ha sido organizada por la Delegación Diocesana de Pastoral Familiar y de la Vida, y ha podido seguirse en directo por varios canales locales de televisión y a través del canal diocesano en YouTube.
Este «Año de la Familia» es una iniciativa del Papa Francisco con motivo del 5º Aniversario de la publicación de su Exhortación Apostólica “Amoris laetitia”, sobre el amor en la familia. Este será todo un año para reflexionar sobre la alegría y la belleza del amor en el matrimonio y en la familia, pero también para profundizar, acoger y vivir el Evangelio del matrimonio y de la familia, para transmitirlo a los demás.
Nuestra Diócesis, ha manifestado el Obispo, comienza «con esta Eucaristía el año especial dedicado a la familia», como es el deseo del Papa. La pandemia «está generando mucho sufrimiento, incertidumbre y temor entre todos nosotros y en nuestras familias», pero ante ello, «los cristianos estamos llamados, quizás más que nunca, a ser testigos de la esperanza que no defrauda, que es Cristo Jesús muerto y resucitado para que en Él tengamos vida, participación del amor de Dios».
«El anuncio cristiano sobre la familia – ha continuado en el comienzo de la homilía – es verdaderamente una buena noticia», «es fuente de alegría y de esperanza». Para ello ha sido providencial que estemos celebrando este año de San José, «esposo y padre, el hombre justo, tan amado que fue elegido por Dios para cuidar de la Sagrada Familia». Como él, «todo matrimonio debe sentirse amado y elegido por Dios», y es «precisamente la familia, castigada en muchos aspectos, la que ha mostrado una vez más su rostro de custodia de la vida», como lo fue San José.
El ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret
D. Casimiro ha exhortado a fijarse en la Sagrada Familia. «En este hogar Jesús pudo educarse, formarse y prepararse para la misión recibida de Dios», es «una escuela de amor recíproco, de donación mutua, de acogida y de respeto entre sus miembros, de dialogo y de comprensión recíproca, y es una escuela de oración y de escucha constante de la voluntad de Dios», es, en definitiva, «el modelo donde todas las familias cristianas podéis encontrar la luz para vivir de acuerdo con el designio de Dios para cada uno de vosotros».
«Todos estamos llamados al amor»
“Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó: varón y hembra los creó” (Gn 1,27). Dios es amor, y estamos creados a su imagen y semejanza, «nuestra identidad más profunda es la vocación al amor», somos creados «para amar y para ser amados en esta vida y llegar a la plenitud del amor de Dios en la eterna, este es el proyecto de Dios para cada uno». «Por eso, no hay nada más triste en este mundo que no amar ni ser amados», ha añadido el Obispo.
La vocación al amor toma formas diferentes según el estado de vida. De la misma forma, «en el seguimiento a Jesús, muchos sacerdotes hemos dado la vida para que vosotros, los fieles, podáis vivir del amor de Cristo», también «las personas consagradas son un signo elocuente del amor de Dios para el mundo y de la vocación de amar a Dios sobre todas las cosas». Y el matrimonio y la familia, ha resaltado, es «una llamada específica a vivir el amor conyugal siendo signo y lugar del amor de Dios manifestado en el amor entre Cristo y la Iglesia». Por todo ello es tan importante animar a todos, en especial a los jóvenes, «a buscar y descubrir su vocación al amor».
El Matrimonio y la familiacomo vocación al amor
Nuestro Obispo ha invitado a vivir el matrimonio «como una llamada de Dios al amor», pues «la relación entre un hombre y la mujer refleja el amor divino de manera completamente especial por la donación plena del uno al otro, en cuerpo, en alma y en corazón». El vínculo de los esposos «tiene una dignidad, tiene una belleza y tiene una grandeza inigualables», y mediante el sacramento del matrimonio, «estáis unidos por Dios, y con vuestra relación manifestáis el amor de Cristo».
En un contexto como el actual, «en el que muchas personas consideran al matrimonio como un contrato temporal que se puede romper, es de vital importancia comprender que el verdadero amor es fiel, es don de si mismo para siempre». «Es posible vivir el anuncio cristiano del matrimonio», porque Cristo mismo «se compromete con ellos para siempre», pero sabiendo que es necesario que se de «la gratitud, el respeto y el perdón mutuo».
En alusión a la vida cotidiana y de pareja, el Obispo ha puesto de relieve que es «donde los esposos aprenden a amar como Cristo ama, a ser familia cristiana, a ser una Iglesia doméstica donde se vive, se celebra, se transmite y se testimonia la fe».
Pastoral Familiar y de la Vida
«El matrimonio y la familia están afectados hoy por un contexto cultural poco favorable», decía D. Casimiro mencionando la dificultad de muchas familias en encontrar una vivienda digna, en «conciliar la vida laboral y la familiar, o disponer de tiempo para escucharse y dialogar los esposos y los hijos», falta también «aprecio social por la fidelidad esponsal, para la estabilidad matrimonial y para la natalidad». Por todo ello, ha invitado a convertir todo este contexto en una oportunidad nueva, en «un estímulo para fortalecerse y crecer como comunidad de vida y de amor , que engendra vida y esperanza en la sociedad».
Los matrimonios y las familias necesitan, por parte de la Iglesia, «una atención pastoral, una dedicación mayor y un acompañamiento personalizado». También es necesario un acompañamiento a aquellas familias que se encuentran atravesando alguna crisis, a los que se quedan solos, a las familias pobres y a las desestructuradas. «Este año es una oportunidad para acercarse a las familias, para que no se sientan solas ante las dificultades, para caminar con ellas, para escucharlas, y emprender iniciativas que les ayuden a cultivar su amor».
Para ello es necesario un cambio de mentalidad, tal y como ha indicado D. Casimiro, «porque los matrimonios y las familias no solo sois destinatarios de la acción pastoral de nuestra Iglesia, si no que estáis llamados a ser protagonistas, sujetos activos en la pastoral», pues las familias «podéis aportar mucho a toda la sociedad y a nuestra Iglesia, por lo que debéis ser reconocidas e involucradas activamente en la pastoral ordinaria de las parroquias y de la Diócesis».
El compromiso de la Iglesia con esta importante tarea se ha materializado a través de esta homilía, que D. Casimiro ha concluido manteniéndose firme en la necesidad de crear una «cultura de la familia y de la vida que recree un verdadero ambiente familiar». Esa es la misión de la Iglesia y de las familias, «anunciar la alegría del amor y la belleza del matrimonio y de la familia, generar espacios y un ambiente favorable para que la familia pueda crecer y vivir en plenitud su vocación al amor». En este sentido, ha afirmado nuestro Obispo, «la alegría del Evangelio se refleja en la alegría del amor que se vive y se aprende eminentemente en la familia, la fuerza para amar nace, crece y se fortalece en la familia, y es fuente de alegría y de esperanza para todo ser humano y la sociedad».
En el camino cuaresmal hacia la Pascua y de nuestra conversión a Dios, la Iglesia nos ofrece celebrar las “24 horas para el Señor”. Es una iniciativa del papa Francisco a la que nuestra Iglesia diocesana se ha venido uniendo de corazón. A pesar de las restricciones de movilidad y las medidas sanitarias a causa de la pandemia, el santo Padre quiere que se celebren también este año. Serán los días 12 y el 13 de marzo, días previos al cuarto domingo de Cuaresma.
Esta hermosa iniciativa tiene como objetivo celebrar el sacramento de la Confesión en un contexto de oración y de Adoración Eucarística. El tema elegido para este año es un versículo del Salmo 103, 3: “Él perdona todos tus pecados y cura todas tus enfermedades”. El salmista nos llama a confiar en la bondad y misericordia de Dios, a acercarnos a Él con humildad y acoger con gratitud su perdón. Del perdón de Dios brota la alegría y la felicidad del corazón; esta es la experiencia del creyente tocado por el amor misericordioso de Dios. Sí, es verdad, el Señor perdona todas nuestras culpas y al mismo tiempo cura todas nuestras enfermedades: perdona y cura. Jesús mismo, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, dijo en la sinagoga de Nazaret, que su misión mesiánica era llevar a los pobres de la tierra la salvación integral; liberar de las prisiones materiales, espirituales y morales que encadenan a la humanidad y la llevan al pesimismo y la desesperación; y dar la vista a los ciegos que no son capaces de ver a Dios vivo y presente en sus vidas y en la historia de cada día y que no pueden ver su rostro en los hermanos. Grande es el amor de nuestro Padre celestial, que es “compasivo y misericordioso” (Sal 103, 8).
En el camino cuaresmal resuenan las palabras de San Pablo: “¡Dejaos reconciliar con Dios!” (2 Cor 5, 20). Es innegable que existe el mal moral en nuestro mundo. Basta contemplar la escena cotidiana de violencias, guerras, injusticias, abusos, odios, egoísmos, celos, venganzas y abusos de la creación. Se pueden aducir muchas causas, pero la raíz del mal moral se halla en el pecado personal. De ahí deriva a las estructuras. El pecado es el amor replegado sobre sí mismo, que niega a Dios y rechaza su amor. El rechazo del amor de Dios lleva al rechazo de los hermanos y al abuso de la creación. El pecado es una gran tragedia. La pérdida del sentido de pecado debilita y endurece el corazón ante el espectáculo del mal. Si somos sinceros, si no hemos perdido el sentido del bien y del mal y de la responsabilidad personal, reconoceremos que también en nuestra vida existe el pecado; y que tenemos necesidad de recomponer las fracturas, de cicatrizar las heridas, de ser perdonados y reconciliados con Dios y los hermanos.
Dios Padre nos ofrece la reconciliación en su Hijo Jesucristo, muerto y resucitado, para el perdón de los pecados. El mismo Jesús, en la tarde del día de Pascua, envió el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y les dio el poder de perdonar los pecados: “A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 23). Es su don pascual que pervive en su Iglesia. Estas palabras nos invitan a contemplar en la Eucaristía el rosto misericordioso del Padre, cuyas entrañas se conmueven cuando cualquiera de sus hijos, alejado por el pecado, retorna a El y confiesa su culpa ante un ministro de la Iglesia.
En este año dedicado a san José acudamos a su intercesión para que nos sea concedida la gracia de la conversión. San José ayudó a Jesús a ver la ternura de Dios Padre en él, su padre en la tierra. ¡Que el custodio del Redentor nos ayude a contemplar en él la ternura y la misericordia de Dios! ¡Y que nos ayude a aceptar nuestra propia debilidad con una humildad como la suya! Es el mejor modo de aceptar nuestra propia debilidad y fragilidad, de reconocer y confesar nuestros propios pecados.
A pesar de las restricciones de la pandemia celebremos con especial fervor estas “24 horas para Señor”. De manos de san José vayamos al encuentro personal con el Señor y postrémonos en adoración ante Él, presente realmente en la Eucaristía. Oremos por todos los afectados por la pandemia y por su pronto cese. Acojamos la misericordia Dios y el abrazo del perdón de nuestros pecados en el sacramento de la Confesión, fruto de la ternura de Dios. Nuestra confesión sincera será el signo de nuestra verdadera conversión a Dios. Pidamos también por la conversión a Dios de todos los pecadores y de la humanidad, necesarias para evitar cualquier tipo de pandemia.
«Si a toda vida humana; No a la eutanasia; Si a los cuidados paliativos» es el lema de la Diócesis de Segorbe-Castellón con el que cada día 17 de mes, se celebra la «Jornada de oración por la vida» desde que el pasado 17 de diciembre se aprobara la ley de la eutanasia.
Tal como ordenó el Obispo, D. Casimiro López Llorente, las banderas de las casas episcopales de Segorbe y Castellón, ondean a media asta en señal de luto y a las 13.00 horas, cada 17 de mes suenan las campanas de las parroquias (toque de difuntos o de clamor). La vida humana es un «don sagrado que hemos de acoger, proteger, y cuidar» y ante esta «tropelía – afirmó el Obispo- «los católicos, los cristianos en general, los creyentes de otras religiones y las personas de buena voluntad no podemos callar».
Es por ello que el prelado nos invita a «seguir rezando todos los días, y de forma especial los días 17 de cada mes, para que el Señor inspire a nuestros gobernantes leyes que respeten y promuevan el cuidado de la vida humana».
El Obispo de la Diócesis de Segorbe-Castellón presidirá, el próximo miércoles 17 de febrero a las 10 h., la Santa Misa de celebración de la imposición de la Ceniza en la S.I.Catedral de Segorbe.
El rito de la imposición de la ceniza seguirá las indicaciones de la Santa Sede sobre la imposición de la ceniza en tiempos de pandemia, tal como publicó la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en una nota que se hizo pública el pasado enero, firmada por el cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos desde 2014 y Monseñor Arthur Roche, Arzobispo Secretario. En la misma se explica la modificación del rito del Miércoles de Ceniza, adaptándose a las medidas de seguridad sanitarias establecidas en este tiempo de pandemia.
En nuestra Diócesis, D. Antonio Sanfélix, Delegado Diocesano de Sagrada Liturgia y Música Sacra, remitió esta misma nota a todos los sacerdotes y parroquias de la Diócesis para que estén debidamente informados de como tienen que proceder este año, en esta celebración, para evitar posibles contagios.
Iglesia parroquial de los Santos Juanes, Almenara, 4 de enero de 2021
(Ecco 2,7-13; Sal 90; Ga 6,14-18; Mt 25,31-40)
Hermanas y hermanos en el Señor Jesús.
El Señor nos convoca para celebrar esta Eucaristía en la fiesta de Santa Genoveva. A nuestra acción de gracias por el don del misterio pascual unimos nuestra gozosa acción de gracias a Dios por el don de Santa Genoveva Torres Morales, por su santidad y por su obra, la Congregación de las Angélicas. Desde Almenara, el pueblo que la vio nacer, cantamos y alabamos al Señor, que miró la humillación y sencillez de este ‘ángel de la soledad’ y la llenó con su gracia y una vida de santidad: desde entonces Genoveva enriquece a nuestra Iglesia y se ha convertido en fermento evangélico en la Iglesia y en el mundo. A Dios, Uno y Trino, alabamos y damos gracias por la humildad y entereza de Genoveva, por su fortaleza y entrega, por su caridad y por santidad.
Miramos el pasado con gratitud, y contemplamos el presente y el futuro con esperanza. Porque sabemos bien de Quien nos hemos fiado y con el salmista decimos: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti” (Sal 90, 1).
Semblanza de Genoveva
Recordemos brevemente. Genoveva Torres Morales nació a esta vida aquí en Almenara el 3 de enero de 1870; al día siguiente renació a la vida de los hijos de Dios por el bautismo en esta iglesia parroquial de los Santos Juanes. Hija del matrimonio formado por Vicenta y José, del que nacieron otros cinco hijos, quedó huérfana de padre a la edad de un año y de madre a los ocho años. En tan sólo seis años vio morir a cuatro hermanos. Quedó sola al cuidado de su hermano mayor -de dieciocho años de edad-, y tuvo que hacer desde niña de “ama de casa”. A sus trece años le fue amputada una pierna de forma rudimentaria. Desde entonces tendrá que andar siempre con muletas.
Más tarde fue asilada en la “Casa de la Misericordia” de Valencia completando allí su deficiente cultura y creciendo en su vida espiritual. Su discapacidad le impidió ser admitida en las “Carmelitas de la Caridad”, como era su deseo. A los veinticuatro años, unida a dos compañeras, fundó en Valencia, el 2 de febrero de 1991, la “Sociedad Angélica” para dar amparo a mujeres solas y para la adoración nocturna de la Eucaristía. Trasladada a Zaragoza, desde esta ciudad su obra se extendió rápidamente por España y más allá de nuestras fronteras.
Genoveva, de carácter afable y misericordioso, gobernó con sabiduría espiritual la obra fundada por ella que denominó “Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Santos Ángeles”. Muy devota de la Virgen tuvo por centro de su vida al Corazón de Jesús y la Eucaristía. Murió en Zaragoza el 5 de enero de 1956. El pueblo comenzó a invocarla con el título de “ángel de la soledad”. Fue beatificada por el Papa Juan Pablo II el 29 de enero de 1995. Y canonizada el 4 de mayo de 2003.
Su carisma: el cuidado de las mujeres solas y necesitadas.
Genoveva, mujer alegre y trabajadora, generosa y desprendida, acepta en todo momento la voluntad de Dios, en quien pone su confianza, especialmente en las pruebas. Para ella, Dios es el único Señor verdadero, y no abandona nunca a quien confía en Él. Sólo “el Señor es compasivo y misericordioso, perdona los pecados y salva en tiempo de desgracia” (Ecco 2,7).
Su experiencia personal de dolor, con una pierna amputada, los problemas familiares y la propia soledad, la dispusieron para acoger la obra a la que Dios la había destinado: el cuidado de las ancianas y de las personas afligidas. A ello se había preparado ya desde niña en el cuidado de la casa, de su hermano mayor y de los pobres. Más tarde lo hará con las mujeres mayores y solas y animará a sus hijas a amar mucho a Dios para acertar en el trato con las señoras que viven en las residencias de la Congregación. Genoveva se caracterizará por ese amor entregado, atendiendo a las residentes más necesitadas, haciendo nuevas fundaciones y visitando a sus hijas, a pesar de su impedimento físico.
Genoveva es testigo de un amor total a Dios y a su voluntad, que se hace amor y entrega a los hermanos, en especial a los más necesitados, en quienes ve al mismo Cristo. “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). Ella solía repetir: “Todo lo vence el amor”. Este amor a Cristo, a quien ve en los necesitados, la movió a consagrar su vida al servicio de las mujeres que sufrían soledad, a remediar el desamparo y la necesidad en que se encontraban muchas de ellas, atendiéndolas material y espiritualmente en un verdadero hogar.
La soledad y el abandono están entre los males más dolorosos de todas las épocas, también y en gran medida en nuestro tiempo. La soledad y el abandono lo sufren no sólo personas mayores, también niños, adolescentes, jóvenes y personas adultas. A estos males ellos quiso hacer frente nuestra santa para acompañar y mostrar la cercanía de Dios a quienes sufren soledad y abandono. Genoveva fue instrumento de la ternura de Dios hacia las personas solas y necesitadas de amor.
La fuente: su amor a la Eucaristía y el Corazón de Jesús.
Lo que impulsaba a Genoveva era su gran devoción a la Eucaristía, fundamento desde el que desplegaba su apostolado humilde y sencillo, abnegado y caritativo. En la adoración eucarística, ella entraba en el Corazón de Jesús, en el amor de Cristo, un amor entregado hasta el extremo por la vida del mundo, por la vida de todos los hombres. Ella se sentía amada en el Amado. Un amor que la llevaba a la entrega de sí misma para darse, gastarse y desgastarse hasta la muerte por las mujeres solas y abandonadas y por sus hijas, las Angélicas. En la Eucaristía, aprendía a conocer a las personas en su corazón, y a salir al encuentro de las necesitadas para llevarlas al amor de Cristo.
La Eucaristía estaba en el centro de su vocación y de su vida consagrada. En la Eucaristía, Genoveva se encontraba con el Señor, despojado de su gloria divina, sufriente y humillado hasta la muerte en la cruz y entregado por cada uno de nosotros. Como para nuestra Santa, la Eucaristía es para todos nosotros una escuela de vida, en la que aprendemos a entregar diariamente nuestra vida a Dios y a su voluntad, amando y sirviendo a los hermanos. Este es el camino de la santidad, hasta alcanzar la perfección en el amor. Día a día, hemos de aprender a desprendernos de nosotros mismos, a estar a disposición del Señor para lo que necesite de nosotros en cada momento. Sólo quien da su vida la encuentra y genera vida, esperanza y amor. Es la aparente paradoja de nuestra fe, de la cruz de Señor. Por eso debemos decir con san Pablo: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Ga 6, 14).
Su legado: el cuidado del prójimo.
Al celebrar hoy su fiesta, toda nuestra Iglesia diocesana está llamada a dejarse interpelar por santa Genoveva. Ella nos enseña la importancia del cuidado de los unos hacia los otros para vivir el Evangelio y para construir una sociedad basada en relaciones de fraternidad. Su carisma y su obra son de enorme actualidad. Lo estamos viendo en estos tiempos de pandemia. Por ello, el papa Francisco, en su mensaje para la Jornada mundial por la paz de este año, nos exhorta a trabajar por una cultura del cuidado de las personas y de la creación. Seamos profetas y testigos de la cultura del cuidado de toda persona y de toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, en particular cuando la vida humana es más vulnerable y más lo necesita: al comienzo de su vida, en la discapacidad, en la soledad, en la ancianidad, en la enfermedad, en el dolor y en la muerte. Frente a una cultura de la muerte, que se extiende entre nosotros como una macha de aceite, eduquemos a nuestros niños, sobre todo en la familia, en la cultura de la vida. Toda persona y toda vida humana ha de ser acogida, protegida, cuidada y acompañada en todo momento. Cuidemos los unos de los otros; aprendamos a vivir la fraternidad y el respeto mutuo. Trabajemos por el bien común. Respetemos y cuidemos de la creación.
Pidamos a Dios para nuestra Iglesia diocesana la gracia de caminar por las sendas de la santidad, siguiendo el ejemplo de Genoveva, esta primera santa de Segorbe-Castellón, cuidando a las personas que están a nuestro lado. Donde mejor podremos encontrar la fuente y la fuerza es en el encuentro con el Señor Eucaristía, como Genoveva. Desde la adoración eucarística y la escucha atenta y dócil de la Palabra de Dios podremos dar también respuesta a las nuevas soledades de nuestro tiempo.
Que Santa Genoveva, “ángel de la soledad”, nos guíe, ayude y proteja a todos en nuestro caminar. Amén.
La primera solemnidad del año en la Diócesis de Segorbe-Castellón ha sido la celebración de Santa Genoveva Torres esta misma tarde en la Parroquia de los Santos Juanes de Almenara, presidida por el Obispo, D. Casimiro López Llorente, y retransmitida en directo por TVCS (Televisión de Castellón).
En la homilía, D.Casimiro ha hecho alusión a «la Eucaristía como fuente de su vida que impulsaba su espíritu» y fundamento desde el que desplegaba su apostolado «lleno de humildad, sencillez, abnegación y caridad». En la adoración eucarística Santa Genoveva «entraba en el Corazón de Jesús, en el amor de Cristo», un amor, ha enfatizado el Obispo, «entregado hasta el extremo por la vida del mundo, por la vida de todos los hombres». Se sentía «amada en el Amado y este amor la llevó a la entrega de sí misma para darse, gastarse y desgastarse hasta la muerte por las mujeres solas y abandonadas». En la Eucaristía, ha resaltado D. Casimiro, «aprendía a conocer a las personas en su corazón, y a salir al encuentro de las necesitadas para llevarlas al amor de Cristo.»
El Obispo, como Pastor de nuestra Iglesia, ha rendido homenaje a la vida de Santa Genoveva por ser una mujer de extraordinaria semblanza que «aceptó cumplir la voluntad de Dios para agradarle, dando ejemplo de su gran capacidad de sufrimiento». Profundizó en su vida espiritual de la mano de los jesuitas quienes la guiaron por el camino «de abrir su corazón a la voluntad divina consiguiendo inundarse de ese amor, para entregarlo a través de la atención a las señoras que eran acogidas en las residencias de la Congregación».
D. Casimiro también ha elogiado «su entrega y disposición a acoger la obra a la que Dios la había destinado: ser consuelo de las ancianas y las personas afligidas». El Obispo ha alidido a «su experiencia personal en el dolor, con una pierna amputada, graves problemas familiares y la soledad» que contribuyó, en gran medida, a materializar el amor de Cristo que ella recibía hacia los demás «consagrando su vida al servicio de las mujeres jubiladas, a remediar el desamparo y necesidad en que se encontraban muchas de ellas, atendiéndolas material y espiritualmente en un verdadero hogar, estando a su lado como Ángel de la soledad, convirtiéndose en instrumento de la ternura de Dios hacia las personas solas y necesitadas de amor, de consuelo y de cuidados en su cuerpo y en su espíritu».
«Seamos profetas y testigos de la cultura del cuidado de toda persona y vida humana»
D. Casimiro nos ha invitado a dejarnos interpelar por esta «santa maravillosa que nos enseña la importancia de hacernos cargo los unos de los otros para construir una sociedad basada en relaciones de fraternidad. Trabajemos por una cultura del cuidado de las personas y de la creación, que es camino hacia la paz. Seamos profetas y testigos de la cultura del cuidado de toda persona y vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, y eduquemos a nuestros niños, sobre todo, en la familia, en la cultura del cuidado y el respeto mutuo», ha concluido.
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