Miguel Navarro: “San Vicente Ferrer fue un predicador de masas que nunca se dejó deslumbrar por el éxito”
Miguel Navarro Sorní, sacerdote de la diócesis de Valencia, es licenciado en Teología y doctor en Historia Eclesiástica por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. En la actualidad es vicedecano y catedrático de Historia de la Iglesia en la Facultad de Teología de Valencia, donde enseña Historia de la Iglesia e Historia de la Teología, así como presidente de la Academia de Historia Eclesiástica de Valencia, académico de la Acadèmia Valenciana de la Llengua y socio correspondiente de la asociación científica italiana “Roma nel Rinascimento”.
¿Qué se pretende con la organización de un congreso internacional sobre la figura de san Vicente Ferrer?
El congreso es un punto de partida para propiciar los estudios sobre san Vicente Ferrer. Una personalidad de mucha relevancia en el pasado, pero que en el presente ha quedado minimizada. Se trata de una personalidad polifacética que engloba aspectos homiléticos, hagiográficos, espirituales, teológicos, pastorales, pero también sociales, filológicos, lingüísticos y que este simposio pretende abordar en toda su extensión.
El tema principal de esta edición es “San Vicente Ferrer, mensajero del evangelio ayer y hoy” y pretende no quedarse exclusivamente en el estudio de la figura histórica del santo, sino traducir al presente sus enseñanzas, qué nos aporta su figura, qué nos dice sobre todo de cara a la nueva evangelización. San Vicente fue un gran evangelizador de masas. Llevó a cabo en su época lo que hoy llamamos la nueva evangelización, que consistió en recristianizar los pueblos de Europa y, por tanto, su figura y su mensaje pueden ayudarnos a abordar esta tarea hoy en día.
¿Este afán evangelizador es el aspecto que más ha caído en el olvido?
Sí, porque su dedicación apostólica y evangelizadora fue determinante, más allá de su faceta puramente taumatúrgica. Estas grandes figuras de la Edad Media parecen muy lejanas, poco interesantes. Nos da la impresión de que su mundo dista mucho del nuestro y así es, aunque los problemas continúan siendo los mismos y la forma de abordarlos entonces puede aportarnos no soluciones inmediatas, pero sí sugerencias, luces, indicaciones que pueden ser útiles para el momento presente.
¿Ese fue su carisma principal, el de predicador?
Es lo que siempre quiso ser. Hoy diríamos que fue un gran “influencer”, un gran predicador de masas que nunca se dejó deslumbrar por el éxito. No se amoldó a su auditorio en las exigencias de su mensaje, sí que se amoldó en su lenguaje, en su modo de expresarse, pero mantuvo el Evangelio en su altura y lo que supo fue elevar a las gentes a las que predicaba hasta las alturas de la palabra de Dios. No se dejó apartar de esa misión ni por su prestigio, por el que era solicitado por papas, reyes, emperadores, ni por las tentaciones de intervenir en política.
Es algo que él tenía por una vocación desde octubre de 1398, cuando el santo –enfermo- tuvo un sueño en el que se le apareció Jesucristo acompañado por san Francisco de Asís y santo Domingo de Guzmán y le dio la orden de que abandonara la curia papal -en aquel momento él estaba en Avignon, era confesor y teólogo del Papa Benedicto XIII, el “Papa Luna”- y marchara a predicar el Evangelio por todo el mundo como legado suyo. Los veinte años que le quedaban de vida los dedicó enteramente a la predicación. Esa llamada a la misión apostólica es lo que san Vicente quería que hicieran todos los sacerdotes, tanto de su diócesis como del mundo.
¿Cómo era san Vicente como predicador?
San Vicente sabía utilizar muy bien todos los recursos oratorios. Era una persona muy seria y rigurosa, pero que tenía un gran sentido del humor y empleaba mucho la ironía, mofándose a veces de las costumbres de las gentes sin herir directamente al auditorio, caricaturizando los vicios para que se rieran pero –al mismo tiempo- se sintieran identificados al verse retratados. Era un medio muy eficaz para llamar a la conversión sin señalar con el dedo.
Eso se observa leyendo sus sermones. El lenguaje que emplea no es de ninguna manera frío, distante, académico, elitista, sino cercano, popular, lleno de interjecciones, de diminutivos, de cuentos, de narraciones, de fábulas y también incluso de chistes, que le servían para llamar y mantener la atención, con momentos de pausa y ruptura, con el objetivo de entretener al oyente. Un san Vicente duro, seco, exigente, no hubiera tenido la aceptación y el éxito que tuvo.
¿Cuáles de sus virtudes humanas destacaría?
Era una persona con una gran capacidad de relaciones sociales. Muy abierta y que sabía conectar muy bien con la gente, pero al mismo tiempo un riguroso intelectual. Tiene una formación muy sólida. Estudia durante muchos años en el Convento de Santa Catalina de Barcelona, donde los dominicos tenían su escuela de teología. Estudia además en la Universidad de Lérida y se doctora en la Universidad de Tolouse, en el Languedoc. Escribe obras de Filosofía, de Teología, por lo que también ha pasado a la historia como un erudito aunque con una vertiente más práctica. De hecho, cuando vuelve a Valencia al finalizar sus estudios y se encarga de las clases de Teología en la Escuela Catedralicia, más que volcado en las clases lo vemos inmerso en la vida ciudadana. Es un personaje político, pero en el buen sentido de la palabra. Interesado por la “polis”, por la vida de la ciudad. Por eso recurrían a él, porque tenía un gran talento diplomático por lo que fue llamado a intervenir en el “Compromiso de Caspe”, un alto tema político en la Corona de Aragón, en el que demostró su rectitud y su neutralidad.
No nos hacemos una idea de la repercusión que tuvo su figura y su predicación en su tiempo. Si acudimos a las fuentes contemporáneas, asombra ver la cantidad de personas que acudía a sus sermones, pese que en aquel tiempo no existían los medios de transporte y comunicación que tenemos ahora. Sus sermones duraban entre dos y tres horas. Por donde pasaba suscitaba una ola de conversión, de acercamiento a la fe que aún, hoy en día, es impensable. Esa huella sigue presente en la Comunidad Valenciana, en localidades castellanas, en zonas de Francia o de Suiza, o del norte de Italia, a través de iglesias dedicadas al santo, de ermitas, lugares donde hizo milagros, de placas donde predicó, de cuadros, etc…
¿Qué predicación es la más recordada en la Comunidad Valenciana?
Sin duda, la predicación de la Cuaresma de 1413. De hecho, los canónigos de la catedral mandaron hacer una copia de dichos sermones. Es el exponente más alto de la oratoria vicentina. San Vicente iba siempre flanqueado de lo que él llamaba su compañía, que era un grupo de hombres y mujeres que se convertían por su predicación y hacían penitencia siguiéndolo allá donde fuera. Llegó a tener más de 300 seguidores que se flagelaban, cantaban cantos penitenciales, que animaban y exhortaban a la gente a la conversión. Entre estos, algunos tomaban notas de sus sermones.
San Vicente logró paces entre bandos nobiliarios rivales como, por ejemplo, los Centelles y los Vilaragut. Logró conversiones de pecadores empedernidos. Logró solucionar problemas ciudadanos; también contiendas entre el clero secular y el regular.
¿Qué lugares destacaría como los más importantes de la época de san Vicente Ferrer en Valencia?
Por supuesto, su casa natalicia, situada al final de la calle del Mar. El convento de santo Domingo, en el que ingresó. La parroquia de san Esteban, donde fue bautizado. La catedral, en la que predicó y que todavía conserva el púlpito desde donde lo hacía; o el aula de teología, en la que estuvo enseñando durante cinco años, que era la sala capitular de los canónigos y que se utilizaba también para que se impartieran clases de teología para clérigos y seglares, y que actualmente es la capilla del Santo Cáliz.
Este Año Vicentino está relanzando las peregrinaciones diocesanas. ¿Qué sentido tiene una peregrinación en el contexto actual?
La peregrinación es un elemento muy antiguo en la Iglesia que posee el sentido de ir a visitar un lugar que se considera santo, por ejemplo los lugares donde vivió y murió Jesucristo, o donde está enterrado un santo, como es el caso de la peregrinación a Vannes, donde está enterrado san Vicente Ferrer. Tiene dos aspectos que debemos cuidar y fomentar hoy en día: un motivo penitencial, no es un simple viaje de turismo; es un viaje que indica un propósito fundamental de conversión, así como conocer y practicar el mensaje de san Vicente Ferrer que, en el fondo, es el mensaje del Evangelio.
¿Cuál es el principal motivo por el que se conservan tantas reliquias de san Vicente Ferrer?
Se debe al hecho de que tenía fama de santo ya en vida, por lo que la gente procuraba tocarle o arrancarle un trocito del manto, o hacerse con algún objeto suyo porque tenían la convicción de que estaban delante de un santo y querían tener un recuerdo de él. La Catedral de Valencia conserva, por ejemplo, uno de sus mantos, un bonete, su biblia, su sermonario y diversas reliquias. También su rápida canonización por parte del Papa Calixto III -un papa valenciano, Alfonso de Borja, quien parece ser que lo conoció en vida y sobre quien el santo profetizó que llegaría al pontificado y lo canonizaría- difundió todavía más su culto y el deseo popular de obtener reliquias del dominico universal.
Por ejemplo, san Juan de Ribera, que le tenía una grandísima devoción, se esforzó mucho por tener una reliquia de san Vicente y consiguió mediante muchas relaciones diplomáticas que se le concediera un peroné de una de las piernas del santo, que se conserva en el relicario de la Capilla del Colegio del Patriarca.
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