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La importancia de la asignatura de Religión católica

28 de mayo de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2022, De Enseñanza/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Un año más dirijo a todos vosotros y, en especial a los padres, madres y tutores, para recordaros la importancia que tiene la asignatura de Religión y Moral católica en la formación de los niños, adolescentes y jóvenes.

La formación religiosa en la escuela no es un privilegio de unos pocos. Tiene su base en el derecho fundamental de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones religiosas. Y esto vale no sólo para los católicos; los alumnos no católicos pueden tener también su propia formación religiosa si las religiones o confesiones a que pertenecen lo acuerdan con el Estado. Incluso alumnos no católicos son admitidos a clase de religión católica si así lo piden los padres.

La formación religiosa tampoco es un añadido artificial a la formación humana, cultural y técnica, sino que es fundamental para lograr el pleno desarrollo de la personalidad de los alumnos, del que no se puede excluir la dimensión religiosa, connatural a toda persona.

La asignatura de Religión y Moral católica, al proyectar luz sobre todas las áreas del pensamiento, da unidad a todo el desarrollo y maduración de la persona desde su libre adhesión a la Palabra de Dios. Además es fuente de valores como el respeto del otro, de sus padres y de los mayores, de las cosas y de la creación, o de la solidaridad con todos en especial con los más necesitados, y de búsqueda del bien común. Con frecuencia lamentamos acontecimientos entre menores que denotan una falta de valores.

Esta asignatura ayuda también a dar sentido a la propia existencia y promueve el diálogo con la cultura y la convivencia fundada en el reconocimiento de los derechos y deberes de la persona, en el respeto a las convicciones morales y religiosas del prójimo y en el servicio a la causa de la paz y de la justicia. La convivencia entre los hombres sólo se realiza si se basa en la verdad y en una correcta comprensión de la persona humana. A este fin contribuye esta asignatura al proponer una visión del ser humano acorde con su naturaleza, su biología y su dignidad inviolable, algo que niegan algunas ideologías que se intentan imponer.   

Finalmente, la clase de Religión ayuda a conocer y comprender nuestra propia historia y cultura, que la llamada ‘cultura de la cancelación’ pretende hacer olvidar. Las fiestas religiosas y patronales, los templos y catedrales, el arte, la literatura y tantas y tantas otras expresiones culturales y sociales, presentes en nuestra vida cotidiana, no pueden ser entendidas y valoradas adecuadamente sin tener en cuenta sus raíces y contenidos cristianos. Quien no conoce su pasado, no entiende su presente ni puede proyectar su futuro.

Los alumnos de clase de Religión católica adquieren así en la escuela una formación académica complementaria a la educación en la fe en Jesucristo, que reciben en la familia y en la Iglesia. Los tres ámbitos son necesarios pues tienen objetivos, contenidos y medios distintos; de ninguno de ellos se puede prescindir en el proceso de formación y de iniciación en la fe y vida cristiana. Padres, profesores y sacerdotes han de conocerse y dialogar para caminar acordes y concordes en su respectiva tarea en bien de los alumnos. No es coherente pedir catequesis y no inscribirse a clase de Religión.   

Estamos en el periodo de inscripción y matriculación de los alumnos para el próximo curso escolar. Os recuerdo a los padres católicos que sois vosotros quienes habéis de pedir expresamente la inscripción de vuestros hijos a la asignatura de Religión y Moral católica y, en su caso, animar a vuestros hijos a hacerlo. Es vuestro derecho y además vuestra responsabilidad como padres: sois los primeros educadores de vuestros hijos y los primeros responsables de su educación, también de su educación en la fe; éste fue vuestro compromiso el día de su bautismo.

Os animo, por tanto, a solicitar la clase de Religión y Moral católica para vuestros hijos, y a que animéis a otros padres a hacerlo. Pedidlo expresamente si no se os ofrece en el colegio o instituto. Si tenéis alguna duda o dificultad, sabed que están a vuestra disposición vuestros sacerdotes y la Delegación diocesana para la Enseñanza.

Finalmente recuerdo a todos que, si bien los padres son los primeros responsables de la educación religiosa de sus hijos, toda la comunidad cristiana parroquial es también corresponsable en esta tarea. No nos puede ser indiferente que sus miembros más jóvenes vayan o no a clase de Religión. Todos -sacerdotes, seglares, religiosos, catequistas, – hemos de valorar la clase de Religión y animar a los padres católicos a pedirla para sus hijos.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Acompañar a los enfermos en el sufrimiento

21 de mayo de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2022, De Pastoral De La Salud/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

El sexto Domingo de Pascua celebramos la Pascua del Enfermo. Concluye así la Campaña anual dedicada a los enfermos que iniciamos el 11 de febrero, fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, bajo el lema “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). El papa Francisco recuerda que se ha avanzado mucho, pero que “todavía queda mucho camino por recorrer para garantizar a todas las personas enfermas la atención sanitaria que necesitan, así como el acompañamiento pastoral para que puedan vivir el tiempo de la enfermedad unidos a Cristo crucificado y resucitado”.

Dios es misericordioso y nos cuida con la fuerza de un padre y la ternura de una madre. El testigo supremo del amor misericordioso del Padre a los enfermos es su Hijo unigénito. Jesús es la misericordia encarnada de Dios. En efecto, los Evangelios nos narran los continuos encuentros de Jesús con las personas enfermas para acompañar su dolor, darle sentido y curarlo. Jesús siempre se acerca y atiende a los enfermos, especialmente a los que han quedado abandonados y arrinconados por la sociedad. La cercanía y compasión de Cristo hacia los enfermos, sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo y del amor de Dios hacia cada uno de ellos. La compasión de Jesús hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25, 36).

Los discípulos de Jesús estamos llamados a hacer lo mismo. Los enfermos no nos pueden ser indiferentes: no podemos olvidarlos, ocultarlos o marginarlos. Ante los enfermos, que siempre tienen un rostro concreto, Jesús nos pide acercarnos y detenernos, escucharles y establecer una relación directa y personal con cada enfermo, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio, como hace el buen Samaritano (cf. Lc 10,30-35). En la atención gratuita y en la acogida afectuosa de cada vida humana, sobre todo de la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante los sufrimientos materiales y espirituales del hombre para curarlos.

Este es el amor fraterno que todo cristiano y toda comunidad cristiana hemos de tener hacia los enfermos. El mismo Jesús encargó a sus discípulos la atención de los enfermos. Por ello el acompañamiento y cuidado cercano y fraterno de los enfermos, hechos con compasión y gratuidad, no puede faltar nunca en nuestra Iglesia diocesana y en cada parroquia. Los enfermos han de ocupar un lugar prioritario en la oración, vida y misión de todas nuestras comunidades cristianas y de los cristianos, siguiendo las palabras de Jesús y su ejemplo al modo del buen Samaritano. Contamos con un buen número de visitadores de enfermos en muchas parroquias y, en los hospitales, con muchos voluntarios: junto con los sacerdotes y los capellanes, se acercan a los enfermos, a sus familias y al personal sanitario para acompañarles humana y espiritualmente. Cada vez hay más personas enfermas y solas a las que acercarse y cuidar. Incluso cuando no es posible curar, siempre es posible cuidar, siempre es posible consolar, siempre es posible hacer sentir nuestra cercanía.

El mayor dolor es el sufrimiento moral ante la falta de esperanza. Los cristianos hemos de estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pida  (cf. 1 Pe 3, 15). No se trata de una esperanza cualquiera, sino de una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente, aunque sea doloroso, porque lleva a una meta segura. Cristo Jesús es nuestra Esperanza, la única esperanza que no defrauda. Jesús ha muerto y resucitado para que todo el que crea en Él tenga vida, y vida eterna.

Para los cristianos es obligado acompañar al enfermo, pero lo es también ayudarle a abrir su corazón a Dios y confiar en Él para no dejar de esperar en la vida eterna y gloriosa, cuyo camino ha abierto Jesús con su muerte y resurrección. Jesús, el Hijo de Dios, asumió nuestro dolor y nuestra muerte en la cruz, e hizo de ellos camino de resurrección. Desde entonces, el sufrimiento y la muerte tienen una posibilidad de sentido. Desde hace dos mil años, la cruz brilla como suprema manifestación del amor de Dios que nunca nos abandona ni tan siquiera en la muerte: Dios acoge la entrega de su Hijo en la cruz por amor a la toda la humanidad y lo resucita a la Vida gloriosa de Dios. Quien sabe acoger la cruz en su vida y se entrega a Dios como Jesús, experimenta cómo el dolor y la muerte, iluminados por la fe, se transforman en fuente de esperanza, de salvación y de Vida.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón.

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San Pascual Bailón, nuestro patrono

14 de mayo de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2022/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos

Cada año, el 17 de mayo celebramos la Fiesta de san Pascual Bailón; él es el patrono de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón. Así fue declarado el 12 de Mayo de 1961, por el papa san Juan XXIII a petición de Mons. José Pont i Gol, el primer obispo de nuestra Diócesis bajo la actual denominación  de Segorbe-Castellón. Es bueno que nos preguntemos qué significa tener a san Pascual por patrono, máxime en el actual Año Jubilar diocesano.

Antes de nada recordemos la vida de Pascual en este mundo. Su vida comienza y termina en Pascua de Pentecostés (Torrehermosa, 1540 – Villarreal, 1592). Era hijo de una pobre y humilde familia cristiana. Ya a los siete años ha de trabajar como pastorcito para otros y ayudar así en la economía familiar. Nuestro santo tenía una gran devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen María; cuando no podía asistir a Misa por estar pastoreando, al escuchar las campanas se arrodillaba con la mirada fija en el lejano santuario de Nuestra Señora de la Sierra, donde se celebraba el santo Sacrificio. A los dieciocho años, Pascual pide ser admitido en la Orden de los Frailes Menores, de los Franciscanos. Años más tarde entra en el convento de Nuestra Señora de Loreto en Orito, fundado por los frailes reformados de San Pedro de Alcántara, para pasar en 1589 al convento de los frailes alcantarinos en Villarreal. Aquí se encargó como hermano lego en las humildes tareas de portero, limosnero o cuidador de la huerta. Murió con fama de santidad siendo canonizado por Alejandro VIII el 16 de octubre de 1690.

La Iglesia universal, al declarar a Pascual patrono de nuestra Iglesia diocesana, nos lo propone como patrón y guía en nuestro peregrinar hacia la casa del Padre. En este Jubileo diocesano damos gracias a Dios por la santidad y por el patrocinio de Pascual que han de convertirse en estímulo constante para cuantos formamos esta Iglesia del Señor. A los santos se los admira pero sobre todo se les imita en sus virtudes humanas y cristianas para caminar hacia la santidad, hacia la perfección del amor: esta es la vocación fundamental de todo cristiano y de toda nuestra comunidad diocesana. Al mismo tiempo pedimos la valiosa intercesión de Pascual para no desfallecer en la carrera.

Pascual fue un excepcional hombre de Dios y, por ello, un excepcional amigo y servidor de los hombres; la comunión con Dios y con los hombres van siempre unidas Nuestro santo fue generoso y sufrido, paciente y alegre, siempre dispuesto a cumplir sus deberes con diligencia y con bondad, con mucha misericordia y con un amor sin límites hacía los más pobres. En el amor a Jesucristo, cultivado y alimentado diariamente en la oración y la Eucarística, y en su amor a la Virgen María se encuentra la raíz de su amor desinteresado hacia el prójimo.

La vida y el legado de Pascual permanecen siempre actuales. Son de destacar sobre todo sus virtudes de humildad y de confianza en Dios, su devoción a la Virgen María y su amor a la Eucaristía, fuente y cima de la vida de la Iglesia y de todo cristiano y manantial permanente del amor a Dios y de amor a los hermanos, en especial a los más pobres, a los necesitados, a los mendigos. En Pascual apreciamos la santidad vivida día a día; él nos muestra que se puede llegar a la perfección del amor, dedicándose a las tareas diarias y a los oficios más sencillos de la casa. Todo un ejemplo y un mensaje para nosotros.

Los santos como Pascual nos interpelan en el presente. Sus biografías reflejan modelos de vida válidos para todo cristiano; ellos vivieron su condición de bautizados, siguieron fielmente a Jesucristo en el seno de la Iglesia y conformaron su vida al Evangelio. Los santos son así testigos concretos de la Buena Noticia de Dios en Jesucristo en su tiempo. En los santos como Pascual, el Señor resucitado muestra en el corazón de la Iglesia y en medio del mundo, la extraordinaria fuerza de la Vida nueva, que brota de la resurrección del Señor; una Vida que es capaz de renovar y transformar todo: la personas, las familias, la sociedad y los pueblos.

Los santos son los grandes renovadores de la Iglesia y del mundo. Nuestro tiempo necesita santos como Pascual para crecer en humanidad y en fraternidad. Los necesita también nuestra Iglesia diocesana llamada en este Año Jubilar a crecer en comunión con Dios y con los hermanos para salir a la misión. Pidamos a Dios por intercesión de Pascual que haga de nuestra Iglesia diocesana una Iglesia de discípulos misioneros de Cristo, servidora de los pobres y fecunda en la evangelización de nuestro tiempo.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Jornada mundial de oración por las vocaciones

7 de mayo de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2022, De Misiones y Cooperación con las Iglesias, Pastoral Vocacional/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

En este IV Domingo de Pascua, en el que recordamos que Jesús es nuestro Buen Pastor, en toda la Iglesia celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la Jornada de las Vocaciones Nativas, bajo el lema: “Deja tu huella, sé testigo”. Esta invitación recuerda lo que el papa Francisco dijo a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia: que no tuvieran miedo de dejar su huella en la vida de aquellos con los que se encuentran. Todos estamos llamados a dejar en este mundo un testimonio de vida que hable del Amor de Dios, tras las huellas de Jesús.

Jesús es el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas, para que tengan Vida en abundancia. Él no solo conoce el nombre de cada una de ellas, sino que está detrás de todos y cada uno de sus pasos. Él sigue apacentándonos con pastores elegidos según su corazón y sigue acompañándonos con personas que le consagran su vida para que todos sientan su cercanía, su amor, su compasión. Aunque a veces no es fácil distinguir la voz del Buen Pastor de otras voces, Él nos invita a vivir la vida entregándola.

Jesús nos dice: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9, 36-38). Jesús mismo nos sirve de ejemplo. Lo primero que hace Jesús antes de llamar a sus apóstoles o de enviar a los setenta y dos discípulos, es orar: pasa la noche a solas, orando y escuchando la voluntad del Padre (cf. Lc 6, 12). Como la vocación de los discípulos, también las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada son primordialmente fruto de una insistente oración al ‘Señor de la mies’.

Después de orar, Jesús, llama a algunos pescadores a orillas del lago de Galilea, para hacerlos “pescadores de hombres” (Mt 4, 19). Les muestra su misión mesiánica con numerosos signos, los educa con la palabra y con la vida para prepararles a ser los continuadores de su obra de salvación; finalmente, les confía el memorial de su muerte y resurrección y, antes de ser elevado al cielo, los envía a todo el mundo con el mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos” (Mt 28,19). La llamada, que Jesús les hace, implica dejar sus planes y ocupaciones para seguirle, vivir con él y caminar con él. Jesús les enseña a entregar como él su vida a Dios y a los demás, para que la misericordia de Dios llegue a todos, en especial a los más pobres y necesitados.

Jesús sigue llamando hoy a jóvenes para compartir su vida y su misión en el sacerdocio y en la vida consagrada. Un buen comienzo para descubrir la propia vocación es ser consciente de todo lo recibido de Dios y de los demás. Al darnos cuenta de los dones que se nos han dado, es fácil intuir que pueden transformarse en dones para compartir y para dejar huella de vida en otros. Para ello es preciso un “éxodo”,  un salir del propio yo. Toda vocación cristiana implica salir de la comodidad y rigidez del propio yo para centrar la propia existencia en Jesucristo y en los demás. Esta ‘salida’ no hay que entenderla como un desprecio de la propia vida, del propio modo de sentir las cosas, de la propia humanidad; todo lo contrario, quien emprende el camino de la acogida de la llamada de Cristo encuentra vida en abundancia, poniéndose del todo a disposición de Dios y de su reino. Dice Jesús: “El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna’ (Mt19,29). La raíz profunda de todo esto es el amor.

En nuestro tiempo, la llamada del Señor puede quedar silenciada por una cultura centrada y cerrada en el yo, que dificulta o impide la apertura al otro, a los demás y a Dios. Oremos, pues, al ‘Dueño de la mies’ para que nuestros jóvenes no tengan miedo a salir de sí mismos, a ponerse en camino hacia Dios y hacia los hermanos, a dejar su huella siendo testigos del Amor de Dios; esto llenará su vida de alegría y de sentido. Acoger la llamada de Jesús libera y hace más bella la propia existencia.

Toda la comunidad cristiana es corresponsable en la tarea de caminar con los jóvenes y orar por las vocaciones que la Iglesia necesita aquí y en todo el mundo. Pidamos al Señor que sean muchos los jóvenes que digan “sí” a la llamada que Él hace a cada uno para servirle con alegría. Pidamos con insistencia al Señor que no falten en nuestra Iglesia sacerdotes, según el corazón del Buen Pastor, y personas consagradas que sean huellas y testigos del Amor de Dios. Pidamos también al Señor por las vocaciones nacidas en países de misión y para que tengan lo necesario para formarse y seguir creciendo.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Mayo, mes de la Virgen María

1 de mayo de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2022/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Mayo es el mes especialmente dedicado a la Virgen María en toda la Iglesia. Durante treinta días la mostramos nuestro cariño con flores y cantos, la rezamos, le agradecemos su presencia en nuestra vida personal, familiar y eclesial, invocamos su protección, nos sentimos amados por ella y damos gracias a Dios por tan buena Madre.

María es la Madre del Hijo de Dios según la carne. Así la celebramos este primer domingo de mayo en Castellón de la Plana; ella es la Madre de Dios de Lledó, la reina y patrona de Castellón. María ha concebido al Hijo de Dios en su seno virginal por obra del Espíritu Santo gracias a su elección divina y a su fe confiada en Dios. “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

Maria es también nuestra Madre, la madre de todos los creyentes y de la Iglesia.  María, nos dice san Juan, sigue creyendo y acompañando a su Hijo hasta la noche obscura del Calvario. Junto a la Cruz de Jesús estaba su madre. Y es entonces cuando Jesús, en la persona de Juan, nos la da y confía como madre espiritual: “Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego, dijo al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio” (Jn 19, 26-27).

Desde el mismo inicio de la Iglesia, la Virgen María está siempre presente en la vida de los cristianos y de la comunidad cristiana. Su presencia es como la de una buena madre en la familia, que ama, consuela y alienta a todos; ella ayuda a formar y mantener unida la comunidad cristiana. Su presencia es muchas veces imperceptible, pero no deja de ser real y eficaz, sosteniendo a todos con su amor e intercesión.

Mayo es un mes para contemplar a la Virgen María en su maternidad, en su fe fiel y en su entrega generosa y sacrificada, y en el camino de la fe y de nuestra vida y misión comunitaria como Iglesia del Señor. María nos mira siempre con verdadero amor de Madre. Como ya ocurrió en los primeros momentos de la Iglesia, cada uno de nosotros y la Iglesia entera, estamos en su corazón; ella cuida de nuestras personas y de nuestras vidas, de nuestros afanes y de nuestras tareas; ella ora con nosotros y nos alienta en nuestra misión evangelizadora como lo hizo con los Apóstoles. María camina siempre con nosotros en nuestros gozos y esperanzas, en nuestros sufrimientos y dificultades. Por eso el Papa Francisco nos pide que cuidemos nuestra relación con la Virgen María. De lo contrario, algo de huérfano hay en nuestro corazón y en nuestra Iglesia. No es signo de madurez cristiana creer superada la devoción a la Virgen.

Siempre tenemos necesidad de la Virgen, en particular en los momentos de dificultad; ella nos protege siempre con su manto maternal. La Virgen María nos ayuda a vivir nuestra condición de cristianos y de discípulos misioneros de su Hijo. María dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús; ella nos lo muestra y nos lleva a Él. Su mayor deseo es que nuestra devoción a ella sea el camino para nuestro encuentro o reencuentro personal y comunitario con Cristo Jesús y con su Palabra, para que recuperemos la alegría del  Evangelio, para que se afiance nuestra fe y se renueve nuestra vida cristiana, la vida de nuestras comunidades y de nuestra Iglesia diocesana.

Nuestro amor a Maria ha de estar siempre orientado a Cristo. Porque Cristo Jesús, el Señor muerto y resucitado, es el centro y fundamento de nuestra fe. El es el Salvador, el Mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús es el Camino para ir a Dios y a los hermanos; Él es la Verdad que nos muestra el misterio de Dios y, a la vez, el misterio y la grandeza del ser humano; y Él es la Vida en plenitud que Dios nos regala con su muerte y resurrección. María es siempre camino que conduce a Jesús. Ella no deja de decirnos: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).

Nuestra devoción a la Virgen María será auténtica, si realmente nos lleva al encuentro personal con Cristo, a la conversión de corazón a Dios y a sus mandamientos, al fortalecimiento de nuestra fe y vida cristianas, a dejarnos evangelizar para ser una Iglesia misionera. María es la humilde esclava del Señor, la Madre que nos da a Dios, la primera discípula de su Hijo, el modelo perfecto a imitar para seguir y anunciar a Cristo. Si amamos a María de verdad, acogeremos de sus manos a Jesús, el Hijo de Dios, para encontrarnos con El, conocerle, amarle y seguirle con una adhesión personal en unión y comunión con la comunidad de la Iglesia.

A Cristo por María: este podría ser el lema para este mes de Mayo en el Año Jubilar de nuestra Iglesia diocesana.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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El don pascual de la Misericordia en el Jubileo

23 de abril de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2022/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

San Juan Pablo II dispuso que el segundo Domingo de Pascua fuera llamado ‘Domingo de la Misericordia divina’. En efecto: Dios es amor. Dios nos crea por amor y para el amor pleno, para ser y vivir eternamente felices participando de su vida y de su gloria.  Dios es eternamente fiel. Dios nos sigue amando, incluso cuando rechazamos su amor y nos alejamos de Él por el pecado. Como en el  caso del hijo pródigo del Evangelio, Dios espera nuestro regreso al hogar para darnos el abrazo del perdón. Dios nunca se cansa de perdonar. Su amor es compasivo y misericordioso, entrañable y tierno como el de una madre, que sufre cuando un hijo abandona el hogar, un amor que siempre está dispuesto al perdón. Así se va manifestando Dios en la Historia del Pueblo de Israel y lo hace de modo definitivo en su Hijo, Jesús.

Jesucristo, su persona, sus palabras, gestos y obras, todo en Él nos habla de la misericordia de Dios. Jesús es la misericordia encarnada de Dios, es y muestra el rostro misericordioso del Padre. Jesús habla con palabras de misericordia, observa con ojos de misericordia, actúa y cura movido por la compasión hacia los necesitados, desheredados y pecadores. El misterio pascual, la muerte y resurrección de Jesús, es la manifestación suprema del amor misericordioso de Dios. Por amor, el Padre envía al Hijo para salvar al mundo. Por amor al Padre y al ser humano, Cristo se ofrece en la Cruz al Padre para la redención de nuestros pecados; por amor, el Padre acoge y acepta la ofrenda de su Hijo y lo resucita; por amor, Cristo resucitado envía el Espíritu Santo.

“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 118, 1). Así cantamos en la octava de Pascua. Con estas palabras del salmo acogemos de labios de Cristo Resucitado el gran anuncio de la misericordia divina que Él confía a los Apóstoles: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. (…) Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20, 21-23). Antes de pronunciar estas palabras, Jesús muestra sus manos y su costado, las heridas de la pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad para curar y sanar las heridas de nuestro corazón, para perdonar nuestros pecados.

El perdón renovador llega a los hombres de todos los tiempos y hoy a través de su Iglesia. Jesús resucitado derrama el Espíritu Santo sobre sus apóstoles y, en ellos, sobre sus sucesores, los obispos, y los sacerdotes. Sólo el Señor Resucitado puede confiar a otros el poder de perdonar los pecados en su nombre con el poder recibido de Dios. En el sacramento de la Penitencia experimentamos de un modo pleno y eficaz la misericordia divina. Confesando contritos, personal e íntegramente, los pecados, por la absolución del ministro de la Iglesia -del obispo o de los presbíteros- recibimos el abrazo de reconciliación de la Iglesia y, con él, el del mismo Dios.

El Año Jubilar diocesano nos invita a la conversión y renovación personal y comunitaria. Es un tiempo de gracia para abrirnos a la misericordia de Dios, para reconocer nuestros pecados, para confesarnos y dejarnos reconciliar con Dios y con los hermanos. Como en el caso del hijo pródigo, Dios mismo sale a nuestro encuentro y nos ofrece la gracia del perdón amoroso mediante la Iglesia en el sacramento del perdón.

 El Jubileo nos ofrece la gracia de experimentar personalmente la misericordia de Dios. Él nos espera para perdonar nuestros pecados. Su misericordia va incluso más allá del perdón. Nos ofrece además la indulgencia plenaria que, a través de la Iglesia, alcanza al pecador ya perdonado de sus pecados y lo libera de todo residuo del pecado, capacitándolo para obrar con caridad, para crecer en el amor y no recaer en el pecado. Dios cura nuestras heridas. Dios sana las huellas negativas que los pecados dejan en nuestros comportamientos y pensamientos, y que nos empujan al mal; la misericordia  de Dios transforma nuestros corazones para poder ser misericordiosos como el Padre, para caminar hacia la santidad.

El Jubileo es nos invita, pues, a acercarnos al sacramento de la Confesión, que será ofrecido con mayor tiempo y disponibilidad por los sacerdotes. Es un tiempo para acoger la indulgencia jubilar peregrinando a la Catedral, confesando y comulgando en la Misa, haciendo la profesión del Credo y orando por el Papa y sus intenciones. 

Acojamos el don pascual de la misericordia que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y nos ofrece con abundancia en nuestro Año Jubilar.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!

17 de abril de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2022/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Un año más, en la mañana del Domingo de Pascua de Resurrección resuena el anuncio antiguo y siempre nuevo: “¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!”. Es la Pascua de la Resurrección del Señor, es el paso de Jesús a través de la muerte a la Vida gloriosa. Cristo Jesús ya no está en la tumba, en el lugar de los muertos. Su cuerpo roto, enterrado con premura el Viernes Santo ya “no está aquí”, en el sepulcro frío y oscuro, donde las mujeres lo buscan al despuntar el primer día de la semana. Cristo ha resucitado. El Ungido ya perfuma el universo y lo ilumina con nueva luz.

¡Cristo ha resucitado! Esta es la gran verdad de nuestra fe cristiana. Aquel, al “que mataron colgándolo de un madero” (Hech 10, 39) ha resucitado verdaderamente, triunfando sobre el poder del pecado y de la muerte. Ante quienes niegan la resurrección de Cristo o la ponen en duda hay que afirmar con fuerza que la resurrección de Cristo es un acontecimiento histórico y real que sucede una sola vez y una vez por todas: El que murió bajo Poncio Pilato, éste y no otro, es el Señor resucitado de entre los muertos: Jesús vive ya glorioso y para siempre.

La resurrección de Jesús no es una invención, ni fruto de una especulación o de una experiencia mística. La resurrección de Jesús no es una historia piadosa o un mito. Es un acontecimiento que sobrepasa la historia, pero que sucede en un momento preciso de la historia dejando en ella una huella indeleble. La luz que deslumbró a los guardias encargados de vigilar el sepulcro de Jesús ha atravesado el tiempo y el espacio. Es una luz diferente, divina, que ha roto las tinieblas de la muerte y ha traído al mundo el esplendor de Dios, el esplendor de la Vida, de la Verdad y del Bien.

Cristo ha muerto y ha resucitado para que todo el que crea en Él tenga Vida. La Pascua de Cristo es la verdadera y única fuente de Vida y de Salvación para la humanidad. Si Cristo, el Cordero de Dios, no hubiera derramado su Sangre por nosotros, por nuestros pecados, y no hubiera resucitado también para nosotros, no tendríamos ninguna esperanza: la muerte y la nada serían inevitablemente nuestro destino final. Y el mal, el pecado, la división, el odio, el egoísmo, la avaricia, el poder del más fuerte y la guerra tendrían sin remedio la última palabra en la vida de los hombres.

Pero no: la Pascua ha invertido la tendencia en la historia de la humanidad. Aunque tantas veces parezca que triunfa la mentira y el mal, la resurrección de Cristo es la nueva savia, capaz de regenerar todo y a toda la humanidad. Y por esto mismo, la resurrección de Cristo da fuerza y significado a toda esperanza humana, a toda expectativa, a todo deseo y proyecto de cambio y de progreso verdaderamente humanos. La última palabra en la historia de la humanidad y en la historia de cada uno ya no la tienen ni la muerte, ni el pecado, ni el mal ni la mentira, sino la Vida, la Verdad y la Belleza de Dios.

Todo bautizado participa ya por el bautismo de la muerte y resurrección del Señor: por el Bautismo ha muerto al pecado y ha entrado en la Vida nueva del Resucitado. Por ello el bautizado está llamado a vivir en la vida nueva de los hijos de Dios. Todo bautizado si quiere ser de verdad cristiano está llamado a dejarse encontrar y trasformar personalmente por el Señor resucitado,  para seguirle  y dar testimonio de la salvación en Cristo, para anunciar así a todos el fruto de la Pascua. Es decir, el bautizado está llamado a vivir una vida nueva, liberada del pecado y restaurada en su belleza originaria, en su bondad y verdad. Así lo hicieron los primeros discípulos del Señor. Y desde entonces, a lo largo de dos mil años, los santos han fecundado continuamente la historia con la experiencia viva de la Pascua.

Vivamos también hoy los cristianos con alegría, fidelidad y radicalidad el misterio pascual difundiendo su fuerza renovadora en todas partes. Será el mejor testimonio de nuestra fe en la resurrección de Cristo; será también nuestra mejor contribución a la regeneración profunda que necesita nuestra sociedad, que ha de basarse en una conversión espiritual y moral, si quiere superar la profunda crisis actual en que está inmersa.

Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros. Caminemos con la mirada puesta en el Cielo, fieles a nuestro compromiso en este mundo para que la Vida de Resucitado llegue a todos. Pidamos este año al Resucitado el don de la Paz en todo el mundo, de modo especial en Ucrania.

Feliz Pascua de Resurrección para todos.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Comienza el Año Jubilar diocesano

9 de abril de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Año Jubilar 775 Sede Episcopal, Cartas, Cartas 2022/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Nos disponemos a inaugurar el Año Jubilar diocesano para conmemorar el 775º Aniversario de la creación de la sede episcopal en Segorbe, y con ello el origen de nuestra Iglesia diocesana. La apertura tendrá lugar el próximo día 12 abril, fecha de la Bula de Inocencio IV por la que se creaba realmente la sede episcopal, y lo haremos con la celebración de la Misa Crismal en la Catedral de Segorbe. Nos ha parecido muy oportuno unir ambas celebraciones por el profundo significado que tiene la Misa crismal en la Catedral para nuestra Iglesia diocesana.

La Misa Crismal es, en efecto, la manifestación principal de nuestra Iglesia diocesana (cf. SC 41). Presidida por el Obispo, su Pastor, en nombre y representación del Buen Pastor, Jesucristo, esta Misa es concelebrada por los sacerdotes y participada por el resto de los fieles. La comunidad diocesana se reúne en su Iglesia madre- la Catedral-, en torno a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, para consagrar el santo Crisma y bendecir los óleos de los catecúmenos y de los enfermos. Con el Crisma, aceite perfumado, que representa al Espíritu Santo, serán ungidos quienes reciban el bautismo, la confirmación y el orden sacerdotal; con el óleo de los catecúmenos serán ungidos quienes reciban el bautismo y con el de los enfermos quienes sufran grave enfermedad o las personas mayores. Todo el Pueblo de Dios está representado en la iglesia madre, la Catedral.

En la Catedral está la ‘cátedra’, la sede del Obispo y signo de su sucesión apostólica, cuya creación hace casi ocho siglos es el motivo de nuestro Jubileo. La Catedral es la casa de la familia diocesana que se edifica por la Palabra, la Eucaristía y los sacramentos; es, a la vez, su símbolo visible, porque la comunidad de bautizados que formamos esta Iglesia diocesana, está llamada a ser morada de Dios entre los hombres; es decir, un ‘templo de piedras vivas’, que, por su santidad, sea anuncio y presencia del amor de Dios, de su misericordia y de su salvación entre los hombres y mujeres de esta tierra. En esta Misa estaremos presentes las distintas vocaciones que conformamos esta  Iglesia del Señor: el obispo, los sacerdotes, los diáconos, los consagrados, los laicos, los matrimonios y las familias. Todos juntos formamos la Iglesia de Segorbe-Castellón.

La Misa Crismal nos recuerda que también nosotros fuimos ungidos en nuestro bautismo, por el que renacimos a la nueva vida de los hijos e hijas de Dios y entramos a formar parte de su familia: y nos ayuda a tomar conciencia de que juntos formamos la Iglesia de Jesús de Segorbe-Castellón: cada uno según su vocación, carisma y ministerio, distintos pero complementarios; cada uno con sus dones y talentos, cada uno con una preciosa tarea y un hermoso destino: vivir la comunión con Dios y con los hermanos para salir a la misión siempre nueva de llevar el Evangelio a todas las gentes. Juntos formamos esta Iglesia que Dios ha puesto como levadura de Evangelio en la masa de la historia humana de esta tierra.

Vivimos tiempos recios para nuestra misión evangelizadora: por la indiferencia religiosa, por la increencia, por la secularización, por el peligro de la mundanidad en la Iglesia y bautizados, por nuestras tibiezas y pecados. En este contexto no podemos olvidar nuestra historia diocesana para dar gracias a Dios por los dones recibidos a lo largo de estos casi ocho siglos de historia diocesana y para volver nuestro corazón a Dios: su amor nunca nos abandona. Ayer, hoy y siempre Él está con nosotros. El Espíritu Santo continúa presente en y entre nosotros. El santo Crisma nos lo recuerda; es el óleo perfumado y consagrado, que representa al mismo Espíritu Santo. Con él somos ungidos en el bautismo, confirmación o en el orden sacerdotal. Él Espíritu Santo habita en nosotros. Fiémonos siempre de Él, de su presencia y de su fuerza en nuestra Iglesia diocesana. Seamos dóciles a sus mociones y dejémonos renovar personalmente por Él para experimentar la alegría del Evangelio mediante el encuentro o el reencuentro personal con Jesucristo.

Que este Año Jubilar nos ayude a una conversión personal, comunitaria, pastoral y misionera. Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque ‘él viene en ayuda de nuestra debilidad’ (Rom 8, 26)” (EG. 280). “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido y me ha enviado a evangelizar a los pobres”(Lc 4, 18). Estas palabras de Isaías, que proclamamos en la Misa Crismal, valen en primer lugar y ante todo para Jesús. Él es el Mesías, el Cristo, el Ungido por el Espíritu Santo. Pero valen también para todos los bautizados. La unción con el Crisma marca para siempre la persona de todo cristiano. El Espíritu del Señor está en nosotros y con nosotros. Dejémonos llevar por la fuerza y la sabiduría del Espíritu.

Que María, nuestra Madre y nuestra Patrona bajo la advocación de Cueva Santa, nos enseñe a abrir nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo. Acojamos las gracias especiales que Dios quiere derramar sobre nuestra Iglesia diocesana y sobre cada uno de nosotros en este Jubileo.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Santa Misa Crismal y apertura del Año Jubilar

5 de abril de 2022/1 Comentario/en Noticias destacadas, Año Jubilar 775 Sede Episcopal, Cartas, Cartas 2022/por obsegorbecastellon

A todos los fieles de Segorbe-Castellón:

sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos

Amados todos en el Señor Jesús:

Con gran alegría os invito a la santa Misa Crismal con la que, a la vez, comenzaremos el Año Jubilar diocesano para conmemorar el 775º Aniversario de la creación de la sede episcopal en Segorbe y así el origen de nuestra Iglesia diocesana. Tendrá lugar el próximo 12 de abril, martes santo, a las 11:00 de la mañana en la S.I. Basílica Catedral de Segorbe.

La Misa Crismal tiene un significado muy especial. En ella es consagrado el santo Crisma y son bendecidos los óleos de los catecúmenos y de los enfermos. Con el santo Crisma, óleo perfumado que representa al mismo Espíritu Santo, serán ungidos quienes durante el próximo año reciban los sacramentos del bautismo, la confirmación y el orden sacerdotal; con el óleo de los catecúmenos quienes reciban el bautismo y con el de los enfermos quienes sufran grave enfermedad o las personas mayores. Además, en esta Misa, cercano ya el Jueves Santo, día en que Cristo instituyó el sacramento del Orden, los sacerdotes renovaremos las promesas de nuestra ordenación sacerdotal.

Esta Misa es la manifestación principal de nuestra Iglesia diocesana. Presidida por el Obispo, acompañado por los sacerdotes, los diáconos y el resto del Pueblo santo de Dios, nuestra Iglesia de Segorbe-Castellón se reúne en torno a la mesa la Palabra y de la Eucaristía, de las que se alimenta sin cesar, para la consagración del Crisma y la bendición de los óleos. Así se hace especialmente visible toda nuestra Iglesia diocesana en la variedad de vocaciones, carismas y ministerios: Obispo, sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, otros consagrados, fieles laicos, matrimonios y familias.

Por este profundo significado de la Misa Crismal es providencial poder comenzar con ella nuestro Año Jubilar en la Catedral. Os invito de corazón a todos a la Misa Crismal en la que además recibiremos la Bendición Apostólica y, con las condiciones establecidas, podemos ganar la Indulgencia Plenaria. La invitación vale de manera especial para vosotros, los sacerdotes. Juntos queremos mostrar nuestra gratitud a Dios por nuestra Iglesia diocesana y refrescar nuestra alegría por el don del sacerdocio.

A quienes no puedan participar físicamente en la Catedral, especialmente las personas enfermas o impedidas, os invito a uniros a esta celebración a través de TreceTv o La OchoTv. También podéis ganar la Indulgencia Plenaria, en las condiciones establecidas, si seguís la Misa con atención y recibís devotamente la Bendición Apostólica.

A los sacerdotes os comunico que tendremos de nuevo la acostumbrada comida de fraternidad en el Seminario. Estáis todos invitados.

Con mi afecto y bendición,

+Casimiro López Llorente

 Obispo de Segorbe-Castellón

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Celebración cristiana de la Semana Santa

2 de abril de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2022/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

En una semana comienza la Semana Santa. Es la semana más grande e importante del año para la comunidad cristiana. La llamamos ‘santa’, porque es santificada por los acontecimientos que en estos días conmemoramos en la liturgia y representamos en las procesiones: la pasión, muerte y resurrección del Señor. Son la prueba suprema y definitiva del amor misericordioso de Dios por la humanidad. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Por su muerte, Jesús nos redime del pecado y por su resurrección nos devuelve a la vida de comunión con Dios y con los hombres: muriendo destruye la muerte y resucitando restaura la Vida.

El Domingo de Ramos nos introduce en esta venerable semana. Es un día de gloria por la entrada humilde de Jesús en Jerusalén a lomos de un pollino y es aclamado con cantos por el pueblo sencillo; y, a la vez, es un día en que la liturgia nos anuncia ya su pasión y muerte. Los días siguientes nos irán llevando como de la mano hasta el Triduo Pascual, el corazón de la fe cristiana, que va desde la tarde del Jueves Santo al Domingo de Pascua.

El Jueves Santo recordamos la última Cena de Jesús con los Apóstoles; Jesús anticipa de un modo sacramental la entrega de su cuerpo hasta la muerte y el derramamiento de su sangre para el perdón de los pecados. El Viernes Santo se centra en la pasión y muerte de Jesús en la Cruz: es la expresión suprema de su entrega por amor hasta el final. El Sábado Santo es un día de silencio y oración a la espera de su resurrección. El Triduo Pascual culmina en la Vigilia Pascual, la cima a la que todo conduce. La pasión y la muerte de Jesús quedarían inconclusas sin el “Aleluya” de la resurrección. “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 17).

Para poder entrar de lleno en el misterio del amor misericordioso de Dios, el cristiano ha de vivir estos días con espíritu de fe y con recogimiento interior participando plenamente en los actos litúrgicos. El creyente no puede limitarse a participar en las procesiones. Contemplemos el misterio de amor que celebramos estos días santos. Al leer la Palabra de Dios, debe acrecentarse en nosotros la certeza de que Jesús lleva a pleno cumplimiento su misión para toda la humanidad y por cada uno de nosotros. Jesús ha sido enviado por el Padre para revelar el misterio de nuestra salvación. Acojamos el misterio de Dios que da la vida por todos nosotros; dejémonos amar por Él.

Dos actitudes deberían reinar en los cristianos estos días: la alabanza, como hicieron aquellos que acogieron a Jesús en Jerusalén con su ‘hosanna’; brota de la alegría de quien se sabe en Cristo amado para siempre por Dios. Y la gratitud, porque en esta Semana Santa Jesús renueva el don más grande que imaginar se pueda: entrega su vida, su cuerpo y su sangre, hasta la muerte por amor hacia cada uno de nosotros. A un don tan grande solo se puede responder con nuestra fe, nuestro tiempo, nuestra oración y nuestra comunión profunda de amor con Cristo que sufre, muere y resucita por nosotros.

Durante la Cuaresma nos estamos preparando para la celebración de la Pascua. La Semana Santa es la última etapa del camino y el Triduo Pascual, su meta. La pasión, muerte y resurrección del Señor son inseparables. Y no como algo que ocurrió en el pasado, sino como realidad que sucede en el presente. El Jesús, que padeció y murió, ha resucitado y vive para siempre. Y lo hace por cada uno de nosotros. Quienes creen en Él son liberados  de sus pecados, del dolor y de la muerte, son reconciliados con Dios, con los hermanos, consigo mismos y con la creación. Quienes creen en Él tienen vida eterna y vivirán para siempre.

Celebrar cristianamente la Semana Santa es, pues, acompañar y contemplar a Jesús desde su entrada en Jerusalén hasta su resurrección. Vivir la semana Santa es acoger el perdón de Dios en el Sacramento de la Reconciliación para saber perdonar y ser instrumentos de reconciliación y constructores de su paz. Vivir la Semana Santa es acoger a Jesús presente en cada ser humano, que sufre enfermedad o padece los horrores de la guerra en Ucrania y en tantas partes del mundo, o en los desplazados y refugiados. Vivir la Semana Santa es seguir unidos a Jesús por la oración, los sacramentos y la caridad efectiva hacia los más pobres.

Semana Santa es la gran oportunidad para detenernos un poco. Para abrir nuestro corazón a Dios, que nos espera, y para abrir nuestro corazón a los hermanos. Semana Santa es la gran oportunidad para morir con Cristo y resucitar con Él, para morir a nuestro egoísmo y resucitar al amor.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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💐🙏 El Obispo nos exhorta, en su carta semanal, a contemplar a la Virgen e imitarla en su fe, esperanza y caridad, porque ella dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús; y nos ofrece y nos lleva a Cristo ✝️

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