Las Jornadas de Formación invitan a reflexionar sobre nuestra misión como Iglesia en una época de cambios
El salón de actos del Seminario Mater Dei de Castellón ha sido el escenario donde se han llevado a cabo las Jornadas de Formación dedicadas a los sacerdotes, diáconos, religiosos y seglares de nuestra diócesis. Y de modo especial, a catequistas, a profesores cristianos y de religión y a estudiantes. Unas jornadas que comenzaron en enero del 2020, y que tras la pandemia han vuelto a retomarse.
En la invitación para participar en las mismas el propio Obispo, D. Casimiro; señalaba que “corren tiempos recios para poder vivir como comunidad de ´discípulos misioneros´ del Señor y para la misión evangelizadora. En este contexto nos cuesta encontrar caminos para llevar al encuentro con Jesucristo y para ofrecer el Evangelio al hombre y mujer de hoy” y por eso animaba a través de estas dos jornadas a “volver nuestra mirada al Señor resucitado y a la acción del Espíritu Santo, presentes en nuestra Iglesia”.
Por eso la necesidad de profundizar y conocer lo que Jesús quiere de nosotros como Iglesia diocesana, para amarla más y ser fieles a la misión que Él nos ha confiado. En esa línea D. Casimiro indicó que “cada uno de nosotros debería sentir la necesidad de formación para ser fieles hoy a la misión que el Señor nos ha confiado como Iglesia suya”.
Con este fin se programaron las charlas que sobre la Iglesia y bajo el título “Fieles a la misión del Señor ante el actual cambio de época” impartió los días 6 y 7 de febrero, el Doctor Raúl Orozco Ruano, profesor de la Universidad Eclesiástica de San Dámaso de Madrid. El ponente hizo una introducción sobre el momento histórico actual y señaló que estamos llamados a tener una mirada de fe sobre el tiempo no como kronos (sin trama ni forma) sino como verdadero kairos (sello sacramental). Y citando al Papa Francisco señaló que “no estamos viviendo simplemente una época de cambios, sino un cambio de época. Por tanto, estamos en uno de esos momentos en que los cambios no son más lineales, sino de profunda transformación”.
Por eso advirtió de que hay dos peligros que debemos evitar: la recepción acrítica de la cultura y el rechazo fideísta de un diálogo verdadero con la cultura contemporánea. Y animó a que el creyente “interprete la situación histórica a través del discernimiento evangélico” (tan fundamental para el análisis teológico-pastoral del ejercicio y la espiritualidad del ministerio del sacramento del orden y los planes de formación sacerdotal). Y remitió a que “la crisis que padecemos en la vida presbiteral está provocada por los cambios profundos que se han dado en la sociedad”. Todo este cambio de época supone una transformación en los paradigmas de pensamiento. Y entre otras transformaciones la consecuencia histórica desemboca en la aparición del nihilismo, en donde el hombre ilustrado es sustituido por el Tolle Mensch u hombre loco de Nietzsche. Y por consiguiente señaló que con la muerte de Dios llega la desaparición del orden metafísico, axiológico y moral; así como el debilitamiento del sujeto en la era post-humanista.
Todo ello nos lleva a una crisis de la paternidad que se transmite en una dificultad cultural para transmitir la fe y en una crisis de la sacramentalidad. Llegando a privatizar la religión. “Los cristianos deben participar en la sociedad como sujetos activos que se hacen presentes en la plaza pública como testigos sacramentales de un encuentro con una Persona que es la Verdad” afirmaba con rotundidad Raúl Orozco, señalando esta actitud como una propuesta de respuesta cristiana ante el cambio de época. Siendo así testigos de una Verdad viviente y personal. Y destacó que “no hay lugar para el cristianismo anónimo o privado en el encuentro con Cristo”. Así la presencia cristiana en la sociedad permite devolverle al tiempo su sello sacramental. Por eso uno de los retos para los ministros ordenados en un cambio de época es encontrar en la configuración con Cristo Hijo-Siervo el sentido y la forma concreta de su representación sacramental de Cristo Cabeza-Pastor. Y concluyó señalando que “la actitud fundamental está en la permanente conversión personal al amor de Dios”.
El Obispo D. Casimiro dirigió unas palabras para concluir las jornadas de formación en las que recordó que “estos dos días también promueven la fraternidad y nos ayudan a crecer en la unidad. Y a superar nuestras mundanidades”.