«Si ser sacerdote es dar la vida por amor a Jesucristo, vale la pena serlo»
Servilien Ndagijimana será ordenado diácono en vistas al sacerdocio el próximo sábado 7 de julio por el Obispo Casimiro López Llorente en la Parroquia de los Santos Juanes de Almenara. Por este motivo ha querido expresar los orígenes de este discernimiento vocacional.
¿De dónde viene su vocación sacerdotal?
La idea de ser sacerdote surgió en mí el día de mi primera comunión, allá por 1984. Sucedió que, después de comulgar por primera vez, me sentí tan feliz que directamente nació en mí el deseo de llegar a ser como nuestro párroco para poder cantar lo que cantaba entonces en misa, especialmente la plegaria eucarística, y hacer felices a los niños y jóvenes dándoles la comunión y jugando con ellos en la vida cotidiana antes o después de la catequesis.
¿Cómo se formalizó esta vocación?
Desde que ingresé en el Seminario, esta idea fue consciente, razonada, discernida y rezada. Finalmente, después de un largo camino de formación para el sacerdocio, estoy seguro de que lo que deseé el día de mi primera comunión era un indicador de mi verdadera vocación: ser sacerdote.
¿Qué modelos se santidad le han inspirado?
El modelo que quería imitar era el de mi párroco: hombre santo, humilde, generoso, amable, cercano, amigo de los niños y jóvenes. A lo largo de mi vida de joven, la idea de ser sacerdote fue madurando pero he ido encontrando dificultades: la dificultad mayor fue la de oír que, durante la guerra civil que tuvo lugar en Rwanda en el siglo XX, algunos sacerdotes entregaron a sus fieles a los asesinos para que los mataran solamente por pertenecer a una etnia diferente. También el hecho de haber sido maltratado por unos sacerdotes por mi pertenecía a una etnia diferente me ha hecho dudar del sacerdocio.
Pero a lo largo de mi vida de estudiante y luego con mi experiencia profesional he ido encontrado señales que me han ido ayudando a comprender el verdadero significado del sacerdocio: conocí algunos sacerdotes buenos, del mismo modelo que mi párroco, y al final hice amistad con ellos. Me enseñaron el verdadero rostro de amor y cariño y empecé a llevar una vida sacramental en la Iglesia; esto me llevó a revalorizar el sacerdocio hasta que, en 2011, me decidí definitivamente y entré en el seminario para ver si realmente podía también ser sacerdote.
¿Cómo discernió su ordenación como diácono?
Lo que impulsó finalmente mi decisión de entrar en el Seminario Mayor es la vida de Don Ananías Rugasira, un sacerdote rwandés que había sido ecónomo en el Seminario Menor donde había estudiado y donde he vuelto a trabajar como profesor después de mis estudios. Este sacerdote era un hombre sencillo, humilde, honesto, piadoso. Durante la guerra civil salvó a mucha gente inocente que buscó refugio en el recinto del seminario y finalmente le mataron considerándole un traidor. Antes de matarle le pidieron las llaves de donde había escondido a la gente diciéndole de abrir donde había escondido a los enemigos, y él dijo que no había enemigos, sino que todos los hombres son hijos de Dios. Para poder matarles, los asesinos tuvieron que matarle a él porque el Evangelio era un obstáculo para ellos.
Y un día, recapitulando la vida de este sacerdote y mirando la película de San Maximiliano Kolbe con mi padre espiritual, que era formador en el mismo seminario menor donde habíamos estudiado juntos y trabajábamos, vi que ambos sacerdotes habían dado su vida por amor a Jesucristo y me quedé convencido de que, si ser sacerdote era esto, valía la pena serlo. Desde luego empecé los trámites para entrar en el seminario y finalmente me encontré en el Seminario Mayor Mater Dei.
Deo gratias!