Madre María: «Siempre llevaré a Almassora en el corazón»
La madre María tiene 91 años y lleva vividos 73 en comunidad, «y los que Dios quiera». Ingresó en el convento que las clarisas tienen en su localidad natal de Onda el 6 de marzo de 1945, a la edad de 18 años, en el que estuvo 27 años, 4 de ellos de abadesa. Se trasladó al Convento de la Inmaculada Concepción de Almassora en 1972, en el que permanecerá hasta mañana lunes 19 de noviembre, cuando se trasladará junto al resto de monjas al que esta orden de clausura tiene en Canals (València). Un total de 46 años ininterrumpidos de los 120 que llevan presentes las clarisas en la localidad de La Plana Alta, en los que ha estado al servicio de los almazorenses con sus rezos y su trabajo del almidón y la plancha.
¿Cómo recordará Almassora, madre?
Siempre la llevaré en mi corazón y a los almazorenses, también. He vivido como una más en este bendito pueblo. Hemos atendido a sus gentes con nuestros rezos y nuestro trabajo, que han sido muchísimos.
¿Cómo era la madre María antes de decidir tomar el hábito de clarisa?
Pues una chica normal que trabajaba en el pintador de una fábrica de ladrillo de su pueblo y que decidió, a los 18 años, consagrar su vida a Dios e ingresar en un convento de Onda. Llevo 73 años ininterrumpidos en clausura y hasta que Dios quiera.
46 de esos 73 años los ha pasado usted en Almassora. ¿Qué recuerdos tiene de su llegada?
Llegué en el año 1972. La Federación de Superiores me mandó aquí con cuatro religiosas más de Onda porque en Almassora eran todas ancianas y se requería un poquito de refuerzo. Estaba el convento cayéndose y en 1977 llamé a un chico de aquí -Blas Catalá, que es aparejador- para ver si arreglaban la fachada porque se caía. Le dije: «Mira, Blas, está fachada hace muy fea en esta plaza». Y él lo miro todo, también lo de dentro, y me contestó: «Madre, ¿qué no sería mejor que hiciésemos un conventito nuevo?» Dije: «¡Ay, Blas, ¿te parece?!». «Sí, madre; así no pueden estar». «¿Y podremos hacerlo? Dinero no tenemos». «Todo se arreglará, madre. Ya nos apañaremos, no se preocupe», me respondió tranquilizándome. Hicimos una permuta de varios metros de terreno. La finca que hay aquí al lado era todo convento. Dimos 620 metros cuadrados a cambio de que nos hicieran el convento. Blas Catalá buscó unos cuantos hombres para formar una sociedad y comenzaron las obras en 1977. Las monjas más mayores se pusieron como locas: «¡Ay la xiqueta esta! ¡Mos arruinará!». Cuando empezaron a derribar el convento, se pusieron a llorar amargamente. Me daban lástima, ¿eh?, pero había que hacerlo. En cuanto terminó el derribo, comenzaron las obras, que finalizaron en 1980.
¿Dónde se alojaron ustedes mientras se construía el nuevo edificio?
Aquí al lado de la iglesia, en la casa de las Antonianas. Allí vivíamos como podíamos; unas en la planta baja y otras en la superior y recibíamos los encargos de los vecinos del pueblo. En todos estos 38 años han vivido con nosotras unas hermanas de México, que estuvieron aquí casi 20 años pero que al final tuvieron que marchar. Luego recibimos otras de la India, una de ellas está ahora ingresada después de una operación y esperamos que la manden pronto a casa.
¿Cuál es el legado que dejan las clarisas en Almassora?
Nos hemos encargado siempre de la Iglesia, que es una filial de la Parroquia de La Natividad, y hemos hecho nuestra vida religiosa. También hemos trabajado muchísimo, con el almidón y la plancha. Ahora no podemos hacer casi nada, porque las jóvenes que hay hacen bastante con atender la cocina, la sacristía y cuidar a las enfermas. Yo no he tenido un día de vacaciones desde que ingresé en clausura a los 18 años. Los cumplí en febrero y entré el 6 de marzo de 1945. Y desde ese día, a trabajar. Me han operado de unas cuantas cosas, de la cadera. Me extirparon el ojo derecho porque pasé muchas herpes, pero voy trabajando todo lo que puedo, hasta que Dios quiera.
El pasado mes de septiembre fue la última ofrenda de huevos y fruta para que hiciera buen tiempo el día de la Virgen del Rosario…
Y llovió. Cuando vienen a traer algo para que no llueva les digo: mira, nosotras rezaremos para que seáis buenos; que continuéis vuestra vida bajo la mirada de Dios, que forméis un hogar cristiano; pero eso de que llueva o no llueva, depende de Nuestro Señor. Pero rezaremos, tranquilos; sobre todo para que seáis buenos y seáis un buen matrimonio, porque vienen también a pedirnos oraciones los jóvenes que van a casarse.
¿Cree que la gente de Almassora le estará siempre agradecida?
Sí y sé que sienten mucho que nos marchemos. Sé, también, que les apena mucho por nosotras porque trabajábamos muy bien. El trabajo del almidón ha cesado y tampoco podemos con el de la plancha. Lo hemos dado todo.
Esta tarde, Monseñor López Llorente oficiará la última Misa en este convento. ¿Cuáles son sus intenciones personales para esa última celebración eucarística de su comunidad en Almassora?
Pues que la Iglesia de Almassora, ésta y las otras, continúen con la labor de la religión lo mejor que se pueda y, para nosotras, pues que en Canals podamos descansar. Y nada más. Que El Señor nos proteja, que nos guarde y que la vida religiosa vaya adelante. Si alguna chica de aquí quiere ingresar en el convento, que venga a Canals.
¿Tocará usted el armonio, madre?
Tocaré, pero porque no tengo a nadie más. Se lo comenté a la Madre Presidenta, que es organista: «Teresita, ¿tocarás la Misa?» Primero me dice: «ya lo haré yo, María»; pero está complicadita de salud porque lleva mucha carga. «María, dice, es que no puedo». «Ya me hago cargo yo, no te preocupes», le contesté. Y cantarán los del coro, que han venido durante 30 años seguidos. Serán varios seglares los que nos acompañarán. Así nos despediremos de la que ha sido la casa de nuestra orden en Almassora durante estos últimos 120 años.
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